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Red Internacional
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Opinión. Apuntes antes del domingo: el desafío de darle fuerza a las batallas que vienen

13 de agosto, próxima estación. Se cierra una campaña y se abre otra etapa de la crisis. Balances provisorios de la pelea en curso. El voto que hace falta para darle fuerza a nuestros próximos combates.

Fernando Scolnik

Fernando Scolnik @FernandoScolnik

Jueves 10 de agosto de 2023 07:28

En los papeles, no era ésta la idea. La arquitectura política argentina de las últimas décadas -después del alfonsinismo- estaba pensada en parte para que, entre un Gobierno y otro, las transiciones fueran cortas. Se imaginaba que, así, se minimizarían los riesgos de crisis asociados a los fines de ciclo.

La historia, caprichosa, fue distinta. Primero las PASO -desde 2011- comenzaron a cumplir no solo su rol teórico de dirimir internas de partidos y coaliciones, sino que fueron tomadas por gran parte de la población y por todo el régimen político como la verdadera primera vuelta, en la que se comenzaba a definir o condicionar fuertemente la elección general. Lo sabe Mauricio Macri, que en aquel fatídico (para él) agosto de 2019 empezó a despedirse anticipadamente del poder. De ahí hasta el 10 de diciembre de ese año solo se jugó el tiempo de descuento de un partido que verdaderamente ya había terminado. Sin embargo, no era un problema solo de fechas ni de mecanismos institucionales: en aquella ocasión las urnas no hicieron más que contabilizar en votos la bronca que se venía acumulando desde hacía mucho tiempo antes contra el gobierno de los ricos, que a fuerza de tarifazos y prepotencia CEO se había hecho sumamente impopular.

La situación actual es más original aún. A cargo de comandar la transición hacia no se sabe dónde no está el presidente formal -que hace un año fue despedido de su cargo aunque lo conserva en los papeles- sino el ministro de Economía, Sergio Massa, que a su vez es candidato a presidente. Jugando ese doble rol, tiene una parte de su cabeza proyectando el escrutinio del 13 de agosto y la otra relojeando lo que pasa y pueda pasar en la economía, ya que una cosa y otra están intrínsecamente vinculadas.

Es que la historia no se repite, pero entre un proceso político y otro actúa un punto de contacto que demuestra que la incertidumbre vigente y lo que parece una larguísima transición entre un Alberto que ya fue, un Massa que asumió sin asumir y un Gobierno que no se sabe cuál será no se explica solamente por un problema de arquitectura institucional, sino que la eterna crisis argentina y las opciones que se toman frente a ella sobredeterminan todo el proceso político.

Massa, el vendedor de conejos en la galera, llegará al 13 de agosto aguantando la respiración y prendiendo una vela para que no se le acabe el aire en los 70 días que restarán entre esa fecha y las elecciones generales del 22 de octubre, con reservas del Banco Central en números negativos, dólares paralelos en plena volatilidad, presiones devaluatorias, inflación recalentada (la más alta en más de 30 años), desaceleración de la actividad económica y un acuerdo con el FMI aún con firma pendiente pero condicionamientos vigentes. Son solo algunos de los indicadores de lo precaria que es su situación. Es una gestión de puro presente, del día a día, y de un futuro siempre incierto. Aunque el futuro sea la semana que viene y haya incertidumbre por lo que vaya a pasar el mismo lunes a las 10 de la mañana.

Aún así, audacia no le falta al hombre de Tigre, que trabaja 25 horas por día con optimismo de la voluntad para ser el próximo presidente pese a todo. A diferencia de su antecesor Martín Guzmán, cuenta con mayor volumen político para su gestión y para su candidatura. Lo apoyan sectores del establishment local e internacional pero también Cristina Kirchner y casi todo el entramado de poder del peronismo de los gobernadores, burócratas sindicales e intendentes. ¿Continuará intacto ese respaldo después del 13 de agosto? Incógnitas que comenzarán a develarse el domingo.

