El templo de Hércules/Melkart, construido por los fenicios tras la fundación de Gadir (Cádiz) en el siglo XII a.c ha sido geolocalizado. Nuevas tecnologías han permitido diseñar un nuevo mapa del territorio histórico.
Viernes 17 de diciembre de 2021
Foto: Vista del Castillo de Sancti Petri en Cádiz donde se habría ubicado el Templo de Hércules.
La arqueología del futuro ya está aquí. Si gracias a la Unidad de Geodetección de la Universidad de Cádiz, dirigida por el profesor Lázaro Lagóstena, se logró reconstruir el urbanismo oculto de antiguas ciudades romanas, hoy ocupadas por modernas infraestructuras, como Hasta Regia (Jerez de la Frontera), Ilici (Elche), Libisosa (Lezuza, Albacete), Balsa (Luz de Tavira, Algarve) o Flavia Sabora (Cañete la Real, Málaga), y localizar fosas de represaliados durante el franquismo, utilizando georradares, drones o magnetómetros, ahora hemos podido conocer la ubicación exacta de uno de los edificios más emblemáticos de la antigüedad, del que sólo teníamos referencias por fuentes griegas y romanas: el templo de Hércules/Melkart, construido por los fenicios tras la fundación de Gadir (Cádiz) en el siglo XII a.C.
Tanto el Instituto Geográfico Nacional como el Instituto Oceanográfico de la Marina han realizado un modelo digital del territorio, que ha servido al investigador de la Universidad de Sevilla Ricardo Belizón para trazar, junto a un equipo de científicos del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, el paleopaisaje que existió tres mil años atrás en un área como la bahía de Cádiz, expuesta a lo largo del tiempo a las oscilaciones del mar y sucesos geológicos catastróficos. Es así como se pudo advertir no sólo el contorno de esta singular construcción, sino también el del importante puerto que la rodeaba.
Al igual que los estudios genéticos han revolucionado el estudio de la prehistoria y han obligado a replantearse las conexiones entre pueblos y culturas desde tiempos remotos, las nuevas tecnologías han permitido diseñar un nuevo mapa del territorio histórico, completando y corrigiendo el que arqueólogos e historiadores del pasado habían interpretado con métodos tradicionales a base de estudios filológicos, piqueta, pala y brocha: "En historia necesitamos información. La arqueología de excavación es cara y determinadas fuentes de información están agotadas. Este es el futuro.
Creamos bancos de información de las experiencias del pasado. Todas las sociedades preindustriales eran sostenibles por fuerza. Si recuperas cómo funcionaban, vas en esa línea necesaria en el presente. La historia tiene que servir para algo, yo no soy un lujo y soy útil desde el conocimiento", asegura el profesor Lagóstena. Por ello, este descubrimiento es tan importante. Ya no dependemos de la intuición romántica de un Schliemann en Troya y Micenas, o de la suerte de un Carter, topándose con la tumba de Tutankhamón, o Woolley con las tumbas reales de Ur, cegados por el oro y los tesoros que encontraron. El descubrimiento, investigación y posterior protección de los nuevos yacimientos debe servir ahora para proporcionarnos una nueva ética en la relación con nuestro pasado y comprender mejor nuestro presente.
En este caso, los nuevos hallazgos en Cádiz reabren de forma significativa el estudio de la "colonización" fenicia y la presencia de poblaciones llegadas del Mediterráneo oriental a las costas de la península Ibérica desde, al menos, inicios de la Edad del Bronce, con todo lo que esto implica sobre las interacciones, no sólo económicas, sino también étnico-culturales y políticas entre los pueblos de toda la región.
La configuración del mundo antiguo ha estado siempre determinada por la mentalidad nacionalista de un discurso histórico diseñado desde las academias burguesas del siglo XIX, que identificaban sus centros culturales en el mundo clásico greco-romano, y proyectaban sus prejuicios eurocéntricos contra el resto de las áreas geográficas, estableciendo periferias culturales que no se ajustaban a la realidad de un mundo mucho más interconectado de lo que se pretendía enseñar.
Hacia el templo de Melkart llegaban peregrinos de todo el Mediterráneo. El área en la que ahora se ha localizado ya era un foco de hallazgos importantes, que ahora se pueden ver en el Museo Arqueológico de Cádiz: imponentes esculturas de mármol y bronce, además de numerosos exvotos o pequeñas figuras que los visitantes del templo iban dejando allí como agradecimiento al dios, tal y como, durante cientos de años, los fieles han ido dejando en las capillas de las iglesias cristianas, y que representan un buen material de estudio para comprender las costumbres y la vida cotidiana de las gentes de aquella época, además de trazar la línea que proyectan esas costumbres en las nuestras.
