Jueves 26 de abril de 2018
Con ocasión del lanzamiento del sistema STOP, Sebastián Piñera aprovechó de recordar el fracaso de la política de Tolerancia Cero en su anterior gobierno.
El STAD
Este miércoles el mandatario lanzó el Sistema Táctico Operacional Policial (STOP), recordando a la pasada el destino del Sistema Táctico de Análisis Delictual (STAD), planteando que “la creación del STAD fue un gran elemento, que se fortalece ahora con este sistema STOP, que es un STAD potenciado, mejorado, enriquecido […] Yo estoy perfectamente consciente que cuando quisimos implementar el STAD hubo una resistencia de parte de la propia institución de carabineros; como que no le gustó, y no lo quiso aplicar. Yo veo con mucha alegría que en esta oportunidad no hay tal resistencia, sino que veo un genuino compromiso con aplicarlo bien; porque si no se aplica con la voluntad de las partes que son protagonistas de esta materia, este sistema va a fracasar. Pero esta vez vamos a estar mucho más atentos, mucho más exigentes, porque no podemos bajar la guardia, esconder o cerrar los ojos”. ¿Por qué fracasó esa política?
Zero Tolerance
El año 2010, iniciando el primer período del presidente derechista, el gobierno y especialmente el Ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter, venían pensando cómo aplicar los métodos que el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, aplicó en su ciudad desde mediados de los 90’s y que redujo los índices de criminalidad un 60%, y del cual Hinzpeter era gran admirador. Esta política de choque se basa en el supuesto de que si alguien que comete cualquier tipo de infracción no es condenado de inmediato va a reincidir, y que si esa condena no es con todo el peso de la ley, la gravedad del delito irá en aumento. Por supuesto no soluciona nada y solamente desplaza territorialmente, por un momento, a quienes la autoridad considera delincuentes, no generando ningún efecto en la supuesta sensación de impunidad, sino únicamente animadversión contra la policía, que multiplica sus métodos provocadores y abusivos.
Desde mediados del 2011 se instalaron en Chile sus asesores, creadores y aplicadores directos: Lou Anemone, ex jefe de la policía de Nueva York y consultor internacional; William Bratton, comisionado de policía de Giuliani, quien implementó el novedoso programa de investigación Compstat (Computer Statics o Comparative Statics) en su institución, basado en estadísticas y bases de datos que permitieron focalizar la acción de la policía local; y Michael Berkow, ex jefe de policía en Los Angeles y otras ciudades de EEUU, quien además fue llamado a Londres para trabajar con la policía después de los atentados de julio del 2005.
Todos ellos estuvieron aproximadamente 4 meses en el país, habiendo sido elegidos en la licitación de la empresa consultora Altegrity (la misma que había trabajado en el tema carcelario) para aplicar el sistema Comptstat, que pasó a llamarse STAD en Chile, sigla de Sistema Táctico de Análisis Delictual, trabajando directamente con el entonces subsecretario de Prevención del Delito Cristóbal Lira, con el entonces general director de carabineros Gustavo González Jure, y en diversas comisarías donde comenzó a ser aplicado (partiendo como piloto en tres de las seis prefecturas de la zona metropolitana -norte, sur y oriente-), con la idea de estar aplicado en todo el país a fines de ese año.
El 2011 y la derrota de carabineros en las calles
Esa política fue bautizada como “revolución en carabineros”, y consistía en reuniones periódicas de los jefes de unidades y sus superiores (incluyendo unidades especializadas, como el OS-7 de drogas, y el OS-9 de crimen organizado) para compartir información, establecer patrones de conducta delictuales y acordar tácticas en común, en base a tablas comparativas y gráficos, buscando “atacar al delito” en el lugar y momento precisos, llegando a implementar cambios operacionales innovadores y sobre todo con resultados medibles y aplicación de metas.
Todo resultó en un rotundo fracaso, y la mayor crisis interna de carabineros en todo el período desde la transición pactada hasta el año pasado. La “revolución en carabineros” no impidió que el movimiento en lucha del 2011 le disputara metro a metro las calles de todas las ciudades por más de 9 meses. Las definiciones a las que llegaron no solamente confundieron a la nueva “generación sin miedo”, que eran cientos de miles de luchadoras y luchadores con dramas y necesidades concretas, con una minoría a la que llamaron “nueva generación de encapuchados”, supuestamente empujados a la calle “por contagio”. La “innovación” y las “decisiones creativas” exigidas a la oficialidad, la “optimización de recursos” y los “cambios en los procedimientos” se tradujeron en todos los casos en una reedición de viejas prácticas, en un sacar del baúl antiquísimos métodos tales como la tortura, cuyas denuncias se multiplicaron ese año, o los verdaderos estados de sitio que se produjeron el 4 y el 25 de Agosto. Por el contrario, las masas en lucha demostraron que la fuerza policial sí puede ser derrotada en la calle, cuestión que se pudo medir por ejemplo en la cantidad de carros lanza aguas: de 6 carros operativos existentes en la ciudad de Santiago a inicios del 2011, solo sobrevivieron 2 al movimiento estudiantil, haciendo patente que no es posible la democratización de una institución represiva, sino que su fin puede llegar bajo la fuerza de las masas explotadas y oprimidas en lucha.