Este artículo en dos partes es un acercamiento -abierto- a la cuestión del bullying como eco en la escuela de las opresiones y jerarquías que usa el sistema capitalista. Organizarse contra el bullying en una escuela que es lo contario a la autoorganización, pensada para la reproducción del capitalismo (y que venimos a revolucionar).
Viernes 5 de mayo de 2023
Según un estudio publicado en septiembre de 2022, el 45,4% del alumnado considera que ante los casos de bullying en su clase no se hace nada y un 61,7% que tampoco lo hace la dirección del centro.
También los resultados apuntan que en un 30% de los casos se lleva produciendo durante más de un año, en el 72,6% se acosa entre varias personas y entre las razones para el bullying despuntan el aspecto físico (56,5%) y “las cosas que hace o dice” (53,6%).
En este artículo no vamos a reproducir la idea de que el bullying es la queja exagerada de una “generación de cristal”, ni que “ahora todo es bullying”, ni es un problema de “convivencia” o “violencia” en abstracto que se haya hecho más grave en los últimos tiempos. No hay un pasado sin bullying en la escuela, hay un pasado (y presente) en el que se naturalizan violencias que suceden también fuera de la escuela, de las que el bullying forma una expresión que en ocasiones es más visible.
El enfoque que pretende esta primera parte del artículo es de entender el papel de las opresiones y la escuela capitalista en la configuración del bullying. En la segunda parte trataremos de esbozar un panorama de la situación actual del sistema educativo respecto al bullying y la salud mental de la juventud, con el objetivo de esbozar ciertos apuntes de un combate e intercambio que no se detengan ante las reglas de una escuela pensada para reproducir una sociedad basada en la explotación.
#StopBullying ¿Quiénes son las dianas del bullying?
“Yo he visto cómo en un colegio, en segundo de Primaria, a niños de cuatro años que les decían a otros que se tenían que marchar porque esto era un cole solo para españoles. Esto un niño de cuatro años no lo elabora”, explicaba la psicóloga Lila Parrondo en una entrevista sobre el bullying racista.
Según el último Barómetro sobre juventud y género en el Estado español, 1 de cada 5 hombres entre 15 y 29 años considera que la violencia machista no existe y es un invento ideológico, el doble que hace 4 años. Según esa misma encuesta, desde 2017 hasta 2021, el porcentaje de mujeres de esa edad que se consideran feministas ha pasado del 46,1% al 67,1%. En estos años han tenido lugar el auge tanto del movimiento de mujeres como de la extrema derecha con especial importancia en la juventud.
También apunta un estudio de la FELGBT en 2016, que entre 700 jóvenes que habían sufrido acoso escolar por su orientación sexual, el 43% había ideado alguna vez el suicidio, el 35% lo había preparado con algún detalle y el 17% lo había intentado en alguna ocasión. No preguntaron a alumnado trans, pero las cifras a nivel europeo de otra encuesta del FRA son aún mayores.
Otra encuesta realizada por el COGAM en 2021/2022 apuntaba que solo un 23% de adolescentes LGTB ha salido del armario o que entre jóvenes varones cishetero en los centros educativos el 50,7% dejó por escrito que no se muestra respetuoso con la diversidad y un 33,4% de ellos está de acuerdo con la afirmación “Está bien ser gay, lesbiana o bisexual, pero que no se le note”.
Las mujeres que obedecen menos los mandatos patriarcales, las personas racializadas, quienes no van con ropa cara, las personas con diversidad funcional que no encajan en este modelo educativo, quienes no siguen los cánones normativos sobre el cuerpo, las personas LGBTI, configuran el mapa de las víctimas de bullying, pero también la diana de los discursos de odio de la extrema derecha.
No es de extrañar que sea esa misma extrema derecha la que pide a gritos que se implementen medias de censura como el pin parental para los padres puedan prohibir que se den charlas de educación sexual, LGBTI o feministas. Porque son a los que más le interesan que los niños y adolescentes no se cuestionen valores en contra de su crecimiento político y que refuerzan las opresiones patriarcales y racistas tan funcionales a este sistema.
Los discursos propios de la extrema derecha, de odio hacia las mujeres, el colectivo LGBT y las personas racializadas se extienden por nuestras aulas, muchas veces materializándose en casos de bullying. Sin embargo sería demasiado mecanicista apuntar simplemente hacia los discursos reaccionarios e identificarlos únicamente con la extrema derecha. Son discursos y violencias reaccionarias que configuran el disciplinamiento no sólo de quien recibe una agresión, sino de toda la clase para no ser víctima de bullying y que continúan en la calle o en el mundo laboral con otro tipo de represalias.
Es bastante habitual que el bullying se configure de manera que entre quien agrede y quien recibe la agresión media una amplia capa que asume de forma tácita la agresión, la marginación o el ostracismo del bullying desde fuera, con el objetivo de evitar sufrirlo. O que no participa de forma directa en el acoso, pero se socializa en las razones que hay tras el mismo, habitualmente opresiones reproducidas a nivel social.
Sostener el bullying es una tarea de una mayoría que mira hacia otro lado para que no le pase, pero frenarlo también puede ser la tarea de una clase que asuma como propia la tarea de combatirlo.
El enfoque sobre el bullying en muchos casos se despolitiza interesadamente, para hablar de “convivencia” y “cultura de la paz”, cuando constituye en gran parte una expresión de los discursos reaccionarios que hay más allá de la escuela. Este discurso no sólo se reproduce sin éxito ante el bullying, sino que se impone de forma autoritaria desde una maquinaria punitiva, identificando para muchos jóvenes el discurso reaccionario con el desafío a esa autoridad escolar.
También es habitual la experiencia de alguien sufre bullying continuado y un día se harta y al responder es a quien se va a castigar. En muchas ocasiones el problema del bullying para el sistema educativo actual es cuánto perturba la clase. De ahí la idea de mal comportamiento. Es importante romper con esa idea del bullying y con este error de base: un límite más de la escuela vertical y autoritaria configurada para educar mano de obra barata.
Es necesario trazar un puente entre las luchas y demandas del día a día y unos horizontes que cuestionen de fondo este sistema. Si nos ceñimos a las posibilidades que deja esta escuela, ¿vamos a poder combatir de raíz el bullying y los discursos que lo generan sin tiempo, sin autoorganización, sin prevención, pero con castigos individuales y autoridad? ¿En serio tenemos que creernos que se va a frenar con gobiernos capitalistas (y sus escuelas) a la extrema derecha y sus discursos de odio y ataques, también en las aulas?
Continuaremos en la segunda parte sobre el estado de las políticas de la Administración ante el bullying y la atención en salud mental a la juventud, tratando de tender un puente entre las demandas mínimas ante las condiciones del sistema educativo para combatir el bullying y la necesidad de superar este sistema educativo y la explotación capitalista que lo modela.
En institutos de Zaragoza también nos organizamos, frente al patriarcado, el racismo y el bullying, por quemar los armarios 🌈 y camino a un 8 de marzo combativo contra este sistema capitalista que nos quiere robar el futuro y la salud! pic.twitter.com/HGYZ6vSzmv
— Contracorriente Zaragoza #OrganizarLaRabia (@Contrac_Zgz) January 25, 2023
Jorge Remacha
Nació en Zaragoza en 1996. Historiador y docente de Educación Secundaria. Milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.