En el siguiente ensayo nos proponemos indagar algunas categorías gramscianas destacadas en los Quaderni –Estado integral, hegemonía, sociedad civil, estructura/superestructuras-; y pensarlas en relación a la historia de Chile, con el objetivo de orientar un debate de estrategias, estableciendo una relación dinámica entre política, economía, filosofía e historia
I
La revuelta del 2019 marcó un punto de inflexión en el Chile contemporáneo. Con las movilizaciones más grandes desde dictadura quedó expuesta una crisis de hegemonía de la transición. No obstante, la fuerza de la revuelta, con su punto más alto en la huelga del 12 de noviembre, fue desactivada bajo la operación del Acuerdo por la paz y nueva constitución [1], que abrió un proceso constitucional construido y tutelado desde los poderes constituidos, con el objetivo de no cambiar nada sustancial, desarticular las instancias de organización de base, pasivizar al movimiento de masas y dar tiempo a las fuerzas del régimen para retomar la iniciativa. Este desvío pasivizador necesitaba del consenso de fuerzas hasta entonces supuestamente adversarias del régimen, como el Frente Amplio y el Partido Comunista [2], que desde allí actuaron como fuerzas agregadas al ancien régime.
Desde allí al presente han pasado casi cuatro años entre pandemia, la crisis del proceso constitucional, el nuevo gobierno de Gabriel Boric y la emergencia del Partido Republicano. La pasivización se fue asentando y abrió el camino a una derechización en la opinión pública y en la relación de fuerzas política, y Apruebo Dignidad, una vez en el gobierno, operó hacia un transformismo en tiempos muy breves [3].
Sin embargo, la supervivencia del viejo régimen se desenvuelve como crisis orgánica de tiempos más largos, crisis de viejos partidos y emergencia fugaz de nuevos fenómenos políticos, de sus caídas, nuevas reconfiguraciones de lo viejo, estableciendo un escenario de transiciones y oscilaciones más fluido que estable. En sus bases se encuentran fuertes contradicciones, el lento agotamiento del modelo de acumulación neoliberal y un malestar que se sigue acumulando en la base. El marco de crisis del orden capitalista de las últimas décadas, renovación de la lucha de clases en numerosos países y las tendencias a choques geopolíticos y a la formación de nuevos bloques, augura una nueva etapa global, en América Latina y en Chile, que otorgan vitalidad a las categorías gramscianas en la búsqueda de reactualizar el horizonte perdido de la revolución socialista.
II
La obra de Gramsci, particularmente las notas y cuadernos de la cárcel, es inacabada, no sistemática, una especie de laberinto (Fernández y Ossandón, 2022). El esfuerzo de traducibilidad, en particular desde la Edición Crítica a cargo de Valentino Gerratana y luego el estudio de Gianni Francioni, ha sido cada vez mas fecundo, y en la actualidad hay un creciente interés por el estudio de la obra del pensador sardo, quien escribió sus Quaderni en condiciones excepcionales –encarcelado, enfermo y sometido a la censura de la cárcel de la Italia fascista [4].
En Gramsci la cuestión del Estado aparece en escritos desde joven, pero es en la cárcel donde va a complejizar esta cuestión al ritmo de las transformaciones históricas del movimiento real y de relaciones de fuerza concretas que va estudiando.
En una conocida nota -Q7 §16- [5] refiriéndose a la relación entre guerra de posiciones y guerra de maniobra o movimientos, señala:
“En Oriente el Estado lo era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa; en Occidente había una ajustada relación entre Estado y sociedad civil, y cuando había agitación en el Estado inmediatamente se desvelaba una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era solo una trinchera avanzada, tras lo cual se hallaba una robusta cadena de fortines y casamatas”.
El ejemplo clásico de Oriente era Rusia, donde el Estado burgués liberal casi no tuvo tiempo de formarse, pues al derrumbamiento del estado zarista siguió un periodo de dualidad de poderes en que el gobierno provisional burgués nunca alcanzó a consolidarse en su lucha contra los Soviets. En Rusia no había surgido la red de instituciones de la sociedad civil que Gramsci ve en despliegue en Europa central, donde hay Estados más avanzados, pues además de poseer tradiciones democrático-parlamentarias había una diversidad de instituciones y organizaciones de la sociedad civil –sindicatos, partidos, iglesias, escuelas, universidades, medios de comunicación, etc.-, que constituían “una cadena robusta de trincheras y casamatas”, una especie de cordón o sistema de defensa de la sociedad burguesa con las cuales los revolucionarios nos encontraríamos en caso de querer abatir al aparato gubernamental, burocrático y coercitivo del Estado burgués.
