El último libro de Sophie Lewis, Abolish the Family: A manifesto for care and liberation, fue publicado por Verso Books en octubre 2022. Lewis propone una reflexión acerca de la necesidad de configurar vínculos personales más allá de la lógica de la propiedad, la subordinación de género y la dependencia económica, características del capitalismo. Y considera que la mejor forma de expresar ese proyecto es con la idea -de por sí provocadora- de “abolir la familia”. Según la autora, su planteo confluye con otras corrientes que se definen como abolicionistas, desde el movimiento por la abolición de la policía, la abolición de las cárceles o de las fronteras. Lewis reconoce que puede resultar chocante la afinidad que establece entre un movimiento que busca terminar con el sistema carcelario y represivo y su propuesta para cuestionar la institución familiar. Pero sostiene que todas estas corrientes son parte de un proyecto práctico para avanzar, desde el aquí y ahora, hacia la construcción de una sociedad alternativa al capitalismo, prefigurando nuevas relaciones sociales.
Con ese objetivo, la autora recupera lo que considera una larga “tradición abolicionista de la familia”, en la que incluye a Charles Fourier y las feministas utópicas, a Marx y Engels y Alexandra Kollontai, de quien destaca sus elaboraciones sobre la familia, la sexualidad y el amor libre, como parte de los debates del bolchevismo en los primeros años de la revolución. A continuación, no sin un salto histórico importante, rastrea los aportes a esa misma tradición en la obra de Shulamith Firestone o la Campaña por el salario para las amas de casa, impulsada por las feministas autonomistas en la Segunda ola del feminismo. En su libro, Lewis establece un diálogo con las críticas que han planteado algunas feministas negras a la idea de la abolición de la familia -aunque no profundiza demasiado en sus argumentos- y reivindica las elaboraciones de diversas autoras transfeministas en la actualidad. En el último capítulo plantea algunas ideas acerca de cómo se podría avanzar hacia nuevas relaciones sociales basadas en la camaradería.
En este artículo nos interesa retomar el recorrido que hace Lewis, ya que permite visualizar una rica historia de debates sobre la cuestión. Y, si bien coincidimos en la aspiración de una sociedad emancipada donde las relaciones personales estén libres de las ataduras de la sociedad actual, vamos a plantear algunas polémicas con el modo en que la autora aborda la cuestión. En sus planteos encontramos un cierto retorno a una perspectiva socialista utópica, desprovista de fundamentos acerca de las posibilidades de una transición más allá del capitalismo y sin una estrategia para afrontar los desafíos que se plantean.
En la tradición del feminismo socialista, la crítica a la institución de la familia patriarcal (como unidad de reproducción social, con un determinado ordenamiento jurídico y jerárquico, etc.) siempre ha estado ligada a la lucha por transformar la totalidad capitalista. La familia patriarcal, junto con la opresión de las mujeres -o la subordinación de los hijos, considerados muchas veces como “propiedad”- no puede disolverse por un acto de pura voluntad. La tarea pasa por abrir las condiciones de posibilidad para su superación: nuevas bases materiales, sociales y culturales que permitan una radical transformación de las relaciones personales, del amor, la amistad y los cuidados, en la transición al socialismo.
La familia y la privatización de los cuidados
En el primer capítulo del libro, titulado “But I love my family!” la autora señala que la sola mención a la idea de “abolir la familia” resulta bastante provocadora.
Según Lewis, esto sería así porque rompe con aquellas ideas establecidas que relacionan la familia solo con la aspiración de generar cuidados y afecto, al amor por los hijos y el cuidado de las personas mayores. Para la autora, hace falta definir de otra manera a la familia. Un espacio -prosigue Lewis- que no solo está asociado a los cuidados, sino que también incuba competencia, violencia machista, incita al chovinismo, colabora con la creación de individuos adaptados a la sociedad capitalista y establece jerarquías sociales. Retomando las palabras de Mario Mieli, Lewis señala que la familia constituye la célula del tejido social. Ironizando con la conocida frase de Jameson, apunta que, por todo esto, sería "más fácil imaginar el fin del capitalismo, que el fin de la familia".
