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Red Internacional
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OPINIÓN. A Menem le bastó morir para sacarles la careta a unos cuantos

La dirigencia peronista en su conjunto se entristece y brinda condolencias. Pero los recuerdos de la mesa sin pan, de nuestros viejos sin trabajo y de los genocidas sueltos abruman la memoria. Ningún pésame.

Daniel Satur

Daniel Satur @saturnetroc

Lunes 15 de febrero de 2021 14:59

Eduardo Duhalde, Fabiola Yáñez, Alberto Fernández, Miguel Ángel Pichetto, Daniel Scioli, Zulema Yoma y Zulema Menem | Foto Télam

“Menem no es peronista, te digo. Menem nos engañó para que lo votemos y después se abrazó con Alzogaray y los de Bunge y Born… Eso no es peronismo”. Más de una vez escuché decir esas palabras a mi viejo, mientras debatíamos en la empobrecida mesa familiar. Lo decía con bronca, casi llorando, después de largas jornadas buscando laburo, sin conseguir un mango para parar la olla.

Corrían los primeros 90. Nuestra adolescente generación obrera crecía viendo cómo el Partido Justicialista pasaba de prometer “salariazo y revolución productiva” a ejecutar uno de los planes sistemáticos de exterminio del trabajo, de la salud y de la educación públicas más perversos de la historia argentina.

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Una generación que también fue testigo directa de cómo el PJ, que se autoadjudicaba (como si fuera un patético torneo) la mayor cantidad de desaparecidos y se declaraba “víctima” de la dictadura, acompañaba sin chistar los indultos a Videla, Massera, Agosti, Galtieri, Viola y tantos comandantes más. Y el abrazo de Menem con Isaac Rojas...

Y las “relaciones carnales” con Estados Unidos. Y las tropas al Golfo Pérsico a pedido de Bush. Y los crímenes impunes e impúdicos, de la AMIA a Cabezas, de Río Tercero a Miguel Bru, de Víctor Choque a Teresa Rodríguez. Y las AFJP. Y Repsol. Y Telefónica y Telecom. Y el Grupo Clarín. Y Raúl Moneta. Y la Sociedad Rural.

En 1997 o 1998 si a alguien se le ocurría pararse en el pasillo de cualquier facultad pública y gritar “¡Vamos Menem!” lo más probable era que lo cagaran a trompadas. Ni hablar si alguien se animaba a hacerlo en una fábrica, un tren o un hospital. O en alguna de las largas colas de jóvenes que, avisos clasificados en mano, poblábamos las calles argentinas en búsqueda de un trabajo precario, mal pago y efímero.

Porque Menem fue, más allá de sus crímenes económicos y sociales, un símbolo, un emblema. Menem no era solamente el frío rostro de las privatizaciones, de los indultos, de la precarización laboral. Menem también era la cara que, mientras te quitaba el futuro, bailaba danzas árabes o tangos con Mirtha Legrand en los mediodías del Canal 9 de Romay (el que le ponía “Libertad” a sus medios en honor a la Revolución Fusiladora).

Y mientras negociaba la entrega de los recursos naturales y no naturales a multinacionales depredadoras, Menem era la cara feliz que anunciaba las “transformaciones” de su Gobierno junto a Neustadt en Telefe o a Sofovich en Canal 7.

Menem te hambreaba, te dejaba sin laburo, te empobrecía a las jubiladas y los jubilados, te metía los agrotóxicos y la megaminería, te mataba y encima tenías que tragártelo por televisión diciendo que estábamos en el “primer mundo” e intentando poner al golf casi en la categoría de deporte nacional.

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Pero no hay que olvidarse, aunque muchas y muchos hagan el esfuerzo en en estas horas de “duelo”, que el Partido Justicialista bailaba y reía con Menem, con Cavallo, con Alzogaray, con Bush, Clinton y con la Sociedad Rural. Y aunque huelgue decirlo, es el mismo partido que hoy gobierna, pese a los cambios de sellos y maquillajes.

Es más, muchos de los que acompañaron a Menem en la década del saqueo hoy integran este Gobierno. Alcanza con googlear “años 90” y sumar al apellido Menem otros como Kirchner, Solá, Alak, Béliz, Scioli, Gioja, Massa, Galmarini y un largo etcétera para comprobarlo.

Pero, claro, no se trata sólo de caras y apellidos. El PJ, ése que consumó el saqueo noventista (acompañado por los radicales y su “pacto de Olivos”) es el mismo que mantiene intactos los pilares de aquella transformación neoliberal, el que garantiza que sus consecuencias no sean revertidas y el que reprime la movilización popular cuando se rebela.