Para derribar la “trinchera avanzada” del aparato gubernamental-coercitivo, había que quebrar la hegemonía burguesa en el terreno de la sociedad misma. La sociedad civil constituye en este sentido, un teatro de operaciones –tomando un concepto militar- desde las cuales una clase o grupo social dominante ejerce su dirección sobre el conjunto de la sociedad, logra que sus intereses se presenten como intereses comunes e imponga de su concepción de mundo. Hegemonía aquí amplía el concepto de Dominación, construyendo trincheras y fortalezas fieles al poder capitalista en momentos de crisis. Los Estados “más avanzados” se entiende aquí “en su significado integral: dictadura + hegemonía” o “sociedad política + sociedad civil (hegemonía acorazada de coerción)” (Q6 §88).
III
Esta llamada ampliación del Estado es interesante pues observa las modificaciones producidas en el aparato gubernamental y en la sociedad, en la búsqueda de una estrategia que permita preparar las condiciones necesarias para una lucha efectiva por el poder, cuya resolución en todo caso será militar. Por eso previene contra un reduccionismo economicista –que predominaba en la lectura de la III internacional estalinista- que considera la política como determinación directa de las relaciones de producción [6]. Para Gramsci, bajo el temblar del Estado se encuentra la estructura de resistencia de la hegemonía en el terreno social.
Tomamos sociedad civil “como la entiende Hegel” nos dice Gramsci (Q6 §24), como “hegemonía política y cultural de un grupo social sobre la sociedad entera, como contenido ético del Estado”. Aunque allí y también en Q6 §81 pareciera situar la hegemonía en el terreno solo de la sociedad civil, o en Q6 §37 cuando habla de “aparato privado”, se trata más bien de una “ajustada relación” entre sociedad civil y sociedad política, estructura y superestructura, dirección y dominación, legitimidad y coerción. Si en Hegel el Estado constituía la realización del espíritu absoluto en sentido de aufhebung respecto a la desigualdad del reino de la necesidad, en Marx la sociedad civil, que aparece ligada al ámbito de las relaciones sociales de producción y propiedad burguesas [7], evidencia la contradicción entre la imagen de igualdad universal y el reino de la desigualdad económica.
Mientras Gramsci está analizando un Marx complejo y dinámico, no mecanicista, son numerosas las interpretaciones actuales de esta especie de “determinismo” en Marx donde la política y las ideas aparecen como expresión directa de la economía, o que leen Marx desde una antítesis entre el Marx determinista de El Capital y el Marx dialéctico en sus escritos políticos [8]. Sin embargo, en Marx la estructura actúa como el marco de las condiciones en las cuales se desenvuelve la lucha de clases, y en la cual la acción política ejerce una función decisiva también respecto a la economía. Engels, en una carta a Joseph Bloch plantea esta serie de equívocos a que llevó la interpretación de sus obras, y señala que en Marx la economía no era el factor “único determinante” pues las formas superestructurales lejos de ser elementos pasivos, ejercen “su propia influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, en muchos casos, su forma” [9].
¿Qué relación tiene esto con la lectura de Gramsci? Una visión a sobrevuelo y que ha sido hegemónica, ha sido señalar que en Gramsci sociedad civil refiere sólo al terreno de las superestructuras y las ideologías autonomizadas absolutamente del campo económico. Pero la hegemonía es aquella que ejerce un grupo social sobre el conjunto de la sociedad, dirigente sobre los grupos aliados, dominante sobre los grupos enemigos. Gramsci está combinando y articulando estas esferas, pues “entre estructura y superestructura existe un vínculo necesario y vital” (Q10, §41, XII). En otra nota (Q7, §21), en relación a las ideologías, señala que en la concepción del bloque histórico,
“precisamente las fuerzas materiales son el contenido y las ideologías la forma, distinción de forma y de contenido meramente didascálica, porque las fuerzas materiales no serían concebibles históricamente sin forma y las ideologías serían caprichos individuales sin las fuerzas materiales.”
