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Red Internacional
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[Entrevistas] Tras las huellas de Sarmiento. Barral: “Sarmiento es una figura central, representativa de los hombres del siglo XIX”

Primera entrega de una serie de entrevistas que iniciamos con el fin debatir algunos campos poco visitados de la historia y la realidad política actual.

Miércoles 11 de septiembre de 2019 00:00

LID: ¿Qué representa Sarmiento en la historia nacional?

María Elena Barral: Es una figura central, representativa de los hombres del siglo XIX que imaginaron un país desde una posición política e ideológica precisa, clara. Su Facundo o Civilización o Barbarie fue un texto fundacional de una forma de mirar nuestro país y de una valoración negativa de sus clases populares cuya única transformación virtuosa debería andar el camino de la europeización.

Pero su participación en la “construcción nacional” no fue solamente teórica, no se limitó al plano de las ideas o de las expresiones literarias. Sus posiciones políticas lo llevaron al exilio y desde la caída de Rosas intervino activamente en el diseño y puesta en práctica de un proyecto de organización nacional. Estas intervenciones, que se iban formulando al calor de cada coyuntura política, adoptaron diferentes formas y escalas que incluyó la organización del sistema educativo de la provincia de Buenos Aires y luego de la Nación; la incorporación al Ejército; la presidencia de la Nación, entre otras. Todas estas modulaciones de sus propuestas políticas tenían en el centro al Estado y su capacidad de construir un orden social.

Hay un punto interesante que me gustaría resaltar: en su objetivo por introducir el modelo educativo estadounidense propició la contratación de maestras y maestros de este origen –y de religión protestante- haciendo una contribución a la apertura del campo religioso a otros cultos diferentes del católico que, no obstante, continuaría teniendo un estatus privilegiado.

LID: En su opinión, ¿cómo es abordada la Historia en el sistema educativo actual?

María Elena Barral: La enseñanza de la historia aún no ha podido desvincularse de la mayoría de los fines por los que se decidió su presencia en la enseñanza obligatoria hace más de un siglo. No ha cumplido con la mayor parte de las finalidades que justifican su inclusión en los diseños curriculares. La enseñanza de la historia no ha sido capaz de situar al alumnado en su mundo, no lo ha ayudado a entenderlo, no lo ha formado como ciudadano ni le ha dado elementos para construir su identidad individual compleja. Se trata de unas finalidades, en ocasiones contrapuestas entre sí, que se acopian como sedimentos en una práctica docente también contradictoria entre lo que el docente supone que la historia debe aportar a los y las adolescentes y los medios que se utilizan para conseguirlo. Mientras tanto, la sociedad se transforma, el campo disciplinar se desarrolla y el papel de la escuela en relación a ella también lo hace.

La pregunta que se me formula no tiene hoy una respuesta. No sabemos cómo se enseña, sabemos cuáles son los diseños curriculares, qué plantean los manuales, qué proponen los materiales educativos disponibles en los portales de los ministerios… pero sabemos poco acerca de cómo se enseña la historia, cómo es abordada… Faltan investigaciones específicas que reconstruyan las prácticas docentes en relación con esta asignatura, que muestren cuáles son las diferentes fuentes de las que se valen los y las docentes para organizar sus clases; que descubran las influencias teóricas e incluso ideológicas a la hora de abordar un determinado contenido histórico.

