Este 22 de agosto se cumple un nuevo aniversario de este crimen cometido por el Estado capitalista contra militantes de organizaciones políticas de izquierda. Nuevamente marcharemos por las calles de Trelew reclamando contra la impunidad de ayer y de hoy.
Jueves 22 de agosto 00:00
El 15 de agosto de 1972, desafiando a la dictadura, decenas de militantes planificaron la fuga de más de un centenar de detenidos y detenidas de la Unidad Penal N° 6 de Rawson, conocida como “la fortaleza”. El plan había sido organizado en detalle. De lograrse sería un golpe muy duro al régimen de la dictadura militar encabezada por Lanusse.
El operativo, como ha sido relatado por varios historiadores y por quienes protagonizaron los hechos, implicaba un plan en varias etapas. La primera era tomar parte del penal, la segunda incluía fugarse en una serie de vehículos hasta el aeropuerto de Trelew. Allí esperaría un avión que había sido secuestrado solo con el objetivo de garantizar la fuga. El destino elegido era Chile, en ese momento gobernada por Salvador Allende, dirigente del Partido Socialista.
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Sin embargo, el plan encontró una falla en la segunda etapa. Tomado el penal, quienes manejaban los vehículos de transporte interpretaron mal las señales que se hacían desde el interior. Entendieron que había fracasado la toma, cuando había ocurrido lo contrario.
Como ya señalamos, eso llevó a que de los vehículos planificados para el uso durante la fuga (2 camiones, 1 camioneta y 1 auto) solo uno ingresa: un automóvil en el cual escaparon Roberto Santucho, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Menna, Marcos Osatinski y Fernando Vaca Narvaja, los máximos dirigentes de las organizaciones guerrilleras FAR, ERP y Montoneros. Ellos arribaron al aeropuerto y pudieron abordar el avión de Austral.
Otro segundo grupo de 19 militantes, que había quedado en el penal, escapó llamando por teléfono a tres taxis. Al llegar al aeropuerto encontraron que el avión había partido y deciden tomar el lugar. Luego de varias horas de negociación, y ante la evidente superioridad militar, acuerdan su entrega.
Son llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar, donde son torturados hasta el 22 de agosto. Esa madrugada, a las 3:30 de la mañana, los hacen salir de los calabozos, formar en doble fila y bajar la cabeza apoyando la barbilla contra el pecho. Unos instantes después, como señalan los relatos de los sobrevivientes, las ametralladoras abren fuego. Son asesinados 16 de los 19. Sobreviven, gravemente heridos, María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar, quienes serían luego desaparecidos durante la dictadura cívico-militar que se inició el 24 de marzo de 1976.
Represión y orden capitalista
Aquella represión de la dictadura de Lanusse fue parte de una dura respuesta del Estado a los sectores más combativos de la clase trabajadora, la juventud y el pueblo pobre, que protagonizaban un enorme proceso revolucionario abierto con el Cordobazo, en 1969. Un proceso que había dado lugar al desarrollo de corrientes antiburocráticas en la clase trabajadora e, incluso, se había expresado en levantamientos populares.
Uno de ellos había sido el llamado Viborazo, ocurrido también en Córdoba, en marzo de 1971. El mismo empujó a las Fuerzas Armadas a la decisión de salir del poder para evitar un mayor desgaste y para intentar contener el proceso de lucha de clases en curso. Así surgió el llamado a un Gran Acuerdo Nacional (GAN) por parte del mismo Lanusse. Se trataba de un intento de salida acordada con los partidos políticos tradicionales, con la finalidad de frenar y desviar el ascenso obrero y popular en curso.
Aunque Perón no adhirió al Gran Acuerdo Nacional, su retorno al país -tras 18 años de exilio- fue parte global de esa política de contención y desvío que implementó el conjunto de la clase dominante.
La Masacre cometida el 22 de agosto es parte de ese proceso para intentar “normalizar” la situación política nacional. Un intento de disciplinar duramente a la vanguardia obrera y de izquierda para que se acepte la transición hacia la salida electoral.
Sin embargo, esta represión no logró contener todos los elementos de lucha de clases. De hecho, dos meses más tarde de la Masacre, en la misma ciudad de Trelew tuvo lugar una rebelión popular, que pasó a la historia como Trelewazo. Esa rebelión logró la liberación de 16 detenidos por las Fuerzas Armadas. La acusación que pesaba contra ellos era haber colaborado con la fuga ocurrida el 15 de agosto. La respuesta de la población fue la más amplia movilización, logrando con esto conquistar sus liberaciones.
Lucha de masas y lucha de estrategias
El 29 de mayo de 1969 la clase obrera acaudillando al movimiento estudiantil y a sectores populares protagonizó el Cordobazo, una acción histórica independiente de las masas. Esa semi insurrección abrió una etapa revolucionaria que se prolongó por varios años y solo pudo ser clausurada por el golpe genocida de 1976.
