Clarín y los Gobiernos kirchneristas fueron parte de crear la famosa grieta. El Gobierno de Cambiemos se apoya sobre todo en el “anti K”. Las movilizaciones del 14 y 18 de diciembre pusieron en cuestión esa grieta: ¿comenzó a aparecer una grieta de clase?
Jueves 28 de diciembre de 2017 10:12
“Un monopolio no puede resistir tres gobiernos populares”, rezaba una consigna de La Cámpora, allí por 2011. La candidatura de Cristina venia de sacar el 54% de los votos y la juventud K, aspiraba a una radicalización de la disputa mediática con Clarín. La educación oficialista, en programas afines y canales gestionados por amigos (como Cristóbal López), rezaban que contra la “cadena del desánimo” de Clarín, debía construirse una especie de contra hegemonía cultural (algo heterodoxa ya que provendría del propio Estado), que se dedicase a valorar cada una de las medidas de gobierno a favor del pueblo, al tiempo que se cuestionaba el abordaje mediático de “la corpo” en todo lo referido a la gestión Nac & Pop.
El tiempo pasó y en 2015 asumió un gobierno de CEO´s, cuya alianza con el grupo Clarín y las corporaciones mediáticas más grandes del país, es más que evidente. La foto de la fusión entre Cablevisión y Telecom, un negocio garantizado por el gobierno, de unos 80 mil millones de pesos, retrata bien la situación. Sin embargo, muchos seguidores de aquel kirchnerismo de la batalla cultural, pretenden sobre estimar este hecho, y atribuir a la capacidad mediática del gobierno su poder real, y su capacidad de confundir a millones sobre sus verdaderos planes. ¿Cómo sigue el razonamiento? Se trata entonces, para ellos, de volver al Estado, para continuar esa pelea. Solo desde allí se puede enfrentar al torbellino clarinesco y tener “los fierros mediáticos” para combatirlo.
Ficción y realidad
La realidad indica que los medios solo reproducen una política que se desarrolla en otros planos, más tangibles, más reales. No son más que la “continuación de la política por otros medios”, valga la redundancia. ¿Y cuál es esa política? La de un gran ajuste que está queriendo hacer pasar el gobierno de Cambiemos sobre toda la clase trabajadora, empezando por los jubilados, para lograr su objetivo de “reducir el costo laboral”, que no es más ni menos que hacer enormes transferencias de riqueza de los trabajadores a la clases capitalistas.
Y eso no entra sólo por los ojos de los trabajadores, entra por los bolsillos, por los nervios, por las incertidumbres, por la memoria colectiva de aquel 2000/2001 en donde quisieron hacer lo mismo y fueron los trabajadores los que la pagaron. Pero también fue allí donde se escuchó “que se vayan todos”. Fue en las calles, en las jornadas del 19 y 20 de diciembre donde el pueblo echó al gobierno de De la Rúa y donde se desarrollaron asambleas populares y métodos de acción directa.
Fueron los gobiernos kirchneristas los que reconstruyeron la legitimidad de las instituciones de la democracia para los ricos. Son éstas instituciones las que defendió Cristina en la Cámara de Senadores, cuando cuestionó “ciertos mecanismos” que pueden dejar de darle representación popular a las instituciones. Pero ¿a qué le llama representación popular? Es a esta democracia, a éstas instituciones, a éstas cámaras, las que representan al 0.8% de la población, a los empresarios y los gerentes. El pasado 18 de diciembre quedó claro ante los ojos de millones que los que gobiernan son una casta de políticos a favor de los empresarios, a costa de la vida de millones de jubilados, pensionados y trabajadores.
Frente a estos avances de la clase capitalista los relatos se empiezan a difuminar. Empiezan aparecer más fantasiosos y traídos de otro tiempo. Aquella Cristina hablando del golpismo de Clarín, parece ponerse color sepia, cuando la contrastamos con la actual, que mantiene un silencio stampa, frente a la brutal avanzada represiva del gobierno. Ni que hablar de aquel Scioli que en 2015 (el famoso “mal menor” para muchos) prometía trabajar para los más humildes, y ni siquiera se presentó para votar en contra de la reforma previsional.
