El 7 de julio se cumplieron 30 años del estreno de Unforgiven, "Sin Perdón" o "Los Imperdonables" como también se tradujo, una de las más formidables obras de Clint Eastwood. Una película en la cual se expresa la ideología de derechas del autor, que sometida a una complejidad narrativa y argumental, muestra al individuo moderno y su voluntad, como el único gran encargado de cambiar su propio destino, y cumplir la ley en los márgenes de la institucionalidad.
Jueves 11 de agosto de 2022 05:31
Cuando Clint Eastwood comenzó a trabajar en “Sin perdón”, el género western llevaba consigo una creciente desaparición de la industria cinematográfica. Un declive, que por cierto, se venía arrastrando durante décadas.
Siendo el género cinematográfico a nivel de masas, por excelencia de la sociedad estadounidense durante los años 40’ y 50’, la realidad resultaba ser bastante diferente a comienzos de los 90, donde si bien éxitos como “Bailando con Lobos”, lograron instalarse como una excepción dentro del circuito hollywoodenese, el ocaso se siguió desarrollando de manera implacable.
Pero es precisamente esta muerte del Western, la que pareció haber encontrado a uno de sus mejores representantes, a quien encargarle su funeral y sepultura. Así, a través del atormentado forajido William Munny -interpretado magistralmente por Eastwood- logramos ver casi como un mito dentro de un mito, el crepúsculo infernal del Cowboy, pasando de la glorificación arquetípica del héroe, a la conflictiva expiación de una vida llena de vicios y crímenes.
Sin embargo, como sabemos, el cine de Clint Eastwood, quien también es conocido dentro del espectáculo, como una artista representante de la derecha “libertaria”, expresa en su contenido una serie de problemáticas relacionadas a la condición humana, en la que sus personajes son constantemente arrojados a situaciones sumamente difíciles de afrontar. Y es, en general, el individuo -más allá de “lo bueno y lo malo”- la persona idónea para encarar los grandes dramas sociales. Esto, en contraposición a las formas de sociabilización institucionalizadas de la sociedad moderna, las que parecieran operar en contra de la libertad y bienestar de los propios ciudadanos.
Es en este sentido, que la película con guion de David Webb Peaoples, y que Eastwood no se atrevió a dirigir durante décadas, a 30 años de su estreno en la pantalla grande, nos permite analizar su relevancia respecto a lo político, en aquellos matices que componen una suerte de triada entre individuo – sociedad civil – Estado.
¿De qué trata Sin perdón de Clint Eastwood?
“Sin perdón”, película icónica del género que se ha denominado como “western crepuscular”, obedece a una estructura narrativa heredera de la transición del cine clásico al moderno, pero que a su vez, en el relato, pareciera saldar cuentas con la mitología proveniente de un cine extinto, y que por medio de la melancolía y la desesperanza, logra politizar la condición humana y las relaciones sociales.
Un film que cuenta la clásica historia de vaqueros, quienes cumpliendo la función de anti-héroes, deben recorrer un largo camino hasta alcanzar su objetivo, materializado en la típica recompensa en dinero. Sin embargo, por medio de un conjunto de elementos de carácter político y moral, consigue entreverse el nivel de descomposición social en distintos pueblos y localidades al sur de Estados Unidos, posterior a la denominada Guerra de Secesión.
Ambientado en 1880, en el pueblo de Big Whiskey, Wyoming, es el relato sobre un grupo de prostitutas que se organizan tras la agresión a una de ellas, llevándolas a clamar justicia para la joven atacada, y la muerte para los responsables del crimen. Y es precisamente este leitmotiv, el que nos permite entrar en la historia William Munny, un ex forajido y reconocido criminal, quien logró dar un giro a su vida, luego de conocer a su fallecida esposa, y que en el ocaso de su vida, le aparece una oportunidad para ganar algo de dinero, y dar un “mejor vivir” a sus hijos.
Una revisión del western y el ocaso de los héroes clásicos
Como heredera de aquel punto de inflexión en el Western de comienzos de los 60’s, la película se desprende de los cánones del cine de acción clásico, dando énfasis al posicionamiento político de sus personajes, en un momento histórico y situación determinadas, en que vemos el ocaso de los anti-héroes, devenidos ex forajidos –a excepción de Kid-, pero que se suman a una última acción en busca de dinero.
Este será la motivación contenida en la película, pero que en cierta manera cumple simplemente la función de un vehículo o un medio, para hablarnos no del conflicto que se presenta en sí como una cuestión de justicia, sino en las transformaciones vividas en la sociedad, en que delincuentes como William Munny, criminal, alcohólico y asesino de mujeres y niños, se han convertido en tranquilos campesinos, y los jóvenes como el novato Scofield, les conocen a través de insólitas historias de tíos y familiares. Una justicia rudimentaria en la que prostitutas no tienen derechos, siendo cosificadas igual que al ganado, y donde la libertad existente en distintas localidades del país, se encuentra en manos de Sherif inescrupulosos como Bill, quien se la pasa todo el día construyendo una casa donde asentarse para mirar el atardecer.
En este sentido vemos como Eastwood, por medio del guión de David Webb Peoples, junto con introducirnos brevemente en la biografía ficticia de William Munny, nos presenta desde un comienzo el conflicto que atraviesa todo el film: la primitiva organización de las comunidades en Estados Unidos de posguerra, la libertad de los individuos marcados por la raza, género, y condición social, y las cicatrices que deja la historia en los propios sujetos. Se visualiza en este aspecto, el revisionismo propio del cine pre-moderno formulado por autores como Douglas Sirk o John Ford, quienes en la década de los 60’s revitalizan el género, dándole una tonalidad mucho más madura e introspectiva.
