Celeste Vazquez @celvazquez1
Jueves 10 de septiembre de 2015
Ver la imagen de Aylan de la semana pasada revuelve las tripas una y otra vez. No hay palabras que grafiquen las sensaciones y emociones que se generan al ver esa foto. Un niño de 3 años, acostado boca abajo, vestido, que podría parecer dormido, pero que todo el mundo, ni bien lo vio, supo que no estaba dormido, sino muerto.
Miles de debates surgieron, miles de voces cínicas se alzaron, voces que condenan la barbarie, voces que se indignan, voces que hablan de los derechos de los niños y los más vulnerados. Son solo eso, solo voces, incapaces de cambiar el rumbo de la historia, de los Aylan del mundo.
A pesar de que sus autoridades lo niegan, Canadá le negó asilo a la familia de Aylan solicitado por su tía, Teema Kurdi, quien quería llevarlo a Vancouver. Ese mismo país, una vez conocida la trágica noticia, dijo públicamente que recibiría en sus tierras a Abdullah Kurdi, su papá. ¿Una muestra de cinismo?
Estados, en muchos casos imperialistas, que solo cambian de opinión porque toma estado público un terrible drama. Estados que “defienden sus fronteras” de hombres y mujeres desesperados que son capaces de emprender la aventura de emigrar aun sabiendo que existen altas probabilidades de que su familia se desmiembre en ese camino. Estados que no tienen problema en “abrir sus fronteras” sin ningún tipo de restricción a capitales extranjeros que se encargaran de explotar a sus trabajadores. Estados a los que no les da vergüenza que esos mismos hombres, mujeres y niños, si logran ingresar, trabajen y vivan en condiciones infrahumanas.
¿Y por casa como andamos?
Dijo Cristina Kirchner: “No quiero parecerme a países que dejan morir chicos en la playa”, pero mueren encerrados en talleres clandestinos, y ni hablar de los que lo hacen por desnutrición o enfermedades producto de la pobreza.
Argentina es el país de América Latina que más cantidad de inmigrantes tiene. Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 4,6% de su población es extranjera, lo que equivale a casi 2 millones de personas. Aunque seguramente sean más, porque es altísimo el porcentaje de inmigrantes que entran y residen de manera ilegal en el país.
En el año 2006 el incendio de un taller textil ubicado en la calle Luis Viale de la Ciudad de Buenos Aires, donde murieron 2 adultos y 4 niños -todos de nacionalidad boliviana- sacó a la luz en siniestro mecanismo de explotación al que estaban y están sometidos sectores amplios de trabajadores inmigrantes, sobre todo bolivianos. Todos murieron debido a que la puerta de salida estaba cerrada con llave. Era la manera que encontraron sus patrones de mantenerlos encerrados y trabajando sin parar.
Como en el caso de Aylan, la noticia del fallecimiento de niños, cuyas edades iban desde los 3 hasta los 15 años, generó un sinfín de voces cínicas que nada hicieron por cambiar las cosas. En abril del 20015, unas horas después que Mauricio Macri, jefe de Gobierno porteño, festejara el triunfo del PRO en las primarias de la ciudad de Buenos Aires, volvieron a fallecer 2 niños de 7 y 10 años encerrados en un taller textil.
En el medio incontables allanamientos a talleres textiles y seguramente muertes veladas que nunca saldrán a la luz.
“Mis hijos tuvieron que madurar a la fuerza”
Yésica y Faustino son bolivianos y tienen dos hijos. Tienen una historia similar a la de muchos inmigrantes, la llegada del hombre primero, quien luego de mucho esfuerzo logra traer al resto de su familia. En el 2009 Faustino emprendió el camino hacia este el país. Ilusionado por falsas promesas fue a parar a un taller de bordado del barrio Olimpo de Lomas de Zamora, donde vivía y trabajaba. Trabaja 12 hs y cobraba 900 pesos. Un año después tuvo que sacar un crédito para viajar a Bolivia y traer a su familia. Ni bien llego Yésica no tuvo posibilidad de elegir donde trabajar, se dedicó a lo mismo que su marido. Pasaron por varios talleres, en todas la situación fue más o menos la misma. “Pasamos una navidad en la calle, nos tocó vivir la noche del 24 de diciembre en la calle con los chicos porque salimos a pasear y cuando volvimos no nos dejaron entrar”. Por este motivo se acostumbraron a vivir prácticamente encerrados.
Lo peor que trae el encierro es la muerte, que no solo alcanza a quienes quieren salir y encuentran puertas y ventanas cerradas. Yésica cuenta con horror como una nena de 2 años murió a causa de sufrir una neumonía que no fue tratada.
Faustino y Yésica relatan como los talleristas logran convertirse prácticamente en dueños de sus vidas en su afán de cada vez ganar más. En una oportunidad Faustino se accidentó en un taller, no sólo que su patrón lo obligó a mentir sobre el origen del accidente una vez llegado a un hospital público, sino que además obligó a Yésica a seguir trabajando, dejando a su marido solo en el hospital. "Estaba en la sala de espera, aguardando por una cirugía que iban a realizarle y me llamó el dueño para decirme que tenía que volver a trabajar, que era mi obligación".
