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Juventud en pandemia. Antes, durante y después de la pandemia… ¿qué pasa con lxs pibes?

Compartimos un video sobre el libro de Nicolás del Caño “Rebelde o Precarizada” que ilustra las condiciones de precarización laboral de los jóvenes en Argentina, recrudecidas durante la pandemia. Reflexionamos además sobre cómo es esa juventud hoy y cuáles son las potencialidades sobre su intervención en este escenario de crisis.

Juliana Yantorno

Juliana Yantorno @JuliYantorno

Magdalena Ramos @Maguiramos_ Estudiante de Derecho/ UNLP

Martes 15 de septiembre de 2020 23:52

Juventud: ¿Rebelde o Precarizada? - YouTube

Como ya viene siendo expresado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la actual crisis generada por el Covid 19 tendrá un triple impacto en la vida de la juventud en todo el mundo. El primer golpe es, sin duda alguna, sobre las condiciones laborales: fuimos la primera fila en ser despedida y flexibilizada con la crisis del Covid. En segundo lugar, los estudios: el acceso a la educación se vio interrumpido para los millones que se ven impedidos de acceder a la virtualidad. En tercer lugar, queda abierto el interrogante sobre nuestra futura inserción al mercado laboral [1].

Baratxs, renovables, descartables.

Si bien se profundiza con la pandemia, la precarización laboral de la juventud es una de las columnas sobre las que se apoya la economía del país. Tal como describe Nicolás del Caño en su libro Rebelde o Precarizada, la precarización se consolida como modelo fundamentalmente en los años 90, cuando el menemismo se encargó de garantizar las ganancias empresariales volviendo a millones mano de obra barata para las empresas. Este modelo, sostenido a través de los distintos gobiernos que le sucedieron, tiene a la juventud en el centro: hoy 7 de cada 10 pibes con empleo en el país, trabajan en la informalidad. ¿Qué significa esto? Que cobramos sueldos menores (un 40% menos que los trabajadores formales), estando expuestos a trabajos de mayor riesgo sin ningún tipo de cobertura, mientras que los aportes jubilatorios y las vacaciones pagas se vuelven inalcanzables. Dentro de este escenario, las mujeres son quienes obtienen los trabajos peores pagos, en peores condiciones, a sabiendas de que dedicamos en promedio más de 6 horas por día al trabajo en el propio hogar [2].

Este es parte del diagnóstico preexistente a la llegada del coronavirus, que hoy empuja a millones a ser afectados por despidos, rebajas salariales y contagios, al ocupar, sobre todo las mujeres, muchos de los llamados “servicios esenciales”. Un patrón similar se repite a escala internacional: un tercio de los jóvenes del mundo sufrieron despidos y la mitad recortes salariales, al quedar entre los que más posibilidades tenían de ser despedidos “quienes ganaban menos, incluidos los millennials negros y latinos” [3].

¿Y lxs que estudian?

Si bien no hay estadísticas oficiales, la mayoría de los estudiantes también trabajamos. Incluso en las universidades de mayor composición de “clase media”, como la UBA, el 60% trabajan. En terciarios y universidades del interior del país estos números se profundizan. Según el Observatorio de la UNLaM La Izquierda Diario, un 78% de lxs estudiantes que trabajan tienen salarios por debajo de la línea de pobreza y un 35% lo hacen bajo condiciones de precariedad extrema, en call centers, apps, trabajo doméstico, entre otros [4].

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Hoy en Argentina solo el 39% de los ingresantes de universidades provenimos de escuelas públicas. Según los datos del Ministerio de Educación del 2017, sólo el 30% de la población universitaria se recibe [5]. En el marco de una tendencia creciente hacia la elitización y mercantilización, los planes de estudio universitarios se fueron orientando hacia lógicas empresariales, degradando los títulos de grado y propiciando posgrados arancelados, a la vez que se multiplicaban los convenios con grandes multinacionales. Sabemos también que el título de grado muchas veces tampoco es garantía para salir de la precariedad. La gran mayoría de los egresados de las universidades pueden aspirar a la reducida vía de la oferta científica estatal, o a insertarse en un mercado laboral escaso y hecho a medida de las necesidades de las empresas.

En este contexto de crisis, y ante la modalidad virtual propuesta, donde corren por cuenta propia los gastos y obstáculos que surgen de la conectividad, miles de jóvenes en el país se vieron forzados a abandonar sus estudios. En universidades como la Universidad Nacional de Rosario (UNR), provincia de Santa Fe, se constata una deserción del 50 %, que duplica la de años anteriores. En la Universidad Nacional de La Plata llega a un 40%. En la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo), un 39,6 % de estudiantes encuestados afirmó que accede con dificultades a las cursadas virtuales. Aunque casualmente no hay datos oficiales, podemos suponer que es un patrón que se repite y que se profundiza en instituciones secundarias y terciarias.

