Una de las últimas revoluciones del siglo XX en América Latina hoy cumple 40 años: el triunfo de la revolución el 19 de julio de 1979 en Nicaragua que dio fin a la dictadura somocista. Tiempo compatible con el florecer de una oleada de escritores, artistas, pintores y de una cultura nicaragüense con raíces en la revolución.
Una de las últimas revoluciones del siglo XX en América Latina hoy cumple 40 años: el triunfo de la Revolución en Nicaragua el 19 de julio de 1979 que dio fin a la dictadura somocista. Tiempo compatible con el florecer de una oleada de escritores, artistas, pintores y de una cultura nicaragüense con raíces en la revolución.
Con miles de muertes y heridos por la feroz represión de la Guardia Nacional para evitar a sangre y fuego la extensión de la insurrección de las masas en Nicaragua en 1979, para los meses de junio y julio de 1979, los trabajadores, campesinos, jóvenes, mujeres y las milicias populares asentaron con huelgas y levantamientos insurreccionales en las ciudades la caída del dictador Anastasio Somoza, tal como lo reconociera incluso Humberto Ortega (comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN): “fue la guerrilla que sirvió de apoyo a las masas”, y no lo contrario.
“Se partió en Nicaragua
otra soga con cebo
con que el águila ataba
por el cuello al obrero” [1]
Entonces la proliferación de la cultura en todos sus aspectos fue un elemento fundamental al calor del proceso revolucionario que vivían las masas nicaragüenses. En un país semicolonial con la ocupación militar de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX que instauró una dictadura que perduró por más de 45 años, extensas franjas de campesinos, trabajadores y sectores populares, se encontraban sumidos en la miseria pero en su lucha de tenaz a la dictadura y al imperialismo, el arte y los saberes provenientes de sus riquezas culturales –constreñidos por el régimen– buscaban abrirse paso
Por eso la lucha por la revolución se dio de la mano con esa cultura de la resistencia, y al interior de ella enriqueciéndose y revolucionándose al sentirse liberadas del oprobioso régimen somocista. Al compás de la revolución proliferaron los talleres de escritores y de artistas, que abrieron veredas en los extensos paisajes de raudales naturales, para las plumas y los pinceles de campesinos, trabajadores y el pueblo. La masiva campaña de alfabetización contribuyó al acceso a la lectura, así por ejemplo, la poesía y el cuento, en su forma escrita y ya no solo en la tradición oral, tuvo la oportunidad de llegar a miles de campesinos y pobres antes analfabetos.
Levantaron en todo el país de dos mares, el arte y la cultura -espejo de su sociedad-: cual herramienta para ampliar las visiones de revolución, pero sobre todo, diseminar el arte y la cultura en los sectores populares.
La cultura. Es una región con muchos problemas de violencia, en la que funciona muy mal la integración y en la que sigue habiendo litigios por límites territoriales. No creo que Centroamérica haya avanzado para ser una comunidad de naciones, pero en lo cultural sí lo ha hecho. [2]
La causa colectiva en las letras y en las artes
La segunda revolución en este siglo XX Centroamérica y el Caribe tuvo lugar en Nicaragua, después de la revolución cubana de 1959. Son también las coordenadas de un tiempo que sembró rebeldía y solidaridad en la juventud con el 68 internacional y el periodo de insurrecciones en diferentes latitudes durante toda la década de los 70: en ese contexto se inscribe la revolución nicaragüense.
La generación que leyó Los condenados de la tierra de Frantz Fanon y ¡Escucha, Yanki! de Stuart Mill, y al mismo tiempo a los escritores del boom, todos de izquierda entonces; la generación de pelo largo y alpargatas, de Woodstock y los Beatles; la de la rebelión de las calles de París en mayo del ‘68, y la matanza de Tlatelolco; la que vio a Allende resistir en el Palacio de la Moneda y lloró por las manos cortadas de Víctor Jara, y encontró, por fin, en Nicaragua, una revancha tras los sueños perdidos en Chile. [3]
No se puede hablar del arte sin la literatura. Si antes de 1979 se desplegaba una literatura de la resistencia, a partir de ese mismo año en Nicaragua, se inicia un periodo de florecimiento de un lenguaje escrito y visual, símbolos de la nueva narrativa revolucionaria caracterizadas la búsqueda de nuevas relaciones sociales posibles a través del arte y como forma de transformación de la sociedad.