Se ha hablado mucho de la influencia de “Zamba” (que, en la mayor parte de los capítulos, valoro mucho el tratamiento que se realiza de los contenidos históricos). Desde el gobierno actual, señalaban el “peligro” que representaba la tira por el “lavado de cerebro” que propiciaba hacia sus destinatarios y destinatarias. Sin embargo no sabemos cuál fue su impacto, si lo hubo, en términos de construir una representación del pasado o de tal o cual acontecimiento, proceso o prócer. Sería interesante, investigar, por ejemplo, si Zamba logró descentrar el relato histórico de lo individual, institucional, masculino y elitista (próceres, estado y grupos de poder) hacia una reconstrucción social más amplia de varones, mujeres, grupos sociales y étnicos diversos…

Mi intuición, lo que yo he podido ver, es que no hay un docente revisionista, liberal, marxista “puro, que –en función de su posición política- enseñe historia de una determinada manera. Pienso, más bien que las influencias son por temas, problemas, campos, discusiones que trascendieron el ámbito académico. Una profesora puede adoptar un enfoque muy innovador para presentar a sus estudiantes la conquista de América (reponiendo, por ejemplo, las resistencias y conflictos de este proceso histórico) y luego enseñar la revolución de mayo de modo muy empírico, a través de los “sucesos de la semana de mayo”.

Incluso en ocasiones los y las docentes vuelven a su propia experiencia escolar como estudiantes. Según lo que plantean los distintos especialistas del campo de la investigación educativa, aquella formación que se da en el ambiente escolar tiene un peso al menos equivalente al de la formación de grado que han tenido los docentes.
Las influencias pueden ser múltiples y está perfecto que así lo sean: la formación de grado, un libro, una película, intervenciones radiales de historiadores, un programa de televisión y, además, sentirse parte de alguna tradición política.

LID: ¿Cómo definiría esa relación entre la Historia y la realidad política en el último período?

María Elena Barral: Yo valoro mucho todo el proceso de profesionalización de la historia que se consolidó desde el fin de la última dictadura. Fue muy importante la reconstrucción del sistema científico y de las universidades nacionales, la realización de congresos y jornadas y la publicación de revistas especializadas que redundó en una importante actualización teórico-metodológica del campo académico. Fue muy importante, sin lugar a dudas. El problema es que estos avances fueron de la mano de la idea de “asepsia política” (que tampoco era tal!) y, en algún punto, el campo se fue despolitizando y tecnificando a la vez.

En este punto cualquier toma de posición política pública por parte de un historiador, una historiadora o algún colectivo más o menos institucionalizado se vio como una distorsión, una amenaza a la imparcialidad y la objetividad de nuestra tarea. Está pendiente un debate en profundidad sobre este punto y hay mucho trabajo para hacer aún de cara a la historia “pública” o la divulgación histórica. Mi diagnóstico es bastante negativo. Muchos adultos rechazan la posibilidad de revisar sus aprendizajes y representaciones acerca del pasado y se resisten a considerar nuevas interpretaciones. La tarea es ardua. Y, como te decía antes, hay que repensar los ¿para qué? de la divulgación y de la enseñanza de la historia.

Gonzalo de Amézola ha caracterizado la relación entre el mundo académico, de la investigación (la “historia investigada”) y el mundo escolar, de la enseñanza (“la historia enseñada”) como esquizofrénica. E incluso ha historizado esa relación. Una manera de acercar esos mundos por tanto tiempo distanciados, puede medirse por la participación de especialistas de la disciplina. Aquí también mi diagnóstico es negativo: creo que nuestra presencia en manuales y diseños curriculares da cuenta de un intento de trasladar algunos aspectos de nuestra formación, de nuestras investigaciones o de nuestros enfoques a la escuela. Sin embargo, está claro que tampoco garantiza que nuestros enfoques, nuestras investigaciones… sean apropiadas y enseñadas por los docentes, y aprendidas por los estudiantes.

Mi opinión es que la historia es importante en la formación de los y las jóvenes y adolescentes. Quizás hay que renunciar a la ilusión del enciclopedismo y a la idea de que determinados contenidos históricos sí o sí deben formar parte de la educación formal. Me inclino más a pensar en la necesidad de volver a “contar historias”, contextualizadas, que hablen de individuos y de grupos, que permitan ver la articulación entre Estado y Sociedad, que repongan el conflicto como posibilidad de construcción colectiva. Me gusta mucho la definición de Ivan Jablonka: la historia como una forma de razonamiento, como un esfuerzo por comprender, un pensamiento de la prueba… la historia mucho menos como un contenido y mucho más como un proceder.

