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Apuntes para un debate sobre los sindicatos ante la crisis actual

Bárbara Funes

Apuntes para un debate sobre los sindicatos ante la crisis actual

Bárbara Funes

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Vivimos una crisis sin precedentes en la historia. La pandemia golpea especialmente las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera y los sectores populares. Mientras tanto, las centrales sindicales permanecen impávidas ante los despidos, recortes salariales y mayor precarización de las condiciones laborales de sus afiliados, así como de los trabajadores no sindicalizados. Un pacto reaccionario une a la burocracia sindical al gobierno de AMLO, el cual desde que asumió el poder inició una ofensiva sin pausa contra las y los trabajadores estatales contratados por honorarios, con figuras de simulación.

Las centrales sindicales que ayer eran fieles al PRI, entre ellas la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y la Federación de Sindicatos de Trabajadores al servicio del Estado (FSTSE), y sindicatos muy importantes como el Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) —el mayor de Latinoamérica, que nuclea a más de un millón de trabajadores— y el de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) —relevante por el peso de la producción de hidrocarburos en la economía— hoy se mantienen en una tregua con el gobierno, mostrando una vez más que son los mejores garantes de la estabilidad capitalista en el seno de las organizaciones obreras.

A su vez, existen otras dos centrales de reciente creación declaradamente adictas al gobierno: la Confederación Internacional de Trabajadores (CIT), fundada en 2019, encabezada por el senador Napoleón Gómez Urrutia, secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana (SNTMMSSRM) y la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM).

La Unión Nacional de Trabajadores (UNT) —encabezada por el inamovible Hernández Juárez— lidera el conjunto de los sindicatos llamados independientes. Entre los más importantes aglutina al de Telefonistas de la República Mexicana (STRM), al Sindicato de Trabajadores de la UNAM, a la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA) y a la Asociación Sindical de Sobrecargos de Aviación (ASSA). En los hechos, también mantienen la tregua con el gobierno, al extremo de dejar aislada la huelga del Sindicato Único de Trabajadores de Notimex, la agencia de noticias del Estado mexicano, como planteamos abajo. En esta misma tónica se mantiene la Nueva Central de Trabajadores, que plantea algunos posicionamientos “críticos”, pero su ubicación resulta funcional al gobierno.

La aceptación de la ofensiva burguesa y del gobierno contra los trabajadores estatales que mantienen las actuales direcciones sindicales tiene profundas raíces en la subordinación de este liderazgo al Estado capitalista. En la década de 1930, el gobierno de Lázaro Cárdenas había mantenido una buena relación con las direcciones sindicales alineadas con el entonces Partido Nacional Revolucionario (antecesor del PRI), lo cual tuvo su máxima expresión con la integración de la CTM al aparato de Estado poco después de su fundación. A los burócratas sindicales esta subordinación les garantizó, durante décadas, privilegios de todo tipo y el acceso a puestos en el congreso, como ahora con Napoleón Gómez Urrutia, un advenedizo que jamás trabajó en una mina, pero dirige a los trabajadores mineros. Al decir de León Trotsky:

[…] En México, donde los sindicatos, desgraciadamente, dependen directamente del estado, los puestos de la burocracia sindical se cubren generalmente con elementos provenientes de la intelligentzia burguesa. Se trata de abogados, ingenieros, etcétera, personas que no tienen nada en común con la clase obrera y que sólo pretenden utilizar las organizaciones sindicales en su propio beneficio, ya sea para mejorar su situación económica o favorecer sus carreras políticas. [1]

En determinados aspectos, las relaciones cambiaron en la década de 1970, a partir del gobierno de Luis Echeverría: hubo caídos en desgracia, como Joaquín Hernández Galicia, la “Quina”, líder sindical de los petroleros hasta 1989, cuando Salinas de Gortari lo hizo encarcelar, o más recientemente Elba Esther Gordillo, la “maestra”, líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación encarcelada en 2013, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. En ambos casos, sus detenciones fueron de la mano de ofensivas gubernamentales contra los sindicatos que encabezaban y las condiciones laborales de sus agremiados. Sin embargo, la subordinación y las “buenas relaciones” con la mayor parte del charrismo sindical se mantuvo y fue sostén fundamental del ataque sobre las conquistas obreras durante los largos años del llamado período neoliberal.

