En el juicio que se desarrolla en La Plata Lili Galeano relató la historia de su padre. Más pruebas del genocidio y su preparación previa. Y una reivindicación de los 30 mil.
Viernes 19 de octubre de 2018 18:17
Foto Julieta Colomer
En el marco de las audiencias del juicio a una veintena de genocidas que actuaron en la Brigada de San Justo (como parte del denominado Circuito Camps) el miércoles 17 declaró en los tribunales federales de La Plata Celia Alicia Galeano, hija de Héctor Armando Galeano. Luego hizo lo propio el sobreviviente Aníbal Rubén Ces. Dos testimonios que reflejaron la persecución de la dictadura genocida al movimiento obrero y la juventud.
Celia Alicia “Lili” Galeano es empleada, madre, abuela y militante de la agrupación Hijos La Matanza. Hermana de Ana María Galeano, Estela Edith Galeano, César Héctor Galeano (que está fallecido) y de Héctor Guillermo Galeano. Esperó mucho el momento de declarar, lo hizo con una gran entereza y con un gran trabajo de investigación. También haciendo honor a la militancia de su padre en el seno del movimiento obrero.
Su padre era santiagueño y tenía diez hermanos. Ya casado con Dominga Celia Vélez se radicaron en la Capital Federal en búsqueda de trabajo, como tantos provincianos en los años 50. Vivieron en diferentes pensiones, conventillos, inquilinatos y en el año 55 se mudaron al barrio obrero Villa Constructora en La Matanza.
Un barrio que estaba en el primer cordón industrial donde había grandes fábricas. Héctor en el año 57 comenzó a trabajar en Entel y con ello también arrancó su actividad sindical. También fue parte de la lucha en el barrio por reclamos de luz, agua, asfalto y colectivo.
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Desde muy joven Héctor Galeano había adherido al peronismo, estaba comprometido políticamente con el peronismo de base y combativo. En el año 1975 con otros compañeros, que también desaparecieron, fundaron el grupo del Oeste: José Rizzo, Jorge Conchet, Ricardo Chiríchimo, Gustavo Lafleu y otros. Lili recordó que 1974 y 1975 fueron años de varias mudanzas para su familia.
Héctor fue delegado telefónico. Peleó por todos los derechos de los trabajadores, por los salarios y otras condiciones de trabajo. Lili recordó que “tenía amigos de otros gremios y en esos años se vivía una gran movilización de muchos sindicatos, el fue parte de todo eso, estaba muy involucrado en el movimiento obrero de base y en sus últimos años en unir los frentes barrial y sindical”.
El día anterior a la declaración de Lili su madre Dominga Celia Vélez fue internada. Mientras transcurría la declaración estaba en terapia intensiva y horas después falleció. Esto también es atribuible al genocidio y su posterior impunidad con juicios que llegan tan tardía y fragmentariamente.
Dominga fue una trabajadora municipal de La Matanza que ya estaba jubilada. Trabajaba en el hospital policlínico donde antes del golpe vio algunas mujeres que iban a atenderse y que les contaban que habían estado detenidas en la Brigada y que les habían sacado sus niños.
Vidal, el médico de la muerte
A Lili su madre también le contó que después de la desaparición de su padre ella tenía mucho miedo a un médico que trabajaba en el hospital policlínico, que tiempo después se enteró que era médico de la Policía Bonaerense. Se trataba de Jorge Vidal. Dominga escuchó cómo se jactaba de los maltratos que sufrían las personas detenidas. Siempre trató de evitarlo.
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La patota asesina del Smata y la Brigada de Investigaciones de San Justo en 1975. En 1968 Rodolfo Walsh escribía sobre la Brigada de San Justo en el semanario CGT de los Argentinos un artículo titulado “La secta del gatillo” (que se incorporará a la causa) en el que denunciaba el accionar de la Brigada de San Justo en las movilizaciones obreras de La Matanza.
