Un relato sobre las fiestas, los trabajadores y los patrones. Este 31 hay que brindar y desear que de una buena vez, el odio y el asco instintivo se transformen en organización.
Juana Galarraga @Juana_Galarraga
Domingo 31 de diciembre de 2017 01:08
Noelia escuchaba a su jefe en silencio, mientras limpiaba la mesa de la oficina y le acomodaba adelante un plato con cuatro rollitos de jamón y queso y un café. El hombre, dueño de una cadena de almacenes y fiambrerías, le ordenaba al cocinero de una casa de comidas, otro de sus negocios, que preparara el menú del 24 para los empleados.
Desde hacía varios días antes, el trabajo en cada uno de los locales de la empresa se había sentido más intenso. En los bolsillos de las mayorías hay poca plata, pero la patronal se preparó con todo para la época de las fiestas. Cartelería navideña, arbolitos, luces, promociones que cada empleado debía memorizar y ofrecer a la clientela. Entre tanta cosa que atender, se olvidaron de la canasta navideña para el personal.
A Noelia le tocó armar bolsitas con fruta glaceada, caramelos de chocolate, garrapiñada, almendras bañadas, arándanos y budines para promociones. También le tocó envolver botellas de espumantes con celofán, moño y etiqueta de “Compartí la Navidad” y “Feliz 2018”.
Noelia ya sabía que no. Había escuchado que a cada uno de esos paquetes y botellas había que ponerles precio. Además, le parecía raro que su encargado le pidiera que se quedara a hacer extras, que se pagan doble, para terminar las canastas de Navidad del personal.
En fin, los calurosos días de fines del 2017 trajeron muchas tareas, muchos repartos de mercadería, muchos combos de venta y horas extras para los empleados de la empresa consigo.
La semana previa ya estaba armada la estructura de atención de los locales. Los nuevos como Noelia, sabían que era fija: les iba a tocar laburar el 24 y el 31 de 7 a 15.
Cualquiera diría que el humor de todos los desafortunados a los que les tocó madrugar el 24, no sería la mejor. Sin embargo, la mala cara de la mañana fue aflojando mate a mate.
El pibe demoró. Se fue hasta muy lejos para encontrar una panadería abierta. Por las dudas, una de sus compañeras hizo desaparecer el envoltorio para que no se supiera de dónde eran.
Tincho vive en frente pero llegó tarde, se durmió.
Como no estaba el encargado, la música en el local sonaba al palo. Normalmente no los dejan escuchar cumbia, cuarteto o música muy heavy. Otra de las cosas prohibidas es la música que hace apología de la droga. Esa mañana sonó Rodrigo y el Pity desde temprano. Cada tanto, las chicas estiraban el cuello desde atrás del mostrador para ver si venía el jefe.
Eran cinco empleados a cargo del local que estuvo abierto al público desde las 8 am. A eso de las 10.30, apenas cuatro personas habían entrado a comprar.
Los compradores seguían los chistes y trataban de encontrar explicaciones, como que hay poca plata o que la gente ya había comprado todo el día anterior. Lo cierto es que Noelia se regodeaba pensando que lo poco que facturaría la empresa esa mañana en ese local, se iría en pagar doble las jornadas de cinco empleados, cuando bien podrían haber sido dos.
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Uno de los chicos se puso a preparar un pedido de mercadería que el dueño pasaría a buscar antes del cierre. El pibe enfilmaba trozos de fontina, gouda y roquefort. Noelia le preguntó para quién eran.
Los quesos (sin moco pegado por el asedio de las cámaras), paquetes de mayonesa y salsa golf, latas de palmitos, maní y unas gaseosas bien batidas, fue lo que el patrón cargó en su camioneta.
Desde media mañana, unas cervezas cortesía de la casa, estaban enfriándose en el freezzer. Serían la bebida del brindis para acompañar la pizza que mandó a hacer el patrón. El horario de atención al público era hasta las 14, pero a eso de las 13 alguien dijo “¿hago los honores?” y la respuesta unánime fue “por supuesto”. Una taza opaca comenzó a circular de mano en mano y cada tanto quedaba oculta bajo el mostrador.
El buen humor se sostuvo intacto hasta el final. No hay que negar que por supuesto, la última clienta que entró cuando la máquina de cortar fiambre ya estaba limpia, no recibió un chiste ni las más amplias sonrisas, pero sí se fue con un deseo de “felicidades”, como corresponde. Es que la pizza ya estaba fuera del horno y las cervezas heladas. Era hora de brindar.
***
Millones de trabajadores en el mundo han vivido sin librar quizás, ninguna gran batalla en su vida, pero seguro cada día intentaron sacar ventaja y desafiado en alguna medida al patrón, al encargado, al capataz, al supervisor, al reloj. La lucha de clases, a veces franca y abierta, en forma de batallas memorables. Otras tantas veces velada, instintiva y cotidiana.
En Argentina este fue un año duro para muchos trabajadores y trabajadoras. Buena parte sintió con más fuerza la precarización, el peso de las patronales subidas al caballo amarillo de Cambiemos. Otros perdieron sus trabajos o se encuentran en la pelea por sostenerlo, pagando el costo de la tregua de las conducciones sindicales con el Gobierno y del rol cómplice del peronismo que se dice llamar oposición.
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Diciembre de 2017 será recordado como un fin de año con mucho olor a 2001. Sin embargo, en las peleas callejeras frente al Congreso y en los cacerolazos, esta vez la consigna más cantada no fue “que se vayan todos”, sino “unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode”. La clase obrera no es la misma que entonces. Esta vez hay miles más decididos a pelear incluso, a pesar de los traidores que dirigen sus sindicatos.
Este 31 hay que brindar, por los que hacen funcionar todo en este mundo, por los que sí saben poner buena cara ante el mal tiempo y por quienes son capaces de dar enormes muestras de solidaridad, de coraje y determinación.
Hay que brindar y desear que de una buena vez, el odio y el asco instintivo se transformen en organización, para pelear por una vida que merezca ser vivida. Que la ambición de millones sea mucho mayor que el deseo de pegar un moco en el queso del patrón. Que la desobediencia sea completa, incluso ante el registro de la cámara y la presencia del supervisor.