Una vez más el negociado del entretenimiento se lleva la vida de personas. Los empresarios en complicidad con los gobiernos de turno ganan millones.

Sofía Martínez Naya Estudiante de Psicología UNLP - Juventud del PTS
Lunes 13 de marzo de 2017 20:10
Se hace difícil expresar en palabras algo tan sentido. El nudo en la garganta desde hace ya varias horas vuelve a reconfirmarme una (y otra, y otra) vez a qué quiero dedicar mi vida.
Cuando era más piba desconocía de lleno cómo funcionaba el mundo, paradójicamente, por lo inmersa que estaba en él.
Cuando tenía más o menos once años mi hermano mayor escuchaba Ska-P, tenía ringtons de Callejeros y La Vela Puerca en su celular (cuando pudo comprarse uno), me contaba cuentos a la noche, me mostraba películas como In to the wild y La noche de los Lápices, entre otras. Veíamos Le Luthiers, me abrazaba si estaba triste, me regalaba muchos libros, y siempre me trató como una par, precisamente por eso, lo éramos.
Éramos (y somos) compañeros desde la panza, ambos nos elegimos desde entonces. De más está decir cuánto placer me daba compartir tiempo con él, conocer sus intereses, querer llegar un día a ser una persona con un nivel de calidad así.
Un día le pregunté por la letra de Niño Soldado de Ska-P y la de Los hijos bastardos de la globalización. Fue un suceso que cambió mi vida. Algo se metió dentro de mí y aniquiló de lleno un pedacito de una burbuja en la que vivía esa pibita de once años, a veces. Supe, a raíz de la explicación de esa letra, que había nenes y nenas de mi edad que morían (y mueren) de hambre, que además a los que eran negros los usaban de esclavos en lugares que yo creía que estaban a millones de kilómetros, que en otra latitud del planeta había guerras, que obligaban a pibitos de mi edad o menos, a matar a sus papás porque ya no les servían a sus ’dueños’ y entonces así los convertían en hombres ’fríos y rudos’ para pelearse con otras personas como ellos, para defender intereses antagónicos a los suyos (y asesinos). Además, me habló de la globalización y me puso al tanto de que todas las cosas que suceden en el mundo tienen un fin económico. Que hay gente que literalmente es dueña del mundo y de todas sus riquezas, pero a costa de la muerte -muerte física y muerte en vida- de miles de millones de personas, de los explotados.
En el colegio me enseñaban un concepto de revolución muy diferente al que mi hermano añoraba. Me hacían ser sumisa y además católica. Se burlaban si pensabas, pero no era su culpa. A mis compañeritos los tenían igual que a mí, inmersos en el mundo, con el sistema que lo domina inculcándonos en cada detalle, cada estereotipo y prejuicio que quieren (y necesitan) que incorporemos, para no pensar en los demás, para deshumanizarte constantemente, para naturalizar lo macabro del sistema de unos pocos genocidas, adictos al capital.
Además, en mi casa nunca estuvimos ajenos a la realidad y las cosas como son. Una familia que me puso al tanto de que existe gente que por egoísmo del más puro, por un fin de lucro económico, por una posición política, habían asesinado a seis millones de judíos sin razón alguna, entre los tantos genocidios productos del capitalismo.
¿Por qué tanta maldad? ¿Con qué necesidad? Preguntas que aún me cuesta responder. El llanto inundaba mi cuerpo noches y noches interminables. Lo sentía, y lloraba hasta cansarme.
Cuando tenía doce conocí a una chica de mi edad que luego se convertiría, por un tiempo, en una hermana de otra sangre. Ella tenía más presiones de este sistema, pero la realidad la obligaba a ver un poquito más allá de las cosas. Me mostró una banda de rock que hablaba de cosas que ella no dimensionaba (ni dimensiona) hasta el final, pero era una banda de barrio y ella era una piba de barrio. Hablaba de que el aborto sea legal, de que la marihuana no hacía mal, de que masturbarse estaba bien, de que ser distinto es pensar...
Al tiempo, indagando sobre mi banda preferida, me enteré que hubo una masacre, que habían matado a ciento noventa y cuatro pibes como yo, que los fueron a ver un recital, por un desinterés total en la vida de esas personas, por un negocio de empresarios, por intereses totalmente opuestos a los que ellos reivindicaban de esa banda de rock. Lloré madrugadas enteras, otra vez.