Cuando el Partido Justicialista estuvo de acuerdo con anular los indultos y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, tras las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001, ya era un poco tarde. El juzgamiento a un puñado de genocidas ya inservibles no podía contrarrestar la impunidad generalizada respecto a todos los crímenes de la dictadura, deuda externa incluida.

Pero además, el PJ dejó a sobrevivientes y familiares de víctimas luchando en soledad en juicios inmensos y muchas veces revictimizantes. Y se negó a abrir todos los archivos del genocidio que se siguen escondiendo por razones de Estado. Y ante la desaparición forzada de Julio López privilegió la gobernabilidad de la Bonaerense en lugar de la verdad y la justicia.

Recordar esto no es caprichoso. Es cierto que mucha gente que hoy simpatiza con este gobierno no tiene nada que ver con el menemismo y hasta fue parte del combate a sus políticas. También lo es que hay mucha gente honesta para la que Menem y los menemistas están en las antípodas de la gestión “centroizquierdista” de Cristina Kirchner.

Pero cuando hoy se ven y leen tantas expresiones de tristeza, pesar y condolencias entre referentes máximos del actual gobierno (y de muchos opositores) es inevitable preguntarse qué representa Menem para ellas y ellos. Porque para ese staff de la política patronal argentina Menem no fue un saqueador, un criminal de guante blanco, un entregador consuetudinario y un encubridor de crímenes atroces. Para ellas y ellos fue, lisa y llanamente, un “presidente elegido por el voto popular”. Y con eso alcanza para tapar y callarse.

El velorio con todos los honores en el Congreso, el decreto de tres días de duelo nacional (como si fuera el deseo póstumo de todo un país), las coronas de flores enviadas por el Presidente, la Vicepresidenta, el presidente de Diputados, la Policía Federal y varios burócratas sindicales, sumado todo eso a los desfachatados obituarios obsecuentes en los diarios más leídos; configuran un escenario patético.

Como bien lo definió el dirigente del Frente de Izquierda Christian Castillo, “a Menem el país burgués lo llora con nostalgia, pero en el pueblo trabajador cada familia recuerda alguno de los múltiples agravios sufridos a mano de uno de los gobiernos más antipopulares que hayamos tenido”.

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No se puede soslayar que Alberto Fernández se juega a reeditar algo que solamente hicieron Perón, Isabelita y Menem: ser al mismo tiempo presidente del país y del partido. Por eso para muchos la presencia de Alberto en el velorio fue un mensaje de “unidad en la diversidad” para sus compañeras y compañeros.

¿Del tendal de muertos y “desaparecidos” sociales que dejó Menem? Ni una palabra. ¿De todo el daño que le hizo a un país, sumiéndolo aún más en la decadencia? Menos. El “compañero Menem” se merece respecto y silencio. Fin de la cita.

“Eso también es peronismo, viejo”, le respondía a mi papá cuando él intentaba justificar su voto confiado y esperanzado a Menem en 1989. Y le aclaraba que la culpa no era de él por votar engañado sino de los poderosos que lo engañaron y que lo siguieron engañando años después.

Pero al final mi viejo se murió algunos años antes que Menem y nuestro interminable debate sobre el supuesto “peronismo verdadero” y sus supuestos “traidores” quedó suspendido en el aire, sin poder llegar a una síntesis.

Eso sí, la mesa familiar nunca dejó de ser pobre. Dependiendo la época se puede comer un poco mejor o un poco peor, se puede tener un trabajo formal o informal, se padecen más o menos las penurias que sufre la mayoría del pueblo trabajador, pero no deja de ser constante el saqueo y la pauperización de nuestras condiciones de existencia.

Y las “transformaciones” de Menem y el PJ de los 90 siguen casi intactas, sostenidas por el PJ actual, con muchos de sus exfuncionarios, compañeras y compañeros aplicando los ajustes de época bajo el sello del “Frente de Todos”.

¿Para qué sirve en estas horas grises la muerte de Menem? ¿Qué nos muestran, descarnadamente, las honoríficas exequias oficiales? Para eso, para sacarles la careta a más de uno que la venía posando de progre y, por razones personales o institucionales, no duda en homenajear y darle un sentido adiós a uno de los máximos verdugos del pueblo.

Ningún pésame. Y que no descanse en paz.


Daniel Satur

Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).

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