Una crisis geopolítica con consecuencias, también, por estas tierras. Una economía atada a las tensiones del mundo y a su propio carácter reprimarizado. Salidas que son relatos.
Viernes 25 de febrero de 2022 19:46
La guerra tiene su propio vértigo. Los tiempos caminan a paso veloz: las horas, se dice, equivalen a días de los (mal) llamados normales. Esta columna se escribe a lo largo del viernes. Nada impide pensar que, cuando llegue al lector o lectora, Kiev se halla rendido a la brutal ofensiva militar rusa, desatada en la madrugada de este jueves. Pensando globalmente, los resultados -militares y políticos- son más que inciertos. Abordar el tema en profundidad es necesario. La Izquierda Diario invita a hacerlo en la tarde de este sábado, debatiendo y analizando junto a Claudia Cinatti y Christian Castillo .
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La conmoción mundial no tiene nada de artificial. Tan largamente anunciada como “sorpresiva”, la invasión rusa a Ucrania descubre las costuras de una geopolítica mundial marcada por la crisis de la hegemonía norteamericana. La respuesta de Biden no convence entre propios o ajenos. Del riñón del establishment suenan pedidos de mayor dureza. Volodimir Zelenski, actor ucraniano que hace de presidente, reprocha el abandono. El reclamo se acerca bastante a la verdad. Hay que ver allí la debilidad de eso que llaman “Occidente” para lidiar con Putin quien tiene, también, sus propias tensiones internas. Al otro lado de mundo, intentando el equilibrio de lo imposible, China pide una negociación sobre un hecho al que no considera una invasión. Problemas de una geopolítica que está sufriendo el cimbronazo más importante en décadas.
Una posición socialista revolucionaria implica condenar la agresión militar rusa y denunciar las sanciones de la OTAN. Los “defensores de la libertad” tienen un historial de intervenciones imperialistas a cuestas.
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Soja y petróleo
Contradicciones de la Argentina primarizada, la guerra en Ucrania alimenta con buenas y malas noticias. Mientras el precio de la soja suba…el del petróleo también. Pero el país exporta lo primero y necesita, casi como el aire, importar lo segundo.
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De fondo aparece la tenebrosa negociación con el FMI. La misma Kristalina Georgieva que, ante la crisis de Ucrania, ofrece “apoyar a sus miembros”, es la que presiona por un tarifazo mayor en estas tierras. Todo indica que el problema nodal del acuerdo sigue estando centrado en el debate sobre tarifas y subsidios. La suba de precios internacionales solo agudiza el problema.
Fuertemente condicionada por la situación internacional, la economía argentina camina en su propia cornisa. Mirando en dirección a la sede del FMI, el Gobierno argentino condena a Rusia, pero silencia el papel de la OTAN. Argentina transita la crisis internacional pensando en las duras exigencias que impone el acuerdo por la deuda. Si se mira más allá de la coyuntura, es evidente que ese lugar no tiene nada de casual.
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La historia de las últimas décadas es la de la reprimarización creciente de la estructura económica nacional; de una industrialización contradictoria, que combina desarrollo tecnológico avanzado en ciertas ramas con un atraso más que evidente en otras. Del creciente peso de los insumos importados en diversos sectores. La más que citada “restricción externa” no es ajena a ese proceso, sino uno de sus resultados más directos. El estancamiento de la última década transita esos carriles.
El acuerdo con el FMI profundizará esa subordinación al capital internacional. El contenido económico tendrá su forma política: las auditorias trimestrales funcionarán a modo de co-gobierno. Las decisiones sobre la vida de millones de familias se tomarán en Washington. Poder alimentarse pasará a depender de burócratas que habitan lujosas oficinas en 19th Street, a escasas cuadras de la Casa Blanca.
De proyectos nacionales y relatos
Evocando a Sarmiento, hace ya algunas décadas, Milcíades Peña recordaba que la oligarquía argentina se enriqueció “mirando parir vacas”. Para el historiador marxista -que se quitó la vida trágicamente a los 32 años- aquella génesis era sintomática para analizar la clase dominante nativa: indolente, negada al desarrollo industrial del país, atada al mundo por la exportación de productos primarios.
Si repasamos las últimas décadas, parte sustancial de la ganancia capitalista vino del campo. Renovada por una enorme revolución tecnológica, una fracción de las patronales rurales acrecentó su poder económico, amarrocando riqueza mobiliaria e inmobiliaria. El “derrame” del crecimiento hacia productores medianos y pequeños logró conformar un bloque social, cultural e ideológico, que encontró expresión política en Juntos a nivel nacional y en los varios peronismos provinciales. Resultado en parte de esa situación es -como sostiene el historiador Roy Hora- que ese sector patronal no sea ya visualizado como la vieja “oligarquía terrateniente”.
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Sacando chapa, el agrobusiness se presenta como abanderado de un nuevo proyecto nacional. Sin embargo, el “modelo” trae bajo el brazo reformas laborales, impositivas y previsionales. El reclamo supremo es aquí la “reducción del gasto público”, lo que supondría barrer con la asistencia social que abarca a millones y millones de familias. Al esquema ruralista “le sobra” la mitad de la población.
Potenciado en los 90, el agronegocio no hizo más que crecer en las décadas siguientes. Menem lo hizo, todos los demás continuaron. Los voraces incendios que consumieron una décima parte de Corrientes no pueden escindirse de ese esquema productivo. Desmonte y desforestación resultan inseparables de la premisa de exprimir la tierra para hacerla producir dólares de exportación. Esa relación es la que eligió omitir el ministro Cabandié este miércoles, en su paso por el Senado.
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Sin cuestionar profundamente el poder del agrobusiness, el oficialismo postula su “modelo de desarrollo”. La minería y la explotación petrolera offshore se agitan como banderas ante cuánto micrófono se halla. Ciegos al daño ambienta, los apologistas de ese proyecto despliegan ataques y críticas hacia lo que, despectivamente, llaman “ambientalismo bobo”.
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El esquema, sin embargo, no desafía la primarización de la estructura nacional. La perpetúa, por el contrario. Perpetúa, además, la subordinación al gran capital internacional. Los defensores del “desarrollo minero” prefieren no publicitar lo obvio: los dólares obtenidos por exportaciones de metales o petróleo también irán a parar a las arcas del FMI.
Sujeto fantasmal, la llamada “burguesía nacional” hace agua a cuatro costados cuando se trata del desarrollo nacional. Eterno fugador de divisas, el gran capital nativo dice ausente a la hora de proponer un programa que permita superar el atraso y la dependencia. Soja o minería, la primarización de la estructura económica local parece un dato permanente.
Bajo el ordenamiento capitalista, la decadencia nacional se torna casi permanente. La subordinación a las órdenes de Washington no hará más que profundizarla. Una perspectiva distinta, radicalmente opuesta, solo puede venir desde cuestionar este régimen social; desde plantearse una perspectiva revolucionaria, obrera y socialista. Una perspectiva que solo puede ser lograda con las amplia y profunda movilización de las mayorías populares. Enfrentar el acuerdo de ajuste con el FMI puede operar como un buen punto de partida hacia allí.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.