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A 48 años del Golpe de Estado: ¿estamos sepultando la obra de la dictadura?

Juan Valenzuela

A 48 años del Golpe de Estado: ¿estamos sepultando la obra de la dictadura?

Juan Valenzuela

Ideas de Izquierda

A veces, al leer El Mercurio, da la impresión de que en estos momentos Chile atraviesa un proceso refundacional que marcaría una completa ruptura con el pasado. La Convención Constitucional es presentada por este medio y por algunos “analistas” de derecha, como el órgano de esa ruptura. De esa manera los defensores de la herencia económica, social y política de la dictadura pinochetista, rayan la cancha para que los convencionales procuren mantener intactas las cosas. Por supuesto, a estas alturas, ya es claro que los constituyentes de todos los sectores se han subordinado a esos límites. Por eso, sostenemos, que la respuesta a la pregunta que encabeza este título, es negativa: no estamos sepultando la obra de la dictadura. Para ello, es necesaria una alternativa política revolucionaria. En esta columna, algunas ideas al respecto.

El turno del rayado de cancha, en la edición del 11 de septiembre, le correspondió al analista político Sergio Riveros:

«Alguna gente bienintencionada decía hasta hace poco que no había que anticipar conclusiones, puesto que aun no se discuten los contenidos de la nueva Constitución. Pero con lo visto y escuchado, ya tenemos una idea de lo que mueve a los representantes del bloque que controla la Convención, integrado por el Frente Amplio, el Partido Comunista, la ex Lista del Pueblo y los convencionales indígenas: Elisa Loncón los representó al lanzar la proclama de la refundación el primer día”.
Existen diferencias entre los asociados del bloque, pero ellas no les impiden coincidir en la faena de demolición».

¿Demolición? Es una tesis falsa. No sólo la propia composición de la Convención, testimonia en contra de esto: no sólo la presencia de personajes tan siniestros como el ex edecán de la dictadura y militante de la UDI, Jorge Arancibia, o de la derechista extrema del Partido Republicano, Teresa Marinovic, o la odiada ex ministra de Educación, que desprecia a los profesores, Marcela Cubillos. También el hecho de que Rodrigo Álvarez, ex ministro de Piñera y militante de la UDI, sea vicepresidente de la Convención, revela especialmente el clima de “tolerancia” que predomina, todo lo contrario a la demolición. Jaime Bassa y Elisa Loncón han convivido perfectamente con esos sectores. El Frente Amplio utilizó el argumento de la necesidad de representar a todos los sectores de la sociedad en la dirección de la Convención para proponer a Rodrigo Álvarez como vicepresidente de la Convención y la ex Lista del Pueblo, si bien se opuso a la presencia de Álvarez en la mesa, terminó avalando esta situación al aceptar una vicepresidencia con el ahora cuestionado Rodrigo Rojas Vade. ¿Qué otra explicación tiene haberse hecho parte de la “mesa” junto a gente como Álvarez?

Ocultar lo de fondo: la herencia económica y social de la dictadura sigue viva

Pero, lo que se esconde tras estas exageraciones, es la continuidad que hay en el terreno económico, social y político con respecto a la obra de la dictadura pinochetista. Los discursos de la derecha acusando a la Convención de un intento refundacional, en realidad tiene como objetivo generar un amurallamiento sobre la estructura neoliberal de la sociedad chilena. De antemano, “intimidando”, la derecha pone los puntos sobre las íes: en el fondo sabe que la Convención no está tocando nada de la estructura económica-social neoliberal pero hace acusaciones de demolición para que todo quede intacto.

