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Entrevistas. Andrea Rodríguez: “Lograr una mirada que no equipare el consenso a la guerra a un apoyo a la dictadura”

Doctora en Historia, docente e investigadora del CONICET en el Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales. Autora de "Batallas contra los silencios. La posguerra de los ex combatientes del Apostadero Naval Malvinas."

Liliana O. Calo

Liliana O. Calo @LilianaOgCa

Sábado 2 de abril de 2022 00:01

¿Cómo fue tu aproximación al tema de Malvinas? ¿Cuál es tu primer recuerdo de la Guerra?

Yo nací en la ciudad de Bahía Blanca justamente en 1982. En ese entonces, Bahía era una localidad clave a nivel militar no sólo en la Patagonia (ya que allí residía el Comando del V Cuerpo del Ejército, cuya jurisdicción abarcaba esa región), sino también a nivel nacional, e incluso más allá de las fronteras, ya que a solo 30 km de allí se encontraba –se encuentra al día de hoy- la Base Naval Puerto Belgrano, la más importante de Sudamérica en ese entonces. Por ende, al ser una localidad con esta presencia militar y situada en el litoral atlántico, allende al teatro de operaciones de la guerra, la cotidianeidad de los bahienses se vio profundamente alterada por la guerra. Sus habitantes no sólo lo vivieron con furor patriótico y alegría, sino también con temor a ser atacados, y tomaron medidas al respecto. De hecho, mi primera referencia sobre Malvinas son los recuerdos de mi mamá que estando embarazada se subía a las sillas para cubrir las ventanas con frazadas y sumarse así a los (ingenuos) procedimientos de oscurecimiento para evitar ser bombardeados.

Mis primeros recuerdos sobre Malvinas se remontan a un trabajo de investigación que desarrollé en el colegio secundario, en el que intenté explicarme cómo Argentina pudo haberse embarcado en una guerra contra Gran Bretaña por unas islas perdidas en el Atlántico Sur. En realidad, me parecía inconcebible que Argentina hubiese sido parte de una contienda bélica hacía sólo algo más de una década. Su desenlace, además, – la derrota argentina – me parecía obvio. Escribí en un par de hojas las razones esgrimidas en un manual de secundaria por las que las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur eran argentinas. Desde mi óptica inocente, en ello se agotaba la explicación de la guerra.

Esta inquietud debe haber permanecido latente durante gran parte de mi vida porque 15 años después, cuando ya estaba en la universidad, ante el pedido de realizar una investigación, nuevamente elegí estudiar aquella guerra que parecía rodeada de silencio, aquel conflicto del que prácticamente nada habíamos visto durante toda la carrera. Pero ahora la relación con su contexto, la última dictadura militar, me parecía la clave. De allí en más, mi labor como historiadora estuvo indisolublemente ligada a la guerra.

¿Qué política tuvieron los gobiernos constitucionales postdictadura frente a Malvinas?

Creo que, teniendo presente lo que he investigado, una clave a tener en cuenta es qué políticas desplegaron los gobiernos constitucionales hacia la comunidad de excombatientes/veteranos de guerra. Si hay una cuestión que primó socialmente en los 80 fue incomodidad frente a Malvinas. Es que el recuerdo de la guerra interpelaba a todos (incluso a los sectores dirigentes, y a todo el arco político), por el propio consenso otorgado a un conflicto declarado por una dictadura militar que había secuestrado, torturado y asesinado a miles de ciudadanos en los 70s. Esto condujo a interpretarlo únicamente como una “aventura militar”, un “manotazo de ahogado” de una dictadura en crisis, que había apelado a una causa nacional y popular para legitimarse y en el transcurso le había mentido a la sociedad argentina, manipulando los medios de comunicación. Claro que este discurso implicaba tanto no responsabilizarse por el propio consenso dado al conflicto, como dejar a Malvinas en un encono de silencio, y a largo plazo olvido.

Por ende, en los años del gobierno de Alfonsín prácticamente no hubo políticas destinadas a los ex combatientes. No necesariamente esto implicaba indiferencia social, ya que hubo gran cantidad de proyectos legislativos que los involucraban, sin embargo, la gran mayoría no fueron tratados. Finalmente, recién en 1988 se puso en práctica la ley de Beneficios sociales destinada a los ex soldados conscriptos, que implicaban una serie de beneficios de salud, vivienda, trabajo y educación. La tardanza en la reglamentación de la ley, ya que fue aprobada en 1984 pero recién se reglamentó en 4 años después, dice mucho con respecto a las incomodidades que generaban los ex combatientes. Por ende, en definitiva, estuvieron casi toda la década del 80 sin un amparo estatal.