De su importancia nos hablaron autores antiguos como Estrabón y Filóstrato, que describieron un gran conjunto monumental, al que se accedía atravesando dos columnas decoradas con oro y esmeraldas, con un frontispicio que relataba los doce trabajos de Hércules (el estrecho de Gibraltar era llamado "las columnas de Hércules", y se consideraba el paso a lo desconocido) y un interior en el que había una llama que nunca se apagaba. Por ellos sabemos que tanto Julio César como Aníbal estuvieron allí: el primero durante la guerra civil que le enfrentó a Pompeyo en el siglo I a.C., y el segundo en el transcurso de su campaña militar contra Roma durante la segunda Guerra Púnica, a finales del siglo III a.C. El momento fundacional de Tiro, cuya leyenda conocemos por un relato de Nono de Panópolis, que cuenta cómo dos "rocas errantes" se convirtieron en la isla sobre la que se asentó la ciudad, y sobre la cual creció un árbol en el que un águila y una serpiente estaban en perpetuo conflicto, se reflejaba también en las columnas del templo de Gadir, expresando la idea de los extremos opuestos del mundo "civilizado". La metáfora de las rocas primigenias proyectaba geográfica y culturalmente el cierre del espacio mediterráneo entre lo que los griegos llamaron las "columnas de Hércules".
Melkart era un dios asociado a la ciudad de Tiro (hoy día ubicada en Líbano), con el que se identificaba la monarquía de esa ciudad-estado, y que sería llevado a todas sus colonias, como símbolo de la extensión de su poder, aunque, tras su decadencia y destrucción, primero por los asirios y más tarde por los persas y Alejandro Magno, el dios del templo gaditano pronto se convirtió en el Hércules griego, del que se apropiaron grandes líderes políticos como el propio Alejandro o Aníbal, como demuestran las monedas que acuñaron con su nombre y que actuaban como propaganda para legitimar sus ambiciones personales, lo que demuestra además su carácter multicultural, al ser un templo venerado tanto por fenicios, griegos, cartagineses y romanos. Su culto está documentado, no sólo en Tiro, su ciudad original, y Cádiz, sino también en Cartago, Ibiza, Cerdeña, Carteia y Malta; y algunos lugares como El Carambolo (Sevilla) o Alcorrín (Málaga) fueron centros híbridos donde la religión indígena se mezclaba con la fenicia. Las manifestaciones religiosas tartésicas fueron con toda seguridad producto de esta interacción cultural, ya que la estructura social e ideológica fenicia era lo suficientemente flexible como para converger con las comunidades indígenas, lo cual permitió crear un sustrato cultural común y una fácil adaptación de estas comunidades a sus tradiciones, su simbología e iconografía, como demuestran ejemplos como el monumento funerario de Pozomoro (Albacete) y los grandes complejos arquitectónicos tartésicos de Cancho Roano y El Turuñuelo (Badajoz). La religión actuó como un vehículo de integración, que las élites impusieron para asegurar y reforzar su poder, y sus templos sirvieron como centros alrededor de los cuales se unieron las diferentes comunidades que conformaron el espacio político y cultural de Tartesos.
La introducción por parte de los fenicios de sus cultos en puntos estratégicos fue una estrategia muy eficaz para interactuar con las poblaciones locales, en especial el de Melkart, que garantizaba la identidad cívica de las colonias. El templo de Gadir, que según las fuentes, contendría los restos de Hércules, estaría, al confirmarse su localización, completamente aislado de su entorno urbano, una característica común a la mayor parte de los santuarios tartésicos descubiertos a lo largo de la costa, posiblemente ubicados en puntos de parada de barcos comerciales en su ruta hacia occidente. Suponemos, por tanto, que el templo gaditano debió inspirar a otras construcciones tartésicas de la región, que funcionarían como puntos de encuentro, no sólo religioso sino también económico y político, de intercambio y redistribución, ya que no podemos olvidar que los poderes político y religioso eran inseparables en el Próximo Oriente antiguo, y aquí estamos ante un modelo similar, especialmente en lo que al culto a Melkart se refiere. Los templos tartésicos serían un reflejo de esta funcionalidad y estarían fuertemente unidos a los intereses económicos de sus comunidades. Éstos se enriquecerían gracias a los diezmos que obtendrían de ellas, puesto que se encargarían de aprobar las operaciones comerciales realizadas en su territorio. Algo muy parecido al papel de los monasterios medievales y la función económica y política que tuvo la Iglesia hasta hace no mucho tiempo.