La autora hace suya la definición de Kathi Weeks acerca de un proceso de cercamiento privado de los cuidados, para definir el papel de las familias. Con "privatización de los cuidado"s, se refiere a que gran parte de estos se desarrollan en la esfera doméstica de los hogares individuales. Desde ese punto de vista, solo superando las tecnologías de privatización del cuidado se podría avanzar hacia relaciones más libres.
Y en ese sentido, Lewis reivindica que: “todos los días hay experimentos utópicos que generan las bases de nuevos tejidos sociales, micro-culturas que podrían tomar una escala superior si el movimiento por una sociedad sin clases se comprometiera con la idea de que los hogares pueden formarse libremente y gestionarse democráticamente, junto con el principio de que nadie debe ser privado de comida, vivienda, o cuidados por no trabajar.” [1] Lewis buscar llamar la atención sobre la idea de que “hay otras posibilidades”. Las relaciones que se establecen habitualmente entre hombres y mujeres, en las parejas, o entre adultos y menores en la familia, no son las únicas posibles.
Ahora bien, Lewis debate en su libro con algunas feministas negras que, en diferentes momentos, han cuestionado la idea de “abolición de la familia”. Su argumento central ha sido que, muchas veces, las familias negras fueron un lugar de resistencia frente al racismo. En el mismo sentido, podríamos recuperar múltiples experiencias de la lucha de clases en las cuales sectores de las familias trabajadoras han jugado un papel clave contra los ataques del capital. Ya sea mediante el apoyo a huelgas obreras, estableciendo relaciones de solidaridad entre las fábricas y los barrios, mediante huelgas de alquileres, ollas populares, movimientos en defensa de los servicios públicos y otras formas de resistencia. La tradición de formar “comisiones de mujeres” en las huelgas, por ejemplo, ha permitido a la clase trabajadora articular fuerzas de lucha mucho más allá del lugar de trabajo.
Por su parte, Lewis responde a las feministas negras que, aun así, eso no quita que busquemos la abolición de la familia, ya que no necesitaríamos ese “escudo protector” si consiguiéramos dar forma a una sociedad sin racismo. El argumento tiene una parte de verdad, y sin embargo, se queda a medio camino. No contempla el papel que pueden desempeñar las relaciones familiares de algunos sectores de la clase trabajadora o sectores oprimidos en momentos de incremento de la lucha de clases. En otro plano, no toma en cuenta el hecho de que el capitalismo, a la vez que necesita de esa “célula social” para su propia reproducción, horada constantemente las condiciones de existencia de las familias trabajadoras. Marx y Engels ya habían señalado esto a mediados del siglo XIX, apuntando a la extensión de la jornada laboral, la falta de viviendas en condiciones, y en general la precariedad de la vida de la clase trabajadora.
Por último, hay otra cuestión a considerar. Históricamente, muchas funciones de la reproducción social que recaían en las familias han pasado al ámbito social (en la forma de servicios del Estado o de empresas privadas). Pero las tendencias hacia una mayor injerencia del sector privado en sectores como la sanidad, la educación o el cuidado de mayores, junto con los recortes y ajustes brutales en los servicios públicos, han descargado nuevamente muchas de estas tareas en el ámbito de los hogares, algo que quedó claro durante la pandemia, generando verdaderas crisis de cuidados. Es decir, que la cuestión de la familia incluye un conjunto de dimensiones y tendencias contradictorias que es necesario tomar en cuenta desde una perspectiva de emancipación.
Una larga historia abolicionista
La autora hace breves referencias a la cuestión de la abolición de la familia en la antigua Grecia, pero la historia del abolicionismo que propone toma impulso con la figura de Charles Fourier (1772-1837). Este identifica la familia nuclear como uno de los principales obstáculos para la emancipación de las mujeres. Sus ideas, bastante disruptivas para la época, inspiraron movimientos utópicos feministas que plantearon la reorganización de viviendas sin cocinas, la reorganización del trabajo, el fin de la monogamia y otras cuestiones.