No hay que olvidar que esa obra fue realizada por la clase patronal a través de una contrarrevolución y una dictadura cuyo principal fin fue derrotar a la clase trabajadora que venía de protagonizar uno de los ascensos revolucionarios más grandes de la historia del país y a las organizaciones de izquierda. El programa neoliberal que la dictadura asumió como propio -y que en Chile se había acuñado en la Facultad de Economía de la Universidad Católica-, destruyó las principales conquistas de la clase trabajadora había logrado anteriormente. La nacionalización de Codelco y otras empresas estratégicas -política que la Unidad Popular tuvo que llevar más allá de su diseño original producto de la presión por la base-; la expropiación de latifundios que también excedió los planes originales de Allende; los elementos de control obrero de la producción que se habían conquistado con los Cordones Industriales; y los importantes elementos de autoorganización y alianza con el pueblo Mapuche, las y los campesinos, las y los pobladores, concretadas en todo tipo de organismos novedosos; fueron el objetivo del fuego de la contrarrevolución. Las torturas, las desapariciones, la prisión política, los campos de concentración, la aniquilación de las y los militantes de izquierda, tuvo como objetivo barrer con todo eso, especialmente con la vanguardia de la clase trabajadora, que fue la que más padeció el actuar de la dictadura. Hoy hay algunos hechos que parecen ser “parte del paisaje” normal de Chile: en el sur, el poder del capital forestal y los latifundistas protegidos por carabineros en contra de los mapuche; en el norte, el peso de los grandes capitales mineros, extranjeros y locales como el grupo Luksic; donde los trabajadores son divididos entre contratados y subcontratados, donde los efectos ambientales están a la vista y el empobrecimiento de las ciudades contrasta con las enormes cifras de las mineras; en Santiago, la precariedad de la vida, con vivienda social precaria y situada en la periferia, con trabajos mal remunerados; en todo el país jubilarse, enfermarse, son razones suficientes para caer en la pobreza, aunque trabajar no es garantía de nada, con los sueldos que hay, donde más del 50% de los trabajadores gana menos de $400.000 pesos (508 dólares).

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  • Una muestra de la vitalidad del poder capitalista es la aprobación por parte de la Comisión de Evaluación Ambiental del proyecto minero-portuario Dominga, de la compañía local Andes Iron. Esta decisión que nuevamente abre las puertas a una extracción indiscriminada de un bien natural por parte de un grupo económico, además traerá graves consecuencias ecológicas. Una muestra más de que el principio constitucional consagrado en plena dictadura, que establece “el derecho de propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales o incorporales” está plenamente vigente, no sólo en el papel, sino en el funcionamiento cotidiano de la sociedad chilena.

    La Convención y la herencia de la dictadura

    Volvamos ahora a la discusión sobre la “demolición” de esa herencia. Nosotros estamos sosteniendo que el tiempo que lleva la Convención en funcionamiento no ha servido para transformar esa realidad y que el debate que arma la derecha tiene el objetivo de preservarla. Sin embargo, en ciertos sectores de izquierda todavía permanece la idea de que la Convención es algo así como una gran oportunidad para terminar con la herencia de la dictadura.

    En un artículo publicado por la Revista ROSA que lleva el lema “por una democracia con convicción anticapitalista” firmado por Rodrigo Utrera con motivo de la conmemoración del 4 de septiembre -a 51 años del triunfo de la Unidad Popular- leemos:

    «El proceso constituyente en que se encuentra nuestro país es un momento propicio para generar una arquitectura institucional que nos permita estimular la inteligencia y el poder popular necesarios para conducirnos, más temprano que tarde, hacia la emancipación. Está claro que, por las limitaciones mismas del proceso constituyente, la correlación de fuerzas en la Convención, y el hecho de que escribir algo en un texto como ese no implica su inmediata traducción en una realidad material, la Constitución no nos traerá menos capitalismo y más socialismo. No obstante, podemos crear las instituciones y principios que abran nuevamente las grandes alamedas, que nos permitan avanzar y correr el cerco. Un sistema nacional de planificación participativa descentralizada; el derecho de las y los trabajadores a participar en la gestión de las empresas privadas y/o del Estado; la consagración, reconocimiento y apoyo a las formas sociales de propiedad (cooperativas, empresas autogestionadas/empresas comunitarias) son algunos aspectos clave para que, con toda la fuerza de la que dispongamos, podamos avanzar hacia una sociedad más democrática, humanista y libertaria.»

