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Red Internacional
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¡LA VIDA DE LOS AFROAMERICANOS SÍ CUENTA! A propósito de las protestas en Baltimore, el toque de queda y el asesinato de jóvenes a manos de la policía

Las protestas que denuncian la violencia policíaca contra jóvenes afroamericanos han ido en aumento desde agosto pasado, alcanzado puntos críticos debido a su masividad y la presencia de elementos de lucha callejera contra la policía.

Miércoles 29 de abril de 2015

Impactantes movilizaciones han sacudido la ciudad de Baltimore, Maryland, tras la muerte de Freddie Gray, joven negro de 25 años. Fue detenido el pasado 12 de abril y hospitalizado producto de las heridas infligidas a su columna durante custodia policial; tras una semana en coma, murió.

El gobierno se ha visto obligado a reforzar la “seguridad” con el aumento de elementos policíacos, estigmatizando y criminalizando a los jóvenes negros, así como enalteciendo el “heroico servicio a la patria” que los policías ejercen arriesgando sus vidas contra “pobres delincuentes”.

El repudio a esta política de encubrimiento e impunidad para los abusos y asesinatos policiales, preocupa tanto que el régimen busca cómo impedir que se expanda, que no escale. Reacomodos en las alturas, como la validación de las protestas por la investigación del Gobierno Federal -que generó 6 dimisiones de altos funcionarios de Ferguson, Missouri-, además de medidas reaccionarias como el aumento de la presencia policíaca, el alza en el hostigamiento a la población afro y, a partir de hoy, el toque de queda para la ciudad.

Revés negro a la Casa Blanca
Es claro que la rabia que corre por las venas de los jóvenes trabajadores negros contra el racismo y las condiciones de miseria y explotación en las que viven, es un muy potencial enemigo de la estabilidad que la Casa Blanca necesita en EU para continuar con sus planes de “sortear la crisis”.

Con el descrédito de Obama por mantener tropas en Afganistán e Irak, la ocupación de países de Medio Oriente para apagar la primavera árabe y tras la implementación de las medidas para continuar con el saneamiento de la banca –más ajustes y ataques para salir del revés del 2008-, parece que al interior es más problemático que se sostenga la principal carta del primer mandatario. Y es que parte importante de la campaña por la elección y reelección de Obama estuvo concentrada en atraer el voto de la población afro americana y de los migrantes.

A 7 años de presidencia, con un presidente negro, las condiciones de vida del conjunto de la población afroamericana no han mejorado. Y, de hecho, tampoco las del conjunto de la población trabajadora, desempleada y pobre.

Obama gobierna para las grandes firmas estadounidenses con gran presencia en las principales ramas industriales, científicas, electrónicas, farmacéuticas, bancarias y financieras del mundo. Esas empresas que a la juventud estadounidense le ofrecen sólo precariedad y súper explotación, a la que la sociedad ofrece marginación y violencia y a la que la policía apunta para matar, sin dudar.

Vale destacar las condiciones de la población afroamericana, en particular juvenil: alto desempleo, altos índices de violencia, trabajos miserables y racismo. Al igual que para los migrantes, inestabilidad en el empleo y contratos basura –si se tienen-, jornadas extenuantes y salarios que no cubren ni la renta ni los servicios. Sumado a una situación avanzada de desmantelamiento de conquistas como la privatización del sector salud, la educación y los ataques a la organización sindical.

Opresión al servicio del capital
Las revueltas contra el racismo ponen sobre la mesa que los derechos se arrancan y para conquistarlos hemos perdido, arriesgado y aprendido mucho. El auge del movimiento sociopolítico por plenos derechos civiles para la comunidad afroamericana tuvo su auge en los 60’s, con actores tan imponentes como las panteras negras y el movimiento obrero estadounidense, muy nutrido en sus filas por trabajadores afro.

Tras años de lucha y movilización (cientos de presos, asesinados), tras aumentar la capacidad de respuesta organizada, la lucha contra el racismo se consagró como un gran aporte a la profundización de la crisis que atravesaba el gobierno estadounidense durante los 60’s, cuestionado por la Guerra de Vietnam y atorado entre las tensiones de la Guerra Fría.

El ascenso de la lucha de clases a finales de la década arrancó grandes conquistas, como la despenalización del aborto y de la homosexualidad. Un relato ilusorio que proyectaba una época más democrática y, con ella, el fin a la discriminación racial se erigió sobre las instituciones públicas y los programas del gobierno, mientras por abajo se preparaba el ataque neoliberal.

Al igual que frente a la cuestión de la mujer (y nuestra histórica marginación como grupo social con la complicidad y auxilio del Estado), la diversidad sexual o la condición migrante, sucede con el problema racista: las instituciones y el gobierno se llenan la boca de avances pero, en comparación y a escala ampliada, el grado de ataque ha venido in crescendo durante las últimas décadas, asegurándonos como grupos socialmente subordinados que gracias a esta estigmatización estamos obligados a asumir las peores condiciones laborales y civiles.

Se nos considera mercancía desechable, y en general, el status quo –heteropatriarcal, blanco, burgués- admite nuestra súper explotación. Las mujeres realizamos gratis el trabajo de reproducción de la vida, vital para el funcionamiento de la maquinaria social; las personas LGBTTTI son despedidas injustificadamente, acosadas y con suerte pueden no dedicarse al trabajo sexual; lxs migrantes son trabajadores en negro, sin ningún derecho ni estabilidad, y soportan además la brutalidad de los funcionarios de migración cuando sobreviven al infierno migrante de atravesar México.

El patrón aquí es la apropiación de sistemas de opresión y dominación milenarios por el capitalismo para, a su favor, generar división entre las capas explotadas y competencia a raíz de la gran disponibilidad de manos contratables –un enorme ejército de reserva-, naturalizando la violencia.

Todos somos Baltimore
Hoy la juventud y los trabajadores se movilizan contra la brutalidad policiaca y se organizan para responder la violencia del Estado. Frente a los ataques de las fuerzas represivas, hay que responder de manera unitaria e internacional. En Baltimore el responsable es el Estado. En Ayotzinapa y Tlatlaya también, porque sus fuerzas represivas sirven para cuidar los intereses de los capitalistas, de los empresarios y de sus políticos lacayos.