La masacre de Sabra y Shatila fue una de las más brutales de la historia de Medio Oriente. Sucedió hace 32 años, cuando al atardecer de un 16 de septiembre de 1982, las milicias falangistas libanesas (de origen cristiano maronita) en un plan acordado con el Ejército israelí, irrumpieron en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, al sur de Beirut, en el Líbano.
Jueves 18 de septiembre de 2014
Comandados por Elias Hobeika, los falangistas tenían la orden de “limpiar los campos”. Y así lo hicieron. Las milicias libaneses dispararon contra todo lo que se movía. Torturaron, violaron y ejecutaron a familias enteras.
Se calcula que fueron cerca de 3.500 los asesinados, pero la realidad es que nunca se podrá determinar la cifra exacta porque además de las casi 1.000 personas enterradas en fosas comunes, una gran cantidad de cuerpos quedaron sepultados bajo edificios derribados con topadoras israelíes. Cientos de personas fueron sacadas vivas de los campos en camiones, para nunca regresar.
El verdadero director de esta carnicería fue el entonces ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon, al mando del Ejército sionista. Israel había invadido y ocupado el Líbano el 6 de junio de 1982, tres meses antes de la masacre de Sabra y Shatila, en lo que se conoció como “Operación Paz para Galilea”. Y, como desde la creación del Estado de Israel en 1948, la paz para los sionistas significa la liquidación sangrienta del pueblo palestino y su lucha.
La resistencia palestina, organizada políticamente en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, del difunto líder Yasser Arafat), tenía base fundamentalmente en los campamentos de refugiados del Líbano, donde sobreviven al día de hoy centenares de miles de palestinos que fueron expulsados de sus tierras con la fundación de Israel. En los campamentos, los refugiados carecen de todo: allí escasea el alimento, la electricidad, el gas, el agua.
La ocupación israelí al Líbano había significado la matanza de 18 mil palestinos y libaneses a manos del Ejército sionista; sin embargo, argumentando que en los campamentos de refugiados “había más de 2.000 terroristas” Ariel Sharon ordenó rodear Sabra y Shatila con el Ejército israelí, de modo que quedaran literalmente sellados, y que no pudiera entrar ni salir ninguno de sus habitantes. Esto sucedió el 15 de septiembre de 1982. Al día siguiente, los falangistas irrumpieron en los campamentos que habían sido previamente bombardeados por los israelíes, mientras la “limpieza” se estaba llevando a cabo era alumbrada por proyectiles de iluminación nocturna y potentes reflectores del Ejército sionista para facilitar la tarea de las milicias libanesas.
La masacre de Sabra y Shatila permanece impune. No hay uno solo de los responsables condenado, ni siquiera juzgado, al punto que Sharon, máximo culpable, fue electo como primer ministro de Israel en 2001 y falleció en enero de este año sin ningún tipo de castigo por las atrocidades cometidas. Es una de las muestras más aberrantes de que del Estado de Israel se sostiene desde su creación en base a la matanza y persecución permanente al pueblo palestino, o como afirma el historiador israelí Ilan Pappe, en base a una persistente y sistemática limpieza étnica. Un método que sigue utilizando hasta hoy como lo vimos en la masacre sobre los habitantes de Gaza durante la reciente operación “Margen Protector”.