    La rebelión popular de octubre de 2019 apuntó en contra de elementos varios estructurantes de la herencia económica, social y política de la dictadura de Pinochet: el sistema de pensiones, el sistema de salud, la misma Constitución de 1980, la precariedad de la vida. La idea de convocar a una Asamblea Constituyente para realizar esa labor, proliferó en las calles. En ese momento se trataba de convocar a esa asamblea sobre las ruinas del régimen y sobre la caída del gobierno de Piñera. Por eso el lema “Fuera Piñera” era tan masivo. La huelga general del 12 de noviembre, hizo probable ese camino. Sin embargo, el “Pacto por la Paz y una Nueva Constitución” impulsado por el gobierno y la oposición incluyendo al Frente Amplio y avalado por el Partido Comunista, desvió el proceso de lucha a las trampas del actual proceso constituyente.

    El relato que genera Utrera apostando a la Convención Constitucional, no reconoce en la Convención una trampa que empantanó la energía de la lucha de clases. En realidad es un relato completamente conformista: primero habría que generar un diseño institucional, luego “estimular la inteligencia y el poder popular necesarios para conducirnos, más temprano que tarde, hacia la emancipación”. Remarca que la Convención no podemos esperar menos capitalismo ni más socialismo, pero sí “abrir las grandes Alamedas” y “correr el cerco”. Por último enumera algunas medidas como la participación democrática en la planificación económica o la participación de los trabajadores en la gestión de industrias, en común con los privados o el Estado. Tampoco hay nada de la demolición de la que habla la derecha.

    Pero siendo evidente la crisis de los sectores de convencionales que buscaron presentarse como una alternativa a los partidos tradicionales, podemos preguntarle al autor de ese artículo ¿es esperable siquiera que el “diseño institucional” que está haciendo la Convención golpee en algo la herencia económica-social de la dictadura, si ahora que está sesionando, aquélla no ha dejado de dar señales de respeto por los poderes constituidos? Los grupos capitalistas hacen de las suyas y no le temen a la Convención, mientras algunos de sus escritores de derecha se dedican a acusarla de demolición. Los sectores dirigentes de la Convención, como el Frente Amplio, se preparan más bien a dar señales de una futura gobernabilidad, con un Gabriel Boric asumiendo que la autonomía del Banco Central es necesaria.

    Pero tumbar la herencia de la dictadura requiere apostar por la fuerza de la lucha de clases. Eso va de la mano con sacar las mejores lecciones del proceso revolucionario de 1970 cuando los trabajadores quisieron gobernar su destino con sus propias manos. Rodrigo Utrera, cuando habla de anticapitalismo, pone como ejemplo la política de cogestión del gobierno de la Unidad Popular. Cita a Allende: “Necesitamos que el obrero entienda que vamos a hacer factible, y rápidamente, la cogestión en las industrias. Porque no queremos un capitalismo de Estado, sino caminar hacia el socialismo. Y la participación de los trabajadores en la economía tiene que comenzar precisamente con su participación en la industria, en el comercio y en la empresa”.

    Ahora bien: así como para Utrera la democracia en el lugar de trabajo en esos años tiene como ejemplo principal la política de cogestión de la UP -y no los Cordones Industriales, donde los trabajadores de manera autoorganizada controlaron la producción en diversas fábricas-, hoy, no ve una chance de romper con el Chile de los capitalistas apostando por la fuerza de la clase trabajadora y la lucha de clases. En realidad no es de su interés tal ruptura. Estamos en una “etapa previa”: generar un diseño institucional para recién poder estimular la inteligencia de los trabajadores. Socialismo, para un futuro indeterminado. No decir nada de como la izquierda reformista: el Frente Amplio y el PC condujeron al desvío de la rebelión. Pero son precisamente esos “etapismos” los que siempre impiden avanzar. Construir una izquierda revolucionaria, arraigada en la clase trabajadora, con un programa claramente anticapitalista y socialista, es una tarea más vigente que nunca y la única manera de retomar las mejores tradiciones de la clase trabajadora que en Chile quiso asaltar el cielo.


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    Juan Valenzuela

    Profesor de filosofía. PTR.
    Santiago de Chile