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Red Internacional
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Tribuna abierta. Caso Ávalos: Asunción enfrentó a Sesnich y le pidió el cuerpo de su hijo

Ocurrió momentos antes de que el encargado de Las Palmas sea indagado por la Justicia Federal por la desaparición forzada. Crónica de un día estremecedor. Compartimos la crónica publicada originalmente en el diario LM Neuquén.

Miércoles 6 de marzo de 2024 13:46

Compartimos la crónica sobre el caso Ávalos, escrita por el periodista Guillermo Elia, publicada en el diario La Mañana de Neuquén el 3 de marzo.

En el marco de las imputaciones que lleva adelante la Justicia Federal en la causa Ávalos, el jueves fue indagado Patricio Sesnich, encargado del boliche Las Palmas y principal sospechoso de la desaparición forzada del joven estudiante de la UNCo.

En la puerta del juzgado federal se cruzaron, por primera vez en 20 años, don Asunción, papá de Sergio Ávalos, con Sesnich y se rompieron todos los libretos de lo esperable e imaginable. Hasta el juez federal Gustavo Villanueva debió intervenir.

Esta es la crónica de un día tan border como estremecedor.

Asunción sabe

Don Asunción Ávalos tiene 90 años y sabe que ya le quedan pocas cuentas en el ábaco de sus días. Lleva casi 21 años persiguiendo justicia por la desaparición forzada de su hijo de 18 años y sabe que eso tiene un precio.

Su cuerpo acusa dolores, las manos le tiemblan, la vista lo engaña, ya no escucha todo lo que quisiera, la memoria le es esquiva por momentos, y sus pasos que parecían incansables ahora van en sincronía con su bastón.

Asunción sabe que el reencuentro con Sergio, desaparecido el 14 de junio de 2003 en Las Palmas, está cada vez más cerca, pero también sabe que tiene un pacto con Dios para permanecer hasta que haya justicia.

Asunción sabe, pero no es ingenuo. Así como “el viejito”, como le dice a Dios, le permitió ver un montón de cosas que añoró de niño en su Misiones natal, también lo obligó a ver el horror y asomarse al infierno. Créame, nadie quisiera estar en los pantalones de don Ávalos.

Por todo esto, Asunción vive cada día como una oportunidad tan única como irrepetible.

El jueves fue uno de esos días y lo afrontó con mucho coraje. Así fue como tuvo su mano a mano con Patricio Sesnich, quien era el encargado del boliche Las Palmas, y ahora está imputado por la Justicia Federal por ser el principal responsable de la desaparición forzada de Sergio Ávalos.

Patricio Sesnich arriba al Juzgado Federal para la indagatoria por la desaparición forzada de Sergio Ávalos.

“Quiero verle la cara”

Previo al jueves, perdón por la intromisión, tuve la posibilidad de charlar en varias oportunidades con Asunción e incluso recibirlo en el diario después de largas búsquedas por la ciudad.

“Pasa que ya me pierdo en Neuquén, encima las calles no tienen carteles”, me dijo después de varios desencuentros en esquinas pactadas que él iba cambiando sobre la marcha sin ni siquiera advertirlo.

En la charla surgió la posibilidad, casi cierta, de que Sesnich se presentara a declarar el jueves. Ahí me contó que nunca habló ni vio al dueño de Las Palmas, Pedro Nardanone, también imputado, ni al encargado del boliche Patricio Sesnich.

“Nunca le pude ver la cara a ese señor, me gustaría verlo”, me dijo Asunción a quien le comenté que por la cobertura del caso tenía que hacer guardia el jueves para obtener la imagen de Sesnich ingresando al Juzgado Federal, un hecho histórico.

Ni lento ni perezoso, Asunción me dijo: “yo voy a ir” y luego me mostró un papelito que le dieron en el juzgado con el horario de las indagatorias.

Pasa que cuando Asunción está en Neuquén, está activo casi todo el día buscando noticias del caso.

Fue así como nos encontramos el jueves cerca del mediodía en el ingreso de la sede que tiene la Justicia Federal en calle Periodistas Neuquinos y Almirante Brown.

La espera se hizo larga y los empleados del juzgado, siempre atentos, le convidaron agua a don Asunción.

Mientras tanto, charlamos de bueyes perdidos y me contó que había encontrado en una de las calles de tierra de Picún Leufú un par de dinosaurios de juguetes y se los trajo a Neuquén. Los andaba llevando en una bolsa blanca donde guarda las pocas cosas que tiene y mientras esperaba para pagar la factura del celular le dio un dino a una nena que estaba en la fila y el otro se lo dio a otra pequeña que estaba en la parada del colectivo. Esos episodios los recordó con mucha ternura y destacó la alegría de las chiquilinas.

La simpleza es un detalle encantador de don Asunción. Siempre anda liviano, aunque la carga de una pena sin descanso la lleva por dentro.