Viví bastante incómoda en la mínima porción de la burbuja que aún perduraba dentro de mí. Yo sabía lo triste del sistema, lo sentía, lo vivía. Y como lo vivía, era una ilusa. Pensaba que llevaba una vida privilegiada dentro del marco asesino de esta sociedad. No entendía por qué hay tanta violencia. Y la comodidad ingenua conmigo misma no duró mucho.
Cuando tenía dieciséis años, unos conocidos amigos de mis hermanos me invitaron a un Cine - Bar de la Juventud del PTS. Proyectaban un documental sobre Walter Bulacio, un pibe que mató la policía en un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Los detalles de las causas profundas del asesinato de ese pibe los fui entendiendo mejor después. Yo solo sabía que la policía era asesina y que ese pibe podía ser mi hermano. No necesitaba saber nada más que eso para cambiar mi vida de lleno, porque aunque no fuera mi hermano, lo sentía en carne propia, a ese pibe le arrebataron la vida sin razón, como si nada.
Quedarme de brazos cruzados consciente de que hay una salida real a tanta violencia no fue una opción. Comencé a militar en el PTS porque las personas que conforman ese partido sienten como yo, les hierve la sangre como a mí, buscamos lo mismo: vivir en un sistema donde la humanidad pueda desarrollarse plenamente, sin ríos de sangre para llenar de plata bolsillos ajenos. Sin explotación ni opresión. Tenemos una estrategia muy concreta para eso y es mediante la revolución.
Claro que después fui entendiendo más de política, de la necesidad de un partido de la clase obrera, con independencia de clase, independencia de los de arriba, de esos a los que solo les importa su ombligo. Día a día me empeño, nos empeñamos, por ir agrandando cada vez más la consciencia de la gente, para que todos seamos sujetos y podamos elegir nuestro destino. Entender que vos y yo somos parte de una mayoría, que nos merecemos más, mucho más. Que tenemos derecho a vivir esta vida, a disfrutar esta tierra, a desarrollarnos como personas, sin ningún tipo de limite, y menos impuesto por un puñado de personas que solo quieren llenarse los bolsillos, encarnados en cada gobierno de turno de este régimen con su respectivo aparato represor, en cada dueño de cualquier empresa explotando laburantes, en cada patrón y en cada burgués, que al fin y al cabo son lo mismo.
Ayer, hace ya varias horas, a la madrugada, un mensaje llegaba al grupo de mis compañeros. "Hubo una avalancha en el recital del Indio. Confirmemos ya todos los compañeros que fueron y asegurémonos de que estén bien." Otra vez el capitalismo se llevó la vida de gente inocente, de jóvenes que no le deben nada a este sistema desigual. Pibes como nosotros, o mejor dicho cualquiera de nosotros. Ir a un recital y zafar de las garras asesinas de la yuta no quiere decir que el sistema no rasguñe con más garras. Esta vez, nuevamente, la causa puntual fue la desidia, el negocio de los de arriba que les importan más unos pesos que nuestra vida.
Capacidad para ciento setenta mil personas según el Intendente de Olavarría (de Cambiemos), pero sin embargo el gobierno junto a la empresa productora y todos sus cómplices, metieron a trescientas mil (o más) personas y asesinaron aún no se sabe a cuántos, porque claro que ese dato tiene un gran costo político, porque no nos vamos a quedar callados ni quietos.
Decenas de amigos y camaradas asistieron a un recital del que podrían no haber vuelto nunca más. El nudo en la garganta, la sensibilidad a flor de piel. Una sensación de bronca y angustia en el pecho que aún perdura.
¿Cuánto más? A los que están hartos de sufrir estas situaciones constantemente, a los que entienden que en este sistema nuestra vida vale nada, a los que ya no soportan no hacer nada para cambiar tanta desigualdad e injusticia, y a cada persona con un grado mínimo de sensibilidad, los invito a dejar su escepticismo de lado, a pensar con claridad, a leer, a informarse de que hay un partido que es el Partido de los Trabajadores Socialistas en el Frente de Izquierda, que lo conformamos personas como vos que le queremos poner un fin a este sistema genocida, y entendemos que hay un camino real para hacerlo.
Porque realmente opino que esta sociedad no da para más y cada minuto lo confirmo más.