En la audiencia del miércoles 10 del juicio contra una veintena de represores de ese centro clandestino de detención, además de Elsa Pavón y Jorge Heuman declaró el exmilitante comunista de Lanús.
Martes 16 de octubre de 2018 19:30
Foto Javier Gonzalez
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Eduardo Luis Nieves es pensionado y tiene 64 años. Comienzó su relato dando cuenta de que en 1976 empezaron a sufrir en la zona de Lanús las primeras desapariciones.
Él era militante de la Federación Juvenil Comunista y en diciembre de 1977 asistió a la casa de un amigo y camarada llamado Jorge para hacer un brindis de fin de año. Alrededor de las once de la noche les rodearon la puerta de la casa y la compañera de su camarada abrió la puerta y se encontró con un grupo de personas armadas (seis en total) que le preguntaron por el nombre falso, le dijeron que no estaba pero se metieron en la casa, les pidieron que se identifiquen, los pusieron contra la pared, los palparon de armas y los hicieron pasar al living de la casa.
Eduardo se encontraba con su excompañera y su hijo, estaban los dos hijos de Jorge y de Ana y otra compañera llamada María. “Pasaron al living, estuvieron revisando la casa mientras esperaban que llegara Jorge. Jorge llegó un rato más tarde, el mismo procedimiento, lo palparon de armas, le hicieron un par de preguntas y nos esposaron, nos tabicaron, nos pusieron vendas en los ojos y nos sacaron de la casa”, relató ante el Tribunal.
A Jorge y a Eduardo los tiraron al piso trasero de un Ford Falcon y llegaron a escuchar que Ana María pidió dejar a sus hijos en algún lugar para que los cuidaran, a lo cual este grupo de personas accedió y Ana les llevó a los chicos a una familia vecina del barrio.
“Se inició una caravana, porque eran varios coches los que estaban en el procedimiento. Después de un viaje de cerca de una hora, llegamos a un lugar donde sentí que se abría como una especie de portón, donde al ingresar el coche se presentía una loma y se sentía ruido a pedregrullo”, relató Eduardo. A Jorge lo sacaron del coche y a Eduardo, que no supo más de él, lo llevaron a un calabozo con otros dos compañeros. En ese calabozo les pusieron unas esposas, unos grilletes agarrados a la pared y los dejaron ahí unas horas. Luego llevaron a más personas.
Al día siguiente, en medio de insultos, los subieron por una escalera de madera hasta una habitación donde les hicieron un breve interrogatorio que terminó con el torturador del cual desconoce el nombre diciéndole una frase que le quedó grabada: “mierda de gato”, como que nosotros éramos “mierda de gato”.
Nieves relató que los arrastraron “por la escalera a los empujones, a la rastra. Nos llevaron a un lugar donde yo pude ver que había una camilla blanca, me hicieron desnudar, me tiraron sobre la camilla, vi que estaba húmeda, me ataron a la camilla con esposas, me tiraron agua encima y ahí empezaron a insultarme, a decirme que tenía que hablar, que tenía que cantar. Junto a mi lado, aparentemente en el piso por lo que yo escuchaba estaba Ana María, estaba en la misma sala que estaba yo”.
Le aplicaron picana eléctrica en todo el cuerpo mientras le preguntaban “si conocía subversivos. En algún momento empecé a gritar de los dolores que me causaba la corriente y me dijeron que me callara la boca porque me iban a poner picana en la boca así que apretando los dientes me aguantaba el dolor”.
Producto de su estado desesperante, a Eduardo le arrancaron el nombre de una persona que había estado en su misma situación y había sido liberada, a quien conocía como vecino del barrio y, según sabía, había sido desaparecido también. “Después me sacaron de esa habitación, me llevaron a un lugar que calculo que era un baño por el tamaño, estaba medio oscuro, no podía ver muy bien y estaba medio grogui. Pedí agua, no me daban, una persona que me asistía me dijo que me iba a hacer mal darme agua”, detalló Nieves.
Eduardo se desmayó por unas horas y a la noche, cuando despertó, lo llevaron en un coche nuevamente al barrio, para que identificara la casa de la persona que había nombrado en medio de las torturas. “Vivía en la esquina de casa, indiqué la casa, se bajó un grupo y me dejaron con custodia. Estaba tabicado, esposado. Me dejaron adentro del coche mientras se hacía el procedimiento. Al rato volvieron enojados conmigo porque aparentemente no les había servido la información que les había vertido”.
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Nieves recuerda que quien estaba a cargo de custodiarlo tenía el apodo de Lagarto. “Dirigiéndose a él, no sé qué fue lo que le dijeron, que yo no había dado la información bien o algo así. Me llevaron de vuelta al lugar donde estaba detenido. Volví a notar en la entrada la lomita esa y el pedregullo y me depositaron en una celda que no era la misma donde había estado”, recuerda.
En su nueva celda Eduardo estuvo solo. “Tenía un baño, después lo pude ver, tenía una ducha y como mobiliario todo lo que había era una cama llena de sangre. Había un señor que aparentemente era el guardiacárcel, que le llamaban Eléctrico, me hacía lavar el calabozo todos los días con un trapo viejo que me había traído. Me hacía lavar el piso, las paredes, me hacía bañar todos los días y era quien me traía el desayuno que consistía en un mate cocido con un pedazo de pan duro”.
Nieves notó entonces que el mate cocido llegaba en un jarro de metal que tenía el escudo del Ejército. Otras comidas que les daban era guiso colorado “que no podía comer, lo vomitaba. Estuve varios días sin comer porque no podía tragar esa porquería”, relató.
A la noche había un guardiacárcel que le daba charla. Eduardo le preguntó por unas chicas que cantaban en el lugar, y este le dijo que eran tres chicas que eran montoneras, que las tenían para hacer la comida, para repartir las viandas y que en algunas oportunidades, sobre todo los fines de semana, las “sacaban a pasear para hacer fiestas con ellas”.
A los nueve días de detenido, aparecieron dos hombres que dijeron ser psicólogos del Ejército, lo llevaron a un patio y lo intentaron aleccionar para que no militara más y le plantearon que si se portaba bien lo iban a liberar. Al día siguiente llevaron a su amigo Jorge a la celda, no sabían nada de sus parejas. Apareció un hombre con un bolso, que era la cartera que había tenido la esposa de Eduardo cuando los secuestraron, en esa cartera estaban sus pertenencias.
Los liberaron a ambos en un Peugeot en Villa Soldati. Posteriormente, en dos ocasiones, supo que lo estaban vigilando.
Eduardo Nieves pronunció las últimas palabras de su testimonio: “Quiero dejar constancia que yo era militante de la juventud comunista, nuestra tarea era hacer actividades en las sociedades de fomento, clubes barriales, acercarnos a la gente, ayudarlos con sus problemas, a organizarse”.
La próxima audiencia será el miércoles 17 de octubre a las 10, en el Tribunal Oral Federal N° 1 de la ciudad de La Plata, ubicado en calle 8 entre 50 y 51. Es necesario para presenciarlas ser mayor de edad y concurrir con DNI.