En los 90 el gobierno de Menem desplegó otras políticas de memoria de la guerra y de reconocimiento de los combatientes. Ello venía de la mano de la apuesta por una “pacificación social”, tal como era entendida por el gobierno. Es decir, durante toda su gestión, el presidente Menem intentó cerrar los pasados más conflictivos de la historia argentina mediante diversos gestos, echando un manto de olvido para supuestamente poder mirar al futuro. Como parte esa política, en el plano del pasado reciente, Menem indultó a los militares responsables del terrorismo de Estado y de la guerra de Malvinas y a las cúpulas de las organizaciones político-militares y desplegó políticas de reparación y reconocimiento destinadas a todos los veteranos de guerra (civiles y militares), como la pensión vitalicia para los ex soldados y los civiles, la inclusión del 2 de abril en el calendario de efemérides (todavía no como feriado), entre otras. Ello con el objetivo de resolver la crisis “carapintada” y, a la vez, a controlar al movimiento de ex-combatientes.

Claro que estas políticas vinieron de la mano de otra interpretación del conflicto distinta a la de “aventura militar”: ahora se trataba de dejar en segundo lugar el contexto en el que se había producido el conflicto (la dictadura), para acentuar que la guerra había sido una “gesta” por la justicia de la causa en la que se basaba. Entonces, no interesaba tanto las motivaciones del régimen ni su pésima actuación en la guerra ni la derrota, lo que se privilegiaba era la causa soberana y el reconocimiento a civiles y militares combatientes como “héroes” por haber estado dispuestos a dar su vida por la patria. En realidad, esta no era una narrativa nueva, sino que era la interpretación que habían aducido las FF.AA. y otros círculos tradicionales desde la inmediata posguerra, pero que prácticamente no había tenido impacto público por el mismo desprestigio de las FF.AA.

A principios del siglo XXI, ésta se rehabilitó, y regresó al espacio público con toda su fuerza, en un contexto de crisis gubernamental y de vuelta “al patriotismo”. En esta coyuntura critica, la revalorización de los tópicos tradicionales vinculados a la nación se generalizó y ello vino de la mano de la causa Malvinas, de la mano de un discurso nacionalista tradicional en el que la “gesta” y los “héroes” estaban limpios de toda crítica y cuestionamiento. Esa retórica se vio alimentada aún más en las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (2003-2015), primeros mandatarios que se reconocieron “malvineros” por su procedencia patagónica austral. Sin embargo, su política respecto al pasado reciente fue ambivalente, y habilitó procesos contradictorios cuyas consecuencias continúan aún hoy en día.

Por un lado, uno de los ejes claves de su gobierno fue la memoria, verdad y justicia respecto al terrorismo de Estado. Ello permitió que algunas agrupaciones de ex-soldados combatientes comenzaran a pensar sus experiencias en otras claves (como continuación del terrorismo de estado y se autoidentificaran como víctimas), y pudieran llevar adelante causas judiciales pidiendo el reconocimiento de ciertos castigos brutales que se dieron durante la guerra como crímenes de lesa humanidad. En tal sentido, algunas medidas tomadas por Cristina Fernández a 30 años de la guerra parecieron renovar los cruces entre dictadura y Malvinas, como el museo y memorial de Malvinas en la ex-ESMA, la desclasificación del “Informe Rattenbach” (y luego de todos los archivos sobre la guerra), el impulso de los juicios anteriormente indicados y la identificación de los restos de los caídos sepultados en las islas, entre otros. Sin embargo, por otro lado, la política gubernamental respecto al conflicto en sí, en ocasiones, se ancló en un discurso antiimperialista, latinoamericanista y nacionalista que reivindicaba a la guerra por su causa justa, más allá de las circunstancias en que se dio, y desde esa postura, terminó alimentando el discurso militar que refiere a “gestas” y “héroes”.

