En febrero de 1980 en el colegio Sion de San Pablo, delegaciones de diferentes estados de Brasil fundaron el Partido de Trabajadores, novedosa experiencia de laborismo latinoamericano.
Liliana O. Calo @LilianaOgCa
Sábado 19 de febrero de 2022 00:00
Imagen Enfoque Rojo | Lula en asamblea de los metalúrgicos, 1979.
Antecedentes
El llamado “milagro económico brasilero” iniciado en 1968, a cuatro años de instalada la dictadura militar, se sustentó en un alto endeudamiento externo y en una estructura basada en la producción de bienes de consumo durables, la exportación de bienes primarios y manufacturados y en la peculiaridad de un mercado de trabajo disciplinado que, como señala Paul Singer, se encontraba “resguardado de cualquier distribucionismo prematuro que pudiera desembocar en la temida espiral de precios y salarios”. De este modo el patrón de acumulación del modelo tuvo su pilar decisivo en la superexplotación del trabajo que provocó un empobrecimiento creciente de los asalariados. En contraste, los trabajadores “del milagro” no sólo habían incrementado sus fuerzas (entre 1960 y 1980 la cifra de obreros industriales creció 3.6 veces en solo 20 años) sino que eran predominantemente jóvenes (en 1976 cerca del 49% de los obreros de las industrias extractivas y manufactureras tenían entre 18 y 30 años), con una mayor feminización en los sectores de servicios y notablemente urbanizados, concentrados en los centros industriales del sudeste del país (como San Pablo que reunía casi el 50% del empleo del sector secundario). Como señalan Michael Löwy y Gilberto Mathias (Explorador. Brasil N°2), “la emergencia de una clase obrera moderna y combativa, concentrada en los sectores más dinámicos de la industria, quebró el orden instaurado por el régimen militar desde 1964”, convirtiéndose en vocera de las demandas sociales al trazar un camino alternativo al plan de transición “gradual” a la democracia: la perspectiva de la caída de la dictadura por la lucha obrera y popular.
Crisis del milagro brasilero. Los primeros síntomas de la crisis económica y el repudio a la dictadura confluyeron en las elecciones de 1974 contra la Alianza Renovadora Nacional (ARENA), una de las siglas del bipartidismo militar, utilizando el voto en blanco o nulo o la opción del Movimiento Democrático Brasilero (MDB), aunque no se sintieran representados por este otro partido, simulacro creado por la propia dictadura. Ante este escenario, el régimen buscó formas de prevención para no perder el control político. El general Ernesto Geisel (1974-1979) inició la transición a la democracia a través de una estrategia de apertura política “lenta, gradual y segura” que como analiza Ricardo Antunes (A rebeldia do trabalho) “era el desencadenamiento de la transición para la institucionalización de la autocracia”, que se continuó con João Figueiredo en el gobierno (1979-1985), a través de una agenda de medidas que incluía la amnistía y habilitaba desde 1979 la creación de nuevos partidos.
No fueron las elecciones el único camino para el rechazo. Había comenzado un proceso de participación social más amplio de diversos sectores sociales, heterogéneo, como el movimiento estudiantil y sectores medios contra la carestía de vida y la amnistía de los presos, que desplegaron nuevas demandas democráticas y formas de lucha. Desde 1978 y 1979 se desarrolló una oleada de huelgas concentradas en las ramas industriales, con mayor resonancia en las grandes automotrices (como Scania, Ford, Volkswagen) localizadas en el área metropolitana de San Pablo, conocido como ABC paulista, que se extendió a otros sectores y que en 1980 logró una dinámica de abierto enfrentamiento a la dictadura. Se desató una enorme solidaridad en todo el país y una extendida militancia obrera desafiando la ilegalidad y la prisión de sus principales dirigentes, empezando por Lula.