Ofensiva contra los trabajadores

El Estado mexicano, desde hace años, estuvo a la vanguardia de la degradación de las condiciones laborales de quienes garantizan el funcionamiento de instituciones, así como servicios de salud y limpieza. Sectores de trabajadores se mantiene en lucha, como el caso del SUTNOTIMEX, en huelga desde hace más 9 meses, contra los atropellos de la directora de Notimex, Sanjuana Martínez, protegida del gobierno, y un instrumento para liquidar el contrato colectivo de trabajo de la Agencia de Noticias del Estado Mexicano. Con la pandemia, esta situación se agravó y se tornó más perversa. Las justas luchas como la del SUTNOTIMEX siguen sin resolución favorable a los trabajadores y ésta en particular representa un caso “testigo” bajo la Cuarta Transformación de su política ante los conflictos obreros.

A su vez, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, de forma criminal, aceleró la reactivación económica y permitió incluso durante la llamada Jornada Nacional de Sana Distancia —del 23 de marzo al 20 de mayo de 2020— la operación de actividades industriales no esenciales, como el caso de la industria maquiladora en la frontera norte. Las centrales sindicales, con su pasividad, avalaron este ataque. Claro: se limitan a publicar algunos desplegados para que se legisle el home office, o a justificar aumentos salariales paupérrimos, como la dirección del STUNAM, pero se niegan en los hechos convocar a la lucha y la organización para enfrentar la crisis actual.

Tan sólo para abril de este año, 12 millones de trabajadores perdieron sus empleos en el marco de la Jornada Nacional de Sana Distancia. Según se dio a conocer, para septiembre se habían recuperado 6,5 millones de puestos de trabajo. Pero fundamentalmente en el sector informal: es decir, sin vacaciones pagas, sin aguinaldo, sin seguridad social y con sueldos más bajos que en el sector formal (donde ya son bajos los salarios). Esta situación ha provocado descontento en sectores de trabajadores sindicalizados. [2] Ven que sus organizaciones no velan por sus intereses.

La pandemia agudizó la crisis latente de los sindicatos. El desprestigio de estas organizaciones se explica por dos factores: el bombardeo de los medios de comunicación al servicio del poder, voceros de la clase dominante y las trasnacionales, con múltiples descalificaciones, y la aceptación de las direcciones sindicales de golpes contra las condiciones laborales sin luchar o desarrollando luchas de presión que mueren asfixiadas ante estériles mesas de negociación con los gobiernos de turno.

La pérdida de poder adquisitivo de los salarios y la pérdida de conquistas laborales no se produjeron de un día a otro, vienen al menos desde la década de 1980. De acuerdo con el Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM, la pérdida acumulada del poder adquisitivo en treinta años, del 16 de diciembre de 1987 al 26 de octubre del 2017, es del 80.08%, medida de acuerdo con la Canasta Alimenticia Recomendable. [3] Como señala Raúl Trejo Delarbre:

Los grandes empresarios han buscado aprovechar las urgencias que al país le impone la crisis, para lograr condiciones más ventajosas en su relación con los sindicatos. Han demandado así —y han logrado en muchas ocasiones— la cancelación de cláusulas contractuales, o de contratos colectivos enteros, que habían sido resultado de antiguas luchas sindicales. Han presionado para que los salarios se mantengan a la baja. Han regateado prestaciones, indemnizaciones, cuotas para organismos de atención social. [4]

En la actualidad, Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, trasnacionales como Volkswagen y Lear —por mencionar sólo algunas— buscan acabar con las conquistas laborales que quedan. Pretenden extender la edad jubilatoria, hasta que cada trabajadora, cada trabajador, mueran en su puesto de trabajo. Pretenden que las masas laboriosas subsistan cada día con menores ingresos. Entre la ofensiva patronal-gubernamental y la inacción de las centrales sindicales, con esta crisis de nuevo se abrió el debate en torno a los sindicatos. ¿Cuáles son las alternativas para las y los trabajadores: crear sindicatos independientes o recuperar para la lucha los que ya existen? Como veremos, esta discusión no es nueva.

