De 50 a 300 masacrados; Este es aún el incierto saldo de la matanza perpetuada por sectores de empresarios ingleses, el ejército y civiles en el año 1906 contra los trabajadores del ferrocarril en Antofagasta.

Sebastián Castro Director Colegio de Periodistas Antofagasta
Viernes 6 de febrero de 2015
“Surgió una “Guardia de Orden” que, unida a los marinos del “Blanco Encalada”, permitió a la muerte devorar, tranquilamente, un espléndido racimo de corazones...” (Andrés Sabella en “Norte Grande”)
Esta fecha reivindicativa se enmarca luego del ascenso del movimiento obrero en chile en 1890, que comenzó en la huelga general la cual se extendió en julio del mismo año por Tarapacá, Antofagasta y Valparaíso, siendo producto de la combinación de varios factores. Entre ellos se encuentra la desvalorización de los salarios, la crisis económica nacional del periodo (alentada por la crisis económica mundial de los años 1873-96) y una importante división política en el seno de sectores empresariales (ingleses principalmente), la generalización de las protestas obreras, por ejemplo en contra del sistema de pago en fichas.
La baja del precio del salitre a fines de 1889 y el intento de los patrones por hacer caer la crisis sobre los trabajadores, un aumento de los índices de cesantía entre otros elementos fueron también parte importante del desarrollo de este descontento que bien Luis Emilio Recabarren afirmaba como una “pampa con olor a pólvora”.
Así también, las huelgas de Valparaíso (1903) y Santiago (1905) antecedieron al Febrero Antofagastino. Tampoco serían las últimas, Iquique (1907), Magallanes (1920), San Gregorio (1921), Ránquil (1934), entre tantas que expresaban este nacimiento de un movimiento obrero combativo con gran influencia de sectores anarquistas como socialistas de la época.
La masacre
Corría el año 1906 y en las empresas ferroviarias existía un profundo descontento: los trabajos extenuantes, la sobreexplotación y los bajos salarios decantaron en un proceso que exigía algo no tan lejano en nuestros días: la media hora de colación, debido al poco tiempo con el que contaban entre “descansos” (largos viajes a pie desde sus hogares hasta el ferrocarril). A esto se le sumaba la reprimenda por parte de los empresarios a sus atrasos.
El salto de las “sociedades de socorro mutuo” que cubrían aspectos económicos de la vida de los trabajadores bajo distintas circunstancias daba el salto a convertirse en “mancomunales” y “sociedades de resistencia” lo que le imprimió un contenido ideológico más notorio a las asociaciones obreras.
Ante esto, y dirigidos por personalidades socialistas –principalmente- se corrió la voz de parte de la “mancomunal de obreros de Antofagasta (fundada en 1903) el llamado a la huelga general y la lucha por las mejoras económicas –y en última instancia- y sociales. Su primer directorio conformado por Anacleto Solorza, Antonio Cornejo e Ismael Muñoz a través de su folleto “El Marítimo” tuvo como gran tarea la organización de estas jornadas callejeras. Aun así, era evidente la influencia anarquista en sus artículos, redactados principalmente por I. Pelegrini Lombardozi, reconocido ácrata de principios de siglo.
Ya a finales de enero la huelga se había ganado gran adhesión: marítimos, ferroviarios, salitreros, operarios de las fundiciones y diversos gremios de la pampa habían respondido al llamado. Se levantó un comité de huelga conformado por agitadores los cuales en una reunión con Mapleton Hoskins –administrador de la empresa ferroviaria- no fueron reconocidos por no ser parte de la compañía. Un día después, y luego de un relevo de intermediarios, Hoskins acepta la propuesta de la media hora, pero solo a cambio de aumentar el horario de trabajo en media hora en la jornada vespertina.
Esto solo tensiono la situación.
Ante una nueva circular, más asociaciones obreras se hacían parte del proceso. 6 de Febrero fue la fecha elegida para la concentración. Sin embargo, y al no estar dispuestos a dar su brazo a torcer, los empresarios ingleses organizaron la denominada “Guardia Civil” –bajo el alero del Club de la Unión- compuesta principalmente por hijos de comerciantes –en su mayoría españoles- que veían en un el mitin, un problema que solo podría resolverse tras la aplicación de la fuerza –y las armas-. Este nuevo grupo solicitó armas y la autorización del aquel entonces intendente de la región, Daniel Santelices. No se hizo esperar. Sumado a esto se requirió también la intervención del regimiento “Esmeralda” y el buque “Blanco Encalada” que durante esos días casualmente se encontraba en costas Antofagastinas.
Llego el día. Obreros y obreras asistentes (incluso familias completas) rondaban la media de nomas de 25 años de edad. (El asesinado de más edad contaba solo con 32 años). A pesar de que la concentración estaba realizada para las cuatro de la tarde, los trabajadores comenzaron a movilizarse desde temprana hora agitando su huelga.
Luego de pequeñas acciones contra el ferrocarril como algunos apedreos a sus dependencias, el clima agitado se asentó en las mediaciones de la plaza de armas local, llamada la “Plaza Colón”. Agitadores comienzan sus discursos, mientras las guardias empresariales, el ejército y sus buques se apostaban en puntos estratégicos. En cosa de minutos, las ráfagas de ametralladoras colmaron la plaza, causando el pánico instantáneo de los trabajadores y trabajadoras que se encontraban en el lugar. La muerte lentamente, podía devorar los corazones.
Esta matanza se podría considerar el ensayo general de lo que fue la masacre de la escuela de Santa María en la ciudad de Iquique, realizada un año después y lo que logro en gran medida –pero parcialmente- cercenar el nacimiento del movimiento obrero a principios de 1900.
Luego de la masacre, el 7 de febrero, el odio de la multitud decanto en linchamientos (como el de Richard Rogers, inglés, que por razones de la historia no tenía ningún vínculo con la masacre), asesinatos como el de esposo de Eloísa Zurita (de apellido Vergara), precursora del feminismo nortino, así como el incendio de la calle Arturo Prat y Matta. (Actuales principales arterias comerciales de la ciudad de Antofagasta) donde cuentan algunos, los obreros en su rabia cortaban las mangueras de los bomberos que intentaban apagar las llamas. El odio obrero tuvo su revancha aquel día.

Sebastián Castro
Periodista Audiovisual