Entonces, desde el vigésimo aniversario de la guerra, la rehabilitación paulatina de la memoria que reivindica el conflicto en tanto guerra justa permitió la pervivencia de narrativas opuestas de la contienda bélica, que a veces disputan por el espacio público y en otros casos aparecen conviviendo en un sincretismo de memorias sin ninguna lógica ni coherencia. De todas formas, en los últimos años parecería que se ha consolidado la narrativa de Malvinas que no busca deslindar ningún tipo de responsabilidades por la guerra, ya que afirma que todos los combatientes fueron “héroes” por igual y que el reclamo soberano está más allá de las circunstancias políticas en las que se produjo el conflicto.

En paralelo, ese relato acrítico de la guerra otorgó un sentido claro y concreto a las experiencias de todos los ex-combatientes y a las muertes de los caídos: el sacrificio de los vivos y los muertos había sido por la defensa de la Patria. Por ende, al tiempo que contribuyó a la impunidad respecto de las responsabilidades por la guerra de Malvinas, legitimó las experiencias de todos los veteranos por igual, amplió el espacio de circulación de sus voces y de otros recursos culturales vinculados a la guerra, y hubo un verdadero boom en las políticas de reconocimiento destinadas a todos los que combatieron. Por ende, actualmente parece que hemos llegado a un punto ciego en el que el reconocimiento de los combatientes va de la mano del olvido de la dictadura en la que se produjo la guerra y de las condiciones que condujeron a la derrota. Ello no debería ser así: el necesario reconocimiento a quienes combatieron y estuvieron a la altura de las circunstancias en el conflicto no debería ser óbice para cuestionar la guerra y sus motivaciones.

¿Cuáles han sido las formas de entender y explicar la guerra de Malvinas que han prevalecido en la historiografía argentina?

En consonancia con lo que venimos charlando, en la larga posguerra hubo dos formas principales de abordar la guerra en la historiografía argentina, que replican las narrativas que circulaban en el espacio público. Entonces, por un lado, en la posguerra los círculos académicos “progresistas”, enfrascados en la tarea de refundar el estado de derecho, establecieron una ruptura total con el pasado y se apropiaron de la narrativa de “aventura militar, aquella que reducía la interpretación de la guerra a mera estrategia política de la dictadura para legitimarse. Se trataba, entonces, de una lectura del conflicto que replicaba la antinomia civil-militar de la Argentina posdictatorial, ya que se atribuía total responsabilidad del mismo a las Fuerzas Armadas en el poder, exculpando a la sociedad, que debido a la manipulación de los medios de comunicación había sido engañada en su buena fe. Se trataba de una lectura que tanto subsumía la guerra a su coyuntura inmediata –la dictadura militar- como la reducía a una interpretación política, quitándole especificidad a la guerra como fenómeno social, que si bien se vincula a lo económico, político y social, tiene características propias. En esta perspectiva, pues, no había lugar para las experiencias de los actores en la guerra ni menos aún en la posguerra.

Por otro lado, una vasta historiografía militar sostuvo una interpretación del conflicto radicalmente opuesta: aquella que la concebía como una “gesta” y a todos los combatientes como “héroes” por la defensa de una causa de soberanía justa. En esta lectura, la coyuntura inmediata –la dictadura militar- no tenía nada para aportar en la comprensión del conflicto, ya que este era incorporado a la línea de luchas patrióticas fundantes de la nación y, por ende, contextualizado sólo en el largo plazo desde la toma británica de las islas en 1833. Se trataba de una narrativa que buscaba legitimar a las Fuerzas Armadas, ya que percibía a la guerra como un triunfo moral, por haberse atrevido a luchar contra una potencia imperialista, más allá de la formación y de la más elemental evaluación de los recursos disponibles para ello. Esta historiografía muy técnica que consiste principalmente en crónicas de batallas, tampoco buscan comprender al sujeto en guerra y, menos aún, en la posguerra.

Alrededor de comienzos del siglo XXI, hubo una renovación historiográfica en los estudios de la guerra de Malvinas, cuando aparecen los primeros estudios socioculturales del conflicto que proponen una nueva forma de leer la guerra. A casi 20 años del conflicto y a partir de los trabajos de la antropóloga Rosana Guber y del historiador Federico Lorenz, se produce una renovación de los estudios de la guerra de Malvinas como fenómeno social y cultural, investigaciones que están permitiendo superar las limitaciones de las dos perspectivas que veíamos previamente. Este enfoque parte de pensar a la guerra como un hecho social y cultural, con lógicas propias y diferentes a cualquier otro ámbito de la vida humana. Al revalorizar a la guerra como un fenómeno humano, dan lugar al análisis de las experiencias y subjetividades de los protagonistas del conflicto, de los sentidos que ellos le otorgaron a lo que estaban viviendo y los que construyeron en la posguerra. Así, la historia sociocultural de la guerra hace foco en las experiencias, identidades y memorias de aquellos sujetos marcados por la guerra y omitidos en la historiografía militar y diplomática tradicional, como los sobrevivientes, escritores, artistas, víctimas, veteranos heridos, lisiados, mutilados, así como también sus familias, viudas, huérfanos.

