El retiro del líder de Podemos de la política activa marca definitivamente el fin de ciclo de Podemos, en un marco de fortalecimiento de la derecha trumpista y giro conservador del Gobierno “progresista”. Desplegar una nueva hipótesis que ponga en el centro la lucha de clases y la construcción de una alternativa política revolucionaria a la bancarrota del neorreformismo, esa es la tarea estratégica del momento.
Diez años, seis postales
El ascenso y caída de Pablo Iglesias como líder de Podemos han marcado sin dudas la política española de la última década. Seis fechas que permiten vislumbrar a golpe de ojo este período convulsivo para reflexionar sobre el cierre de un ciclo político y la necesidad de construir una alternativa política radicalmente distinta.
15 de mayo de 2011. Gobierna Zapatero y la Puerta del Sol se encuentra colmada de miles de jóvenes indignados. La protesta cuestiona al Régimen del 78 y las medidas de austeridad: “No somos mercancía en manos de banqueros y políticos corruptos”, “PSOE y PP, la misma mierda es”. La aguda crisis económica capitalista y la crisis del régimen de representación política dieron forma a una “crisis orgánica” en el Estado español. A esa irrupción inesperada le siguieron, ya bajo el gobierno de Rajoy, las Mareas en defensa de los servicios públicos, dos huelgas generales y manifestaciones multitudinarias en las calles que abrían una perspectiva de mayor enfrentamiento con el régimen político nacido en 1978.
17 de enero de 2014. En las puertas del Teatro del Barrio de Madrid, un centenar de personas presenta un nuevo proyecto político para “superar el bipartidismo” y “mover ficha”. En el centro se encuentra Pablo Iglesias, profesor universitario que ha ganado popularidad por sus dotes comunicativas y su participación en las tertulias televisivas. Lo acompañan un grupo de profesores universitarios de la Complutense, activistas sociales y militantes de Anticapitalistas que integraban el “núcleo duro” del nuevo proyecto.
La nueva formación política sorprende en las elecciones europeas de 2014 cuando consigue cinco escaños en el Europarlamento. Comienza así la gran operación política de Podemos: el desvío de un proceso de activa movilización callejera, en el que la “ilusión social” primaba entre los movimientos sociales, a la consolidación de una nueva “ilusión política” desde arriba. La idea de que era posible “recuperar la democracia” y salir de la crisis por la vía electoral, en los marcos de las instituciones de la democracia liberal. Podemos alimentó explícitamente esa idea de que había que dejar la calle para “cambiar las cosas” desde las instituciones.
20 de diciembre de 2015. Después de la irrupción en las europeas se inicia un período de vertiginoso crecimiento electoral para Podemos. Su momento más alto transcurre entre las elecciones municipales y autonómicas de 2015 y las elecciones generales del 20 de diciembre de ese mismo año. Como parte de las “candidaturas ciudadanas”, Podemos accede a decenas de gobiernos municipales, entre ellos los de las principales ciudades españolas: Madrid, Barcelona, Zaragoza, Santiago de Compostela, etc. En el Congreso de los Diputados, junto con sus confluencias, obtiene más de 5 millones de votos y conquista 69 diputados (mientras IU, todavía navegando en solitario, cosecha casi 1 millón).
Podemos tiene así sus primeras “pruebas del poder” [1]. Moderando por completo su programa para mostrarse como un partido “serio” frente a los poderes facticos del capitalismo español, sobreviene la primera propuesta de Pablo Iglesias al PSOE de formar “un gobierno de izquierdas en coalición”, rechazada entonces por Pedro Sánchez. Tras el fracaso de esta intentona y formación de la alianza Unidas Podemos con IU, comienza el declive: pérdida de votos y escaños, guerra interna, familias que disputan sillones, filtraciones a la prensa, planes conspirativos para asaltar la secretaría general, pactos por arriba, purgas, plebiscitos, y vaciamiento de todo vestigio de militancia.