Sin embargo, en tiempos de desencanto con la política de los mismos de siempre -como lo demuestran los altos picos de abstención en las elecciones provinciales adelantadas-, ese apoyo por arriba no está claro en qué medida tendrá su correlato por abajo en la propia base peronista, cuya profunda desilusión ya llevó al Frente de Todos a la derrota electoral en 2021. Si hubiera que guiarse por la tendencia, la curva de este espacio político es descendente. Hoy, más que nunca, hay enormes dudas sobre cuánto han podido anticipar las encuestas el profundo desencanto de sectores de masas con el proceso político de los últimos años.

El peronismo, que venía de años cruzado por internas y debates, finalmente se ordenó y unificó poniendo el giro a la derecha, pero en ese movimiento dejó un tendal de heridos y decepcionados que aún está por verse cómo se expresarán el domingo. A la base progresista del kirchnerismo se la había “cebado” primero con la campaña de “Cristina presidenta”; después con la batalla del “luche y vuelve” para derrotar la “proscripción”; más adelante con que encabezaría “Wado” como “hijo de la generación diezmada”; para luego terminar, sin embargo, pidiéndole que baje todas las banderas y todos los principios para votar a Sergio Massa, el que hasta hace no tanto tiempo era un “traidor” que le había votado todas las leyes a Macri, el que era amigo de la embajada norteamericana, el que pedía que Cristina fuera presa o “echar a todos los ñoquis de La Cámpora”. Ahora pasó cariñosamente a ser Sergio, un amigo. Pero hay mucha gente que no come vidrio. A lo sumo, dejan una colectora con Grabois para que algunos se saquen un poco la bronca en agosto, aunque el amigo del Papa ya anticipó que votará a Massa en octubre y poco difunde que los que hoy ya son diputados de su espacio se cansaron en el último tiempo de votar leyes de ajuste y que en sus boletas van también como candidatos extractivistas, ajustadores y represores como Mariano Arcioni o Sergio Berni. Parece una forma poco progresista de sacarse la bronca.

Si muchos de estos debates tienen peso en el progresismo, quizás más fuerte aún es la desilusión en los sectores populares que habían tenido expectativas en el Frente de Todos. La disociación entre las promesas de 2019 y la realidad de lo que fue una gestión de ajuste y sometimiento al FMI ya le había causado al peronismo la derrota electoral del 2021 y desde entonces no hizo más que profundizarse, sometiendo al país y a sus grandes mayorías a una crisis permanente. La decisión de Alberto, Guzmán, Cristina y Massa -más allá de los cruces retóricos- de administrar la herencia macrista sin cuestionarla, implicó que siguieran perdiendo los salarios, las jubilaciones y las asignaciones sociales, mientras que continuaron ganando los mismos de siempre, es decir, los especuladores de la deuda, los bancos, el agropower, las mineras, los popes del negocio energéticos o las automotrices. Gobernaron para los ricos.

Por todo esto, es que la campaña de Unión por la Patria aparece muy vacía de contenido y no entusiasma a nadie. Apenas algún discurso económico hacia los trabajadores poco creíble (¿por qué no lo hacen ahora, entonces?), retórica de independencia ante el FMI que en boca de Massa suena gracioso si no fuera trágico y, sobre todo, mucho discurso contra la derecha. En ese marco, no solo los desilusionados que voten a otros espacios aparecen como problema para el peronismo, sino también los desencantados que no vayan a votar. El mal menor, ya quedó demostrado de sobra, ha fracasado como opción y se demuestra que implicó el empobrecimiento de las grandes mayorías.

