“Es muy importante que los jóvenes que ahora están despertando a la política conozcan cuál fue el primer proceso revolucionario de nuestro siglo”.
Hace 11 años, el 17 de diciembre de 2010, en Túnez, Mohamed Bouazizi, un joven vendedor de frutas, se prendió fuego a su propio cuerpo, motivado por la desesperación de que un guardia le confiscara su mercancía. Este acontecimiento provocó un levantamiento en el país, que se extendió rápidamente por todo Oriente Medio y el Norte de África. En cuestión de días, prácticamente todo el mundo árabe se convirtió en el escenario de la lucha de clases, con manifestaciones masivas que derribaron sangrientas dictaduras establecidas hace décadas.
Ideas de Izquierda entrevistó a Simone Ishibashi, activista del MRT y doctora en Economía Política Internacional por la UFRJ, autora de la tesis Geopolítica de la crisis: un análisis de la política estadounidense para la Primavera Árabe.
¿Qué ha ocurrido en la Primavera Árabe, qué distingue este acontecimiento de otros fenómenos de la lucha de clases internacional?
La Primavera Árabe se constituyó básicamente como un levantamiento que tuvo lugar simultáneamente en varios países de Oriente Medio y el Norte de África, que constituyó los primeros procesos revolucionarios del siglo XXI. Aunque fueron derrotados o desviados, tuvieron una enorme importancia y marcaron el “regreso” de la lucha de clases en escala ampliada al escenario internacional. Después de más de 30 años desde la última revolución –la iraní de 1979– podría parecer a los entusiastas de la supuesta “victoria” del capitalismo y a los más faltos de visión crítica, que la perspectiva de la revolución –no sólo la obrera y socialista, sino cualquier revolución– había sido desterrada de la realidad. Pero los levantamientos contra las dictaduras y monarquías vigentes en Oriente Medio y el Norte de África en 2010 demostraron que no lo habían hecho, y devolvieron la cuestión de la revolución al imaginario popular y a los debates políticos y académicos. Las revueltas inspiraron movimientos de lo más variado, como el Movimiento de los Indignados que ocupó las plazas de las principales capitales de España en plena crisis económica internacional, o el Occupy Wall Street en Estados Unidos.
Pero el rápido contagio que extendió las revueltas de Túnez a Libia, Egipto, Argelia, Bahrein, Siria, Marruecos y Yemen fue un indicador de que en estos países de Oriente Medio y el Norte de África se estaba produciendo un tipo distinto de fenómeno social y político. Los levantamientos de la Primavera Árabe tuvieron un carácter complejo marcado por múltiples determinaciones. Fueron, en primer lugar, un subproducto de las condiciones económicas, políticas y sociales marcadas por un desarrollo desigual y combinado exacerbado cuyas consecuencias, en medio del estallido de la crisis económica internacional de 2008, se agravaron; al mismo tiempo, expresaron el desgaste de los regímenes dictatoriales y las monarquías locales. El término “Primavera Árabe” deriva de la analogía con la “Primavera de los Pueblos” ocurrida en varios países de Europa en 1848, por la similitud con el rápido contagio existente entre los diversos países del mundo árabe, que, como en 2011 con la ocupación de la plaza Tahrir en el corazón de Egipto, tuvo como epicentro en el siglo XIX la capital francesa, París. En la interpretación de Perry Anderson, esta dinámica responde a una “clase rara de acontecimiento histórico”, que sólo ha sido precedida por las guerras de liberación en las colonias hispanoamericanas de 1810, las revoluciones europeas de 1848 y la caída de los regímenes del bloque soviético en 1989.
Este carácter distintivo de la Primavera Árabe se debió, entre otros factores, a la duración e intensidad de la dominación occidental sobre la región de Oriente Medio y el Norte de África. El establecimiento de las fronteras fijadas en los acuerdos Sykes-Picot de 1916, que dividieron la región en zonas de influencia para Francia y Gran Bretaña tras la desintegración del antiguo Imperio Otomano, es una materialización de ello. Posteriormente, la creación del Estado de Israel, en 1948, y su creciente conformación como aliado estratégico de Estados Unidos es, también, otro elemento constitutivo de esta continua intervención política, económica y social llevada a cabo por las potencias occidentales, y una de las mayores fuentes de tensiones en la región.
