A pocos días de un cumplirse un año más del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976, continúa la campaña mediática que niega el genocidio.
Celeste Vazquez @celvazquez1
Domingo 5 de marzo de 2017
A raíz de los dos últimos bochornos protagonizados por el gobierno de Mauricio Macri - el acuerdo por el Correo Argentino, y el recorte a las jubilaciones -, se hizo conocida una frase que ilustra su metodología: “si pasa, pasa”. Es decir, lejos de cualquier método serio y pensado, su práctica es más bien lanzar la política, casi sin cálculos previos, lo que hace que una parte importante de sus medidas deban ser modificadas o directamente anuladas. Constantemente son el “humor social” y la bronca a sus medidas antipopulares y ajustadoras los que le ponen límites.
Pareciera que con esta misma lógica, el Gobierno nacional se mueve también en el plano de las ideas y de la cultura. Así es que, desde que asumió, está probando, cada vez de manera más intensa, una reaccionaria interpretación histórica de la última dictadura militar y sus años previos, que consiste en negar la existencia el terrorismo del Estado y el genocidio.
Las fases de la campaña
Así, el Gobierno arrancó probando e inauguró la primera fase de la campaña. Probó con Darío Lopérfido, que dijo que “no hubo 30 mil desaparecidos”, luego probó el propio Macri y más tarde Juan José Gómez Centurión.
La segunda fase consistió en lograr que algunos medios de comunicación se conviertan en espacios donde esa campaña se difunda de manera reiterada y cobre cierta legitimidad. Algunos como La Nación, podemos decir que son pioneros de esa campaña. A ese medio ya no se lo puede denunciar de querer reinstalar la teoría de los dos demonios, sino de ir más allá. Al otro día de que Macri ganara las elecciones publicó una editorial llamada “No más venganza”, en la que plantea que “la elección de un nuevo gobierno es momento propicio para terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos". Este medio llama “mentiras sobre los años 70” a la lucha de los organismos de derechos humanos por juzgar y condenar a todos los responsables cívico y militares que, como demuestra el caso de César Milani, en muchos casos siguieron actuando en democracia. El diario prosigue con su lectura sobre esos años y en esa editorial nos explica la razón por la cuál el Estado actúo de esa manera violenta: “el aberrante terrorismo de Estado sucedió al pánico social provocado por las matanzas indiscriminadas perpetradas por grupos entrenados para una guerra sucia”.
El intento de instaurar un nuevo relato
Pero claro que no puede quedar en las manos exclusivas de La Nación ni en personajes siniestros como el ex-carapintada Aldo Rico y otros militares o ex militares la defensa de esta campaña. Para que funcione y tenga aún más legitimidad, la clave es que se propague y que forme parte de la agenda de otros medios, quienes a su vez amplíen el abanico de voceros. Se trata de darle la palabra a los involucrados directos en ese momento histórico.
Programas como Intratables, Mauro Viale la Pura Verdad e Infobae, entre otros, sirven de escenario donde desfilan personajes que se autocalifican como “las víctimas de la guerrilla”. Primero aparecieron los familiares de militares muertos en esa época, como Victoria Villaruel y Silvia Ibarzabal, a quienes les gusta defender a los militares genocidas, incluso llegaron a decir que organizaciones como el PRT-ERP y Montoneros fueron “las responsables de la comisión de mayor cantidad de víctimas del terrorismo en Argentina”. Más que el propio Estado. O que los militares no fueron “asesinos”, sino que “su problema fue no manejar bien el tema de los desaparecidos”, ya que se hicieron cargo del país en un momento “muy difícil”. También entre las “víctimas” tuvo su espacio Aníbal Guevara, hijo del teniente Aníbal Guevara, condenado por crímenes de lesa humanidad, quién se quejó de que su padre “no tuvo la fortuna de Milani de tener todos estos años de libertad” y explicó que su objetivo es “denunciar una serie de irregularidades en los juicios de lesa humanidad” con militares “injustamente condenados”.
Pero en estos mismos programas también aparecieron algunos ex militantes autocríticos, en realidad arrepentidos de su militancia en esos años y voceros hoy de esta reaccionaria campaña. Entre ellos Luis Labraña, ex militante de organizaciones peronistas como Montoneros, dijo ser el inventor de los “30 mil desaparecidos” cuando estaba exiliado en Europa. Según él, “cuando las madres llegaron a Europa tenían una lista de 3.700 o 4.700 desaparecidos” (…) “nos parecía que era poco para hablar de genocidio y se ponía difícil la ayuda económica” (…) “simplemente dije pongamos 30 mil”. Además, como no es de extrañar, es uno de los que repitió sin parar “dos bandos” y “una guerra”. También tuvo su espacio mediático Marcelo Vagni, ex militante de la Juventud Guevarista, quién afirmó que “soy una víctima de la represión militar pero antes de eso fui una víctima de la guerrilla que me reclutó cuando tenía 13 años”. Y habló de la existencia de “un plan sistemático” pero “para “reclutar niños”. Sin embargo, cuando le preguntaron en qué consistían las tareas para las que fue reclutado no le quedó otra que confesar que eran “leer Estrella Roja o El Combatiente en la clase de latín” y “pintar con aerosol paredes”.
Hay que ser claros. El golpe de 1976 no fue la respuesta al accionar de la guerrilla, fue la respuesta que encontró la burguesía, junto con las Fuerzas Armadas, para frenar el ascenso obrero y popular que cuestionaba el poder de los capitalistas y sus ganancias y que se gestó a partir del Cordobazo en 1969. De hecho cuando se produce el golpe, la guerrilla ya había sido diezmada. El golpe fue un genocidio de clase.
Con esta campaña quieren probar hasta qué punto el pueblo apoyaría un nuevo relato reaccionario que niega el genocidio y así generar un cambio cultural que avale sus planes neoliberales y de mano dura. Que no nos confundan, “escuchar todas las voces” hoy equivale a darles impunidad a los que dieron y planificaron el golpe.