1 de octubre de 2017. El referéndum de autodeterminación de Catalunya, garantizado con la movilización masiva de centenares de miles que ocuparon y defendieron los colegios electorales, seguido después por una huelga general de 24 horas, fue la mayor afrenta al Estado español, el Régimen del 78 y la Corona desde la Transición. Es por ello que el conjunto del Régimen se posicionó abiertamente a favor de la represión policial del referéndum y la anulación provisional de la autonomía catalana, mientras que las direcciones burguesas catalanas actuaron para evitar que se extendiera la movilización y la auto organización que podían imponer la voluntad mayoritaria expresada el 1-O, constituir una república independiente.
El “otoño catalán” fue una prueba de fuego para Podemos y su nivel de integración al régimen político. La equidistancia mantuvo Podemos entre el movimiento democrático y la represión del Estado fue asombrosa. Se opuso al referéndum del 1-O haciendo una contrapropuesta de un imposible “referéndum pactado” con el mismo Estado que envió una brutal represión contra el pueblo catalán [2]. Y aunque se opuso formalmente a la represión y a la aplicación del artículo 155, se negó a impulsar la más mínima movilización de repulsa en el resto del Estado.
13 de enero de 2020. Pablo Iglesias, sonriente, jura ante el Rey Felipe VI como vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez del PSOE. Unidas Podemos (Podemos + Izquierda Unida) ha logrado negociar un gobierno de coalición con el PSOE, que incluye a 5 ministros de la izquierda.
Un año después, en medio de una crisis pandémica mundial y una crisis económica y social de magnitud, el gobierno “progresista” no ha cumplido ninguna de las promesas electorales que Unidas Podemos pretendía mostrar como sus “medidas estrella” en un gobierno con el PSOE. No derogaron las reformas laborales, ni la ley mordaza, no regularizaron a las personas migrantes, ni pusieron tope a las subidas de los alquileres, no frenaron los desahucios ni terminaron con la precariedad laboral.
La experiencia ministerialista de Podemos y el PCE transcurre así del único modo posible, con sus ministros cumpliendo el papel requerido para el mantenimiento del régimen y la maquinaria estatal capitalista. Como escribe Rosa Luxemburg, con la entrada de un socialista en el gobierno “el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués”.
4 de mayo de 2021. Al terminar la jornada electoral en Madrid, donde la trumpista Isabel Díaz Ayuso del Partido Popular duplica sus votos y arrasa en las elecciones, Pablo Iglesias comparece en una rueda de prensa rodeado de las y los dirigentes y militantes de Unidas Podemos. Reconoce la derrota electoral y anuncia que dimite a todos sus cargos y abandona la política activa.
Unas semanas antes, Pablo Iglesias había renunciado a la vicepresidencia para embarcarse en las elecciones madrileñas, diciendo que lo que se jugaba el 4M era la lucha entre “democracia o fascismo”. Ahora, después del triunfo del PP, Iglesias decide retirarse de la política activa para refugiarse en su chalet de Galapagar.
La derrota de Podemos en las elecciones madrileñas y el retroceso del PSOE, frente al crecimiento del PP, expresan en gran parte un descontento con la gestión de la crisis pandémica por el gobierno “progresista”. ¿Cómo se explica si no que el derechista Partido Popular gane por primera vez en la historia en barrios históricos del “cinturón rojo” -clásicamente base electoral del PSOE- o en distritos de barrios obreros de Madrid como Puente Vallecas?
“Es difícil entender cómo se nos desploma tanto electorado que nosotros pensamos que podría estar cerca”, dijo unos días después la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo del PSOE. Y mientras muchos seguidores de Podemos, frustrados con los resultados, le echan la “culpa” a los votantes, algunas voces comienzan a señalar dónde estarían las verdaderas causas. “Congeláis el salario mínimo, subís el precio de la luz, no dais la miseria de ingreso mínimo a nadie, no derogáis la reforma laboral ni la ley mordaza del PP, no reguláis los precios de alquiler, no ponéis el impuesto a la banca que prometisteis. Muy difícil de entender no es...”, responde mordaz un conocido tuitero de la izquierda.
¿Qué expresa la derrota de Pablo Iglesias?
