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Red Internacional
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Tribuna Abierta. ¿A donde va la unión europea?(Parte IV)

Martes 28 de octubre de 2014

Primera parte:
¿A dónde va la Unión Europea? (Parte I)

Segunda parte:
¿A dónde va la Unión Europea? (Parte II)

Tercera parte:
¿A dónde va la Unión Europea? (Parte III)

Entonces, ¿qué alternativa?

En los últimos tiempos lo que observamos es que desde la izquierda, o más bien desde la llamada izquierda, los social liberales presentan reparos no tanto a la política de austeridad como a la forma de aplicarla. Así plantean, tanto en Francia como en España o Italia, la necesidad por un lado de que aquellos países que tengan margen aumenten su demanda interna (algo que ya analizamos en relación con Alemania), y aquellos que no lo tienen, reciban más tiempo para cumplir con sus objetivos de déficit, sin que ello sea un obstáculo para que continúen con sus “reformas estructurales”, es decir más recortes, menos salarios y más austeridad.

En general los integrantes del Partido de la Izquierda Europea, al que pertenece Syriza en Grecia, el Bloco en Portugal o Izquierda Unida y Podemos en España, lo que plantean es la necesidad de reformar la arquitectura del Euro. Plantean la necesidad de cambiar las funciones del BCE para que preste directamente a los estados y no solo a los bancos, para que compre deuda pública en el mercado primario, no solo en el mercado secundario. Plantean la necesidad de los Eurobonos, es decir mutualizar la deuda pública, con el fin de evitar las diferencias en los costes de la financiación que ahora se produce entre los estados del sur y la propia Alemania y los Estados del norte por otro lado, que tienen acceso a una financiación tremendamente barata.

Se dice que Alemania se ahorró más de 9000 millones de euros en el coste de su deuda pública solo en un año. También se pone el énfasis en la necesidad de un presupuesto serio en la UE, de más de un 20% del PIB, no como ahora que apenas representa un 1-2%, para posibilitar vía presupuesto una redistribución de la riqueza con el fin de enviar a los estados del sur grandes cantidades de dinero que sirviesen para estimular sus economías. En otras palabras, a través de la redistribución, lograr una mayor cohesión entre el norte y el sur, entre los países acreedores y los deudores, para garantizar así el futuro de la Unión Europea. Es decir apelan a la solidaridad y a la redistribución de la riqueza en el marco del capitalismo.

Sin duda alguna estas reformas, de llevarse a cabo, mejorarían, aunque fuese parcial y temporalmente, la situación de los países del sur. Pero no resolverían los problemas de fondo. Probablemente ganaríamos tiempo, pero nada más. De cualquier manera nuestra principal crítica a todas estas reformas, es que nos parecen casi imposibles bajo el capitalismo. Reducirían drásticamente la tasa de beneficios del gran capital financiero internacional, particularmente en los países dominantes, sobre todo Alemania pero también Francia y otros. Por tanto opinamos que es una utopía pensar que dichas reformas se pueden poner en práctica en el marco del sistema capitalista-imperialista actual.

Quizás existe una posibilidad teórica de que esas reformas o parte de ellas, se podrían arrancar si hubiese un rebrote fuerte y profundo de la lucha de clases internacionalmente, incluida la propia Alemania. En esas circunstancias los capitalistas podrían hacer algún tipo de concesiones ante el riesgo de perderlo todo, de que las cosas vayan más allá. La diferencia entre los revolucionarios y los reformistas no es que nosotros estemos en contra de las reformas, y ellos a favor, sino que nosotros pensamos que en esta situación de depresión del sistema capitalista las reformas solo se consiguen mediante la lucha unida y firme de los trabajadores de toda la Unión Europea, por una alternativa socialista superadora del marco en crisis del sistema capitalista. En otras palabras, que esas reformas serian algo así como un producto indirecto de luchas de clases más ambiciosas que nos impulsasen en el camino de la lucha por el socialismo.

Aunque no consideremos que las políticas de austeridad sean irracionales sino que por el contrario responden a la lógica implacable de un capitalismo profundamente enfermo, que trata de recuperar su tasa de beneficios a costa de los trabajadores y su nivel de vida, lo que si consideramos es que no puede haber ninguna salida progresista a la crisis que no pase por la puesta en tela de juicio del propio sistema capitalista en su conjunto.

