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Red Internacional
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Opinión. Aparato represivo: la máquina, el sistema y sus partes

La repercusión por los asesinatos de Lautaro Rosé en Corrientes, Lucas González en CABA, Alejandro Martínez en San Clemente y Elías Garay en Quemquemtrew, Río Negro nuevamente trae a la opinión pública el accionar de la maquinaria represiva.

Miércoles 24 de noviembre de 2021

*Viernes por la noche, quiosco sobre Avenida Alberdi*

Tuve que venir porque, viste ese que mataron...Todo el día de ayer se armó quilombo. Parece que había sacado un arma y los efectivos dispararon.

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“No es una policía, es toda la institución”, la consigna fuerte y clara cortó en seco mis pensamientos sobre esquinas y próximos destinos. No hizo falta ser consciente siquiera de que quien hablaba era una agente de la policía de la ciudad para que me diera bronca. “Ese que mataron” así tan sueltamente, con la calma y la pesadez que antecede al “qué paja”.... Me di vuelta, la miré dos segundos, pagué mi barra bajonera a base de jarabe de alta fructosa y volví a la fiesta.

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Un sistema se constituye por elementos ordenados cuya sinergia permite cumplir determinados objetivos. Los elementos pueden ser piezas, seres vivos, cuerpos celestes, grupos sociales. Cada elemento, a su vez, puede ser un sistema en sí mismo, con distintos grados de complejidad y libertad. Las estrellas formarán sistemas planetarios y galaxias, los complejos ecosistemas constituyen el sistema Tierra, las estructuras de organización social estarán determinadas por las relaciones económicas. Existe así una relación dialéctica entre los subsistemas y el sistema “mayor” del cual son parte. El fin del sistema (la razón de su existencia) condiciona en gran medida los grados de libertad de los elementos que lo constituyen.
Una máquina es un sistema particular, en donde sus elementos tienen muy pocos grados de libertad: la ubicación y funciones de éstos tienden a ser más rígidas, lo cual les permite automatizar procesos de manera eficiente. Las máquinas son herramientas de intervención en nuestra realidad cotidiana y cambian en función de las necesidades históricas de la sociedad. Los fines por los cuales son creadas, son explícitos para quienes las crean porque surgen de las necesidades colectivas de un grupo o clase social.

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Volví caminando a la fiesta y pensé que no tenía sentido enojarme o indignarme en ese momento. A dos cuadras éramos cientos encontrándonos en la noche, bailando y disfrutando del encuentro con amigos, compañeros, parejas, vínculos. Nos convocaba la necesidad humana de compartir la vida misma, pero también la conciencia colectiva de que en el sistema donde vivimos pasan muchas cosas graves, irracionales que atentan contra nuestra comunidad: no solo no llegamos a fin de mes, nos fumigan todo el tiempo sin nuestro consentimiento, nos quitan derechos laborales, derechos de decidir sobre el cuerpo, nos envenenan la comida, el agua, el aire, nos queman los bosques, los humedales, sino que además nos matan y peor, matan a nuestros pibes, así, a la vista de todos, explícitamente. Esa noche, teníamos la conciencia de que tres policías sin identificación habían asesinado a Lucas González, un chico de 17 años que salía de un entrenamiento y ningún argumento era suficiente para explicar la aberración: el hecho no tiene razón de ser, es irracional para nuestra clase. En 24 horas se dijo de todo. Y se supo de todo también. Habían plantado pruebas, los medios salieron a justificar el accionar policial, que fue un error, gatillo fácil, que si fue la policía de Larreta o un enfrentamiento entre delincuentes. Tiempo y aire de grandes medios al amplio espectro de posiciones de derecha en función de la agenda de la inseguridad. ¿Podría entonces sorprenderme que una policía negase que agentes de civil de la institución a la que pertenece habían acribillado a un pibe? “Obvio que va a decir que fue en defensa propia y que había sacado un arma, ¿qué otra cosa podría decir?”...

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Cada unx de nosotrxs es una parte individual de un sistema más grande determinado por relaciones de producción. Intercambiamos trabajo por dinero y a éste por objetos a los que alguien les haya puesto un precio. Pero no todos viven de vender su fuerza de trabajo, también están los que viven del robo de trabajo ajeno. El funcionamiento del sistema capitalista requiere de distintos órganos, encargados de moldear, cancelar y reprimir elementos que puedan interferir en el normal funcionamiento. Se imponen valores, miedos, modelos de familia, de mujeres, de hombres, de cuerpos, formas de vincularnos, de extraer recursos naturales, de decidir quién sirve y quién no. El Estado se constituye así como el órgano fundamental de dominación de clase, y cada uno de sus órganos funciona a distintos niveles. La institución policial, así como el resto de las fuerzas armadas, en tanto órgano del Estado se relaciona dialécticamente con otras instituciones. Es el sistema carcelario, ligado al sistema penal y por lo tanto, al Poder Judicial. Son las leyes que imponen penas.

Hay terrenos y órganos en el Estado en donde los grados de libertad permiten desarrollar batallas políticas o ideológicas con mayor margen de éxito. Sin embargo, no se puede igualar el sistema educativo o los medios de comunicación con el aparato represivo. Aquí la analogía con la máquina se hace evidente, pues su estructura debe constituirse lo más rígida y aceitada posible para sostenerse entera frente a agudos procesos de lucha de clases. El “brazo armado” es el fundamento último del poder capitalista y por lo tanto, debe necesariamente ser destruido.

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La agente que estaba ahí cumpliendo su turno tendrá una vida personal, pareja, hijos, familia. Vivirá en algún barrio, tendrá su auto, o viajará en transporte público. Tendrá sus creencias, tomará determinadas decisiones en base a prejuicios y cosas aprendidas en su actividad diaria. Su subjetividad, sus objetivos personales, su conciencia, sus emociones, los vínculos que construye estarán determinados en gran medida por sus acciones en el mundo y su pertenencia institucional. Ella pertenece al aparato, sabe cómo se maneja la policía en las villas y en los barrios populares. Ella habla el mismo idioma que sus compañeros, participa de las conversaciones, conoce el mundillo, comparte valores. Ella pertenece a ese círculo que encubre, y termina el trabajo sucio, plantando y ocultando pruebas, encubriendo, callando y mintiendo, amparados por la doctrina Chocobar. Cabe preguntarse entonces sobre el sentido de desagregar la persona de la institución a la que pertenece.

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El domingo a la tarde se difundió la noticia del asesinato en manos de civiles armados de Elías Garay y de otro peñi herido en un ataque a la lof Quemquemtrew . En un contexto de brutal campaña antimapuche encabezada por la gobernadora Arabela Carreras y los medios de comunicación hegemónicos, se venía preparando un clima represivo en las últimas semanas apuntado a quienes están luchando por la recuperación de sus tierras arrebatadas a sangre y plomo. El aparato funcionando con total normalidad, permitiendo el ingreso de efectivos de civil a la lof, gatillando, incrustando balas de plomo en los cuerpos de quienes enfrentan el avance sobre los territorios avalado tanto por los gobiernos provinciales como por el nacional. No se trata de casos aislados, un mal policía, un mal gendarme, una orden mal dada. No son errores, se trata de toda una maquinaria represiva.
El sistema capitalista funciona en base a la actividad humana y, a pesar de lo invencible que pueda parecer -o nos lo quieran mostrar- la misma actividad de sus partes puede liquidarlo: tiene margen -grados de libertad- para subvertir su funcionamiento, lo cual hace viable la lucha revolucionaria. Y si la máquina nos mata, entonces, organicémonos para romperla a martillazos.

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