En notas sobre americanismo y fordismo, como formas posibles de revolución pasiva, plantea que la hegemonía surge en la fábrica. En un sentido, podríamos pensar que la constitución del bloque “histórico” relaciona estas dos cuestiones cuando dice, en Q8 §182: “La estructura y las superestructuras forman un “bloque histórico”, es decir, la totalidad compleja y discordante de las superestructuras son el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción”. Por eso el terreno clave de son las relaciones de fuerza determinadas en el movimiento históricas concreto. Vale decir, para Gramsci no hay una autonomía absoluta de la política respecto a la economía [10], sino “reciprocidad necesaria”. La autonomía relativa de la política, de la cultura y de las ideologías, terreno clave de la lucha revolucionaria, no actúa sobre el aire, sobre la cultura separada de economía, o del puro discurso [11].
Un nuevo ángulo para pensar esta cuestión podría aparecer ante nosotros en la relación Estado-clase y sociedad regulada que toca Gramsci. Mientras exista un Estado-clase “no puede existir la sociedad regulada”, pues “no es posible igualdad política completa y perfecta sin igualdad económica” (Q6 §12).
Los problemas de la estructura económica actúan como un marco, como un principio de realidad de fuerzas sociales materiales que plantea las condiciones bajo las cuales se despliega la acción, y allí ésta puede transformar a su vez la propia estructura. Ser y consciencia serían entrelazamientos combinados de un mismo proceso, separado solo analíticamente. De ahí que para Gramsci este nexo necesario y vital pueda ilustrar la relación histórica como relación de necesidad y libertad.
Esto le permite destacar la importancia de las formas ideológicas y la cuestión de la cultura, el rol de los intelectuales, la cuestión del sentido común y la conquista de una visión ético-político, que amplían la “dominación” de un grupo social dominante, sin independizarlas absolutamente de sus bases materiales. En Gramsci la lucha por la superación de la fase económico-corporativa, que permite fortalecer el rol que juegan las superestructuras, no niega el carácter clasista de la sociedad civil ni el Estado-clase.
Gramsci está lejos de ciertas lecturas que lo tratan de presentar como un estratega del discurso fuera de la lucha de clases, y desligado de la construcción de fuerza material social, lo presentan como un luchador de una “batalla cultural” dentro del capitalismo.
IV
La interpretación de un Gramsci culturalista puede ser comparada con ciertas interpretaciones sobre hegemonía y ampliación del Estado donde se acentúa el predominio del consenso (Dal Maso, 2016) y se tiende a perder de vista el nexo con el aspecto de coerción. Gramsci habla de consenso acorazado de coerción. Acorazado remite a una estructura de gran volumen, arquetipo de artillería con armamento pesado de alto calibre que permite un blindaje de última ratio, el Estado como “máquina para mantener la dominación de una clase sobre otra” (Lenin, 1919) [12]. Una coraza de coerción es aquí fuerza militar armada. Más que ver estos dos elementos separados (consenso y coerción) la identidad y unidad diferenciada debe establecerse en momentos históricos concretos, en las relaciones de fuerzas concretas a analizar. Gramsci si bien no desarrolló un planteo sobre la insurrección, nunca negó el momento de resolución de fuerzas en el terreno político-militar de las fuerzas en lucha, lo que denomina el tercer momento de las relaciones de fuerza.
La cuestión de la legitimidad y la violencia ha estado presente varios pensadores. Max Webber, un conservador que en momentos como 1919, donde Alemania veía el derrumbe de la Monarquía de los Hohenzollern y en Baviera se alzó una revolución que ensayó una Republica de Consejos, dictó una conocida conferencia El político y el científico. Allí señala una cuestión interesante que queremos tomar. “Todo Estado está fundado en la violencia", dijo Trotsky en Brest-Litowsk. Objetivamente esto es cierto. Si solamente existieran configuraciones sociales que ignorasen el medio de la violencia, habría desaparecido el concepto de Estado y se habría instaurado lo que, en este sentido específico, llamaríamos anarquía. La violencia no es, naturalmente, ni el medio normal ni el "único medio de que el Estado se vale, pero sí es su medio específico.” (Weber, 2012, p. 83). Siglos antes, Thomas Hobbes uno de los fundadores de la teoría moderna del Estado, señaló en su tratado sobre la Commonwealth, que “los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno.” (Hobbes, 2021, p. 141). Derecho, razón, ley, debe descansar, en última instancia, en el derecho de violencia del Soberano. De allí que el Estado reclame este monopolio para sí como diría Weber [13]. Si bien hegemonía plantea el problema de la organización del consenso y la búsqueda de aceptación o apoyo popular, vale decir, agregación de fuerzas sociales y políticas; no implica que la violencia y las soluciones militares quedaron en el museo de la historia pasada. Más bien, como ya hemos dicho, los niveles que se articulen entre consenso y coerción corresponden a las relaciones de fuerzas concretas que se desenvuelvan en un momento histórico determinado.