No puede haber una salida progresista a la crisis sobre la base de las ideas neokeynesianas, o las políticas de estímulo basadas en la emisión de una mayor deuda. La deuda sí importa. No se trata de que el sistema presente simplemente pequeños defectos particularmente en su esfera financiera como piensan los neokeynesianos, sino que la crisis actual es la crisis de la producción capitalista, impulsada por el descenso dramático de las tasas de beneficio y al final, de la caída de la masa de beneficio, que desata en última instancia recesiones profundas como vimos en el 2007.

Esta crisis hunde sus raíces en el funcionamiento del sistema y en la agudización de sus contradicciones internas, regidas por leyes inexorables tal como Marx explicó. Por tanto la superación de la crisis en beneficio de los trabajadores y de la mayoría de la población en España y en toda la Unión Europea, exige la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la planificación económica de las fuerzas productivas.

Desde fuerzas de izquierda, por ejemplo los Partidos Comunistas en Portugal y en Grecia, parece que también por parte de Die Linke (“La izquierda”) en Alemania, se plantea la salida del euro. Además numerosos economistas, algunos desde posiciones marxistas como Costas Lapavitsas en Grecia o Pedro Montes en el Estado Español, han planteado la salida del euro como una alternativa a la política de austeridad. Algo así reflejaba en su libro en Portugal el Economista keynesiano Freitas do Amaral.

Sin embargo a nosotros una salida de este tipo, es decir volver a las antiguas monedas nacionales, sobre la base del sistema capitalista y con los distintos sectores del capital financiero nacional e internacional en el poder, nos parece una salida en falso. Realmente creemos que sería tanto como saltar de la sartén al fuego. Probablemente habría sectores del capital financiero que podrían salir beneficiados, pero para los trabajadores y la mayoría de la población de estos países del sur, de capitalismo débil, sería pasar del infierno de la austeridad al infierno de la pérdida del poder adquisitivo, de la pérdida de renta, debido a las profundas devaluaciones monetarias.

En su día estuvimos contra la implantación del euro, porque considerábamos que la implantación de la Unión Económica y Monetaria solo podría beneficiar al gran capital financiero y en particular a los países imperialistas de Alemania y en parte Francia. Pero en estos momentos por ejemplo, si el estado Español sale del euro y vuelve a la peseta, se produciría una importante devaluación de la moneda, probablemente más de un 50%. Eso produciría un incremento importante de la inflación y de esta manera un socavamiento de las rentas salariales y de todos los perceptores de rentas fijas. El gran capital seguiría intentando echar el peso de la crisis sobre nuestras espaldas, la crisis capitalista no desaparecería ni se evaporaría.

Debemos recalcar que la crisis del euro, o de la deuda soberana no es más una manifestación de la crisis capitalista mundial, en unas condiciones concretas y peculiares como son las de la Unión Europea. Al día siguiente cuando nuestra balanza de pagos experimentase déficits crecientes, tendríamos que acudir una vez más al FMI para financiarlos y por tanto nuestra dependencia de los poderes imperialistas no solo no disminuiría, sino que incluso se acrecentaría. Si hoy el capitalismo español está de rodillas ante sus acreedores y no puede experimentar ninguna mejora sin ayuda externa, eso mismo seguiría pasando mañana, fuera del euro y con la vieja peseta como referencia.

Además la deuda externa -no olvidemos que el Estado Español es después de Estados Unidos, el segundo país más endeudado con el exterior-, se doblaría por los efectos de la devaluación, con lo cual se juntaría por un lado la reducción de nuestras rentas fruto de la devaluación y la inflación que la acompañaría, y el incremento probablemente al doble de las deudas de las familias. Significaría una importante pérdida de nuestro poder adquisitivo.

Se han puesto los ejemplos de Islandia, que devaluó su moneda, pero realmente lo que no se dice es que las rentas salariales de los trabajadores islandeses, sometidos a ese tipo de políticas basadas en la devaluación, han experimentado una disminución tan importante como en España o en Portugal, en lo que respecta a su participación en el PIB.