Ciertamente, Fourier fue pionero en la crítica a la familia patriarcal y al matrimonio. Sus elaboraciones sobre este tema se encuentran en obras como El nuevo mundo amoroso o La teoría de los cuatro elementos. Allí propone establecer pequeñas comunidades, en base a un ingreso universal y vivienda garantizados. Plantea el diseño de una nueva arquitectura, con espacios verdes y de esparcimiento, reducción del tiempo laboral y rotación en diferentes trabajos para no caer en la rutina, así como más tiempo para el ocio creativo. Los llama falansterios, y, en estos, Fourier imagina también el despliegue de relaciones no monógamas entre hombres y mujeres, el disfrute de una libertad sexual sin las ataduras del matrimonio y otras ideas para combinar el placer, el arte y la producción. En estas comunidades, todas las tareas domésticas serían transformadas en trabajos sociales, incluido el cuidado de los niños. Según Lewis:
"Totalmente comprometido con la libertad sexual femenina, promulgó una teoría orgiástica proto-queer avant la lettre. El feminismo original, pues, es inseparable de la abolición de la familia, el sexo queer y el utopismo socialista. Es bueno saberlo, ¿verdad? Vive le phalanstère!" [2]
Tal como señala Lewis, al cuestionar a la familia como un puntal de la dominación de esta sociedad, el pensamiento de los socialistas utópicos ayudó a develar las “oportunidades perdidas, las posibilidades ocultas” de las vidas humanas.
Del Manifiesto comunista a la Revolución rusa
Lewis afirma que la abolición de la familia es “marxismo ortodoxo”, la definición es nuevamente provocadora. Para fundamentar la idea, recuerda que Marx y Engels se oponían por igual a la religión, a la familia y al Estado como instituciones del orden burgués. En este sentido, cita fragmentos de los Manuscritos filosóficos donde Marx planteaba que, superando la propiedad privada, se podrán superar también otras formas de alienación como la religión, la familia y el Estado. El gran aporte de Marx y Engels en este tema, asegura la autora, es que historizan las relaciones familiares. Allí no hay nada de eterno o fijo. La familia, como ente social, se transforma. Lewis también recupera la idea, planteada en el Manifiesto Comunista, acerca de que la educación de los niños, que en aquel entonces se hacía en gran parte en los hogares, podría reemplazarse por una educación más social.
No podemos profundizar aquí en las concepciones de Marx y Engels acerca de la familia, la propiedad privada y el Estado. En otros artículos hemos tratado el tema. Pero es importante señalar que la inscripción de Marx y Engels en la tradición abolicionista, por parte de Lewis, deja varias cosas en el camino. Por empezar, estos no planteaban que la familia se pudiera abolir “aquí y ahora”, sino que pensaban en las posibilidades de su superación, como parte de la transición al socialismo. Es decir, nunca plantearon la cuestión de “abolir” la familia, ni el Estado, como tarea inmediata. En polémica con los anarquistas, sostenían que se trataba, en primer lugar, de derrocar al Estado capitalista para instaurar un gobierno de trabajadores y así avanzar, de forma transitoria, hacia la abolición de toda forma de estado (y en ese camino, también de la institución familiar). Volveremos sobre esta cuestión más adelante.
Continuando con su recorrido histórico, en el contexto de la Revolución rusa, Alexandra Kollontai es, para Lewis, la figura central de lo que define como la corriente “abolicionista familiar soviética”. Señala que, en su panfleto de 1920 "El comunismo y la familia", Kollontai desarrolla el horizonte de Marx y Engels de la vida post-familiar donde “la sociedad asumirá gradualmente todas las tareas que antes de la revolución correspondían a los padres individuales’”. Las obligaciones de los padres para con sus hijos “se irán marchitando gradualmente” en la medida en que la sociedad vaya asumiendo mayor responsabilidad en la educación y el cuidado de los niños.