Todo lo que hemos comentado nos lleva a la cuestión central sobre la "colonización" y a los errores que siempre se suelen cometer al identificarla con su significado actual y sus connotaciones eurocéntricas. El concepto moderno se impuso en el contexto del imperialismo británico del siglo XIX y tiene bastantes dificultades para aplicarse al mundo antiguo, puesto que en el caso griego se trata más de una "diáspora" que de una intención consciente de potenciar el poder político de las ciudades de las que procedían los "colonos", y en el fenicio hablaríamos más de una "hibridación" con los pueblos con los que entraron en contacto, más que de una asimilación y ocupación de su territorio, con la consiguiente conquista y/o destrucción cultural y física. El cambio de paradigma lo produjo el Imperio Romano, que fue el espejo en el que se quisieron ver reflejados algunos poderes imperiales modernos, pero, aún así, tampoco se puede aplicar el término según lo entendemos hoy día. El historiador Chris Gosden, en su "Archeology and Colonialism: Cultural Contact from 5000 BC to the Present" (2004) interpreta los procesos antiguos de colonización dentro de un "medio cultural compartido" en el que no se empleaba la imposición ni la fuerza. Ciertamente, cualquier interactuación de este tipo crearía desigualdades con las poblaciones locales, y la "aculturación" sería inevitable, pero nunca se llegaría al punto de una apropiación masiva de sus tierras, o a su exterminio parcial o total, tal como ocurrió en el caso de la colonización española de Latinoamérica, o la británica de América del Norte, Australia o Nueva Zelanda.
La metodología aplicada a las consecuencias de los procesos coloniales contemporáneos no pueden aplicarse a las ocurridas en el mundo prerromano: si el colonialismo actual se basa en la explotación sistemática, la dominación y la expansión de la potencia colonial, que acompaña su acción con una retórica justificadora de "civilización", transformando la tecnología, la educación y la religión del colonizado, en la antigüedad tendríamos que hablar de "encuentros multiculturales", en los que la relaciones coloniales actuarían como "redes de intercambio", estableciendo "puntos de encuentro", que romperían el binarismo "centro-periferia" impuesto desde las posturas eurocéntricas del capitalismo moderno. Así, en lugar de estudiar las culturas como entidades aisladas, deberíamos prestar atención a las redes comerciales, políticas, artísticas y religiosas que se entrecruzan en múltiples puntos y afectan al desarrollo de todas las partes implicadas.
De este modo, Gadir no es la periferia de Tiro, ni Massalia (actual Marsella) la de la antigua ciudad griega de Focea. Ambos extremos interactúan entre si, al igual que con los pueblos autóctonos de su entorno, formando una red de comunicación única de creación continúa.
El descubrimiento del templo fenicio de Melkart es todo un símbolo de esta interacción, que nos muestra el camino por donde deben ir las nuevas investigaciones sobre las relaciones entre pueblos y culturas diversos, y que abre la posibilidad de reinterpretar nuestras propias categorías culturales contemporáneas. Está íntimamente conectado con la realidad de la cultura local tartésica del suroeste peninsular, transformada por los cambios socio-económicos que trajo consigo la colonización fenicia, pero nunca reemplazada por ella. El contexto en el que apareció tanto el templo de Melkart como la propia ciudad de Gadir, fue el de una verdadera fusión cultural que generó una realidad nueva y original, muy alejada de las interpretaciones tradicionales a cerca de las relaciones colonizador-colonizado, los "abusos" culturales y los tipos de explotación propios de las sociedades contemporáneas, que siempre proyectamos sobre otros períodos históricos. Es como si la historia más lejana fuera la que mejor nos ayudara a repensar y transformar realidades que parecen nuevas, pero que, en el fondo, ya estaban presentes desde hace milenios.
Juan Argelina
Madrid, 1960. Es doctor en Historia por la Universidad Complutense en la especialidad de arqueología e historia antigua, profesor de secundaria, amante del cine, y colaborador de Izquierda Diario, Contrapunto y otras revistas especializadas.