Quizá los que mejor lo pueden ratificar son los trabajadores argentinos, ya que según determinados cálculos, al año siguiente a la devaluación que siguió al abandono de su “currency board” con el dólar americano, perdieron más de una tercera parte de su poder adquisitivo. Por tanto, tal como decía Trotsky en el Programa de Transición, “ni la inflación monetaria ni la estabilización pueden servir de consigna al proletariado, porque no son sino dos extremos de un mismo hilo”. Salir del euro, desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores y de la mayoría de la población, es por tanto seguir abrasándose pero eso si bajo otro tipo de fuego.

Por una alternativa socialista

La contradicción más importante que podemos observar en estos momentos se da entre un capitalismo en crisis profunda, que genera a cada paso más contradicciones -tanto dentro de los países, como por ejemplo con el resurgir de la cuestión nacional en Catalunya y en Escocia- así como enfrentamientos importantes en otros países como en Ucrania, o guerras desintegradoras como en Siria, o el resurgir de la guerra en Irak, con el surgimiento del llamado Estado Islámico, una fuerza que aunque surge como contestación a la invasión imperialista americana, es en sí misma la más absoluta personificación de la barbarie, o la desintegración de países enteros como Libia, o los desastres en Afganistán, en Yemen o en Sudan, por poner algunos ejemplos. No sabemos qué futuro nos depararan los enfrentamientos en el mar del Sur de la China entre Japón y China, ni las continuas refriegas entre la India y Pakistán, etc. Todo parece indicar que tanto chinos como americanos intentan a toda costa reforzar o ganarse el apoyo de un país como la India, decisivo para las batallas que se avecinan en Asia.

Por otro lado, aunque en estos últimos años hemos asistido al despertar de las masas en la primavera Árabe, o los movimientos de jóvenes y clases medias en distintos estados, todo parece indicar que la crisis económica ha tenido el efecto de conseguir cierta paralización del movimiento obrero. Abandonado por sus organizaciones tradicionales, políticas y sindicales, que lejos de defender los derechos de los trabajadores, sus salarios y sus puestos de trabajo, se dedican a mercadear con los mismos, no han podido llevar a cabo luchas de masas que hubiesen sido capaces de parar la ofensiva capitalista en ningún país, al menos en ningún país europeo.

Sin embargo en los últimos años se observa una mayor participación en la política, mayor discusión, mayor receptividad a las ideas anticapitalistas. Y sin duda alguna esto, con todas las contradicciones que se quieran, y con el surgimiento sin duda de nuevos obstáculos, ira avanzando en el próximo periodo. Los cambios de recesión a recuperación, la longitud de la crisis, crearán condiciones favorables para el avance en la conciencia de la clase obrera, que podría ser capaz de arrastrar tras ella a la gran mayoría de la población.

Hoy el éxito en un país de la Unión europea, es decir el triunfo de la revolución socialista en uno de estos países, sin duda se extendería como la pólvora al resto de los países del Euro y tendría una enorme influencia en todo el mundo. Pero lograr este objetivo exige construir un partido revolucionario de masas, un partido que parta de las tradiciones de la revolución de octubre. Sabemos que tal como decía Trotsky, el pensamiento revolucionario es lo más alejado de la idolatría, sino que está constantemente sujeto a la prueba de la práctica. A pesar de la degeneración estalinista, aquellas lecciones representan para nosotros hoy las mejores tradiciones del movimiento obrero en toda su historia.

Por tanto es necesario plantear ante los trabajadores, ante los sectores populares, un Programa que parte de las más elementales reivindicaciones e incluya la necesidad de la nacionalización de los bancos y las grandes empresas bajo control obrero y con indemnización solo a los pequeños accionistas. Un gobierno que tuviese en sus manos tales palancas, podría plantear planes para la creación de empleo y la mejora de las condiciones sociales. Condiciones que solo se podrían consolidar en la medida en que al final del camino sustituyamos la actual Europa del capital, la Europa imperialista dominada por el gran capital alemán, por la Europa de los pueblos, la Europa socialista, la Europa que reconoce el derecho de autodeterminación de los pueblos y es capaz de avanzar hacia la satisfacción de las necesidades sociales sobre la base de la integración voluntaria en una federación Socialista Europea de los pueblos, las regiones y las nacionalidades.