"La sociedad comunista se ocupa de todos los niños y les garantiza a él y a su madre un apoyo material y moral. La sociedad alimentará, criará y educará a los niños. Al mismo tiempo, a los padres que deseen participar en la educación de sus hijos no se les impedirá en absoluto hacerlo. La sociedad comunista asumirá todos los deberes que conlleva... pero las alegrías de la paternidad no serán arrebatadas a quienes sean capaces de apreciarlas. Tales son los planes de la sociedad comunista y difícilmente pueden interpretarse como la destrucción forzosa de la familia y la separación forzosa del hijo de la madre."
Lewis recupera en su libro las elaboraciones de Kollontai sobre otras formas de amor y relaciones interpersonales. Entre ellas, las críticas a la forma de amor-propiedad, característica de la sociedad capitalista, con el sinfín de tragedias asociadas a la misma, incluyendo los celos, múltiples violencias y angustias en las relaciones de pareja. Kollontai promovía relaciones no monógamas, relaciones de amor-camaradería y amistad.
Alexandra Kollontai e Inessa Armand fundaron el Zenothdel, una comisión especial dedicada al trabajo político entre las mujeres trabajadoras y campesinas. Junto con Clara Zetkin, Rosa Luxemburg y otras dirigentes, las podemos considerar figuras claves del feminismo socialista. En el caso de Kollontai, sin embargo, su ubicación política fue mucho más contradictoria. Después de haber defendido posiciones críticas a la dirección bolchevique desde la Oposición Obrera [3], terminó en la década siguiente subordinada al estalinismo, tal como señala Lewis.
"Trágicamente, Alexandra Kollontai parece haber abandonado sus creencias liberacionistas y sindicalistas, sirviendo a Stalin desde la distancia durante el resto de su vida, incluso cuando éste reinstauró las formas más anticomunistas (por no hablar de conservadoras del género y patriarcales) del orden social. Nunca criticó a Stalin públicamente, sobrevivió y murió en Rusia en 1952.” [4]
Aún así, sus trabajos previos acerca de la sexualidad, las relaciones personales y la opresión de las mujeres, como parte de la lucha socialista, constituyeron enormes aportes al feminismo desde el marxismo.
Derivas desiguales
Después de este recorrido, Lewis propone un salto histórico de medio siglo para centrarse en la figura de Shulamith Firestone. Una pensadora que combina una lectura particular del marxismo con la obra Sigmund Freud y Wilhelm Reich y que se transformó en una de las referentes del feminismo radical en los años 70. Para Lewis, la obra de Firestone sería una continuación de la tradición abolicionista. Como parte de la Segunda ola del feminismo, esta se enfocó en el cuestionamiento a la familia y la sexualidad como espacios de opresión y de violencia. La apuesta de Firestone era que, por medio del desarrollo científico y tecnológico, nuevos métodos anticonceptivos y de fecundación in vitro, se pudiera liberar a las mujeres de las determinaciones biológicas de la maternidad.
Ahora bien, los planteos de Firestone no son complementarios con aquellos de las autoras y autores marxistas que Lewis reseñó previamente, sino que más bien los cuestionan. Firestone desarrolló una crítica al materialismo histórico, que derivó en una posición culturalista, característica del feminismo radical. Sostenía que el motivo por el cual la Revolución rusa había fracasado, era porque no había logrado eliminar la familia y la represión sexual. Y al amalgamar bolchevismo con estalinismo, terminaba desechando los fundamentos del marxismo. Desde ahí, proponía revisar el materialismo histórico a partir de una nueva “dialéctica del sexo” donde mujeres y hombres constituían clases sexuales enfrentadas. Esto muestra la distancia entre las posiciones del feminismo socialista y las del feminismo radical, pero Lewis no las considera en su libro.