La renuncia de Pablo Iglesias a la política es la expresión de una derrota, que duda cabe. En primer lugar, la derrota de un proyecto político que pretendía “reformar” el Régimen del 78 desde sus entrañas, por medio de la recreación de una corriente de izquierda moderada con hegemonía electoral. Pero también es el fracaso de un proyecto personal, porque Podemos fue siempre una empresa en la que la ambición personal del líder era una de sus características fundamentales.
Los fundamentos político-ideológicos de Podemos, que en sus inicios se presentaba como “ni de derechas ni de izquierda”, se asentaban en la concepción estratégica de la imposibilidad de una superación revolucionaria del régimen actual. La “hipótesis Podemos” era en primer lugar la negación de la lucha de clases como motor de las transformaciones sociales. Como señalamos muchas veces, era la negación de la estrategia misma como el arte de preparar la victoria, en tanto se partía del presupuesto de que no se puede ganar contra el Estado y los poderes reales del capitalismo contemporáneo. Un camino de asimilación y adaptación a los marcos instituidos que, en el mejor de los casos, solo permite algún tipo de gestión progresista como parte de la administración general de los intereses de los capitalistas. O, dicho de otro modo, que lo único posible es presionar por algún reparto más “equitativo” de las migajas.
Podemos fue expresión política y a la vez negación del proceso de movilización y descontento social que emergió con el 15M contra las consecuencias de la crisis capitalista [3]. Nacido de un coctel en el que se mezclaban las lecturas laclausianas de Errejón con las nostalgias eurocomunistas de Pablo Iglesias, todo matizado por el intento de crear una organización política que “ocupara la centralidad política” y recreara los “valores perdidos” de la socialdemocracia, su fortalecimiento fue producto del desvío y la pasivización de la lucha de clases, en los cuales colaboraron activamente para que se consolidasen.
La perspectiva de Podemos partió de la idea posmarxista de que lo político es una esfera absolutamente autónoma de las relaciones sociales, negando la centralidad de la clase obrera como sujeto político, para reemplazarla por una heterogénea ciudadanía que se iba a expresar exclusivamente por la vía electoral. Y si la política se autonomizaba de las relaciones sociales, el discurso político y la video-política cobraron una preeminencia aun mayor, en una formación más preocupada por las campañas de marketing político que por generar una base social movilizada. Por el contrario, Pablo Iglesias encarnó en Podemos una dinámica centralista y bonapartista, liquidando hasta su propia base de militancia interna (los círculos) por la vía de imponer la disciplina plebiscitaria de su núcleo cercano. En el camino, se cargó a todas las corrientes de opinión y oposición, rompió con sus principales socios, como Errejón y Bescansa, y transformó a Podemos en un partido de la izquierda del régimen “al uso”.
Como escribimos hace un tiempo, “el crecimiento hipertrófico del partido tras su extraordinaria emergencia electoral, la gestión capitalista de los llamados ‘ayuntamientos del cambio’, la burocratización interna para movilizar una maquinara electoral que fracasó en su estrategia original, en definitiva, su asimilación política como parte del Régimen, dio paso a sus primeras crisis internas de magnitud” [4]. La declinación del ciclo podemista ya se anunciaba en su quinto aniversario, cuando se concretó la ruptura entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, que se embarcó en su propio experimento, Más Madrid / Más País. Dos proyectos que, más allá de los matices, comparten la misma estrategia neorreformista de crear una izquierda moderada del régimen.
Muchos seguidores de Podemos que hoy publican loas al “legado” dejado por Pablo Iglesias, justifican su dimisión por el ataque mediático al que estaba sometido Iglesias, por parte de las corporaciones mediáticas y las “cloacas” del Estado. Pero quien apostó lo central de su estrategia a los recursos del marketing televisivo, sin construir una fuerza social capaz de cambiar las relaciones de fuerza, fue presa de esos mismos poderes comunicativos cuando estos dejaron de darle el visto bueno.
Porque, como también dijimos hace algún tiempo, “si hubo una característica fundamental en Podemos desde su surgimiento fue su excesivo optimismo en las posibilidades de democratizar las instituciones del Estado capitalista, el cual era directamente proporcional a su pesimismo en relación al potencial transformador y revolucionario de la clase trabajadora y la lucha de clases” [5].