En tus trabajos planteas abordar el conflicto de Malvinas desde una multiplicidad de tiempos, el que se corresponde con los antecedentes y el desarrollo de la guerra y otro, de más larga duración histórica. ¿Qué aportes y potencialidades plantea este cruce temporal para los estudios socioculturales de Malvinas?

Es que si pensamos en una historia centrada en los sujetos, una historia más humana, el diálogo entre distintas escalas temporales resulta nodal para comprender las experiencias de los actores atravesados de alguna forma por la guerra de Malvinas. Por caso, para comprender el amplísimo consenso del que gozó el conflicto, y lograr una mirada más compleja que no lo homologue a un apoyo a la dictadura, es necesario tener en cuenta la construcción de la reivindicación de la soberanía del archipiélago como una causa nacional y popular por lo menos desde la década de 1930. Esa causa fue apropiada por amplios sectores sociales de todo el arco político-ideológico y de todos los extractos sociales, que durante generaciones aprendieron que “las Malvinas fueron, son y serán argentinas” casi como un mandato.

Sin embargo, esta explicación reducida a la larga duración histórica no alcanza. Sin dudas, factores propios de la coyuntura histórica de la guerra tienen mucho que aportar para la comprensión cabal de dichas actitudes, como la necesidad de amplios sectores sociales de conquistar un espacio público que había estado brutalmente vetado por años (que volvieron a ocupar las plazas masivamente), como la censura que regía –que no habilitaba el espacio para voces disidentes. Asimismo, si nos situamos en el análisis de las expresiones públicas durante la guerra, podríamos incorporar matices, al identificar cuál era realmente el objeto de las manifestaciones de consenso y apoyo: ¿la guerra, la dictadura, la causa de soberanía, los soldados en las islas? ¿O todo ello al mismo tiempo?

¿Cuál es la importancia de Malvinas en el presente? ¿Qué significa pensar las Malvinas hoy?

Pensar Malvinas hoy implica pensarnos como Nación. Tal vez, sea uno de los símbolos con mayor potencialidad para reflejarnos como sociedad, con nuestras limitaciones, intolerancias e imposibilidad de escuchar a los otros. Quiero decir, la cuestión Malvinas ha motivado verdaderos diálogos de sordos, entre aquellos que sólo sacralizan la causa –y por ende, no pueden aceptar cuestionamientos ni relecturas ni pensar otra posibilidad como no sea una recuperación unívoca por parte de Argentina-, y aquellos que la deslegitiman porque consideran que Malvinas es sinónimo de nacionalismo reaccionario y por ende plantean pragmáticamente que da lo mismo su recuperación, como si el imperialismo y los conflictos de poder no existiesen ni valiesen una resolución justa. En tal sentido, por las formas que circula Malvinas en la esfera pública - con las antinomias de Patria o colonia, de amigos y enemigos-, parecería que el reclamo de soberanía se hubiese quedado congelado en el tiempo. Estos diálogos de sordos (que se han multiplicado en el aniversario de los 40 años de la guerra) contribuyen muy poco para resolver un conflicto que ya lleva casi dos siglos de historia.

Alrededor de comienzos del siglo XXI, hubo una renovación historiográfica en los estudios de la guerra de Malvinas, cuando aparecen los primeros estudios socioculturales del conflicto que proponen una nueva forma de leer la guerra.

Acerca de la entrevistada

Andrea Belén Rodríguez es Profesora y Licenciada en Historia por la Universidad Nacional del Sur y Doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata. Actualmente, es docente en la Universidad Nacional del Comahue e investigadora del CONICET en el Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales. Se ha especializado en el estudio de la guerra y posguerra de Malvinas desde una perspectiva sociocultural. Es autora de Batallas contra los silencios. La posguerra de los ex combatientes del Apostadero Naval Malvinas (UNGS, UNLP Y UNM, 2020).


Liliana O. Calo

Nació en la ciudad de Bs. As. Historiadora.

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