En 1975 los jóvenes militantes del frente de trabajadores Eva Perón, Gustavo Lescano, Jorge Correa y Raúl Correa fueron a volantear una fábrica cercana. Ya venían siendo amenazados y perseguidos por la conducción del sindicato Smata. Ese día la burocracia sindical mandó a una patota a balear a Jorge Correa, quien falleció el 16 de enero. Su hermano Raúl fue detenido ese mismo día y llevado a la Brigada de San Justo y después a Puente 12 y Cuatrerismo (otros centros clandestinos de detención).
“Días antes del 17 de noviembre, en un domingo familiar, mi papá nos reunió después de una sobremesa y nos contó que se estaban llevando compañeros, que se habían llevado hacía unas semanas a compañeras y compañeros que militaban con ellos”, relató la hija de Héctor Galeano.
Lili relató que hace días estuvo en un encuentro de derechos humanos en Rosario y conoció a un muchacho de 43 años que le contó que estuvo en la Brigada de San Justo siendo un bebé, del 3 al 15 de abril de 1975. Es hijo de Ema Lucero. Lili une esto con el relato de su madre sobre las mujeres secuestradas en la Brigada antes del golpe.
La noche del secuestro de su padre, a las 23:30, se escucharon unos golpes, unos ruidos, una frenada de autos. Los secuestradores tiraron abajo la puerta del pasillo y arrancaron la puerta del comedor. Allí entraron personal policial vestido de azul, con armas, golpearon a su madre y a su padre a quien sacaron de la casa arrastrándolo.
Lili tenía dieciséis años y su hermano César diecisiete. Además, como era parte de modus operandi, robaron sus relojes, una máquina de afeitar que le habían regalado sus hijos, sus anteojos y unas cajitas con pulseritas y cadenitas familiares. Héctor tenía 45 años.
Inmediatamente su madre se dirigió a la comisaría de San Justo, donde reconoció al policía García porque lo había visto en un acto en la puerta del policlínico. Lo llamó pero este nunca respondió y no volvió a salir de la comisaría mientras Dominga realizaba la denuncia.
Días después fue a pedirle ayuda al obispo Carrera de San Justo, quien la derivó a hablar con el secretario de la Iglesia. Lo único que obtuvo Dominga fueron falsas expectativas yendo de la Unidad 9 a Sierra Chica como le indicaban para la búsqueda de su marido. Nunca lo encontró, habeas corpus mediante con el abogado del barrio Orgak.
Un gran aporte de Nilda Eloy
Lili hace unos años conoció a Nilda Eloy, una referente, sobreviviente y gran luchadora por cárcel a los genocidas. Nilda le contó que había estado en “El Infierno” de Avellaneda y a fines del 76 había compartido con un grupo de delegados gremiales y activistas que venían de la Brigada de San Justo, que llegaron los primeros días de diciembre y que los vio hasta el 31 de diciembre del 76.
Entre otros hombres mayores de 40 años recordaba a José Rizzo, Ricardo Chiríchimo y un grupo de jóvenes que eran del grupo del oeste y eran de varios gremios y algunos trabajadores del Estado.
Lili hizo hincapié en el aporte de Nilda: “Lo valoramos mucho porque gracias a eso fuimos querellantes y testigos. Fue muy valioso para armar el rompecabezas después de muchos años sin saber absolutamente nada”.
Su madre, en su testimonio frente a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, declaró que conocía a los encargados de la cochería Lauría por su lugar de trabajo y les comentó que estaba buscando a un familiar sin decirle que era su marido. Ellos le permitieron ir durante un año a ver los cadáveres que llegaban allí diariamente.
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Las últimas palabras de Lili estuvieron atravesadas por una gran emoción: “No llegué sola hasta aquí, llegué en esta búsqueda permanente, no nos fue fácil, vivimos en varios lugares, no fue fácil para mi madre, para mí y para mis hermanos. Mi padre era provinciano, santiagueño, trabajador telefónico, militante barrial, padre, hermano, que trajo a su familia de Santiago, abrazó una causa justa por lo que creía, que fue parte del movimiento obrero y todo lo que ellos decían después se vino, todo el desastre de ajuste y privatización del país”.