Pablo Iglesias hizo de la video política una estrategia política. Esta imagen, sobredimensionada hasta el hartazgo desde el inicio como estrategia de marketing, nutrió buena parte de un capital político que hoy ha desaparecido completamente. Aunque por momentos, durante la campaña electoral madrileña, parecía que volvía a brillar el Pablo Iglesias que construyó su propia figura pública como vecino del popular barrio de Vallecas y azote de los políticos pijos que se “aislaban en un chalet”, esto era solo un espejismo. La derrota y la defección, para refugiarse en su chalet en el barrio pijo de Galapagar, encuentra a Iglesias abatido, con un partido vaciado de militancia e integrado plenamente a las podridas instituciones del Régimen que prometió que venía a combatir.
Si en otras oportunidades hemos hablado del fin de ciclo de Podemos [6], con la caída del líder, este sí que parece ser el definitivo. Detrás no deja ningún legado que merezca ser reivindicado, sino un experimento frustrado de reforma de un sistema irreformable, que fue a su vez una frustración para millones de personas que creyeron que se podía “asaltar los cielos” con el permiso de la corona y el IBEX35.
¿Y ahora? Hipótesis y desafíos para la izquierda revolucionaria y anticapitalista
Después del 4M, en muchas personas que confiaron en Podemos prima la decepción y la desmoralización. Un sentimiento que obviamente la evasión de su líder no deja de acentuar. Iñigo Errejón, claro triunfador entre el bloque de la izquierda el 4M, se propone exorcizar ese sentimiento de fracaso apostando “hacia el 2023” construyendo un “partido verde” al estilo de los verdes europeos. Porque en política no existe el vacío. Hoy el errejonismo disfruta de la aprobación de los medios, que lo ven como una figura menos confrontativa y más maleable que Pablo Iglesias. Un nuevo intento, aggiornado desde el inicio, sin apelaciones al “antifascismo” ni a la república ni la clase obrera, por más que en boca de Pablo Iglesias fueran doble discurso.
Frente a la crisis de la hipótesis Podemos, sectores de los movimientos sociales, el movimiento autónomo y otros colectivos, así como organizaciones políticas de la izquierda que se reclama anticapitalista, plantean que es necesaria una vuelta a lo social. En efecto, como decimos en la última declaración de la CRT, “construir una alternativa superadora del neorreformismo no puede hacerse si no es poniendo en el centro precisamente esto, recuperar y desarrollar la capacidad de organización y movilización de la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares”. Una tarea que pasa por promover formas de autoorganización y coordinación de las luchas sociales y de la clase trabajadoras, pero también por el combate mediante la denuncia y la exigencia a las burocracias sindicales y de los movimientos que actúan como agentes pasivizadores de la lucha de clases.
Pero si bien esto es necesario, es insuficiente. Apostar por las luchas y los movimientos no debería significar un retroceso a una nueva “ilusión social”. Si no surge una fuerza política que represente una alternativa a la bancarrota del neorreformismo, solo abonaremos el terreno para volver a caer en el “mal menor”, dejando el campo de la política a los políticos profesionales del régimen, no solo de la izquierda del régimen, sino también de la derecha… e incluso de la extrema derecha.
¿Cómo vincular lo político y lo social? ¿Con qué programa? ¿En base a qué hipótesis de construcción para la izquierda revolucionaria? Estos son algunos de los interrogantes que se plantean y sobre los cuales comienzan a aparecer esbozos de respuesta.
En un reciente artículo publicado en Jacobin Lat [7], Brais Fernández de Anticapitalistas, aborda el balance del 4M en Madrid y arriesga algunas ideas que resulta interesante debatir.
Antes que nada, hay que decir que considerando que Anticapitalistas venía, desde nuestro punto de vista, de un balance autocomplaciente sobre su experiencia como cofundadores de Podemos -y en general con un posicionamiento político ambiguo frente al neorreformismo-, algunas definiciones del artículo al que nos referimos representan un notable avance, al menos como reflexión individual de un referente. Empezando por el reconocimiento de la necesidad de abandonar “la retórica en la que nos hemos movido [Anticapitalistas] en el ciclo anterior” y retomar “la necesidad de articular las peleas políticas y sociales en torno a un enfrentamiento con las élites económicas, la idea de la necesidad de un nuevo marco político constituyente, etc.”
