A 103 años de la Revolución Rusa de 1917 comentamos el gran libro de Víctor Serge que condensa el primer año de vida de la revolución que cambió la historia.
Daniel Lencina @dani.lenci
Jueves 29 de octubre de 2020 00:00
Fotomontaje: Ana Laura Caruso
El libro que hoy presentamos fue escrito por Victor Serge, traductor y periodista belga que comenzó su militancia en el anarquismo y luego se sumó a las filas bolcheviques, colaborador de la III Internacional, se sumará a las filas de la Oposición de Izquierda ante el ascenso stalinista, lo que le valió la cárcel en varias oportunidades. En la década del ´30, Trotsky y Serge tuvieron diferencias políticas por las que se alejaría del trotskismo. Fue autor de “El caso Tuláyev” que es una novela histórica que critica a la burocratización de la Rusia stalinista y también escribió su autobiografía “Memorias de un revolucionario” y “La lucha contra el zarismo” entre otras obras.
En un nuevo aniversario de la Revolución rusa de 1917 nos preguntamos ¿Qué se puede leer? e indudablemente recomendamos “El año I de la Revolución Rusa” escrito por Víctor Serge en 1925. Ese fue un año decisivo dado que Lenin, el máximo dirigente del Partido Bolchevique, murió a inicios de 1924. Desde entonces, en el partido comenzó una dura lucha interna entre “la troika” compuesta por Zinóviev, Kámenev y Stalin y los seguidores de León Trotsky.
Ardían los debates y el rasguño del burocratismo que Lenin había advertido en su Testamento político comenzaba a convertirse en gangrena.
Lo que tiene de particular la obra de Serge es que se trata del día después de la toma del poder. Es decir que cuenta todo lo que transcurre del 26 de octubre de Octubre de 1917 hasta cubrir el primer aniversario de la revolución. Además, el libro se concentra esencialmente en la guerra civil y en la defensa de la agresión imperialista externa que sufría la Rusia Soviética.
Es interesante leerlo como una obra complementaria al “clásico de clásicos”: “Historia de la Revolución Rusa” de León Trotsky. Decimos que es complementario porque el volumen de Serge amplía lo que pasa en la historia de la revolución luego de la toma del poder. Sin embargo, para quien tenga una visión romántica de la revolución, bastará leer algunas pocas páginas de este libro para dar cuenta de las contradicciones agudas, crisis y desafíos de la construcción del Estado obrero.
En la obra de Serge aparecen muy bien comparadas las diferencias entre la revolución en Petrogrado (casi sin derramamiento de sangre) y la de Moscú (con excesivo derramamiento de sangre). Serge relata que son “dos tipos distintos” de revoluciones. Mientras que la de Moscú hace acordar a la insurrección parisina de 1848, la de Petrogrado “es la primera realización del ’nuevo tipo’ de sublevación armada del proletariado”. La diferencia está en la dirección del partido: mientras que en Petrogrado estaban Lenin y Trotsky, en Moscú carecían de claridad y decisión. Y allí se tardó algunos días más, luego de intensos combates, para asegurar la victoria.
Serge relata con detalles que se avanza en el reparto de la tierra a millones de campesinos pobres, la base de la unidad obrera y campesina sobre la que descansa el poder del nuevo Estado. Pero ahí no terminaba el problema, de hecho ahí empezaba; porque había que abastecer al frente de guerra y se impuso por necesidad la requisa de granos conocida como “comunismo de guerra”. Esto implicaba que todos los recursos de la economía estaban puestos en función de vencer la agresión de 14 ejércitos imperialistas que querían derrotar la revolución.
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Luego cuenta la lucha por la paz. Brest-Litovsk es un capítulo que muestra la lucha al interior del Partido Comunista, entre la política planteada por Trotsky y Lenin y la de los llamados “comunistas de izquierda”: una corriente que se caracterizaba por no saber retroceder, para reagruparse de nuevo y juntar fuerzas para volver al ataque ofensivo. Además se negaban a la firma del acuerdo con Alemania planteando que había que mantener la “guerra revolucionaria” en momentos en que la revolución necesitaba retroceder para ganar un respiro y vivir.