Por otra parte, en el terreno de lo que podríamos llamar sociedad civil, en particular en la disputa cotidiana más o menos velada entre capital y trabajo respecto a la jornada laboral, Marx nos dice que “entre dos derechos iguales decide la fuerza”. (Marx, 1984, p. 282). Y en Gramsci podríamos relacionarlo con el problema de la “policía”. En Q13 §27 señala: “partidos “políticos” enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter investigativo y preventivo”. Esto amplía el concepto de “coerción” también hacia el terreno propio de la sociedad civil, una cuestión que quizá se ha considerada poco relevante. En la hegemonía, el Estado no es pura violencia sino que busca la agregación de fuerzas y articulación del consenso para impedir cualquier desborde revolucionario; en la “sociedad civil”, dividida por clases sociales, la coerción no es un elemento extraño, pues también está situado en las relaciones sociales materiales. “Policía” es aquí también por ejemplo, el terreno de la burocracia sindical.
En el marxismo clásico de alguna forma la ley de la contrarrevolución de Maximiliano Robespierre marcó un halo de realismo político en situaciones de aguda crisis donde la violencia toma la escena, máxime en momentos de situaciones o crisis revolucionarias, cuando emerge una “dualidad de poderes” al decir de León Trotsky que acerca al momento definitivo.
En este recorrido, dos peligros nos acechan en las lecturas del Estado y la hegemonía: por un lado ocultar la violencia estatal y reducir a Gramsci en “hegemonía cultural” donde predomina consenso, una lectura que lleva a un Gramsci más bien reformista. Otro error sería considerar que Estado = pura violencia, lo que no solo rechaza el análisis concreto de las relaciones de fuerza, sino que reduce el rol mismo de la política a mera resistencia.
V
Analizando las categorías –o metáforas- gramscianas abiertas y en movimiento, interrelacionadas y de allí cambiantes a nuevas formas y significados, buscaremos tratar de analizarlas pensando el terreno de la construcción estatal histórica chilena.
Por un lado, el llamado Estado portaliano, un Estado oligárquico –al servicio de los propietarios de la tierra y del capital comercial- que, construido bajo el liderazgo de Diego Portales, es considerado hasta el día de hoy por las clases dominantes como un modelo de Estado para la actualidad. La unificación centralizada del poder concentrada en lo que Gabriel Salazar denomina la oligarquía castellano-vasca de Santiago (consumada en la victoria de la batalla de Lircay de 1830) estableció un régimen autoritario con supremacía del dominio-coerción como articulador de un orden social, y como centro unificador de sus disputas. Hasta el día de hoy el presidencialismo aparece a los ojos de la filosofía de la historia conservadora –que ha ejercido no poca influencia en una cierta filosofía de la historia de la izquierda chilena- como tótem de construcción estatal. Sin embargo, el Estado fue mutando al calor de las luchas históricas y las transformaciones económico-sociales, y llegó a combinar el momento portaliano y el que podríamos llamar como momento social-integral. No podemos hacer un recorrido minucioso, pero podríamos puntualizar algunos hechos.
