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Red Internacional
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JUVENTUD Y CORONAVIRUS. Carta a quienes fueron criados por abuelas y abuelos en la crisis de 2008

“Cuando crezcas ya cambiarás de opinión” es la famosa frase que se nos dice a gran parte de la juventud. En esta crisis del coronavirus, las únicas opciones parecen rendirse o limitarse a creer que un mundo sin opresión ni explotación, por deseable que sea, no es más que una utopía. ¿No hay alternativa? Lo vemos a continuación.

Pablo Castilla

Pablo Castilla Contracorrent Barcelona - estudiante de Filosofía, Economía y Política en la UPF

Jueves 9 de abril de 2020

Dentro de pocos días se cumplirá un mes desde que se decretó el confinamiento y, aunque existen diferencias generacionales sobre cómo se vive la situación, todas las perspectivas están marcadas por el coronavirus casi las 24 horas del día, sino el día completo.

No obstante, me parece especialmente llamativo cómo se está tratando el caso de la juventud, pues parece que estemos al margen de la sociedad. Por un lado, hay quienes se esfuerzan en mostrar una realidad en la que únicamente estamos preocupados por ver cuándo volveremos a salir de fiesta o qué serie de Netflix elegir. Por otro, la atención se centra en el estudiantado en vilo por la universidad o la selectividad, algo real y preocupante, pero un enfoque muy acorde con la visión que entiende la juventud como un sector al que solo nos afectan dos cosas: estudios y ocio.

En varias ocasiones he remarcado la idea de que somos una generación absolutamente marcada por la crisis del 2008. Representó un primer golpe contra todas aquellas falsas ilusiones acerca del paraíso de crecimiento económico y vidas perfectas que nos promete el capitalismo. Sin embargo, parece que lo que más pesó fue su parte negativa. Una combinación de recortes, despidos, paro, subida de tasas universitarias, represión policial y sindicatos traidores pesan hoy como losas sobre muchos y muchas jóvenes que se sienten absolutamente derrotados, sin posibilidad para enfrentar este golpe.

Las consecuencias para la juventud que se enrabió contra este sistema han sido duras. Parte de quienes acumulan toda esa rabia sueñan con que algún día este sistema caiga, pero lo ven como algo utópico. En ocasiones, eso puede llegar al extremo de la apatía y la despolitización, pues la falta de alternativa hace que sumergirse en un mundo de solo series y fiesta sea una vía olvidarse de la situación.

Sin embargo y como parte de esa generación, no puedo evitar sentir algo distinto ante esta crisis. Como a muchos, a mi me han criado mis abuelos y abuelas; cada día me preparaban el desayuno, me llevaban al colegio y me recogían después mientras mis padres trabajaban. Esas personas que en su día lucharon por conseguir los derechos que hoy tenemos y que perdemos día a día, están siendo las principales víctimas de esta crisis. Una generación que lleva años peleando por unas pensiones dignas y que ahora se encuentra con un sistema sanitario colapsado.

Ni el derrotismo ni la apatía me parecen una opción. Lejos de culpabilizar a quienes se sienten así, tan solo quiero compartir algunos elementos que llaman a la esperanza.

Tan acostumbrados a repetirnos una y otra vez que la clase trabajadora y los sectores populares no se movilizan, a veces hemos sido incapaces de ver que sí que lo hacen. Hablo de los ejemplos más recientes de Chile, Bolivia o Francia, donde en los últimos meses se han vivido procesos de lucha de clases increíbles. Pero también hablo de los ejemplos del Estado Español; si nos dicen hace un mes que 5000 trabajadores de Mercedes iban a cerrar su fábrica por no tener las condiciones de seguridad necesarias seguro también hubiera sonado a utopía.

Los ejemplos y las muestras de combatividad de la clase trabajadora están ahí, en la realidad más cercana, pero sobre todo en la historia. Si miramos la historia de la humanidad, resulta más difícil imaginar un futuro sin revoluciones que uno donde sí las haya. La humanidad nos muestra que cuando se somete a las masas a grandes sufrimientos están se revelan, otra cosa es que triunfen.

Y aquí donde entra en juega la parte activa, el rol que podemos jugar cada uno de nosotros y nosotras.

’La victoria es una tarea estratégica’, decía Trotsky. Pues bien, preparémosla.

Construyamos un partido que prepare la derrota del capitalismo. Un partido que recoja una de las principales lecciones que nos enseñaron nuestros abuelos y abuelas: que las cosas se cambian en las calles. Por supuesto, esto está muy lejos de lo que ha sido y se proponía ser Podemos, quien ha demostrado que su concepción del cambio mediante las instituciones tan solo nos lleva a aplaudir al rey, avalar la represión en Catalunya, a negar la investigación a la monarquía en el Congreso y formar parte de un gobierno que gestiona los intereses de las grandes fortunas incluso en una crisis como la actual.

En vez de eso, hace falta reunir una fuerza material que difunda los ejemplos de lucha de la clase trabajadora y los sectores populares; que se organice en las fábricas, los transportes y los centros de estudio para pelear contra los nuevos ajustes que van a venir; una alternativa que contra la unidad nacional de los países imperialistas defienda la solidaridad entre pueblos y el internacionalismo de clase.

En esta situación de “guerra” mundial, quisiera recordar dos hechos. En la Primera Guerra Mundial, la estrategia de ceder en la lucha para conseguir en el parlamento llevó a la socialdemocracia alemana a apoyar la guerra de los estados imperialistas en la que trabajadores de todo el mundo se mataron entre sí. En cambio, los bolcheviques levantaron la bandera del internacionalismo proletario, logrando el triunfo de la revolución y la salida de la guerra.

Porque si no queremos que el siglo XXI sea una reedición del XX, empecemos por no cometer los mismos errores y saquemos las lecciones.