Algunas interpretaciones han tomado estos hechos como procesos revolucionarios motivados por las demandas de expansión de los derechos democráticos formales, siendo ésta la narrativa predominante en el momento en que ocurrieron. Otros, más recientes, se basan en la derrota de la Primavera Árabe para argumentar que habría sido producto de conspiraciones e instrumentalización de los sectores sublevados por parte del imperialismo. En este extraño arco confluyen tanto las lecturas de inspiración estalinista como los defensores de las teorías de las “guerras híbridas”. Según estas lecturas, las motivaciones serían promover la destrucción de regímenes supuestamente contrarios a los intereses estadounidenses, como sería el caso de Bashar Al Assad en Siria o Muammar Gaddafi en Libia.
Y hay quienes, cuya lectura me parece más correcta, definen la Primavera Árabe como una consecuencia combinada de los efectos de la histórica dominación imperialista sobre la región y de la crisis capitalista de 2008, que promovió un enorme empobrecimiento de las grandes masas, producto del despojo imperialista y del sostenimiento durante décadas de monarquías y dictaduras violentas y serviles. Para esta perspectiva, la Primavera Árabe fue en sus inicios, y en los distintos países donde se desarrolló, un proceso revolucionario que no pudo desarrollarse por la ausencia de organizaciones revolucionarias de trabajadores y sectores oprimidos que pudieran dotarlos de una estrategia. Así, la Primavera Árabe fue desviada en algunos lugares, como en Túnez, derrotada por la acción imperialista que contribuyó a establecer una dinámica de guerra civil laberíntica y reaccionaria, como en Siria, o incluso mediante la instauración de regímenes dictatoriales “reimaginados”, como en Egipto.
Mencionaste que la Primavera Árabe también estuvo motivada por los efectos de la crisis capitalista de 2008. ¿Antes de eso había indicios de que podía producirse un proceso tan agudo de lucha de clases?
Por supuesto. La Primavera Árabe no surgió de la nada. Incluso antes de 2008 el coste de la vida estaba aumentando enormemente en la región, ante la crisis de la especulación alimentaria. Para que tengan una idea, desde agosto de 2005 hasta noviembre de 2007, el precio del arroz aumentó continuamente alcanzando la marca del 50 %. A principios de 2008, la subida de otros productos básicos creó un clima de inseguridad, anticipando en cierta medida los efectos de la crisis económica, y fue responsable del aumento del 140 % del precio del arroz, incluso con una producción récord en 2007 y sin un aumento significativo de la demanda. Mientras los precios de los alimentos se disparaban, los acuerdos comerciales altamente neoliberales obligaban a los países de la región, como Egipto, a exportar su producción de alimentos a precios reducidos, en tanto se hacían cada vez más dependientes de las exportaciones. El resultado fue una explosión de “Revueltas del Hambre”, como se conocieron entonces las protestas en varios países, que ya presagiaban lo que estaba por venir.
Y en la lucha de clases también había señales de que algo se avecinaba. Quizá el ejemplo más importante fue el de las huelgas textiles. La industria textil en Egipto siempre ha ocupado un lugar destacado en la economía e, incluso, es de propiedad estatal. Pero desde los años ochenta sufría pérdidas de productividad, que alcanzaron su nivel más bajo en 1999, aun en comparación con los países vecinos, Túnez y Turquía. La debilidad del parque industrial egipcio se reflejó en los bajos salarios y el empeoramiento de las condiciones laborales, como consecuencia de la falta de inversiones. Esta situación se vio agravada por las condiciones geopolíticas y los acuerdos con el FMI y el Banco Mundial, que exigían a cambio una aceleración de las privatizaciones.
