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Red Internacional
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Estados Unidos. Baltimore: la desolación que ellos llaman paz

En todos lados, los expertos de los grandes medios se preguntan cómo se ha llegado a esta situación. Los periodistas que mantenían un frío escepticismo frente a los cuerpos muertos han quedado estupefactos ante el espectáculo de locales en llamas. Los políticos pregonan la no violencia mientras envían ejércitos de ocupación. Todos se hacen la misma pregunta: ¿cómo podemos restaurar la paz?

Miércoles 6 de mayo de 2015

Fotografía: EFE JOHN TAGGART

“Paz”. Paz para ellos significa la columna quebrada de Freddie Gray. Eric Garner asfixiado en el piso luchando por respirar. Mike Brown muerto a balazos. Es la bala que atravesó el torso del niño de 12 años, Tamir Rice, y las esposas que sujetaron a su hermana de 14 años por atreverse a correr hacia su agonizante hermano. Los activistas pobres, jóvenes y negros de Baltimore han visto que la “paz” de la clase dominante solo tiene para ofrecer un lecho de muerte al final de una corta vida llena de privaciones y pobreza. La paz es la muerte.

¿Por qué arde Baltimore? Baltimore arde porque es la guerra no declarada contra el Estados Unidos negro. Una guerra que ha devastado vidas, ha destrozado familias y ha dejado comunidades en ruinas. Una guerra que se lleva a cabo con armas, desde balas hasta préstamos bancarios. Una guerra unida íntegramente al ataque implacable que la clase dominante ha desatado contra la clase trabajadora en los últimos 40 años.

El barrio de Freddie Gray tiene una tasa de desempleo del 50 %, un tercio de las viviendas se encuentran abandonadas y el 7,4 % de los niños tienen intoxicación por plomo. Según un informe realizado por la Universidad John Hopkins, la pobreza que vive la juventud en Baltimore ha alcanzado condiciones comparables (o a veces peores) a las de Johannesburg (Sudáfrica), Ibadan (Nigeria), New Delhi (India) y Shanghai (China).

Bajo la jerarquía racial estadounidense, los trabajadores afrodescendientes siempre han sido los últimos en ser contratados y los primeros en ser despedidos, son relegados a los trabajaos más duros y sucios en muchos sectores que fueron los más vulnerables frente a la automatización de la industria. La devastación generalizada producto del giro neoliberal y la desindustrialización de grandes extensiones de Estados Unidos significó una guerra económica contra los trabajadores negros. Ciudades como Detroit, Cleveland y Baltimore –antiguos bastiones radicalizados de la clase obrera y el poder negro– se convirtieron en ruinas.

Junto con este ataque económico vino el programa político que consiste en destruir la izquierda afroamericana. La infiltración estatal y los asesinatos perpetrados contra las Panteras Negras y otros grupos de izquierda fueron esenciales para desarmar las comunidades negras pobres. El gobierno de EE. UU. sentó las bases para la epidemia del narcotráfico y la violencia de pandillas. La CIA fue la que ayudó a dar un puntapié al mercado del crack y la cocaína en EE. UU., negociando con los cárteles latinoamericanos para financiar de forma ilegal los reaccionarios escuadrones de la muerte como los Contra en Centroamérica.

Estados Unidos es el Estado con más personas encarceladas que cualquier otro país en el mundo: con 2,2 millones de personas. Los afroamericanos son un 13,6 % de la población estadounidense y sin embargo conforman un 40 % de la población carcelaria, con más 800 mil encarcelados en cárceles y prisiones. Las cifras actuales dicen que 1 cada 3 hombres negros irá a prisión, entre los latinos será 1 cada 6, y entre los blancos 1 de cada 17 hombres. Los afroamericanos enfrentan una tasa de encarcelamiento 6 veces mayor que la sufrieron los negros en el Apartheid sudafricano.

El Estado carcelario estadounidense va más allá de las paredes de las cárceles: 4, 75 millones de ciudadanos de EE. UU. están en libertad condicional desde 2013, y el 30 por ciento de ellos son negros. Las condiciones de la libertad condicional varían, pero en la abrumadora mayoría de los casos implican renunciar a los derechos constitucionales relacionados con allanamientos, estar sujetos a exámenes regulares de drogas y costosos aranceles judiciales.

Las condenas tienen como consecuencia, no solo la cárcel y la vigilancia, sino también a la privación de derechos políticos, despojando de sus derechos de ciudadanía a millones de personas. Como señala artículo de The Atlantic: “En el año 2000, 1,8 millones de afroamericanos habían sido excluidos de las urnas... En 2011, el 23,3 % de los afroamericanos en Florida, el 18,3 % de la población negra de Wyoming, y el 20,4 % de los afroamericanos en Virginia fueron excluidos de las elecciones”

Aun así, como Freddie Gray, son muchos los que no llegan a la Justicia. Entre 2005 y 2012, una persona negra fue asesinada cada 3-4 días, una cantidad más o menos equivalente a la tasa de linchamientos a comienzos del siglo XX. Es 21 veces más probable que un policía mate jóvenes negros que jóvenes blancos.

La cárcel, los linchamientos y golpizas de la policía, la privación de derechos, la ocupación. Morir a manos del Estado o a manos de la pobreza. El efecto combinado del asesinato a manos de la Policía, el encarcelamiento masivo y la violencia relacionada con la pobreza no ha sido otra cosa que una masacre.

Un importante estudio publicado en el New York Times muestra la profundidad de la crisis. Mientras la mayoría de las comunidades blancas tiene una proporción relativamente de género equitativa, de 99 hombres cada 100 mujeres, solo hay 83 hombres cada 100 mujeres negras. El resto, son 1,5 millones de personas “desaparecidas”, muertas o presas, en la guerra implacable contra el Estados Unidos negro. Baltimore fue clasificada entre las ciudades más afectadas, con más de 19 mil hombres “desaparecidos”.

¿Por qué se subleva la juventud negra de Baltimore? ¿Por qué se arriesgan a golpizas, prisión o la muerte, al quemar coches y edificios como forma de protesta? Porque las golpizas, la prisión y la muerte ya son el único futuro que el capitalismo estadounidense tiene para ofrecerles. Contra la degradación económica, política y social de sus comunidades, contra los linchamientos estatales, contra la estructura política que dice representarlos mientras mantiene la opresión, ellos han elegido resistir.

Baltimore no es ni la primera ciudad en utilizar la revuelta como arma política ni será la última. Las condiciones sociales y económicas que están detrás de la revuelta son las mismas que en cada barrio pobre y en cada gueto de los suburbios a lo largo de Estados Unidos. La rabia crece en las comunidades negras, latinas y pobres que ven sus familias y sus vidas destruidas por la pobreza, la cárcel y las drogas. Por sí solas, las revueltas no lograrán poner fin a estas condiciones; pero expresan claramente el profundo descontento social y la voluntad de resistir de una nueva generación.

La guerra unilateral que la clase dominante llama paz ha terminado. La lucha continuará.