Debate sobre los sindicatos durante la Primera Guerra Mundial

En 1917 la clase trabajadora, aliada con el campesinado había tomado el poder en Rusia, bajo la dirección del Partido Bolchevique dirigido por Lenin y Trotsky. En 1919, se había fundado la Tercera Internacional o Internacional Comunista, tras el desabarranque de la Segunda Internacional, cuya mayoría había adoptado posiciones chovinistas durante la Primera Guerra Mundial, alineándose con las burguesías de sus respectivos países, como sucedió con la socialdemocracia alemana, el partido estrella de esa internacional. Desde mediados de ese año, surgieron tendencias llamadas “izquierdistas”, con bastante peso en el Partido Comunista Alemán, y desde 1918 Bujarin y sus partidarios expresaban estas posturas en el Partido Bolchevique en la URSS, pero también tenían presencia entre los comunistas húngaros, holandeses y austríacos. Planteaban boicot a las elecciones y a los sindicatos e impulsaban organizaciones gremiales y políticas puramente comunistas. [5]

Corría 1920, y justo antes de la apertura del Segundo Congreso de la Tercera Internacional Lenin publica El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo, para polemizar con esas tendencias izquierdistas. Cada delegado a ese Congreso recibió una copia. El subtítulo original era “Ensayo de discusión popular sobre la estrategia y la táctica marxista”. En particular en el capítulo 5 plantea la necesidad de que los revolucionarios participen de los sindicatos para disputar la dirección de la clase trabajadora a los líderes reformistas.

[…] nosotros libramos una lucha contra la “aristocracia obrera” [6] en nombre de las masas obreras y a fin de ganarlas para nuestra causa; libramos la lucha contra los dirigentes oportunistas y socialchovinistas a fin de ganar para nuestra causa a la clase obrera. Sería necio olvidar esta verdad tan elemental y tan evidente. Sin embargo, es esta precisamente la falta que cometen los comunistas alemanes “de izquierda” cuando, debido al carácter reaccionario y contrarrevolucionario de los altos dirigentes sindicales, llegan a la conclusión de que es preciso… ¡retirarse de los sindicatos, negarse a trabajar en ellos y crear formas nuevas y artificiales de organización obrera! Es un disparate tan imperdonable que equivale al mejor servicio que los comunistas pueden prestar a la burguesía. [7]

¿Cómo podían en ese entonces los revolucionarios vincularse a la clase trabajadora organizada? Lenin es categórico. Parte importante de los obreros estaba organizado en los sindicatos dirigidos por burócratas reformistas o abiertamente reaccionarios. Sólo a través del trabajo paciente y sistemático entre los obreros organizados se puede ayudar a que hagan la experiencia con las direcciones traidoras y rompan con ellas, adoptando una perspectiva de independencia de clase. Esto significa sin vínculos ni con el gobierno ni con los partidos burgueses ni con los empresarios, y luchar por el derrocamiento del sistema capitalista y por la construcción de un mundo nuevo donde el bienestar de las mayorías sea la prioridad.