El proceso de huelgas no se detuvo. Se constituyó un comité de trabajadores como dirección alternativa para seguir el conflicto, la creación de un fondo de huelga y el Primero de Mayo en el estadio de Villa Euclides más de cien mil personas se dieron cita exigiendo la libertad de los presos y en apoyo a todas las demandas. Cuando el clima antidictatorial ganaba fuerza, transformado en algo más que un movimiento de oposición, el régimen militar convocaba a Lula y los Auténticos a negociar su liberación y la restitución de los cargos sindicales. A pesar de no haber obtenido las demandas, la huelga se levanta. Sus dirigentes señalaban que se había conquistado una mayor conciencia política de la fuerza de los trabajadores, pero como señala André Barbieri (Esquerda Diário), “la estrategia de Lula, que encabezaba los ‘sindicalistas auténticos’ (...) se basó en no desestabilizar el proyecto de transición pactada de la burguesía nacional, que no aceptaba de ninguna manera que fuesen los trabajadores los que tiraran abajo la dictadura.”
Y esto habilita discutir las contradicciones del PT en formación. Si por un lado expresó la impronta de este nuevo proletariado que desafiaba a la dictadura y mostraba potencialidad para derrotarla (y pelear incluso para imponer una Asamblea Constituyente como decían las Tesis de “Santo Andre-Lins”), bajo dirección de Lula y los Auténticos quedó condicionado a la institucionalidad de la transición democrática que en 1985 se concretó con la elección de Tancredo Neves y José Sarney. La derrota de 1980 dejó a la clase obrera a la defensiva, facilitando que el régimen retomara la iniciativa. La política de limitar la confrontación a las reivindicaciones económicas bajo la defensa de la autonomía del movimiento sindical del campo político, evitó que el PT se enraizara orgánicamente en los sindicatos y comités que habían surgido en el mismo proceso. Como declaraba Lula en 1980 al Jornal L’Unitá, la individualidad del PT apuntó al objetivo de ocupar un espacio dentro de la estructura capitalista brasilera para que los trabajadores tengan voz y derecho a participar políticamente en el terreno electoral. Esto también tuvo expresión en la ambigüedad original de su programa, en el que se afirmaba el socialismo como horizonte mientras los Auténticos y otros referentes defendían “un programa para la democracia”.
De Lins a Sion
La opción para la creación de nuevos partidos que decretó el fin del bipartidismo dio impulso a distintos proyectos alentados por fracciones de la burguesía y la intelectualidad del régimen que a su manera daban cuenta de la fuerza de la clase obrera organizada. De ahí la idea de un partido popular y nacional que contuviera una visión del socialismo en su horizonte; otros que sostenían la recreación del antiguo PTB varguista apelando al arraigo y carisma del expresidente o la propuesta de intelectuales como Fernando Henrique Cardoso de crear un Partido Popular Democrático y Socialista integrado por sectores provenientes del MDB y del nuevo sindicalismo. La gran excepción fue el Partido Comunista Brasilero (PCB) que rechazó la idea de construir un nuevo partido ante la posibilidad de alterar la transición democrática.
Desde 1978 se venía discutiendo la necesidad de un partido de trabajadores a través de diferentes iniciativas entre los metalúrgicos. Una de las más relevantes tuvo lugar en el IX Congreso de los Trabajadores Metalúrgicos de San Pablo que en enero de 1979, en la ciudad de Lins, aprobó las tesis que entre otros puntos planteaba: “La historia nos muestra que el mejor instrumento con el cual el trabajador puede dar esta pelea es su partido político (…) abarcando a todo el proletariado, que luche por la liberación efectiva de la explotación (...) La apertura democrática que se está delineando no representa, ni mucho menos, el fin de la explotación a la que son sometidos los trabajadores. (...) Convencidos de que ya es hora que el trabajador tome en sus manos los problemas que actualmente angustian a la población brasileña, como una amnistía amplia, general e irrestricta, la Asamblea Constituyente democrática, libre y soberana, reforma agraria y libertad de partidos.” (Tesis de “Santo Andre-Lins”).
