Nada está absento de política. Los videojuegos tampoco. Como un arte que son -aunque esto sería todo debate-, como el cine, la fotografía, la pintura o la música, los videojuegos están cargados de ideología. Analizamos el último videojuego de la saga “Bioshock” y la utopía fascista en la que se desarrolla.
Marc Ferrer Barcelona
Jueves 12 de noviembre de 2015
Fotograma de "Bioshock Infinite"
En los últimos años los videojuegos están viviendo una evolución muy rápida: tramas más intensas, fondos históricos, nuevas formas de interactividad, mundos libres... Una “revolución” que permite cada vez más insertar un trasfondo político e ideológico, más allá de que no dejen de ser una opción para pasar un rato divertido.
No son muchos los videojuegos que se les pueda considerar de “izquierda”. Además siempre dependerá de la interpretación que cada uno le quiera dar a sus tramas. Pero sí que hay algunos que permiten “jugar” con una visión crítica del mundo capitalista actual. Videojuegos que encarnan al oprimido, al explotado por el poder, que critican el modo de vida actual o que invitan a la reflexión o cuestionan las guerras. Aquí podríamos mencionar algunos como “Red Faction”, “This War of Mine”, “GTA 4” “Assasins Creed Syndicate” o la misma aplicación “Privileged” que analizaba ayer Jorge Remacha.
En el otro extremo también existen videojuegos cargados de ideología conservadora y liberal. Videojuegos que son un reflejo de perpetuación de este mundo, que legitiman directa o indirectamente guerras imperialistas, machistas, lecturas históricas que darían mucho que hablar o modelos de vida puramente capitalistas. En este bloque podríamos meter las sagas “Call of Duty”, “Tom Clancy’s”, “Sims” o “Assasins creed Unity”.
Si hay un videojuego que podría ser un buen ejemplo del primer bloque sería “Bioshock Infinite”, de la famosa saga “Bioshock”. En su predecesor, la aventura se enmarcaba en la ciudad submarina “Rapture”, un proyecto de capitalismo utópico en el que buscando la sociedad perfecta se lleva a la ciudad a la decadencia y el fracaso. En esta edición, “Bioshock Infinite”, se desarrolla en un contexto que tampoco puede dejar indiferente a nadie, y los paralelismos históricos y presentes se vienen a la cabeza del jugador en muchas ocasiones.
La historia se desarrolla en la ciudad flotante de Columbia, en la Norteamérica de 1912, gobernada por un líder religioso. La ciudad representa una “utopía” fascista, donde los blancos anglosajones viven en barrios acomodados, mientras los negros e inmigrantes lo hacen en condiciones de esclavitud. Este escenario se puede interpretar como una metáfora de la sociedad de EEUU a lo largo de su historia, y que aún hoy en día se sigue perpetuando en muchos elementos, como el problema racial.
En EEUU la esclavitud se abolió definitivamente después de la guerra de secesión, aunque las leyes contra los negros siguieron hasta la década de los 70 y la discriminación racial sigue vigente en nuestros días. Sin embargo, en Columbia, el tiempo parece haberse detenido. La sociedad está ordenada según la raza, la cúspide la ocupan los blancos anglosajones, considerados ciudadanos de pleno derecho, mientras los demás estratos son tratados como mercancía. No hay que olvidar que en EEUU muchos inmigrantes europeos y los hijos de los antiguos esclavos negros eran vistos como parásitos de una sociedad idílica fundada por los colonos. Aún hoy, negros e hispanos siguen padeciendo un brutal racismo institucional y social.
Con la industrialización del país, estos nuevos pobladores pasaron a ocupar los escalones más bajos de la sociedad, formando un proletariado empleado en la industria del carbón, el acero, los ferrocarriles, el textil o la industria petrolera. Estos trabajadores, como los de Columbia, nunca oyeron hablar de la seguridad social, ni la baja por maternidad, ni la prestación por desempleo… básicamente porque nada de esto existía.
Sobre esta sobre-explotación los grandes industriales pudieron construir mansiones, rascacielos y hasta estatuas de oro, que le han dado nombre a un periodo histórico de la historia estadounidense, la Golden Age. Un marco que se asemeja demasiado al de los ciudadanos blancos de Columbia, que llevan una vida plena, aunque está sustentada en la esclavización de los afroamericanos y la marginación de los irlandeses.
Pero a nadie le gusta que unos pocos se forren de dinero a costa de que uno se rompa la espalda trabajando 14 horas al día y esté obligado a compartir un piso de mala muerte con dos familias más. Así pues, es lógico que los obreros de Columbia reaccionen contra la autoridad, normalmente a través de huelgas y manifestaciones, aunque de vez en cuando se opta también por la vía violenta disparando a algún patrón o poniendo alguna bomba.
Los obreros de Columbia llegan a protagonizar una verdadera revolución liderada por Daisy Fitzroy, un personaje que sintetiza a todos los oprimidos de América (y del mundo) de hace un siglo y de hoy: mujer, proletaria y negra. Daisy y el proletariado de Columbia llegan a incendiar los cimientos de la urbe flotante, incluidos los burgueses, para implementar un nuevo orden social.
“Bioshock Infinite” a parte de su increíble trama principal que no he desarrollado, da mucho que pensar sobre en el mundo que vivimos. El marco del juego forma parte de la fantasía, pero su inspiración forma parte del mundo real. Es por esto que nos hace pensar si tan lejos estamos del mundo que nos describe, vivimos en una decadente Rapture o peor aún, el capitalismo nos conduce a una Columbia. Cada cual decide.