Esta absurda “teoría” de que los comunistas no deben trabajar en los sindicatos reaccionarios demuestra del modo más evidente con qué ligereza consideran los comunistas “de izquierda” el problema de la influencia sobre las “masas” y de qué modo abusan de su clamor acerca de las “masas”. Si se quiere ayudar a éstas y conquistar su simpatía y apoyo no hay que temer las dificultades, los alfilerazos, las tramoyas, los insultos y las persecuciones de los “dirigentes” (que, por ser oportunistas y socialchovinistas, están en la mayoría de los casos directa o indirectamente vinculados con la burguesía y la policía), sino que se debe trabajar sin falta allí donde están las masas. Hay que saber hacer toda clase de sacrificios, vencer los mayores obstáculos para llevar a cabo la agitación y la propaganda en forma sistemática, tenaz, perseverante y paciente en aquellas instituciones, sociedades y asociaciones, por reaccionarias que sean, donde haya masas proletarias y semiproletarias. [8]

Es así que una de las más importantes discusiones que se llevaron a cabo en el Segundo Congreso de la Tercera Internacional, realizado entre el 19 de julio y el 7 de agosto de 1920, fue la necesidad de que los comunistas ingresaran en los sindicatos para transformarlos en organizaciones de combate contra el capitalismo y escuelas de comunistas. Quedar por fuera de esas organizaciones de masas implicaba dejarlas en manos de líderes que iban a traicionar una y otra vez a la base trabajadora, ya que actuaban como aliados de la burguesía.

Los sindicatos durante la Segunda Guerra Mundial

Dos décadas después, en agosto de 1940, durante su exilio en México y bajo la sombra de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky aborda de nueva cuenta el problema de los sindicatos. Uno de sus principales textos sobre el tema es “Los sindicatos en la era imperialista”. Ahí parte de explicar a dichos organismos en países como éste, que están bajo el dominio del imperialismo, [9] una característica que en nuestros días se ha profundizado con el T-MEC (antes TLCAN) y la descomunal cadena de valor extendida al norte y al sur del Río Bravo. La burocracia sindical surge en ese contexto, creada por el capitalismo imperialista, y necesita el apoyo del gobierno, así como éste requiere del apoyo de esta burocracia para mantener a raya la lucha de clases y garantizar la estabilidad que exigen los negocios capitalistas. Una relación simbiótica perversa. Este planteo de Trotsky se hace patente en México. Como señala Jorge Basurto:

En el plano sindical, el Estado mexicano ha puesto especial cuidado en levantar unas sólidas estructuras destinadas a ejercer un estricto control sobre las organizaciones laborales, esto es, sobre sus líderes y, a través de éstos, sobre los trabajadores de manera, primero, que sus demandas siempre han sido debidamente canalizadas y las concesiones otorgadas cuidadosamente dosificadas para evitar todo posible intento de rebelión y desórdenes subsiguientes; y, segundo, para que los directamente implicados en la ejecución de tal política, es decir, los líderes, tuvieran una amplia participación, tanto desde el punto de vista político como, subrepticiamente, en el terreno económico. [10]

El gran revolucionario sin fronteras sostuvo que la dependencia de los sindicatos respecto al Estado no permite que exista verdadera democracia obrera al interior de los sindicatos. Un razonamiento esquemático puede concluir que esto hace imposible pelear por influir sobre los trabajadores sindicalizados y que la única y mejor opción es crear sindicatos independientes. Pero Trotsky refuta esta idea:

Es preciso adaptarse a las condiciones concretas existentes en los sindicatos de cada país con el objeto de movilizar a las masas, no solamente contra la burguesía, sino también contra el régimen totalitario dentro de los mismos sindicatos y contra los dirigentes que refuerzan este régimen. La primera consigna para esta lucha es: independencia total e incondicional de los sindicatos respecto del Estado capitalista. Esto significa una lucha cuyo objetivo es convertir a los sindicatos en órganos de las amplias masas explotadas y no en órganos de la aristocracia obrera. La segunda consigna es: democracia sindical. Esta segunda consigna surge directamente de la primera y presupone para su realización la completa libertad de los sindicatos del Estado colonial o imperialista. [11]

Por lo tanto, a pesar de la degeneración progresiva de los sindicatos y de que en la actualidad nuclean a una minoría de la clase trabajadora, para que estos adopten una perspectiva combativa, y que busquen unirse a los sectores no sindicalizados y a los sectores populares para fortalecer su lucha y enfrentar juntos los ataques de las trasnacionales y los gobiernos es indispensable recuperar los sindicatos para la lucha contra el gobierno, el gran capital y el imperialismo estadounidense. Y esto implica necesariamente que las organizaciones sindicales incorporen a sus filas a los no sindicalizados y a los precarizados, a las franjas más oprimidas y explotadas de la clase obrera.