La puesta en pie del Ejército Rojo para hacer frente a la agresión imperialista es otro de los grandes capítulos de la obra. Trotsky convence a Lenin que el nuevo ejército obrero no puede hacerse sin el aporte de la ciencia militar ni los especialistas, ni menos aún de los antiguos comandantes del viejo Ejército zarista ¿Cómo hacerlo entonces? Poniendo a trabajar obligatoriamente a la vieja oficialidad zarista: obligando a sectores de la vieja oficialidad zarista a sumarse al naciente Ejército Rojo. Los oficiales serían vigilados por dos comisarios políticos del partido y de “¡Buenos puños!” como diría Lenin -o que “se la banquen” diríamos en español-, para que no traicionen, y a la vez para que los dirigentes bolcheviques tuvieran un panorama integral del desarrollo de la guerra civil y la defensa exterior. Todo este plan estaba pensado desde la concepción de Clausewitz de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Por eso el nuevo ejército estaba convencido y se reconoce a sí mismo como la vanguardia de la revolución mundial.
Lenin y Trotsky en palabras de Serge
Veamos cómo retrata el autor a los dos máximos dirigentes:
“Vladimir Illich Ulianov [...] La impresión que da es de salud, de equilibrio de fuerza sin complicaciones. Tanta sencillez asombra en el hombre de genio. [...] Como orador no conoce el énfasis, es extraño a toda retórica, busca encarnizadamente convencer, demostrar, mediante una dialéctica rigurosa, de sentido común fundamental y apoyada en terquedad; de ademanes, breves, francos, que de alguna manera materializan la argumentación. Orador y publicista, está dotado de un realismo poderoso que arrebata e impone el convencimiento [...] El rasgo esencial de su carácter es la unidad de la acción, del pensamiento, de la palabra, de la vida individual y de la misión política. Lenin está tallado de una sola pieza, vive todo entero en tensión perpetua hacia su objetivo, que es también su misión y que se confunde con la misión del proletariado. Su prestigio de fundador del partido y de guía de la revolución es inmenso; sin embargo, dentro del partido que él ha formado nadie teme contradecirle, y eso le satisface. Hombre utilitario que llega a veces a la brutalidad, no ha manchado jamás sus manos. En este momento es el jefe del partido y del gobierno. Traza los caminos y apunta al objetivo final. Es el cerebro de la revolución”.
León Davidovich Trotsky (cuyo verdadero nombre era Bronstein) se nos aparece con frecuencia como el igual de Lenin, aunque le reconozca gustoso a éste la preeminencia (cosa que no tiene importancia alguna). Los dos jefes fueron elegidos en el VII Congreso del Partido con el mismo número de votos para el Comité Central. Treinta y nueve años [...] En la tribuna una voz de timbre sorprendente, que llega lejos, que restalla frases breves, incisivas, mordaces, construidas con la seguridad de una dialéctica siempre clara. Fórmulas de precisión científica y de forma impecable. Una ironía amarga, desdeñosa y afilada que penetra en el adversario. Aquella palabra, expresión de inteligencia y de voluntad concentrada, levanta en vilo a las multitudes porque sabe expresar la grandeza, la fuerza y la necesidad en términos de claridad épica. El estilo del publicista iguala al del orador, con una notable correspondencia entre el fondo y la forma [...] El teórico ha ido adquiriendo durante estas luchas simultáneas al estudio, una cultura europea. Cuatro lenguas. El organizador principal de la insurrección de Octubre tiene ahora a su cargo la organización de la defensa de la República de los Soviets. Hace la guerra, forja la espada, carga sobre sí la responsabilidad de todos los frentes [...] Lenin y Trotsky, tienen de común su método de trabajo, fundado en la puntualidad, la economía de tiempo y de fuerzas, la disciplina, la responsabilidad y la iniciativa de los colaboradores. Los dos han nacido para organizadores; y forman equipos enteros de organizadores.”
Señalemos algunos datos de color, verificables con la “búsqueda avanzada” del PDF: Lenin es nombrado 369 veces, Trotsky 203 y Stalin 13. Esa “contabilidad” si se puede ver y pasa algo similar con Diez días que estremecieron al mundo de John Reed. Estos datos, en tanto fuente histórica: derrumban como a un castillo de naipes el mito de la “grandeza” de Stalin en los días de Octubre, dado que en los acontecimientos decisivos no estuvo en puestos de responsabilidad.
Finalmente la obra de Serge será de gran ayuda para todo aquél que quiera reflexionar, conocer o profundizar la historia de la Revolución rusa. Un libro muy alejado de lo que se “enseña” en la academia universitaria.
La unidad del Partido bolchevique, muchas veces, pendió de un hilo. Pero no se rompió, se forjó al calor de los acontecimientos y salió fortalecido. Será tarea de los revolucionarios del mundo en el siglo XXI poner en pie un partido así, que le ponga fecha y hora a la toma del poder y que trate a la insurrección como un arte.
Se diga lo que se diga de la Revolución rusa, Serge tiene la certeza precisa de un calibre porque a partir de ella: “se ha empezado una nueva era”.
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Daniel Lencina
Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.