Pero no asombra, porque son ellos los que mantuvieron las bases del Estado capitalista y los que quieren volver para seguir administrando el Estado en beneficio de una minoría, dándole migajas al pueblo pobre y a los trabajadores. Para los que peleamos por otra sociedad que esté organizada sobre las necesidades de las mayorías trabajadoras y populares, se trata de que los trabajadores organizados de manera independiente destruyan el Estado existente, creando nuevas instituciones radicalmente diferentes.
Marx planteaba en el Manifiesto Comunista que esa máquina (el Estado), debía ser reemplazada por los trabajadores organizados como clase dominante, mediante la conquista de una verdadera democracia de las mayorías. En este mismo sentido, hace más de 100 años Lenin nos recuerda que “En vez de instituciones especiales de una minoría privilegiada, la propia mayoría puede desempeñar directamente todas estas funciones y cuánto más desempeñe el pueblo en su conjunto las funciones del poder, menos necesaria es la existencia de dicho poder (…) La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo, el teléfono; etc. y sobre esta base la gran mayoría de las funciones del antiguo ‘poder estatal’ se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, archivo y verificación que pueden ser fácilmente desempeñadas por cualquiera que sepa leer y escribir, pueden muy fácilmente ser desempeñadas por un ‘salario obrero’ corriente y esas funciones pueden (y deben) ser despojadas de toda sombra de privilegio, de todo carácter ‘jerárquico’.”
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“Unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode, se jode”.
En las jornadas del 14 y 18 de diciembre, empezó a sonar un canto. A viva voz y con orgullo, miles de jóvenes y trabajadores decían que nos unamos. Pero no de cualquier manera. Que nos unamos los que somos de la misma clase. Los que no somos como ellos, los CEO´s que gobiernan el país. Los que atienden personalmente el negocio de los capitalistas con todas las herramientas del Estado, su Policía, sus leyes impopulares, su justicia obsecuente, sus aprietes parlamentarios, en fin, su democracia para ricos. Sin ir más lejos, después de aprobada la reforma previsional Marcos Peña fue reconocido como empresario del año por la revista Forbes.
Frente a la oxidada grieta mediática que hace pasar un fuego artificial por un arma nuclear, empezaron aparecer grietas de clase. Mientras las televisiones de los bares en Av Corrientes mostraban a “los violentos”, miles marchaban del otro lado de las vidrieras, en las calles, sabiendo de la represión enorme de la tarde. Sabiendo también que el paro trucho de la CGT los obligaba a ir al día siguiente al laburo ( y ya eran como las 12 de la noche!).
Mal que le pese a Cambiemos, y a Unidad Ciudadana, no se escuchó en ningún cacerolazo “vamos a volver”. Se escuchó la verdadera grieta, la grieta de clase.
Ese canto se tiene que desarrollar. La unidad de los trabajadores implica superar a las burocracias traidoras que los quieren dividir. Implica empezar a organizarse, porque esa fue una primera pelea de los trabajadores, pero luego tendremos que llegar mejor preparados a la reforma laboral que quieren imponer. Y nos tenemos que organizar en cada lugar de estudio y de trabajo, porque allí también nos van querer atacar. ¿Y a quien más no le gusta esta unidad? A los partidos de los capitalistas, a los gobernadores y diputados del PJ, a los que nos quieren desmovilizar y desorganizar. La mejor forma de decirles “se joden, se joden”, es empezar a hacer nuestra política, organizarnos, y abrir esa grieta, mostrando que de este lado estamos las inmensas mayorías del país, y que del otro un pequeño grupo de empresarios reza porque no nos unamos.
Es el momento de organizarse en agrupaciones como las que impulsa el PTS/FIT en cada lugar de estudio y de trabajo, para exigirle a las conducciones de los centros de estudiantes y de los sindicatos que organicen un plan de lucha contra las reformas de los empresarios. Son esas agrupaciones las que plantean la necesidad de un gobierno de los trabajadores, un gobierno donde lo que rija no sean las ganancias, y donde se exprese la máxima democracia para las mayorías explotadas y oprimidas.
Gabi Phyro
Historiador. Miembro del Comité Editorial de Armas de la Crítica