El desarrollo de la acumulación capitalista originaria desde la segunda mitad del siglo XIX trajo profundas transformaciones en las clases sociales y en los grupos dominantes: la Guerra del Salitre en beneficio del capital inglés, que significó la conquista de ciudades y expansión capitalista hacia el norte, fueron estructuras avanzadas acelerando de guerra de ocupación contra el pueblo-nación mapuche, que culminó en la conquista de tierras y fortalezas enteras por el Estado chileno [14]. Así también las amplias luchas de clases, desde los motines y rebeliones armadas de las provincias y el rol de la Sociedad de la Igualdad (1851 y 1859); o la guerra civil de 1891. Posteriormente las primeras huelgas generales y las rebeliones del emergente proletariado chileno, serán aplastadas bajo el fuego inmortalizado en la masacre de la escuela Santa María de Iquique. En el marco de la crisis del mal-llamado “parlamentarismo de facto” y la emergencia de la “cuestión social” bajo el impulso de la mayor actividad de masas no regimentadas por el Estado, implicó agudos cambios en la forma de ejercer el dominio por tanto de las clases dominantes.
Así llegó lo que llamamos el Estado social-integral: del “peso de la noche” portaliano se transitó a apelar al pueblo, y surgieron los primeros populismos “de izquierda” con Arturo Alessandri y su intento de conquistar a la querida chusma con la intención y voluntad de contener los ánimos combativos de las masas y de frenar la influencia creciente del socialismo. La búsqueda de seducir al proletariado y las masas en función de institucionalizarlo-regimentarlo, implicaba realizar ciertas concesiones, que en todo caso no tocaban lo fundamental de la dominación capitalista y oligárquica. Para contener la irrupción de las masas la burguesía articula la violencia con el consenso, es decir, el intento de generar legitimidad social y fidelidad de grupos sociales enteros. Por eso se promulgan las leyes sociales y laborales, se cambia la Constitución de 1833 con la Constitución de 1925, el Código del trabajo de 1933, se otorgan derechos de ciudadanía, se cambia la ley electoral que masifica el sufragio, y en 1949 llega a integrar también a las mujeres, en la llamada época de los Frentes Populares el Estado interviene en la economía.
Esto abrió importantes debates en la izquierda chilena. Empezó a haber un cierto consenso que Chile se trataba de una cierta excepcionalidad respecto de América Latina, pues tenía un modelo de Estado sólido, el parlamento más antiguo de la región -el Congreso se inauguró en 1835-, un país con tradiciones democráticas y amplio sufragio universal. Por parte de la sociedad civil había numerosas instituciones sociales de todo tipo y color, sindicatos y partidos obreros. Se pensaba Chile como si fuera Occidente, parecido a Francia, o en un grado menor, España. Salvador Allende, en uno de sus discursos más recordados, pronunciado en el XXVII periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 4 de diciembre de 1972, resumió esta idea: “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 solo una vez se ha cambiado la Carta Constitucional sin que está prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada.”
Sin embargo, esta lectura debe ser criticada. Por una parte, es correcto parcialmente que Chile posee rasgos “occidentales”, en el sentido de instituciones democráticas y una sociedad civil que podría pensarse en lo que Gramsci estaba analizando bajo hegemonía o estado integral. Pero esta tesis, unilateralizada, buscaba para fundamentar la teoría de la vía chilena al socialismo [15] contra cualquier intento de revolución clásica y violenta. Allende omite la cuestión de la tierra, donde en casi 150 años imperó el dominio latifundista de una vieja oligarquía histórica integrada profundamente con los sectores capitalistas urbanos, que ejercían su poder con el látigo en la mano, con la coerción física directa en sus campos, y sometían el consenso ligado a la fuerza –o al cohecho- bajo un Estado que garantizaba la sujeción del campesino -así como la dictadura sobre el pueblo mapuche reducidos a tierras mayormente improductivas-. Si acá aplica analogía sería Oriente: no se podía establecer una lucha seria contra la hegemonía de las clases dominantes sin enfrentar el dominio del patrón de fundo en base a la alianza obrera y campesina, cuestión que obturó el Frente Popular de 1938 al impedir cualquier cambio en la estructura de la tierra.
En las áreas urbanas tampoco se trata de un idilio democrático: Allende no solo no menciona las historia de intervenciones militares y masacres obreras y populares, sino que pasa por alto los 10 años (de 1947 a 1958) de la Ley de defensa de la democracia que perseguía organizaciones de izquierda y estableció en Chacabuco un centro de concentración. Esta misma cuestión operaba en la idealización falsa de la historia del Estado y de las fuerzas armadas [16] ocultando su carácter de aparato al servicio de las clases dominantes; y a su vez idealizada el propio terreno la propia sociedad civil, donde el enorme peso e influencias de las clases dominantes en empresas, gremios, medios de comunicación, universidades etc., eran terrenos claves del despliegue de la hegemonía burguesa. Es verdad que Chile tenía muchos aspectos que la asemejaban a una sociedad “occidental”, pero la vía chilena al socialismo de la Unidad Popular exageraba estos elementos de forma unilateral para una presentar estrategia en el marco de la democracia capitalista, de las instituciones gubernamentales-coercitivas, del uso supuestamente favorable al pueblo de las fuerzas armadas reaccionarias.