A su vez, donde como consecuencia de la ofensiva burguesa y de la política de las direcciones sindicales burocráticas no existen organizaciones reales de las y los trabajadores, la recuperación de las organizaciones obreras debe articularse con la construcción de nuevos sindicatos. Sin embargo, es fundamental considerar que, allí donde esté planteada esta tarea, es indispensable no limitarse a organizar la vanguardia más consciente, sino agrupar al conjunto de los trabajadores, para disputar la influencia sobre los mismos contra los agentes de los empresarios, el gobierno y los partidos burgueses en el movimiento obrero, y la propia burocracia sindical que buscará no perder ni un centímetro de su dominio.

Renunciar a esta pelea —muchas veces bajo argumentos “de izquierda”— es darle la espalda a millones de trabajadoras y trabajadores. Llevarla a cabo, enfrentando las dificultades que sobrevendrán, es contribuir a que la clase trabajadora haga una experiencia con sus direcciones sindicales actuales, que como planteamos al inicio de este artículo, mantienen en los hechos una tregua criminal con el gobierno de López Obrador. Esta discusión se ha dado en el seno de la clase obrera mexicana y la izquierda del país, en cada momento de emergencia de la lucha del proletariado, como fue recientemente ante la oleada de huelgas y paros maquiladores en Matamoros, Tamaulipas; este artículo es un aporte a ese debate.

No partimos de cero para llevar adelante esta tarea. A lo largo de la historia, hubo sectores de la clase trabajadora que apostaron a la lucha por recuperar sus sindicatos, como fue el caso del gran movimiento ferrocarrilero de 1958-1959, que inició como una lucha por aumento salarial y, ante la actitud pactista de los representantes sindicales con el gobierno de Adolfo López Mateos, pasó a cuestionar a la dirección del sindicato y deponerla. Este movimiento, anclado en la combatividad de los ferrocarrileros, un sector estratégico de la economía mexicana en esos años, y vital para las compañías mineras estadounidenses, aunque dio peleas heroicas, fue derrotado. De acuerdo con Antonio Alonso, las causas de esta derrota fueron la falta de perspectiva de su dirección, un sector disidente del Partido Comunista, y porque los líderes restringieron la lucha por la independencia sindical respecto al Estado sólo al aspecto orgánico, no al ideológico ni al político. [12] En nuestros días, con la profundidad de la crisis actual, es posible que se desarrollen escenarios como éste, con otros protagonistas, en otros sectores. Esta perspectiva hace necesario sacar lecciones del pasado, de experiencias como la de los ferrocarrileros.

La lucha por la recuperación de los sindicatos —o la creación de nuevos en casos donde la organización sindical es inexistente o vacía de contenido— es una perspectiva que pretende convertir a los sindicatos en organizaciones para la lucha que aglutinen a sectores amplios de la clase trabajadora y que impulsen a la par el frente único obrero, sumando a los sectores más oprimidos del proletariado. Para llevar a cabo este combate es esencial construir una organización revolucionaria, socialista, anticapitalista y antiimperialista inserta en la clase trabajadora a la que no le tiemble el pulso para decir la verdad: que el gobierno con retórica progresista como el de López Obrador, al imponer cientos de miles de despidos y recortar salarios está llevando adelante una política que continúa la orientación antiobrera desplegada en los sexenios neoliberales. La “regulación” del outsourcing, al no atacar a fondo la precarización laboral y orientarse solo a buscar mayores recursos fiscales para el estado, se mantiene en esa política.