La huelga de Mahalla se convirtió en la primera gran prueba impuesta al régimen hasta entonces incontestado de Hosni Mubarak. Defendiendo las reivindicaciones relacionadas con la mejora de condiciones de trabajo, la huelga tomó por completo la ciudad de Mahalla, transformándose en una huelga general, con la adhesión de nuevos sectores, con la ampliación de las reivindicaciones para incluir también la reversión de las privatizaciones en varios sectores durante 2005 y 2007. En el movimiento del complejo de hilatura y tejeduría Misr, en Mahalla, participaron unos 24 000 trabajadores, que consiguieron un ajuste salarial, el cual sería el primero desde 1984. Para valorar correctamente la importancia de este movimiento, hay que tener en cuenta que se produjo en pleno régimen dictatorial de Hosni Mubarak, donde las huelgas y la organización sindical eran formalmente legales, pero en la práctica se reprimían violentamente, así como cualquier manifestación política de oposición al gobierno. Tras las huelgas de 2006, en 2008 estalló un nuevo movimiento. Durante tres días consecutivos de abril de 2008 las calles de la ciudad permanecieron abarrotadas, hasta que el gobierno se vio obligado a dar marcha atrás e intentó llegar a un acuerdo con los huelguistas, prometiendo satisfacer parte de sus demandas. Los funcionarios encargados de la recaudación de impuestos se declaran en huelga por primera vez desde 1919 y la mantienen durante tres meses, celebrando una reunión nacional con delegaciones que suman 5,000 personas. Pero el conflicto que se desarrolló en Egipto, y que terminó obligando al gobierno de Hosni Mubarak a hacer concesiones, no fue meramente redistributivo. También se opuso a la candidatura del hijo de su hijo, Gamal Mubarak, en las elecciones presidenciales y como miembro más veterano del entonces gobernante Partido Nacional Democrático, como se detalla en el capítulo 3 de este trabajo. De este modo, dicho proceso constituyó una anticipación de la Primavera Árabe, al expresar, por un lado, que el miedo al régimen empezaba a dar paso a un sentimiento de insatisfacción popular y que las demandas económicas relacionadas con el aumento de las desigualdades sociales y el empeoramiento de las condiciones laborales se combinaban con las demandas políticas.
En Túnez, las manifestaciones de 2007 tuvieron lugar en las regiones mineras de Gafsa, Redeyef, Umm Al Arais, Mdhila y Métalaoui, poco pobladas, con unos 100 000 habitantes en total. La Compañía de Fosfatos de Gafsa (CPG), que en su día fue la quinta del mundo, en una empresa estatal que se adelantó a la minería, principal empleadora de la región, y que en la última década ha llevado a cabo un plan de reestructuración que ha reducido la plantilla en un 75 %. Esto aumentó el desempleo y la pobreza en la región, lo que desencadenó las manifestaciones cuyos principales protagonistas fueron los jóvenes desempleados. En los movimientos anteriores a la Primavera Árabe en Túnez, el rasgo distintivo fue la pluralidad de las formas organizativas que adoptó el movimiento. En Redeyef, los representantes de la central sindical UGTT apoyaron el movimiento, pero los mineros de la CPG se negaron a unirse a las protestas. Las autoridades regionales, en un intento de apaciguar la movilización, prometieron atender la demanda de creación de empleo, lo que efectivamente no ocurrió. De tal manera que, poco después, detuvieron a algunos miembros de las manifestaciones, lo que aumentó la indignación popular hasta que, en junio, cuando la muerte por represión policial inflamó aún más los sentimientos y en un intento por recuperar la imagen del gobierno, el presidente Ben Alum denunció a la dirección de la CPG por corrupción, destituyendo a su director y al gobernador de Gafsa. Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de cómo se ha movido la clase obrera en la región.
Y durante la Primavera Árabe, ¿cuáles serían los aspectos más importantes que destacaría en relación con su dinámica, qué papel jugaron Estados Unidos, y otros imperialismos, y cómo influyeron en los resultados?