VI
La relación entre momento portaliano y momento social-integral encontraron una combinación en una de las mayores crisis de la historia chilena, en el momento de la Revolución, período que durará entre octubre de 1972 hasta el Golpe de Estado. Si algunos lo consideran el momento más “democrático” en la historia de Chile, éste fue al mismo tiempo el momento de mayor despliegue del uso de la fuerza. Al Estado capitalista no solo lo defendieron las Fuerzas Armadas como mostró el Golpe, sino que la burguesía y el imperialismo norteamericano hizo pie en la “sociedad civil” bajo la estrategia de “rebelión civil” donde se articularon los llamados gremios, ganando apoyo en las clases medias y las mujeres, usando universidades, radios y medios de comunicación, centros de alumnos y madres, la iglesia, todo bajo la miel de los dólares de la CIA y sus operaciones, etc. (sin mencionar el rol de bandas paramilitares como Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus). La propia burguesía articuló “sociedad civil”, burocracia política y fuerzas armadas, consenso y coerción.
La vía chilena al socialismo no solo era impotente de enfrentar a la burguesía y al imperialismo en la misma medida que mitificaba su historia democrática, sino que la búsqueda de una estrategia de conciliación con las clases burguesas (especialmente a través de la DC) llevó a que la Unidad Popular, en el terreno de la “sociedad civil” buscó frenar y contener cualquier “desborde” y someter a los Cordones Industriales y al llamado poder popular, a la vía chilena al socialismo, es decir, a la conciliación, teoría que desarmó al proletariado chileno abriendo y fortaleció al golpismo.
VII
Según Enzo Faletto, en el período de la transición pactada: “La idea de hegemonía fue reinterpretada como construcción de mayoría y la democracia, como posibilidad de expresión de aquella, y por cierto, con la aceptación de sus procedimientos, tanto en la conformación de la mayoría misma como en la de su relación con la minoría. La noción de hegemonía pasó a estar muy cerca del tema de la formación de consensos.” (Faletto, 1991). Esta idea se puede ver claramente en Antonio Leal, uno de los pocos estudiosos de Gramsci desde la Concertación, quien si bien no desligada absolutamente economía y política, sitúa la clave en el terreno de la superestructura cultura y bajo la democracia (capitalista). Según él la lucha de Gramsci es una especie de “asedio del poder”, la búsqueda de “una contra hegemonía cultural expresada en lucha hacia un cambio social que signifique equidad, justicia social y democratización de la sociedad.” (Leal, 2008). Todo ello en los marcos del capitalismo y la democracia liberal como único horizonte posible. Más contemporáneamente se buscó destacar la idea de “guerra de posiciones” entendida en como radicalización de la democracia aunque no solo del terreno estatal, sino desde la sociedad [17]. Una lectura también parecida la podemos observar en Lucio Oliver, quien rescatando la relación economía y política, plantea un Gramsci estratega de la “hegemonía civil” en contraposición a la hegemonía del proletariado, cuestión que nos parece una forzada exageración para revalorizar la “democracia” en general.
En nuestro caso, consideramos que encarar la lucha hegemónica exige “un reconocimiento del terreno y la instalación de los elementos de trinchera y fortaleza representados por los elementos de la sociedad civil, etc.”, una tarea que requiere “un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional” (Q7 §16) pues varían según los Estados, las formación económico-social y las relaciones de fuerza concretas [18]. Sin embargo, como vimos, para Gramsci esta cuestión no está desligada del análisis clasista de la sociedad civil, de las clases y grupos sociales y la relación de fuerzas que se va estableciendo en esta lucha [19].