“Estoy aquí por decisión propia y por decisión colectiva de mis compañeros de la agrupación que integro de Hijos La Matanza, que está acompañando en este momento y que integramos la mesa de la memoria. Agradezco al CoDeSEDH y a Justicia Ya, las compañeras que llegamos y sin conocernos pusieron todo para llegar a este momento. Los imputados, que no los veo en la pantalla, son los acusados por todo lo que han realizado y por todo lo que se viene diciendo en este y otros juicios”.
“La justicia viene siendo contemplativa, gozan mucho de las domiciliarias mientras nuestros familiares no están y no están los 30 mil compañeros. En La Matanza hay más de 500 desaparecidos y son pocos los cuerpos que se encontraron, José Rizzo y un puñado más que no deben superar los veinte. Yo hoy hablé por mi madre (llora), por mis hermanos, por mi hermano César que falleció y no pudo ver este momento de justicia. También estoy aquí por mi familia paterna, mis tíos que no pudieron venir, que algunos ya no están, también por mis hijos y nietos que están aquí y por mis compañeros de hoy y los 30 mil compañeros. Me gustaría que se hiciera justicia, que continúen con cárcel común y que no estén paseando los perros en las plazas o violando las domiciliarias”.
Aníbal Ces
La segunda y última declaración en la audiencia fue de Aníbal Rubén Ces, periodista
jubilado y querellante por el CoDeSEDH (Comité para la Defensa de la Salud, la Ética y los Derechos Humanos).
Aníbal hacía un año se había alejado de la Juventud Comunista, organización en la que había militado, porque quería concentrarse en los estudios, terminar el secundario para luego estudiar una carrera universitaria.
La noche del 9 de diciembre del 77 él volvía del colegio secundario para adultos que tenía sede en el frigorífico La Negra en Avellaneda y cuando llega a su casa ubicada al fondo de un pasillo, se encuentra con la patota de secuestradores. Uno de ellos lo lo apuntó con una itaka, se le cayeron los libros, estaban varios en su casa, lo tenían a su papá en el comedor y a su esposa en una habitación. Habían tirado todos los libros dentro de una sábana, le ponen una ametralladora en la cabeza y le dicen: “Ahora me vas a dar nombres”. Antes había ido a la casa de su suegra donde rompieron todo. Lo secuestraron a él que tenía 24 años y a su esposa de 19. Lo llevaron vendado. Percibe ingresar a un lugar donde había peregrullo, lo llevan a una oficina chiquita en un entrepiso o primer piso, lo interrogaron acerca de su nivel político, la organización a la que pertenecía, querían nombres y por los libros que tenía. Se llevaron todos los libros, entre ellos las obras completas de Aníbal Ponce, que fue un médico argentino, el Quijote, libros de cultura general, las obras escogidas de Marx y Engels, todos los libros que había en su biblioteca. Les robaron los anillos de casamiento entre otros objetos.
Lo interrogan en esa oficina, le tiraban colillas de cigarrillos en los zapatos. Después lo llevaron a un calabozo, los recibió una persona que les dice que lo mejor que pueden hacer es hablar, a su esposa y a él: “Olvídense de los hábeas corpus que no existen acá”. Lo tiran y a su esposa la llevan a otro lado. Luego lo llevan a otro lugar, lo ponen en un elástico de cama, lo mojan, le ponen una manta encima y lo empiezan a torturar con picana, le dicen: “Primero vamos a enseñarte a callar, después a hablar”: Empecé a gritar, le empezaron a hacer preguntas que evidenciaban que conocían su militancia.
Relata que los viernes salían de razzia y los separaban por militancia. Permanecían atados en el calabozo. Recuerda que Tiburón era uno de los dos jefes y había uno superior a ellos. Había otros personajes subalternos que participaron del secuestro como Víbora y los guardiacárceles que les daban de comer, Panza y el Eléctrico. Cuando lo torturaba Tiburón le sacaba el tabique y le decía: “Yo te voy a torturar, mirame bien”.
Una vez vino un hombre de inteligencia que eĺ mismo le dijo que estaba infiltrado en el PC (Partido Comunista) y le preguntaba por una reunión que se había realizado en Rosario.
El 27 o 28 de Diciembre, no recuerda la fecha exacta, Ismael Rodríguez, su esposa y él fueron liberad@s.