Leer: Necesitamos un gran partido de trabajadores revolucionario, antiimperialista y socialista en México

Desde nuestro punto de vista, el de los socialistas revolucionarios, la función de los sindicatos en estos momentos críticos, debería ser promover la organización democrática y la participación de las y los trabajadores para debatir qué tipo de coordinación necesitamos a nivel nacional para enfrentar la actual crisis económica, social y sanitaria y a los empresarios, que junto con el gobierno, pretenden hacernos pagar el costo de la crisis, qué programa es necesario levantar para terminar con el pago de la deuda externa, para destinar ese dinero a combatir la pandemia.

Está planteado deliberar qué vínculos necesita crear la clase trabajadora con otros movimientos sociales, como los que enfrentan megaproyectos, con los pueblos originarios, con los campesinos pobres, con el movimiento de mujeres y la comunidad LGTBI, con los migrantes, con la multiétnica clase trabajadora estadounidense y el movimiento #BlackLivesMatter que tomó las calles para enfrentar el racismo estructural y la violencia policial en el corazón del imperialismo estadounidense. En suma, a partir de que cada trabajadora, cada trabajador, se transformen en sujetos políticos activos, cómo unimos las demandas económicas, políticas y democráticas como parte de un programa común, independiente del gobierno y los partidos patronales, que proponga una salida obrera ante la crisis actual.


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NOTAS AL PIE

[1León Trotsky: “Las tareas del movimiento sindical en América Latina”, en Escritos Latinoamericanos, CEIP León Trotsky, Buenos Aires, 2013.

[2Según Raúl Trejo Delarbre, en Crónica del sindicalismo en México (1976-1988), Ciudad de México, Siglo XXI Editores, Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, 1990, durante la primera mitad de la década de 1980 había casi 4 millones de trabajadores sindicalizados sobre un total de casi 24 millones; era de alrededor de 28 %. Para 2019, el porcentaje bajó a 12%, alrededor de 4.5 millones de trabajadores.

[3Reporte de Investigación 127. México 2018: Otra derrota social y política a las clases trabajadoras; los aumentos salariales que nacieron muertos, 31 de enero de 2018. https://cam.economia.unam.mx/1018-2/

[4Raúl Trejo Delarbre: op. cit., p. 17.

[5Guillermo Iturbide: “Re-anudando el hilo rojo de la historia / La Internacional Comunista para el siglo XXI”, en Trotsky, León Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, Obras Escogidas [9], Buenos Aires, CEIP León Trotsky.

[6Se refiere a los sectores más acomodados de la clase obrera en países imperialistas [N. de la A.].

[7Vladimir I. Lenin, “El izquierdismo: enfermedad infantil del comunismo”, en Lenin, Obras selectas, tomo 2 (1917/1923), Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, p. 460.

[8Vladimir I. Lenin, op. cit., p. 461.

[9En El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin planteó “Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en vez de la tendencia la libertad, la explotación de un número cada vez mayor de naciones pequeñas o débiles por un puñado de naciones riquísimas o muy fuertes: todo esto ha originado los rasgos distintivos del imperialismo que obligan a caracterizarlo como capitalismo parasitario o en estado de descomposición”.

[10Jorge Basurto: En el régimen de Echeverría: rebelión e independencia, 3ra. ed., colección La clase obrera en la historia de México, Siglo Veintiuno Editores-Instituto de Investigaciones sociales de la UNAM, Ciudad de México, 2005, p. 15.

[11León Trotsky: “Los sindicatos en la época imperialista”, en Escritos Latinoamericanos, op. cit.

[12Ver Antonio Alonso: El movimiento ferrocarrilero en México 1958-1959, Ediciones Era, Ciudad de México, 1972. Dedicaremos un próximo artículo al análisis de esta gran lucha obrera, como un aporte para las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores que se plantean enfrentar la crisis actual.
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