Renuncias de miles de militantes durante el ciclo electoral, sólo 2 convencionales electos y en las parlamentarias de noviembre sólo 8 diputados. Fuad Chahín habló de “una crisis de convivencia interna (...), de identidad, de discurso y también de trabajo territorial”. Anunciaron su voto por Boric y se declararon como una “oposición colaborativa” con voces disidentes tanto por izquierda, criticando que no podía la Democracia Cristiana declararse como oposición a un gobierno del Frente Amplio, como por derecha, negándose al voto favorable a Boric.
Domingo 20 de febrero de 2022
Estas últimas semanas se dejó ver una nueva muestra de la crisis de identidad que cruza a la DC y que tiene relación con el hundimiento del centro político evidenciado en las elecciones a constituyentes, municipales, legislativas y presidenciales. Es la carta redactada por Cristian Warnken y firmada por importantes personeros de la Democracia Cristiana y Ex DC, los que más destacan: Burgos, Goic, Walker, Álvear, Aylwin, entre tantos más. Junto con ellos firman también Rodrigo Valdés del PPD, haciéndose presente la vieja Concertación y sus amigos.
La carta titulada “Amarillos por Chile” de amarilla no tiene nada, es en cambio la defensa conservadora y desesperada a cualquier cambio a la constitución del 80’, teniendo en cuenta además que la convención ha votado borradores de políticas que no transforman estructuralmente las condiciones de vida del pueblo trabajador, siendo éstos, entonces, los verdaderos amarillos. Algunos ejemplos son el rechazo al pluralismo jurídico, la legalización de la marihuana o la apertura del Frente Amplio a transar la unicameralidad como moneda de cambio por la aprobación de las asambleas legislativas en el articulado que versa sobre el Estado Regional.
Uno de los principales objetivos de la carta, lejos de buscar aportar a “cambios de manera gradual y responsable”, o al “diálogo con quienes piensan distinto” es replicar el discurso político que impusieron en las elecciones presidenciales: hacer creer que el centro político tenía un peso importante en el electorado y que, por tanto, el Frente Amplio tenía que moderar su programa. El Frente Amplio cedió aspectos de su ya moderado programa, de la reforma a carabineros pasaron a hablar de “mejoras” y todos vimos la apropiación del discurso securitario que venía levantando la extrema derecha.
Sin embargo el Frente Amplio ganó la elección no con el voto de “los moderados”, sino con el voto prestado y crítico de miles que salieron a luchar en la rebelión, jóvenes y mujeres cansadas del Chile de los treinta años ganando en comunas pobres y en un electorado que se ausentó, por desazón, durante la primera vuelta y que sólo el miedo a Kast fue capaz de concitar para la segunda.
En la carta sectores de la Democracia Cristiana y amigos escriben que en las últimas elecciones y por la importancia de su voto “obligaron a los extremos a moderarse”, sacando como conclusión, entonces, que Chile es en realidad un país de amarillos.
Es evidente que Chile no está cruzando una situación revolucionaria, porque la Rebelión no avanzó a convertirse en un proceso revolucionario y porque las y los trabajadores no estuvieron al frente cuestionando con sus métodos históricos de organización y lucha a los grandes poderes que hoy saquean Chile y concentran las riquezas que deberían ser de las grandes mayorías. Pero esto no sucedió porque Chile sea un país de amarillos.
El proceso constitucional fue de hecho un proceso que, con la dirección del Frente Amplio y con la Tregua que impuso el Partido Comunista desde la CUT, desvió la movilización en ciernes y llevó todo al cauce institucional, en los marcos de los ⅔ provenientes de la constitución de Pinochet. Es decir, la convención está lejos de la “euforia refundacional” que denuncian y se configura como una política impulsada contra la fuerza de trabajadores y el pueblo desatada en la rebelión.
Pero si la convención se sitúa como caballo de batalla entre quienes buscan conciliar con los viejos partidos del régimen como lo demostró el Acuerdo por La Paz, entonces el ímpetu de los firmantes de la carta no es otra cosa que la defensa irrestricta del Chile de los 30 años, que es su propio legado. No son cualquier persona, son aquellos que han gobernado Chile beneficiando a las trasnacionales, imponiendo regímenes laborales atomizados y de trabajo precario, impidiendo el derecho a huelga y a manifestación, privatizando derechos básicos como la salud y la educación y recursos naturales vitales para el pueblo trabajador como el agua y el cobre, por nombrar solo algunas.
La defensa de quienes se dicen “amarillos” es desde la vereda de la centro derecha, con quienes buscan dialogar con su carta y hacia quienes se dirigen buscando crecer. De amarillos no tienen nada. Su “pasión por lo posible” no es otra cosa que conservadurismo o pasión por los privilegios conquistados. Su “respeto irrestricto a la democracia” y sus deseos de recoger “lo mejor de nuestra historia institucional” es otra falacia: no olvidamos que fue la DC la que apoyó el Golpe de Estado del 73’.
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