En Gramsci podemos ver así una actualización de la teoría marxista del Estado, para ver su total complejidad en el marco de cambios concretas, sus posibilidades y capacidades de resistencia. La cuestión de la hegemonía no está por fuera de la lucha de clases y de los grupos y clases sociales. Esto plantea la necesidad de una articulación creadora de guerra de posiciones y guerra de movimientos, ya que implica por un lado la lucha en el terreno de la sociedad civil, en particular de las organizaciones obreras y populares (o de los grupos subalternos) y las instituciones sociales (culturales, deportivas, musicales, etc.), la lucha por su autonomía e independencia respecto al Estado burgués, y la valoración de un sistema de alianzas de explotados y oprimidos (como Lenin había establecido en la alianza obrera y campesina). Aquí hablamos de posiciones como los sindicatos, juntas de vecinos, campamentos, universidades, hospitales y escuelas, donde las clases dominantes ejercen hegemonía, plantea una lucha por ganarlas para la lucha revolucionaria.
Pero dicha batalla no excluye la maniobra o la guerra de movimientos, sino que se van articulando según las relaciones de fuerza histórica concretas. Así como la burguesía articuló esta lucha en 1972-1973, los sectores de la vanguardia obrera y popular, producto de una falsa dirección (la vía chilena al socialismo de la Unidad Popular) no logró articular una hegemonía hacia todas las clases oprimidas. La experiencia de la autoorganización que se desarrolló en Cordones Industriales, las JAP y el llamado “poder popular” y campesino, en el marco de una tendencia embrionaria hacia la dualidad de poderes (expresada en la crisis de Octubre de 1972) no se desarrolló como hegemonía alternativa, que implicaba la superación de la vía chilena, que llevaba tarde o temprano a una derrota catastrófica.
A 50 años del Golpe de Estado, y casi cuatro años de la Revuelta del 2019, hemos buscado rescatar algunas categorías en relación con la experiencia histórica, buscando sacar lecciones que nos permitan construir una nueva fuerza política del proletariado del siglo XXI desde su centralidad e independencia, pero desde la búsqueda de la constitución de hegemonía y alianza con amplios sectores oprimidos, en función de construir un poder alternativo (un Estado de “nuevo tipo” al decir del Gramsci de sus escritos pre-carcelarios) al Estado capitalista. Desde aquí se puede pensar una relación contemporánea entre hegemonía y revolución permanente [20]. Se trata de generar una nueva voluntad “dirigida a suscitar fuerzas nuevas y originales” (Q6 §86) en la perspectiva de actualizar la lucha por el socialismo.
* Pablo Torres es Abogado, Licenciado en ciencias jurídicas de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales. Cursa el Magíster en pensamiento contemporáneo: Filosofía y Política, en la Universidad Diego Portales (UDP). Miembro del comité de redacción del medio digital La Izquierda Diario, y dirigente del Partido de Trabajadores Revolucionarios (PTR).
Bibliografía
Dal Maso, Juan (2016), El marxismo de Gramsci. Notas de lectura sobre los Cuadernos de la cárcel, Buenos Aires, Ediciones IPS.
Fernández, Osvaldo y Ossandón, Gonzalo (2022), El laberinto de Gramsci. Acerca de los cuadernos, las notas y los conceptos gramscianos, Valparaíso, Kristallos ediciones.
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Ediciones Akal, 2023, España. En particular Tomo I (Cuadernos 1 – 5) y Tomo II (Cuadernos 6 – 11).
Gramsci, Antonio, Cuadernos de la Cárcel, Edición crítica del Instituto Gramsci, a cargo de Valentino Gerratana, Ediciones Era, 1985, México.
Hobbes, Thomas (2021). El Leviatán. O la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Marx, Karl. (1984). El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Oliver, Lucio (coordinador). (2013) Gramsci. La otra política. Descifrando y debatiendo los cuadernos de la cárcel. México D.F. Editorial Itaca.
Weber, M. (2012). El político y el científico. Traducción de Francisco Rubio Llorente. Madrid. Alianza editorial.
Artículos / ensayos.
Faletto, Enzo. Qué pasó con Gramsci. Septiembre-octubre de 1991. Revisar en: https://nuso.org/articulo/que-paso-con-gramsci/
Leal, Antonio. Contribuciones de Gramsci al cambio social en Chile: de la declinación de la ideología posmoderna a la re-emergencia de la izquierda. Enero de 2008. Revisar en: https://ro.uow.edu.au/cgi/viewcontent.cgi?article=1002&context=gramsci
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