Desde el punto de vista de la dinámica de la Primavera Árabe, el movimiento egipcio fue el que más puede considerarse un ensayo revolucionario, aunque haya sido derrotado. La primera fase de la Primavera Árabe, que se consideró marcada por la dinámica revolucionaria de las manifestaciones populares contra los regímenes en funciones, tiene su cumbre en Egipto, que expresa una transformación de calidad, con la ocupación de la plaza Tahrir hasta la caída de Hosni Mubarak.
Grosso modo podemos caracterizar la Primavera Árabe en tres fases distintas. La primera marcada por los levantamientos populares y la expansión del movimiento a varios países de Oriente Medio y el Norte de África que comienza a finales de 2010 y se extiende hasta agosto de 2011. La segunda, que va de agosto de 2011 a principios de 2012, marcada por la intervención de la OTAN en Libia y la adopción de la política de Estados Unidos de postularse como partidario de las transiciones democráticas en Egipto y Túnez. La tercera fase se abrió durante 2012, cuando se produjo la transición egipcia entre el gobierno de los Hermanos Musulmanes y la crisis abierta que culminó con el golpe cívico-militar de 2013, pasando la situación siria a primer plano, interesas y frentes de combate, en los que participan Rusia y Estados Unidos y posteriormente la lucha contra el Estado Islámico.
El imperialismo estadounidense y sus aliados actuaron en cada momento de la Primavera Árabe para derrotarla, aunque no siempre exentos de crisis internas. Los resultados de la intervención de la OTAN sobre el resultado de la Primavera Árabe en Libia son el aumento de la pobreza, la división del país, la disputa y las tensiones entre clanes y tribus. De un potencial proceso revolucionario con participación popular, lo que siguió fue la inmersión de Libia en una situación marcada por una guerra civil en la que los clanes, las organizaciones islámicas y las potencias imperialistas son los principales actores.
Las principales líneas de respuesta de Estados Unidos correspondientes a cada uno de estos momentos de la Primavera Árabe, también añadirán diferenciaciones sobre cómo trató cada uno de los procesos en particular. Dialécticamente, estas respuestas influyeron en la dinámica global de la Primavera Árabe, permitiendo ofensivas militares e imperialistas directas, como en el caso de la OTAN en Libia, o intervenciones más parecidas a la yuxtaposición de guerras, como en el caso de Siria, y también expresaron transformaciones en la política exterior y el pensamiento estratégico de Estados Unidos.
En 2012, con la intervención de la OTAN en Libia, la injerencia de Estados Unidos se amplió con la intención de desempeñar un papel en una política de apoyo a las transiciones de régimen. Así terminó la política de priorizar las acciones económicas o diplomáticas que EE. UU. y sus aliados que habían adoptado al principio de las revueltas y, también, cerró la primera etapa de la Primavera Árabe. Desde entonces, la guerra civil siria y la instrumentalización de la transición egipcia, que marca toda la segunda etapa, ya con la degeneración de la situación siria, y la expansión del Estado Islámico, igualmente cumplió un papel contrarrevolucionario. Y podemos considerar a efectos de delimitación que existe la tercera fase, que marca el final de la Primavera Árabe, comienza en julio de 2013, con el ascenso de la dictadura cívico-militar en Egipto, pasando por la intervención rusa en Siria en 2015. Es en ese año cuando la dinámica queda demarcada por la degeneración de las revueltas sirias en la actual guerra civil y la desintegración estatal de Libia, que se ve dividida entre varios clanes y tribus, lo que ha desmantelado su sistema de gobierno.
El símbolo del proceso revolucionario de la Primavera Árabe fue la ocupación de la plaza Tahrir en Egipto, ¿por qué?