El proceso, de conjunto, despertó a la vida y a la militancia política a cientos de miles de jóvenes y trabajadores. Fue un proceso de radicalización político e ideológico que generó todo tipo de fenómenos políticos. Desde las tendencias antiburocráticas en la clase trabajadora hasta múltiples fenómenos entre los pobres y el movimiento estudiantil.
Fue el Cordobazo la marca de distinción de esa etapa revolucionaria que, seguido del Rosariazo, del Choconazo, del Tucumanazo, del Mendozazo, del clasismo, de la huelga general de 1975, del surgimiento de las coordinadoras interfabriles contra el gobierno de Isabel Perón, por nombrar algunos ejemplos, puso a la clase trabajadora en el centro de la escena nacional.
La emergencia y desarrollo de las corrientes que apostaron a la estrategia guerrillera es inseparable de ese proceso de radicalización. Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) aparecen como las organizaciones más importantes del período, aunque hubo otras de menor alcance. El ERP planteaba, en cambio, que el Cordobazo había encendido la mecha de la guerra revolucionaria y que era necesario construir un ejército popular para enfrentar a las Fuerzas Armadas y el imperialismo. Y constituir una Frente de Liberación Nacional, con las fuerzas progresistas del peronismo, el radicalismo y la izquierda reformista, lo que llamaban una estrategia de poder.
Basándose en los modelos de la Revolución China (1949) y la Revolución cubana (1959), su mirada estratégica se sostenía en la necesidad de construir fuerzas armadas de carácter popular que estuvieran en condiciones de desafiar militarmente el poder del Estado capitalista, con sus Fuerzas represivas tradicionales. En el caso del PRT-ERP, esto llevaba a pelear por el ideal de una zona liberada, que Santucho había tomado del general vietnamita Vo Nguyen Giap, líder de la lucha militar contra la ocupación francesa y norteamericana. Sin embargo, esa política, en muchas ocasiones los empujaba a una militarización de su práctica política, que aparecía como un obstáculo a la hora de organizar a la clase trabajadora y la juventud.
La historia del período dejó testimonio de cómo, muchas veces, los mejores dirigentes de una fábrica debían pasar a la clandestinidad para organizar el aparato militar de la guerrilla. Esto, al tiempo que debilitaba la organización dentro de los lugares de trabajo, llevaba a un esfuerzo infructuoso dado que es prácticamente imposible equiparar el poder de fuego del Estado.
Al mismo tiempo, en la mirada de varias de esas corrientes, se impuso la pelea estratégica por el retorno de Perón. El caso más emblemático fue el de Montoneros. Sin embargo, como ya hemos señalado, ese retorno buscaba la normalización capitalista del país, no el desarrollo de la lucha de clases.
Con esas limitaciones estratégicas, esas corrientes no lograron avanzar en plantear una salida a la crisis nacional. Anclados en un esquema de características militaristas, no apostaron estratégicamente al desarrollo de la más amplia organización democrática de la clase trabajadora. En ese marco, su derrota militar frente al aparato del Estado burgués era un resultado casi lógico. La desigualdad de recursos entre organizaciones militantes clandestinas y el poder de fuego del Estado capitalista era abrumadora.
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Recrear estos debates estratégicos no implica negar a esos compañeros y compañeras asesinadas su carácter de mártires de lucha obrera y popular. Hoy, a 52 años, siguen siendo un ejemplo de compromiso militante para transformar revolucionariamente el mundo. Son nuestros mártires más allá de las diferentes miradas que existan acerca de como se debería haber actuado en los años 70. Desde ahí les rendimos homenajes y seguimos peleando por justicia y que sus asesinos paguen con la cárcel.
Nuestra crítica a los métodos de la lucha guerrillera no está realizada desde una perspectiva pacifista, sino partiendo de la premisa que un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo solo podrá ser conquistado con la movilización revolucionaria de la clase trabajadora y los oprimidos. Para lograr este objetivo es necesaria la construcción de un gran partido revolucionario y socialista de la clase trabajadora.
Los fusilados en Trelew
Alejandro Ulla (PRT-ERP)
Alfredo Kohon (FAR)
Ana María Villarreal de Santucho (PRT-ERP)
Carlos Alberto del Rey (PRT-ERP)
Carlos Astudillo (FAR)
Clarisa Lea Place (PRT-ERP)
Eduardo Capello (PRT-ERP)
Humberto Suárez (PRT-ERP)
Humberto Toschi (PRT-ERP)
José Ricardo Mena (PRT-ERP)
María Angélica Sabelli (FAR)
Mariano Pujadas (Montoneros)
Mario Emilio Delfino (PRT-ERP)
Miguel Ángel Polti (PRT-ERP)
Rubén Pedro Bonnet (PRT-ERP)
Susana Lesgart (Montoneros)
Ariel Iglesias
Nació en Buenos Aires en 1969. Es docente (jubilado). Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Escribió en Ideas de Izquierda "La Educación en el país de los soviets"; "Chubut: Crónica de un triunfo popular contra la Megaminería". Escribe y edita La Izquierda Diario+ en Chubut.