A propósito de esta cuestión del “western crepuscular”, tal como señala Bou (2002):
"Paralelamente a esta tendencia que exacerba los principios que hasta entonces habían fundamentado el clasicismo, llegando a cuestionarlos, se desarrolla otra que llamaremos “crepuscular”, en la que algunos autores norteamericanos más relevantes de las décadas anteriores, que han vivido el desarrollo del aparato clásico y han participado con vigor único en su formación y esplendor, miran hacia atrás y tiñen sus últimas obras, sino de una crispada autorreflexión formal (…) sí de una peculiar y única nostalgia respecto a un universo narrativo, que lúcidamente ven, a las puertas de la década de los 60, empezar a declinar.” (p.71)
En el caso de Eastwood, que más bien formó parte de aquel periodo transicional del cine clásico al moderno, con el boom de otro subgénero conocido como el “spaghetti western”, es sin duda uno de los referentes más experimentados para desmenuzar, quizás de manera demasiado nostálgica, este género que gozó de tanta popularidad. Así, el autor reflexiona sobre los clásicos cánones del Western, en una clave profundamente nihilista y melancólica. Claramente una mirada diferente del western al que nos tiene acostumbrado con sus papeles; eternos vencedores, que de alguna u otra manera consiguen salirse con la suya, o simplemente zafándose de una aparente fatalidad.
Sobre lo mítico del western como una vía hacia lo político
Desde sus inicios el western como género cinematográfico se gestó como el medio predilecto para contar ficciones relacionadas a la historia de Estados Unidos, estando inscrita una profunda raigambre folfklórica del Oeste. Como refiere Bazin (2004) “Estos atributos formales, en los que se reconoce de ordinario el western, no son más que los signos o los símbolos de su realidad profunda, que es el mito.” (p.245)
En el caso de "Sin Perdón", podríamos considerarlo como una apuesta desmitificadora, tanto de los aspectos formales del western a través de su lenguaje cinematográfico, como también de los clásicos arquetipos del “lejano oeste”. Y en este caso es que se deja ver la visión del liberalismo de Eastwood, pero que no es entregada de una manera fácil y burda, sino siempre desde la disyuntiva de los protagonistas, presionados por la complejidad de las circunstancias. Prostitutas pisoteadas por instituciones protoestatales que detentan el poder de la ley que separa a los ricos de los pobres, pistoleros solitarios que se asocian espontáneamente buscando como ganarse la vida, el individuo que buscando redimir su vida no puede escaparse a las atrocidades de su pasado, dejándole cicatrices. Todos estos elementos que Eastwood consigue plasmar por medio del western, nos hablan directamente de su visión del mundo, en que toda forma de poder que condiciona y restringe las libertades de los ciudadanos, simple y llanamente se dirige al precipicio de la corrupción y el despotismo. Y el individuo, por el contrario a pesar de ser un cruel asesino, una prostituta, o un simple granjero que dejó el alcohol, siempre tendrán la opción de decidir, aunque resulte bastante idealista y absolutamente contradictorio, en los marcos del capitalismo. Dejar que las cosas se mantengan como están, o hacer algo por cambiarlas, aunque esto no quiere decir que sea una cuestión sencilla. Esto se visualiza permanentemente por medio de las historias contadas por los personajes; personas a las que William Munny asesinó, los relatos del Inglés Bob, e incluso del mismísimo Bill, donde la figura del escritor Beauchamp, es otra clara señal del carácter mítico que encierra la propia película.
Conclusiones
Con el guion de Webb Peoples, Eastwood se adentra en el ocaso de western, para contarnos sobre un modelo de sociedad que se inscribe tras la devastación de la guerra civil, y una forma de progreso que acarrea grandes contradicciones, y temáticas espinosas de ser tratadas, en materia de derechos sociales, e incluso humanos.
En este sentido se asemeja al modelo de transición del cine clásico al moderno, en el que la complejidad psicológica y ética en la construcción de los personajes, se contrapone a la mítica figura del joven pistolero, enmarcada en las consecuencias de los conflictos beligerantes al interior de la sociedad norteamericana, y que decantan en el crimen de la joven Delilah, a manos de un cliente colérico, junto a su compañero.
Al igual que en el cine de John Ford, que mira atrás visualizando el ocaso del western, “Sin Perdón” de Clint Eastwood posee una clara cualidad de retrospectiva, tanto en el lenguaje cinematográfico del género, como en la narración misma sobre la cual se construye la historia. Deslindando la acción y la aventura del clásico film de pistoleros, para dar paso a una batería de anécdotas dignas de ser contadas entre fogatas, descansando entre los pastizales, o cabalgando camino a la responsabilidad. Aquellos héroes y bandidos como William y Ned, devenidos en sencillos granjeros, o policías locales como Little Bill, quienes buscan seguir con su vida, pero que no pueden dejar de aferrarse al pasado.
Los paisajes y encuadres que mantienen la historia en un suspenso contemplativo, como una mera excusa para conocer más sobre los personajes, de la reputación que se han hecho con el transcurrir de los años, y la mirada puesta en novatos como Scofield, que aparentando rudeza, necesita saber si está hecho del material, para la vida de forajido. El mito del camino del héroe, encarnado en William Munny, pero quedando en este caso, en suspenso.
Una de las obras fundamentales del director norteamericano, en la cual puede entreverse los problemáticas y disyuntivas que generalmente busca exponer a través de sus realizaciones, con un mensaje liberal que pareciera presentarse soterrado, pero consiguiendo expresarse por medio de tensiones y contradicciones a la que son sometidos sus protagonistas.
El último aliento del western, que si bien podemos incluso encontrar en una serie de producciones actuales, estas se encuentran lejos de volver a generar y alcanzar lo que intentó Eastwood, los límites y contradicciones de su propia ideología de derechas, bajo el crepúsculo desmitificador del western.