LID: ¿Cómo ve a los historiadores y los usos de la Historia en el actual escenario del país? ¿Qué rol o que intervención le parece deberían tener los historiadores?

María Elena Barral: Por un lado, está claro que en estos últimos casi cuatro años del gobierno de Cambiemos hubo un intento de deshistorizar, de quitarle profundidad histórica a los debates y los festejos del Bicentenario en 2016 fue un claro ejemplo de banalización del discurso histórico. El futuro sin pasado es el gran argumento del macrismo. Durante las celebraciones del Bicentenario en 2010 una de las primeras medidas de Esteban Bullrich como Ministro de Educación de CABA fue censurar los Materiales del Bicentenario (Memorias de un país) porque eran “ideológicos”. Hablaban de la intervención de los grupos subalternos en la construcción del Estado y de la nación tomando algunas de las más recientes investigaciones sobre estos colectivos: pueblos indígenas, mujeres, trabajadores ocupados y desocupados, afrodescendientes. El ministro llamaba a estudiar los próximos 200 años (historiadores e historiadoras abstenerse).

Pero, esta pregunta sobre el lugar de la historia, los historiadores, las historiadoras, el pasado… necesita una respuesta compleja sin lugares comunes ¿Para qué nuestra sociedad necesita el pasado? Otro para qué que deberíamos repensar… Yo tiendo a pensar en una historia social más abarcativa, que permite entender mejor los procesos históricos y además ofrece al público en general y a los estudiantes una imagen mucho más rica, dinámica y plural de nuestra historia, amplía el universo de los protagonistas y les permite reconocerse en esa historia.

Se habla mucho de desmitificar la historia argentina. Pero se sale a dar esa batalla con muy poca reflexión atrás. No hay una reflexión sobre cómo reemplazar esa mitología, no sé si con una nueva mitología pero sí por tareas colectivas que como comunidad nos hemos dado a lo largo de la historia. Hay luchas colectivas que merecen ser contadas. Yo creo que la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y toda la resistencia a la dictadura deben ser contadas.

Se habla mucho de desmitificar la historia argentina. Pero se sale a dar esa batalla con muy poca reflexión atrás. (...) Hay luchas colectivas que merecen ser contadas. Yo creo que la lucha de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y toda la resistencia a la dictadura deben ser contadas.

Acerca del entrevistado

María Elena Barral es profesora y licenciada en Historia de la UNLu (Universidad Nacional de Luján), Magister en Historia de la UIA-La Rábida (Universidad Internacional de Andalucía- Sede La Rábida) y Doctora en Historia de la UPO (Universidad Pablo de Olavide-Sevilla). Sus líneas de investigación analizan distintos problemas de la historia colonial del Río de la Plata y del catolicismo en Argentina. Ha sido Investigadora Residente en el Institut d’études avancées de Paris; en el CEIFR- EHESS e investigadora Invitada Université Sorbonne Nouvelle Paris 3. Entre sus libros se encuentra De sotanas por la pampa. Religión y sociedad en el Buenos Aires rural tardocolonial (Buenos Aires, Prometeo, 2007); Catolicismo y secularización, Argentina en la primera mitad del siglo XIX (Buenos Aires, Biblos, 2012) del cual es compiladora junto a Valentina Ayrolo y a Roberto Di Stefano; Historia, poder e instituciones: diálogos entre Brasil y Argentina (Rosario, Prohistoria, 2015) del cual es coordinadora junto a Marco Antonio Silveira; Guerra y gobierno local en el espacio rioplatense (1764-1820) (Luján, Edunlu, 2016) que coordinó junto a Raúl Fradkin y Curas con los pies en la tierra. Una historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo (Buenos Aires, Sudamericana, 2016).