En un momento me asomé para ver si venía el canalla que estábamos esperando, luego giro y veo que Asunción estaba sentado en el escalón de ingreso al juzgado y tenía la mirada perdida, después me contó que estaba “inquieto por dentro”. Era lógico, estaba por toparse por primera vez con quien fuera una de las últimas personas que vio su hijo en vida.

Los abogados precedieron a Sesnich. Primero, Marcelo Muñoz y luego, Mario Rodríguez Gómez. Ambos exjueces neuquinos de los que hablaremos más adelante.

El arribo de Patricio Sesnich no pasó inadvertido. Venía de la casa en la que vive en el barrio privado Rincón Club de Campo donde residen políticos, jueces y empresarios. Sesnich no es nada de eso, pero siempre le gustó codearse con ese mundillo al que siempre anhelo pertenecer.

Cuando llegó sabía que estaba LMN aguardándolo porque Muñoz le avisó ni bien nos vio.

Lo cierto es que bajó de una camioneta ostentosa. Vestía camisa de jean oscura, pantalón de jean negro y zapatillas de color azul oscuro con un detalle en rojo. Les conté que Sesnich siempre fue coqueto, que le gusta la pilcha cara y no soporta pasar inadvertido, aunque el jueves lo hubiese preferido.

Su caminar era altivo y petulante. Pese a utilizar anteojos negros, por el rabillo del ojo observó a don Asunción que estaba parado al costado de la puerta del juzgado y del otro lado estaban sus defensores por lo que encaró derecho para hablar con ellos.

En forma educada, desde este medio, le consultamos a Sesnich si no le iba a decir nada al padre de Sergio Ávalos, a lo que el encargado del boliche giró, miró y nos dio la espalda. Si bien fingió cierta indiferencia, todo lo paraverbal demostró que estaba incomodo, porque en el fondo Sesnich no es más que un brabucón engreído, un esbirro obsecuente y ruin.

Unos 30 segundos después, resolvieron entrar a la sede judicial. Sesnich pasó a milímetros de Asunción. El viejo luchador le clavó la mirada, pero el vil encargado no la pudo resistir. Todos esos detalles, por nimios que parezcan brindan mucha información.

Unos minutos después Asunción me confío, en pocas palabras, que el verlo le había generado “bronca e impotencia”. Sus manos temblaban y el bastón lo hacía más visible.

Después de unos segundos dijo: “voy a ver si a la salida me animo y le pregunto qué hizo con mi Sergio. Quiero que me digas dónde lo dejaron”.

A sabiendas que las indagatorias llevan su tiempo, me despedí de Asunción sin sospechar que 30 minutos después don Ávalos sufriría su primer colapso emocional y público después de casi 21 años de peregrinar por justicia.

Encuentro con el diablo

Todo el que conoce a Asunción Ávalos puede dar fe que nunca lo vio desubicarse, levantar la voz, insultar o hacer algo que pueda parecer incorrecto.

A lo largo de los años siempre mantuvo la compostura y nunca perdió los estribos porque Asunción confía en su pacto con Dios y en que habrá justicia y explica: “yo no quiero venganza. Yo quiero que les den el castigo que corresponde por lo que le hicieron a Sergio. Quiero Justicia, solo eso”. ¡Admirable!

Pero el jueves, cuando estuvo cara a cara con el principal implicado en la desaparición forzada de su hijo, algo convulsionó en su ser y para él, Sesnich “es el diablo”. ¿Qué rol le tocará a Nardanone?

Los hechos se dieron así. Mientras don Ávalos esperaba en soledad que concluyera la indagatoria, sin saber si Sesnich declararía o se abstendría, comenzó a sentir el cansancio en sus piernas y decidió entrar al juzgado para sentarse en la pequeña sala de espera.

El cambio de ambientes claros a oscuros a don Asunción le provocan una suerte ceguera y sus ojos necesitan unos segundos adaptarse el nuevo espacio.

Es por eso, que al ingresar al juzgado se sentó, sin darse cuenta, al lado de Patricio Sesnich. Ninguno de los judiciales advirtió la escena porque estaban trabajando.

“Cuando comencé a recobrar la vista, le vi las zapatillas, el pantalón y cuando miro bien me doy cuenta de que era él”, me confió un Asunción conmocionado.

En el momento que lo tuvo de frente en la calle se quedó sin palabras, pero en esa segunda oportunidad avanzó como si no hubiera un mañana.

“Le pregunté: ’¿qué hiciste con el cuerpo de mi hijo?’”, contó Asunción que solo obtuvo de Sesnich una respuesta de manual: “no puedo hablar, están mis abogados”.

La situación enfureció a don Ávalos y la bronca de 20 años de búsqueda le ganaron la pulseada: “ahora sos un infeliz porque tenes un abogado y no podés hablar, pero bien que tuviste el coraje de matar a Sergio y hacerlo desaparecer. Ahora te cagas todo y te amparas en tus abogados”.