Siguiendo esta reflexión, Fernández afirma que “hay que invertir la ecuación: claridad para reconstruir en lo político, ‘separarse’ de la izquierda institucional, aunque tratando de mantener siempre (y esto es importante) una relación de diálogo no sectario y máxima unidad en el frente social.” No podemos estar más de acuerdo en que hay que separarse de la izquierda institucional. Es uno de los aspectos que más hemos debatido con Anticapitalistas desde las páginas de Izquierda Diario en los últimos años por su integración en Podemos. Pero ¿qué significa no ser sectarios en lo social? Si esto significa luchar por el Frente Único, es decir la política de “golpear juntos y marchar separados” para desenmascarar a las burocracias, de acuerdo. Pero eso solo puede ser efectivo si es correspondiente con un combate sin cuartel contra el conciliacionismo de las burocracias sindicales, políticas y también de los movimientos sociales.
En este sentido, es sugestiva la referencia a la necesidad de presentar batalla contra el “Estado ampliado” y las burocracias de los movimientos, justamente un aspecto sobre el cual nuestra organización internacional ha teorizado y debatido políticamente como ninguna otra organización de la izquierda revolucionaria a nivel mundial. [8] Justamente, en un escenario saturado de aparatos burocráticos reformistas, la clave no es la “unidad” en general, sino el desarrollo de instituciones para la unificación y coordinación de los sectores en lucha o, dicho de otro modo, el impulso de la autoorganización desde abajo, como el único medio efectivo para quebrar la resistencia de los aparatos burocráticos, imponer el Frente Único y desplegar una estrategia de autoorganización que en perspectiva sea la base para el surgimiento de un poder alternativo.
Las definiciones más importantes de Fernández, y que son también un balance implícito de su propia politica, están quizá cuando afirma que “el anticapitalismo no debe ser el ala radical del frente progresista” y alerta contra “el oportunismo que termina convirtiendo al anticapitalismo en el ala izquierda del progresismo.” Como dice el axioma jurídico, “a confesión de parte, relevo de pruebas”. Aunque el sentido de la flecha de esta politica parece ser opuesto al que su corriente hermana en Francia, la dirección del NPA, propone hacer en el país vecino, donde se orienta hacia liquidar el partido subordinándolo hacia al reformismo con ‘La Francia Insumisa’ de Mélenchon (el “Pablo Iglesias” francés). Contra esta orientación, nuestra organización hermana en Francia, la Corriente Comunista Revolucionaria del NPA, está luchando por una refundación revolucionaria del NPA que permita superar la crisis [9].
Lamentablemente, Anticapitalistas no ha hecho de este balance crítico sobre su propia participación en Podemos una política [10]. En Andalucía sigue ensayando un experimento neorreformista (“Andalucía no se rinde”, una suerte de revival andalucista de Podemos) [11], mientras en el resto del Estado intenta volver a situarse en el terreno de las luchas sociales, pero sin mojarse en ninguna política para superar su crisis. Consecuente con esto, en Madrid han rechazado la propuesta que hicimos desde la CRT de presentar un frente anticapitalista y de clase el 4M [12].
Frente al fortalecimiento de la derecha trumpista, el nuevo plan de recortes sociales que promete el Gobierno “progresista” y la bancarrota del experimento neorreformista, hace falta una nueva hipótesis: apostar por la construcción no de una “alternativa política” cualquiera, ni de nuevos experimentos “amplios”, sino una de izquierda revolucionaria, que luche por el gobierno de los trabajadores y contra el régimen capitalista; que no se deje llevar por los cantos de sirena de la “nueva izquierda” y los “proyecto amplios”, sino que apueste por construir una base sólida en la lucha de clases con una estrategia para que “la tortilla de vuelva”. En esa perspectiva están puestos todos los esfuerzos de la CRT en el Estado español.
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