Para los años previos a la revolución Gioconda Belli, reconocida poeta y escritora en Mi país bajo la piel, obra autobiográfica recuerda:
No sé en qué orden sucedieron las cosas. Si fue primero la poesía o la conspiración. En mi memoria de ese tiempo las imágenes son luminosas y todas en primer plano. La euforia vital encontró cauce en la poesía. Apropiarme de mis plenos poderes de mujer me llevó a sacudirme la impotencia frente a la dictadura y la miseria. No pude seguir creyendo que cambiar esa realidad era imposible. [4]
Entre las y los escritores más importantes se suman figuras como Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, Sergio Ramírez, José Leonel Rugama, Mayra Jiménez, Erik Aguirre, Pedro Antonio Cuadra, Ariel Montoya y Omar Cabezas.
Uno de los poemas más conocidos es de José Leonel Rugama —considerado parte de la Poesía Trunca, como el célebre Roque Dalton—,
La gente de Acahualinca tiene menos hambre que los hijos de la gente de allí.
Los hijos de la gente de Acahualinca no nacen por hambre,
y tienen hambre de nacer, para morirse de hambre.
Bienaventurados los pobres porque de ellos será la luna. [5]
Estos son solo algunos nombres porque hubo centenares de escritores surgidos en esta época así como artistas. Como ministro de cultura en los primeros años de la revolución, Ernesto Cardenal impulso varios proyectos culturales en los que el pueblo sería el principal creador. Destacan dos principalmente, los talleres de Arte Popular y los Talleres de Poesía que lograron mayor alcance y difusión. Así los talleres se volvieron un punto de reunión de amas de casa, trabajadores, campesinos, pescadores, guerrilleros, estudiantes y jóvenes.
Más allá del encuadramiento de la dirección del FSLN que buscaba establecer una dirección en las artes y la cultura, tal como se vio en las múltiples críticas, por ejemplo, al Ministerio de la Cultura en esos años, es innegable que en este periodo, a rebeldía o con el consentimiento oficial, se dio el acercamiento y creación colectiva de los sectores populares.
Entre la creación artística también habrá que decir muchas veces, el realismo soviético ejerció una influencia en la narrativa pictórica y muralista, que exaltaba por un lado una visión obrerista del arte y la cultura y, por otro lado, subordinaban el papel de la mujer.
La fotografía de “Miliciana de Waslalito” o “Madre armada y niño” ha recorrido el mundo y reafirma el lugar de las mujeres, trabajadoras, campesinas, jóvenes y en las milicias populares que no se puede negar.
La pintura primitivista surgió en Nicaragua con mujeres pioneras principalmente a mediados del siglo XX. A partir de la creación de la comunidad contemplativa en la isla de Solentiname por Ernesto Cardenal, se inició una escuela de pintura primitivista con muchas pintoras, como Yelba Ubau, Martina Ortega, June Beer y Olivia Silva. La naturaleza, la teología de la liberación y la vida cotidiana de los campesinos y sectores populares fueron los temas representados.
Por otra lado, en el terreno de la plástica, contra el adoctrinamiento y determinación estatal, se crearon estilos más experimentales y diversas técnicas pictóricas en los murales. Esto fue sobre todo en la producción artística de la Escuela Nacional de Arte fundada en 1982.
La escritura y el arte, como el cuerpo y la conciencia, son espacios donde moran los recuerdos. Las semblanzas pictóricas, inspiradas en la vida cotidiana y las letras, con la literatura y la poesía, se volvieron testigos de la ocupación del espacio público para la difusión y realización del arte y la cultura fueron el sello de una época en la identidad nicaragüense.
El libro Los murales de la Nicaragua revolucionaria, 1979-1992 de David Kunzle (1995), cuyo trabajo documental reúne la obra muralista en la época de la revolución con decenas de murales realizados en los espacios públicos, ofrece una memoria de la gráfica, pero sobre todo de un pueblo que pintó por y para la revolución.
Desde distintos rincones del mundo, la simpatía y solidaridad con la revolución nicaragüense atrajo a jóvenes a las milicias populares o a las filas del FSLN, pero también a muchos artistas, escritores e intelectuales a Nicaragua. Un ejemplo de tantos. Julio Cortázar en su estancia escribió “Nicaragua tan violentamente dulce” (1983) y participó en los recitales públicos que se realizaban en parques y plazuelas.
Un arte y literatura fácticos, es decir, determinados por su realidad e históricos, por la narrativa revolucionaria que empuña letras y formas pictóricas, es sólo posible de verse, como ocurre pocas veces, en una cartografía de insurrección.
O como los fósiles que vuelven a la vida como forma del pasado cuando son descubiertos y desempolvados, sumergirse en la extensa producción literaria y artística de la revolución nicaragüense es un campo siempre fértil para ávidos y curiosos de la renovada creación colectiva de este país centroamericano.
Las movilizaciones recientes de la juventud contra la represión y por la libertad de expresión, contra el régimen de la dupla Daniel Ortega-Rocío Murillo que nada tienen que ver hoy con la revolución de 1979, reviven momentos de rebeldía e insubordinación en Nicaragua.
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