Lewis culmina con un recuento de las posiciones más progresivas que se plantearon desde el movimiento LGTBI y sectores del feminismo post 68. Una perspectiva que se obturó en gran parte hacia los años 80, cuando se impuso el neoliberalismo acompañado de ideologías neoconservadoras y familiaristas, con Reagan y Thatcher. Ya en la actualidad, Lewis reivindica la aparición de nuevas publicaciones de autoras transfeministas o del llamado marxismo queer acerca de la cuestión de la abolición de la familia.
El interrogante final de Lewis es “¿Qué hacer con la familia?”. Su propuesta pasa por la configuración de nuevas relaciones sociales basadas en la camaradería. Y como ejemplo, recupera la experiencia del campamento de Camp Maroon, una ocupación del movimiento por la vivienda en Filadelfia. Para Lewis se trataría de una experiencia de autogestión y cuidado mutuo que permitió formar un nuevo tipo de relaciones sociales y de cohabitación. Una “muestra de lo que el abolicionismo significa en la práctica” en un movimiento de “deconstruccion-preservacion-transformacion-realizacion”. Como última reflexión, Lewis señala que, si bien no sabe qué vendrá después de la familia, apuesta porque eso sea mucho mejor que lo existente.
La revolución, la familia y la cultura
Hasta aquí, hemos desarrollado los principales argumentos de Lewis y hemos señalado también algunas de sus limitaciones. A continuación, queremos precisar algunas polémicas. Como hemos visto, la autora sitúa en la Revolución rusa y en la obra de Kollontai un momento avanzando en los debates sobre la abolición de la familia. Sin embargo, no se detiene a analizar las medidas transicionales que los bolcheviques implementaron para dar pasos en ese sentido. Y lo más importante, no encontramos una reflexión acerca de por qué no se logró ese objetivo abolicionista, ni referencias acerca del proceso que dio lugar a la consolidación de la burocracia estalinista. Se trata de una gran ausencia, ya que la Revolución rusa fue una de las experiencias históricas más avanzadas, donde la perspectiva de superar históricamente a la familia patriarcal estuvo planteada no solo como un deseo, sino como una posibilidad real. Una hipótesis abierta en el marco de las transformaciones sociales revolucionarias asumidas por millones de trabajadoras, obreras y campesinas.
Ahora bien, desde el punto de vista de los bolcheviques, la abolición de la familia, del mismo modo que la abolición del Estado, no era algo que se pudiera establecer por decreto. En esto, no hacían más que continuar las reflexiones de Marx y Engels, pero ahora en un contexto histórico concreto. Incluso después de la toma del poder y la superación de la propiedad privada como principio organizador de la sociedad, las relaciones familiares de dependencia no iban a disolverse por un acto de pura voluntad. La tarea pasaba por consolidar las condiciones de posibilidad para su realización. Nuevas bases materiales, sociales y culturales que permitieran esa transformación-superación de las relaciones familiares y personales en la transición al socialismo.
La obtención de derechos democráticos y reproductivos por parte de las mujeres (como la igualdad ante la ley, el divorcio y el derecho al aborto libre y gratuito) fueron importantes pasos en esa dirección. Conquistas de la revolución que adelantó en mucho a las democracias capitalistas de la época. Pero seguían siendo insuficientes. La Revolución se proponía avanzar de forma radical en la socialización del trabajo doméstico, para arrancarlo de la esfera privada feminizada y transformarlo en una rama más de la producción social. Esto debía permitir, al mismo tiempo, la incorporación plena de las mujeres a todos los organismos de autoorganización y decisión. El objetivo era revolucionar todos los ámbitos de la vida cotidiana, de la cultura y las relaciones entre las personas.
