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Red Internacional
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Educación. A vueltas con las tasas universitarias

Estudiantes que no pueden continuar en la universidad por la subida de tasas. Jóvenes que jamás han podido ni siquiera pensar en ir a la universidad. Este es el panorama de las universidades públicas españolas.

Miércoles 9 de enero de 2019

Estudiantes que no pueden continuar en la universidad por la subida de tasas. Jóvenes que jamás han podido ni siquiera pensar en ir a la universidad. Familias que hacen un sobresfuerzo e incluso se endeudan para pagar las matrículas. Jornadas precarias para poder pagar los créditos, sumadas a las horas de clase. Precariedad laboral del personal docente y no docente. Reducción de becas. Un 40,2% menos de gasto universitario entre 2010 y 2016 (830,55 millones menos en cinco años). Este es el panorama de las universidades públicas españolas. Y seguro que nos dejamos muchos más datos, no menos desalentadores.

Mientras, el Estado (mediante municipios, provincias o a nivel estatal) en 2016 destinaba un 12% del gasto público a financiar la educación concertada (que suman 87 centros que segregan por sexo, muchos católicos o vinculados al Opus Dei).

Como hemos dicho en otras ocasiones, la rebaja del 30% de las tasas que se plantea en Catalunya -por otro lado, donde las tasas son más altas- supondría una reducción del precio de las matrículas, pero seguiría impidiendo el acceso a la universidad pública a miles y miles de hijos e hijas de familias trabajadoras y pobres.

Entonces ¿es una solución o una medida transitoria? Si calculamos las cifras post rebaja del 30% vemos como siguen quedando unos precios inalcanzables para la mayoría de familias trabajadoras y pobres. Por lo tanto, la respuesta debería ser medida transitoria hacia la gratuidad absoluta de la educación, de la universitaria y del resto de niveles. Por desgracia, algunas organizaciones estudiantiles, aunque en su discurso defienden la reducción de tasas como el “camino hacia la gratuidad” parecen asumirlo más como un fin que como un “camino” (transición).

Somos conscientes que la rebaja podría aliviar la carga económica de muchísimas familias. Pero ¿serviría para que volvieran a las aulas los alumnos y alumnas expulsadas por las subidas detasas? ¿Serviría para que la juventud que siempre ha estado excluida del acceso a la universidad, pudiera acceder? Claramente no. Como decíamos en este otro artículo, “No hay tasas universitarias menos abusivas. Simplemente hay tasas que impiden el acceso a una gran parte de la población, que es precaria, que es pobre, que jamás soñó con ir a la Universidad porque tiene que ponerse a trabajar para sobrevivir (...) Para todos ellos, no existen unas tasas no abusivas. Para ellos la única opción para poder acceder a la Universidad pública es la gratuidad. Y si no luchamos por una universidad gratuita, que dé además todas las ayudas y becas que hagan falta para que los estudiantes puedan vivir mientras estudian, estaremos dejando de lado a un sector de la sociedad de la clase trabajadora.”

Por lo tanto, la pelea por la rebaja de las tasas no tiene que perder en ningún momento de vista que el fin último es la gratuidad. Y que tanto la rebaja -aprobada por la Generalitat en 2016 y que ahora dice que implementará en 3 fases durante los próximos 3 años- como la gratuidad no la vamos a conquistar negociando con rectores o consellers.

Se necesita poner en pie un movimiento estudiantil combativo, que unifique todas las demandas de la comunidad educativa; que pelee por la gratuidad en todos los niveles educativos; que rompa con el coorportavisimo de dividir a los estudiantes por niveles educativos (FP, secundaria, universidad) y a su vez, al personal docente. Un movimiento estudiantil que no esté a la espera de concesiones y migajas, autoorganizado en asambleas democráticas.

Pero volvamos al tema de la gratuidad. ¿Cómo se financian las matrículas universitarias? De lo que pagamos directamente a través de las tasas, de la financiación pública que sale de los presupuestos generales y de los impuestos que gravan el capital, como el de sociedades. ¿De dónde proviene el dinero del Estado? Del IRPF y el IVA que pagamos. ¿Y el de los impuestos que gravan el

capital? De los beneficios empresariales, que provienen de lo que el empresario no paga a sus trabajadores y trabajadoras (plusvalía). Que se lo pregunten a Jeff Bezos.

Por lo tanto, ¿es posible la educación gratuita? Tal y como está el sistema de impuestos y financiación a día de hoy, no.

Para poder garantizar una educación gratuita sería necesario: impuestos a las grandes fortunas para garantizar la financiación necesaria para la educación en todos sus niveles y aspectos (matrículas, material escolar, transporte, comedor, etc); becas-salario para poder estudiar sin tener que trabajar en condiciones extremadamente precarias para poder pagar las matrículas; fin de la financiación pública a las escuelas concertadas y privadas para beneficio de la calidad de la educación pública; fin de la precariedad laboral de todo el personal docente y no docente. Y por supuesto, que las empresas privadas salgan de los órganos de gobierno de las universidades públicas.

Unos órganos que deciden sobre los planes de estudios, privilegiando los relacionados con las empresas que los componen. Empresas que tienen másters y cátedras propias y prácticas con las universidades, nutriéndose así del trabajo gratuito de estudiantes.

Cuestionar el modelo de educación mercado es cuestionar las ganancias del capitalismo. La educación gratuita no puede ser un “máximo” postergado indefinidamente en el tiempo. La gratuidad no es un máximo, es un mínimo para garantizar el acceso igualitario a la mayoría de la población, trabajadora y pobre. Aún con la gratuidad, habrá jóvenes que tengan que elegir entre trabajar para mantenerse a sí mismos y a sus familias o estudiar.

Por eso, tenemos que pensar en la gratuidad como un inicio en la perspectiva de transformar esta sociedad capitalista, basada en la explotación de millones de seres humanos como mano de obra barata. Y la mayoría del estudiantado, trabajador y pobre, es eso: mano de obra barata que será explotada, no en pocas ocasiones, por las mismas empresas que gestionan la educación.