La voz trémula y desgarrada de Asunción era la de un hombre atrapado entre la furia, la impotencia y la desesperación por encontrar los restos de su hijo para darle un cierre definitivo antes de que suceda lo inevitable.

La escena dejó impávido a los empleados del juzgado que tardaron un par de segundos en salir disparados de sus escritorios y atajaron a don Asunción a quien sacaron a la calle y lo ingresaron a la zona del garaje donde le brindaron una silla y un vaso de agua.

Asunción estaba blanco, tembloroso y sus ojos furiosos en cuestiones de segundos brillaron sumidos en una tristeza infinita.

Todo fue tan vertiginoso e inesperado que hasta el juez federal Gustavo Villanueva salió de su despacho y se acercó a ver si se encontraba bien.

Escucharlo a don Ávalos pedir disculpas por su reacción ante Sesnich es desgarrador.

“Me dio mucha vergüenza lo que ocurrió, pero no pude contenerme. No tengo palabras para explicar lo que sentí, ese hombre es el diablo”, sentenció.

Asunción recordó que salió del juzgado y caminó perdido por el centro neuquino llorando de indignación. En estado de shock, se comunicó conmigo y me pidió que lo busque porque no sabía ni donde estaba. Fue así como se repitió mi incursión por las calles céntricas para lograr ubicarlo.

Asunción estaba totalmente perdido en una marea de emociones y sensaciones que gobernaban todo su ser.

Tras encontrarlo lo llevé hasta el diario, lo senté, le di agua y unos sanguches de miga. Que se hidratara y alimentara era clave para que no se descompensara.

Apuré unos mates y le hablé de cualquier otra cosa para distraerlo y tranquilizarlo.

Pero a los pocos minutos, Asunción no pudo con su genio y me contó todo lo vivido mientras lloraba. Sus lágrimas espesas brotaban de sus ojos y se escurrían lentamente recorriendo cada uno de los pliegues de su rostro hasta llegar a la comisura de los labios.

Asunción estaba más vulnerable que nunca y no era para menos, había estado con el principal responsable de la muerte y desaparición de su hijo. Nadie sale indemne de semejante encuentro y menos un hombre que a sus 90 años sabes que todo va fundiendo a negro.

Pura química

En definitiva, a Sesnich, el juez federal Gustavo Villanueva le imputó lo mismo que al resto: “ La desaparición forzada de Sergio Ávalos, delito de ejecución continua que se está cometiendo, y de ocultamiento de información”.

Pero también le hicieron pesar algunos detalles no menores como que era el encargado y estaba al tanto de todo lo que ocurría adentro, por lo que su responsabilidad escala exponencialmente en esta causa.

Tal vez es por eso que tiene una dupla de abogados defensores que le aconsejaron no declarar por lo que se abstuvo. Busquen la definición de rastrero, por ahí, quién sabe, les pueda interesar.

Pero repasemos quienes son los defensores del principal implicado en la desaparición de Sergio Ávalos. Se trata de dos exjueces neuquinos que nunca gozaron de mucho prestigio al igual que su defendido. Es una relación de pura química.

Retomando, los defensores son Mario Rodríguez Gómez y Marcelo Muñoz.

Al primero lo recuerdan mucho viejos policías federales que hacían redadas a prostíbulos. Algunos de ellos supieron contarme la mentada anécdota “del árbol”. Incluso, uno de nuestros fotógrafos tuvo que hacer en ese entonces una larga guardia de cuatro horas para capturar el momento de la liberación. No pidan más detalles que la ecuación no es tan difícil. De carne somos.

Y al segundo, Muñoz, lo echaron de la justicia porque manejó alcoholizado, chocó y dejó dentro de un canal a una pareja y se dio a la fuga. Después alegó que sufrió un ataque isquémico. Tras ser destituido, la propia Justicia neuquina lo salvó de ser condenado en otra causa, que investigó y dio a conocer este medio, en la que Muñoz defraudó a su aseguradora en complicidad con el jefe de la policía de ese entonces, Raúl Laserna. Pero terminó zafando por el beneficio de la duda. Dudas fue la que dejó la justicia en su resolución.

A esto hay que sumar que Muñoz fue el juez que declaró la incompetencia de la justicia neuquina en la causa Ávalos, cuando estaba por prescribir en 2014, y así fue como escaló al fuero federal. Tal vez lo mejor que hizo en su carrera como magistrado.

Estos personajes nos dan un parámetro o idea de por qué la justicia neuquina nunca le dio una explicación a la familia Ávalos y jamás imputó a nadie por la desaparición.

Ahora, estos personajes aparecen blanqueando de qué lado del mostrador están y lo que en verdad son: defensores de los principales imputados de la desaparición de Sergio Ávalos.