Haciendo un balance de aquella gran experiencia histórica, León Trotsky se planteaba en 1936 que “la familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía ser sustituida según la intención de los revolucionarios, por un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casas cuna, jardines de infantes, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cines, teatros, etc.” Esto permitiría la “absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, al unir a todas las generaciones por la solidaridad y la ayuda mutua, debía proporcionar a la mujer, y en consecuencia a la pareja, una verdadera emancipación de las cadenas milenarias”.
Sin embargo, en los primeros años de la revolución, la familia no se pudo “tomar por asalto”. Y no porque faltara voluntad en las filas revolucionarias ni por ausencia de iniciativa entre las mujeres obreras y campesinas. El primer límite estuvo en que los escasos recursos del Estado no se correspondían con los planes del Partido Bolchevique.
“La familia no puede ser ‘abolida’: debe ser reemplazada. La emancipación verdadera de la mujer es imposible en el terreno de la ‘miseria socializada’. La experiencia reveló bien pronto esta dura verdad, formulada por Marx ochenta años antes.” [5]
La escasez de recursos y la baja calidad de los servicios sociales para el lavado de la ropa, la alimentación, el cuidado de enfermos, niños o personas mayores, eran una presión enorme para que estos volvieran a recaer en el ámbito familiar y privado. Los estragos de la guerra civil y el aislamiento de la URSS después de la derrota de la revolución alemana, dificultaban los intentos de avanzar en otro sentido.
Sin embargo, esta situación pegó un salto cuando en los años 30 la burocracia estalinista comenzó a transformar la necesidad en virtud. Mientras que los discursos de la burocracia estatal aseguraban que se había alcanzado los objetivos del socialismo al 99%, se implementaron leyes reaccionarias como la prohibición del derecho al aborto. Desde las usinas del Estado se promovió el regreso de las mujeres a un papel más tradicional en el hogar familiar, ligado a la maternidad, mediante una ideología conservadora. “Filosofía de un sacerdote que dispone, además, de los poderes de un gendarme”, en palabras de León Trotsky. Un nuevo “culto a la familia” que también fue utilizado por la burocracia para consolidar una jerarquía más estable en las relaciones sociales, la base para un nuevo poder estatal autoritario. Para hacerlo, tuvo que imponer también la derrota de las tendencias revolucionarias y liquidar la democracia soviética mediante métodos de dictadura.
Todo este proceso, sin embargo, no es tenido en cuenta en el libro de Lewis. La autora no reflexiona acerca de por qué aquellas propuestas tan emancipadoras no lograron sus objetivos en la rusia soviética. ¿Era posible avanzar en otro sentido? ¿Podía la Revolución llevar adelante una transformación radical en todas las esferas de la vida cotidiana más allá del capitalismo? Esa posibilidad estuvo abierta. Volver a plantearse esta cuestión en la actualidad no puede simplemente hacer borrón y cuenta nueva respecto a aquellas importantes experiencias históricas, sin sacar lecciones para el presente.
¿Un retorno al socialismo utópico?
Lewis propone multiplicar espacios donde se configuren “micro-culturas” alternativas, como el caso del campamento por la vivienda en Filadelfia. Considera que estas “podrían tomar una escala superior si el movimiento por una sociedad sin clases se comprometiera con la idea de que los hogares pueden formarse libremente y gestionarse democráticamente, junto con el principio de que nadie debe ser privado de comida, vivienda, o cuidados por no trabajar.”
Ahora bien, ante esta idea de huir del capitalismo, liberando pequeños espacios de “autonomía” en los intersticios del sistema, podemos plantear varias objeciones. En primer lugar, si este tipo de experiencias se produce a una “micro” escala, sólo sería un camino para que se salven unos pocos. Y si en cambio, se generalizan, adquiriendo una escala muy superior: ¿acaso los capitalistas, sus Estados y fuerzas represivas no responderán con toda la fuerza? El sueño utópico de evadir al Estado se choca una y otra vez con el hecho de que el Estado capitalista sigue allí. ¿O los capitalistas dejarían que cunda el ejemplo, se ocupen viviendas vacías, tierras y edificaciones para poner a funcionar de forma democrática una sociedad alternativa bajo sus narices? Toda la experiencia histórica indica lo contrario. Si la lucha se radicaliza, más tarde o más temprano el enfrentamiento está asegurado. Por eso, la discusión estratégica acerca de cómo prepararse tiene que tener relevancia.