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¿Qué pasa con nuestro futuro?

El tercer impacto de la pandemia en los jóvenes tiene que ver con las mayores dificultades que tendrán para reincorporarse al mercado laboral. “Las pruebas empíricas muestran que la incorporación de los jóvenes al mercado laboral en períodos de recesión puede repercutir adversamente en su situación relativa durante una década”, anticipa la OIT. “Los grupos que concluyan su enseñanza secundaria o universitaria en el 2019/2020 es probable que padezcan pérdidas salariales a largo plazo, y en los próximos años deberán afrontar una mayor competencia y una menor cantidad de puestos de trabajo disponibles”.

En Argentina, esto se enmarca con el derrumbe económico del 20 % en el segundo trimestre de este año, donde la mitad de la población es probable que ya esté en situación de pobreza, donde avanza la desocupación y los ingresos son destruidos por el combo mortal de pandemia e inflación. La juventud se encuentra en el ojo de la tormenta, porque cuanto más joven sos, más chances tenés de ser pobre. Si a fines del año pasado, el nivel general de pobreza alcanzó un 35,4 %, entre las personas menores a 15 años ascendía al 52,6%: más de la mitad de las niñas y los niños en el país, en la miseria. Entre las personas de 15 a 29 años, la pobreza se encontraba en un 42,3 %. Antes de la pandemia, la mitad de la población que buscaba trabajo y no conseguía era menor de 29 años, hoy podemos afirmar que estos números se recrudecieron [6].

La crisis económica, social y sanitaria irrumpió en toda su dimensión dando expresión a otros déficits de larga data, como las cuestiones de vivienda y urbanización. Según el Censo Nacional de 2010, el déficit habitacional alcanza 3,5 millones de viviendas: comprende a 1,3 millones de viviendas faltantes y 2,2 millones de viviendas que no proveen a quien la habita las condiciones mínimas para mantener un nivel de vida digno. Hoy siete de cada diez de los habitantes de las villas y asentamientos son jóvenes menores de 29 años. En las villas porteñas, la edad promedio de los habitantes es de 24 años [7].

Según la OIT, en el mundo el 77% de la fuerza de trabajo juvenil se encuentra en condiciones de informalidad. Las nuevas generaciones buscan insertarse dentro de la población económicamente activa pero “los “buenos” empleos escasean (…) a nivel global se encuentran más trabajadores en situaciones más inestables, inseguras y precarias de trabajo, ampliando el subempleo y la desocupación” [8]. El malestar de la juventud no es nuevo, y se recrudece ante las consecuencias sociales de esta crisis capitalista de magnitud histórica..

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Bajo este fenómeno se puede entender la furia expresada en las enormes movilizaciones en EEUU tras el asesinato de George Floyd a manos de la policía. Las jornadas repercutieron en todo el mundo: con abrumadora participación juvenil se desplegaron masivas acciones solidarias en Alemania, Francia, Brasil, Inglaterra y otros países.

No sólo la juventud se rebeló en EE.UU. y en el resto del mundo bajo el grito de Black Live Matter, sino también en América Latina, donde las protestas por los precios del transporte público de la juventud secundaria chilena abrieron camino a las revueltas del año pasado [9]. Recientemente vimos el enorme paro de trabajadores de Apps en Brasil, con fuerte repercusión en el país y en toda latinoamérica. Si mirar a la juventud resulta una clave para pensar el futuro de las sociedades, estas imágenes nos auguran futuros posibles de radicalización.

La situación de pandemia global abre un nuevo capítulo para una juventud sobre la cual quieren descargar los costos de estas crisis, lejos de la resignación, los jóvenes comienzan a mostrar rebeldía junto a mujeres e inmigrantes. En un contexto de avanzada de discursos reaccionarios que ven delitos donde hay necesidades, impulsados por una derecha que clama por el aumento de la mano dura, se vuelve necesario aumentar la coordinación junto con los trabajadores y trabajadoras y a los sectores que hoy se encuentran sin vivienda que están bajo amenaza de desalojo. Para pelear por nuestro futuro, para que la crisis la paguen los capitalistas. La juventud no tiene nada que perder en este contexto sino, por el contrario, tiene mucho por ganar.


Juliana Yantorno

Socióloga UNLP, becaria doctoral Conicet

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