Finalmente en la Carta de Principios, aprobada el 1° de mayo de 1979, el proyecto del PT se delimitaba de aquellas opciones burguesas afirmando que “¡el Partido de los Trabajadores es un partido sin patrones!” Se aprobó la propuesta de Lins y hacia octubre de 1979 más de un centenar de dirigentes lanzaron en carácter oficial el “Movimiento pro-PT” en la ciudad de São Bernardo do Campo (ABC paulista), trazando un plan de ampliarse a otros estados, avanzar en el programa y los estatutos (Declaración política). Comenzó a extenderse de las fábricas a los barrios, de los sindicatos a las comunidades eclesiásticas de base; de los movimientos contra la carestía de la vida a las asociaciones en lucha por la vivienda, entre los movimientos de mujeres y negros. Aproximó distintas figuras y dirigentes provenientes del llamado “nuevo sindicalismo” y del proceso de resistencia obrera a la dictadura, de la Iglesia católica; intelectuales como Francisco Weffort, Francisco de Oliveira, Vinícius Caldeira Brandt y la participación de militantes y dirigentes políticos de diversas corrientes de un vasto espectro opositor y de la izquierda, entre los cuales el trotskismo ocupó un lugar importante.
La formación del PT se oficializó a comienzos de febrero de 1980, en el colegio Sion de San Pablo, agrupando a casi 1200 personas, de las que se calculan 400 delegados elegidos en casi una veintena de estados. En este encuentro se aprobó el Manifiesto del PT que entre otros aspectos planteaba: “La gran mayoría de nuestra población trabajadora, de las ciudades y del campo, siempre ha sido relegada a la condición de brasileños de segunda. Ahora, las voces del pueblo comienzan a hacerse escuchar a través de sus luchas. Las grandes mayorías que producen la riqueza de la nación quieren hablar por sí mismas. No esperan más que la conquista de sus intereses económicos, sociales y políticos sea dado por las élites dominantes. Se organizan para que la situación social y política sea la herramienta de construcción de una sociedad que responda a los intereses de los trabajadores y los sectores explotados por el capitalismo.”
Las esperanzas que el PT proyectó ganó el compromiso de figuras como Mário Pedrosa, escritor, crítico de arte y líder socialista; el líder campesino Manoel da Conceição; del historiador Sérgio Buarque de Holanda; la artista Lélia Abramo; Moacir Gadotti, en nombre de Paulo Freire entre los primeros firmantes de aquel documento fundacional, reflejando el poder disruptivo que la sola idea de un Partido de Trabajadores podía despertar en el país continental, heredero de un pasado de oligarquías latifundistas seguras de sí mismas, racistas y esclavistas.
Lula al poder. Sin abordar una periodización exhaustiva, el partido que nació bajo la legalidad burguesa en construcción así se mantuvo y fue integrándose plenamente. Si el slogan del PT en 1982 era “Vote 3 (número de la lista), el resto es burgués”-, desde mediados de esa década se fue consolidando su subordinación al Estado burgués, que se impondría en la construcción e identidad partidaria. A partir de los noventa “el Muro de Berlín cayó sobre el partido” e hizo lo suyo avanzando en sustraer cualquier elemento de “socialismo” de su ideario original, reemplazado por una plataforma reformista antineoliberal, de conciliación de clases, que lo convirtió en un partido exclusivamente electoral, ganando influencia de masas. De cara al nuevo siglo la revisión ideológica respecto a la idea del socialismo se tradujo en definitiva en un conjunto de valores que “iluminaran” el desarrollo capitalista. En el año 2002 la Carta a los brasileños, por la que Lula y el PT hacen público su “respeto a los contratos y obligaciones del país” en una futura presidencia, es ya el compromiso abierto con las clases dominantes brasileñas y el capital financiero internacional.
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Liliana O. Calo
Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.