Por otro lado, ¿bajo qué condiciones de posibilidad se puede dar la abolición-superación de la familia? Acordamos con Lewis cuando dice que, para gestionar democráticamente las formas de vida “nadie debe ser privado de comida, vivienda, o cuidados por no trabajar”. Entonces, ¿cómo asegurar esas condiciones de vida para millones de personas? ¿Es posible hacerlo en los marcos del sistema capitalista?
La realidad es que, en el capitalismo del siglo XXI, millones viven en condiciones deplorables, bajo la extrema pobreza, con la incertidumbre de no saber con qué alimentar a sus familias al día siguiente. El capitalismo, tal como plantearon Marx y Engels en su momento, no solo reproduce la institución familiar como una pieza clave de la sociedad. Al mismo tiempo, degrada al extremo las condiciones de existencia de la familia trabajadora, negándoles a millones de personas el derecho a una vivienda y a un trabajo, sin tiempo ni posibilidades de disfrutar de los placeres de la vida. En este contexto, la perspectiva de conquistar relaciones más libres, no puede escindirse de la lucha contra esa degradación de la vida de la clase obrera. Como parte de la lucha más general por terminar con toda forma de explotación y opresión.
Proyectar cómo pueden configurarse las relaciones personales en un futuro comunista contribuye a despertar la imaginación y el deseo por otra sociedad. Del mismo modo, combatir hoy el machismo, la homofobia, o la idea del amor como propiedad, junto a todas las ideologías conservadoras, es clave para cualquier lucha emancipatoria, para consolidar la unidad entre todas las personas oprimidas y explotadas y para forjar relaciones de camaradería. Sin embargo, la idea de que es posible “abolir la familia” aquí y ahora, en pequeños espacios autogestionados que escapen al capitalismo, sin terminar con este, es una completa ilusión.
El pensamiento de los socialistas utópicos, al decir de Engels, contenía en germen poderosas ideas acerca de la sociedad comunista. Proyectaban en sus cabezas los contornos perfectos de un nuevo orden social para “implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda, y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de modelo.” Pero esos modelos nunca pasaron del terreno de la utopía, en tanto no había más que un incipiente desarrollo de la clase trabajadora, la fuerza social que se podía proponer transformar lo que eran sueños en realidad.
Muchas de las ideas planteadas por Lewis en su libro apuntan a despertar la idea de una sociedad alternativa, al mismo tiempo que cuestionan las relaciones personales moldeadas por el capitalismo. Pero 200 años después de que Fourier proyectara falansterios, no alcanza con imaginar los contornos de esa sociedad. Lo que es urgente, en cambio, es una estrategia socialista y revolucionaria para vencer. Una que ponga en el centro la lucha de la clase trabajadora junto al resto de las capas oprimidas, para desarrollar nuevas formas de autoorganización que se propongan derrotar a los capitalistas e instaurar un Estado de nuevo tipo. Un estado propio de la clase obrera, que, poniendo todos los recursos de la técnica y la industria en manos de los productores y productoras, empiece por garantizar que a nadie le faltará alimentación, vivienda y sanidad, que reduzca el tiempo de trabajo, socialice los trabajos de cuidados y libere a las mujeres de esa carga en el espacio doméstico. Que promueva todas las innovaciones necesarias en los terrenos de la educación y la cultura, en base a la deliberación democrática de trabajadoras y trabajadores. Solo entonces se podrán romper las fuertes cadenas de la necesidad que sostienen a la familia patriarcal. De este modo, mediante una autoactividad consciente de la sociedad en todos los planos de la vida, esa institución familiar se podrá extinguir hasta ser archivada en el museo de la historia.
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