Desde el punto de vista de la lucha de clases, contrariamente a la idea propagada durante la campaña de George W. Bush contra el terrorismo en la década de 2000 de que los países árabes tenían como denominador común una especie de vocación al fanatismo religioso, Egipto tenía una larga tradición de movimiento obrero. La explosión de un poderoso movimiento de masas en Egipto, después de que las manifestaciones tomaran las calles de las capitales de Túnez, Libia y Siria, no fue una sorpresa. El descontento por la dictadura de Mubarak llevó a la ocupación de la plaza Tahrir del 25 de enero al 11 de febrero de 2011. Fueron días de intensa lucha de clases, con batallas callejeras en las principales ciudades del país, concentraciones en plazas que antes sólo podía ocupar la policía. Diversos sectores componían los movimientos, no sólo los Hermanos Musulmanes, que serían elegidos en las primeras elecciones tras la caída de la dictadura de Mubarak, sino también grupos del nuevo activismo digital, como “Todos somos Jaled Said”, articulado desde Facebook y que había adoptado el nombre de un niño asesinado por la policía, y el Movimiento Juvenil del 6 de Abril, formado en apoyo de las huelgas que tuvieron lugar en 2008, especialmente en algunas ciudades industriales de la región del Delta. Vinculado a esto, otro grupo activo en las manifestaciones del 25 de enero de 2011 eran miembros de nuevas organizaciones de izquierda. El movimiento se expande y culmina con la caída de la odiada dictadura, que el mundo entero observa con emoción.
Pero que, sin embargo, no ha conseguido avanzar más…
Exactamente, por muchas y complejas razones también. Las fuerzas armadas, que están profundamente arraigadas con la burguesía egipcia, al ser accionistas de varias empresas y haber actuado como base de la dictadura en décadas anteriores, no reprimen a los trabajadores y a la juventud, sino que pretenden apoyarlos. Estados Unidos hace lo mismo y adopta una verborrea demagógica de "apoyo a los levantamientos por la democracia". De este modo, ambos están protegidos. Los Hermanos Musulmanes, la única oposición con cierta fuerza durante los años de Mubarak, ganaron las primeras elecciones tras la caída de la dictadura, pero no responden a las reivindicaciones que llevaron a la Primavera Árabe, como garantizar una perspectiva para la juventud, las libertades políticas y, en cambio, intenta establecer una Asamblea Constituyente religiosa que le daría poderes casi absolutos. En 2013 se produjeron nuevas manifestaciones y, como consecuencia, el gobierno de los Hermanos Musulmanes fue derrocado; sin embargo, quien llegó al poder fue uno de los generales más importantes de las fuerzas armadas, Fatah Abdel Al-Sissi, que estableció una dictadura tan o más violenta que la anterior encargada de ejecutar a cualquier oposición. Desde el punto de vista económico, es un régimen igualmente servil al imperialismo y extremadamente neoliberal.
Son muchos los factores que llevaron a esta situación, pero el más importante es que, aunque el movimiento obrero fue muy activo en los años previos a la caída de Mubarak –y durante el proceso realizaron varias huelgas y crearon comités locales– no hubo posibilidad de que fueran el sujeto social a la cabeza del proceso; lo que podría haber abierto una dinámica revolucionaria más profunda, y forjado otras posibilidades de desenlace, quizá diferentes a la elección de los Hermanos Musulmanes, y el posterior retorno a una dictadura cívico-militar en 2013.
¿Y qué queda entonces como lección?
Hay muchos, pero yo diría esencialmente que la lección número uno es que puede parecer que las revoluciones no volverán a ocurrir y que esperarlas es una ilusión, pero de repente estalla y, en cuestión de días, o dependiendo incluso de horas, las conciencias se transforman; la realidad se transmuta hasta tal punto que todo lo que parecía eterno, como la dictadura de Mubarak, se desmorona en el aire. Creo que es muy importante que los jóvenes que ahora están despertando a la política conozcan esto, que fue el primer proceso revolucionario de nuestro siglo, y que nos hace pensar en muchas necesidades que, en ocasiones de este tipo, son imperativas; como la construcción de organizaciones políticas revolucionarias de los trabajadores. Y la otra lección es que, incluso, las derrotas enseñan, y enseñan mucho, si sabemos aprender efectivamente de ellas.
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