Pero vivir fuera de los talleres no es fácil. En primer lugar porque se requiere mucho dinero para poder alquilar y en muchos casos se necesita recibo de sueldo, cosa que la mayoría de los inmigrantes no tiene, ya que trabajan en negro. Y en segundo lugar, porque las jornadas de trabajo en los talleres textiles son muy extensas. Yésica con dolor nos comenta: “Mis hijos tuvieron que madurar a la fuerza. Dejaba a mi hijo de 1 año al cuidado de mi hijo mayor de 5 años, vivían encerrados y no iban ni a la escuela, ni al jardín. Pasaba hasta 14 hs. lejos de ellos”.
Luego de 5 años y mucho calvario, Faustino por primera vez consiguió trabajo en blanco y pudieron alquilar un pequeño departamento donde viven actualmente con sus dos hijos.
“Estuve 3 años sin ver a mis hijos”
María Ugarte es boliviana también. Luego de un año de lucha junto a su compañero de trabajo, Eduardo Toro, fue reincorporada a la textil Elemento. El despedido de ambos fue una represalia patronal por intentar organizar a los trabajadores de esa fábrica, donde los métodos de explotación eran tan brutales que una trabajadora, en un acto de desesperación, llego a prenderse a fuego en la propia empresa.
María vino sola a la Argentina en el 2000. Dejó su tierra natal a y a sus 4 hijos en ella al cuidado de sus suegros en busca de una vida mejor. “Pase 3 años enteros sin ver a mis hijos. Lo poco que ganaba lo mandaba a Bolivia y nunca me alcanzaba el dinero para viajar. María cuenta lo engorroso que es conseguir el DNI. “Ni bien llegué comencé los trámites, pero como demoró mucho no me quedo otra que trabajar en negro en talleres clandestinos”. Durante los primeros tiempos, al igual que casi todos sus compatriotas, trabajaba y vivía en el taller. Llego a padecer jornadas laborales de las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche sin parar, durmiendo en una pieza con más de 20 personas y comiendo solamente arroz y huevos.
María también logró salir del perverso mundo de los talleres, comenzó a trabajar en blanco, alquiló y logró traer a sus hijos, quienes tuvieron que acostumbrarse a ver como su mamá se iba a las 6 de la mañana. “Mis hijos se criaron prácticamente solos”, finaliza con tristeza.
"Lo más duro fue pasar 2 años sin ver a mis hijos y no saber si iba a volver a verlos"
Yuri Fernandez es trabajador de la emblemática fábrica textil Brukman, ocupada por sus trabajadores el 18 de diciembre del 2001 y luego puesta a producir por ellos. Vino desde Oruro, Bolivia, en 1993, dejó sus estudios en la universidad y también a su mujer e hijos. "Vine con un oficio, el de trabajador textil y trabaje de eso desde que llegue. En la década del 90 todos los talleres eran clandestinos, por lo tanto no había manera de trabajar de otra cosa”. Trabajo 2 duros años en varios talleres en el barrio de Flores y luego pudo viajar a su país para traer a su familia.
Yuri describe otro de los grandes dramas que tienen que padecer los inmigrantes que es el acceso a una vivienda digna. Con su familia en el país no quería vivir en un taller, quería darle la opción de tener un espacio propio donde puedan vivir tranquilos, lejos de la mirada y órdenes de patrones, encargados y capataces. "Fui a dar al Bajo Flores, alquilamos una pieza en la Villa 1-11-14, ahí todas las casas son muy carenciadas, y más en esa época, muy precarias, sin servicios básicos como agua, luz".
En 1996 entró a trabajar a Brukman, por primera vez trabajaba en blanco y cumplía una jornada laboral de 8 hs. Pensó que su suerte ahí cambiaría, 2 años después los patrones de Brukman comenzaron a no pagar los sueldos. Era diciembre, se acercaban las fiestas y los trabajadores tenían cada vez más miedo al vaciamiento de la empresa, lo que los dejaría sin su fuente de trabajo. Hoy Brukman, se llama Cooperativa 18 de diciembre, en honor al día que deciden ingresar a la planta y Yuri, junto a valiosas mujeres como Celia Martínez, fueron uno de los impulsores desde el primer día de esa experiencia.
Con los años, Yuri llevo su experiencia de lucha al barrio. Es delegado de manzana en la villa. "Hace 15 años que se aprobó la ley 403 que dictamina la urbanización de la villa 1-11-14 y todavía no se cumple. El Estado, ni de la Ciudad, ni nacional, han hecho algo por mejorar las condiciones de vida de los habitantes de las villas, que cada vez somos mas y vivimos mas hacinados. Otras villas tienen su ley de urbanización que tampoco se cumplen. Acá las pequeñas mejoras que hemos logrado, las hicimos nosotros solos, con las solidaridad de los vecinos y trabajadores".
Luego de 22 años, Yuri agrandó su familia. Hoy vive en Argentina con sus 4 hijos y su pequeña nieta de 3 años. "En estos 22 años pase cosas muy crueles, lo más duro fue pasar 2 años sin ver a mis hijos y no saber si iba a volver a verlos".
En próximas ediciones entregaremos a los lectores historias de trabajadores inmigrantes de otros paises.