Del otro lado, las derechas esperan agazapadas su oportunidad. En Juntos por el Cambio Bullrich y Larreta están convencidos de que el próximo presidente surgirá de quien gane su interna el domingo y juegan todas sus fichas a que después de la interna el particular sistema político argentino les permita acceder al Gobierno disimulando su debilidad, que es producto de ser los continuadores de un Gobierno fracasado de Cambiemos en 2015-2019, que dio lugar a fracturas internas en la coalición y al surgimiento de un competidor como Javier Milei dentro de la derecha. Dicho de otro modo: si alguno de los dos ganara las PASO con un número cercano al 20 % de los votos en agosto, podría llegar a ser el futuro mandatario buscando ocultar ese pobre dato de origen con las estaciones de octubre y noviembre que, al ir despejando candidatos y polarizando, contribuyen a la construcción de números artificiales que no reflejan los apoyos reales. Sin embargo, muy distinto es que ese maquillaje les sirva para aplicar los nuevos planes de ataques que ambos tienen en carpeta, para los cuales hoy por hoy no tienen relaciones de fuerza, aunque se esfuercen en demostrar que esta vez llegarían con más presencia en el Congreso Nacional y más gobernadores. Pero otra cosa es la paciencia social, que está al límite. Por estas horas ambos jugaron sus últimas fichas antes del 13 de agosto: María Eugenia Vidal entró en escena como la última carta para el final de la campaña de Larreta y Mauricio Macri hizo un poco disimulado llamado a votar a Bullrich desde las pantallas de TN, en el programa de Joaquín Morales Solá.

La otra incógnita de la elección es hasta qué punto Javier Milei logrará canalizar un voto bronca contra el peronismo y Juntos por el Cambio, que vienen gobernando y fracasando los últimos años. Para los desorientados que no han prestado atención suficiente al contenido de su campaña, no es malo pegarle una última mirada a su acto de cierre de esta semana en el Movistar Arena. Allí las formas no solo fueron las clásicas (un discurso leído), sino que también volvió a reivindicar -como ya había hecho otras veces- a los gobiernos de Carlos Menem y Mauricio Macri. Quizás quien se reclame como "lo nuevo" es el portador de las recetas más viejas y fracasadas. No es por ahí el camino para salir de la eterna crisis argentina.

En las últimas horas, un hecho conmocionante atravesó el tramo final de la campaña. Se trata del terrible asesinato de Morena en Lanús, que está queriendo ser utilizado políticamente desde distintos sectores políticos y grandes medios de comunicación, mezclando el legítimo reclamo por justicia y esclarecimiento, así como la solidaridad con su familia y amigos, con demandas punitivistas que solo fortalecen el aparato represivo del Estado que es partícipe del sistema delictivo.

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Muy distinta a la campaña de los candidatos del régimen es la del Frente de Izquierda y la lista encabezada por Myriam Bregman y Nicolás del Caño, junto a cientos de candidatos trabajadores, mujeres y jóvenes y a miles que por estas horas están cerrando una fuerte pelea a pulmón y desde abajo para llevar otras ideas distintas hasta cada rincón del país. Este 13 de agosto sí hay una decisión de fondo: no hay por qué resignarse a elegir entre lo malo conocido que hoy gobierna y ajusta y lo muy malo con lo que nos amenazan que puede ser peor. Ese es el eterno camino del mal menor que ha conducido a la decadencia actual y a un deterioro incesante de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Los resultados están a la vista para quien los quiera ver.

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De las listas del peronismo, Juntos por el Cambio o Milei ya se sabe qué esperar: seguir de la mano del FMI y sus planes de ajuste, saqueo de los recursos con extractivismo y sometimiento con pagos de deuda exorbitantes para los próximos años. Pero votando a la izquierda también se sabe a qué proyecto se le está dando fuerza, porque siempre es coherente y está del mismo lado. Este domingo está la oportunidad y el desafío de hacer un pronunciamiento masivo contra el ajuste, contra los que gobernaron siempre y por otra salida a la crisis. Un voto para fortalecer las luchas de los trabajadores, las mujeres y la juventud. Como en Jujuy, donde el PTS y el Frente de Izquierda jugaron un rol decisivo para desenmascarar las maniobras de los poderosos y alentar la gran lucha del pueblo de esa provincia contra los ataques. Allí donde la izquierda tiene fuerza, hay resistencia, y se puede pelear para dar vuelta la historia. Porque esos son los desafíos que vienen en lo que queda de este Gobierno y después del 10 de diciembre bajo el peso eterno de la deuda fraudulenta y el FMI. Solo dándole fuerza al Frente de Izquierda, construyendo una fuerza militante de miles en lugares de trabajo, estudio y barrios y debilitando los proyectos de los poderosos, nos preparamos para lo que está por venir y para sembrar las ideas y el programa por otra salida a la crisis favorable a las grandes mayorías.


Fernando Scolnik

Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.

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