A dos años del fallecimiento de Diego Armando Maradona, un rescate de palabras y episodios que describen su figura y su importancia en nuestra cultura.
Gustavo Grazioli @Discolo1714
Viernes 25 de noviembre de 2022 17:00
Imagen: Diario Río Negro.
Maradona no es una persona cualquiera / es un hombre pegado a una pelota de cuero/ tiene el don celestial / de tratar muy bien al balón / es un guerrero, canta Andrés Calamaro. “El tipo tiene una actividad mucho menos importante, mucho menos trascendente, mucho más profana. Les voy adelantando que el tipo es un deportista. Imagínense, señores. Llevo escritas doscientas sesenta y tres palabras hablando del criterio ético y sus limitaciones, y todo por un simple caballero que se gana la vida pateando una pelota. Ustedes podrán decirme que eso vuelve mi actitud todavía más reprobable. Tal vez tengan razón. Tal vez por eso he iniciado estas líneas disculpándome”, escribió Eduardo Sacheri en su cuento “Me van a tener que disculpar”.
Y las citas podrían seguir in eternum. Estará bien, estará mal, vaya uno a saber. El hombre saltó de la cancha a la arena política sin necesariamente ser candidato a nada. Y jodió a los que timonean lo que se debe y lo que no. Produjo un escándalo por un gol ilegitimo y no cedió ante la soberbia de los mandamases. “¿Ante quién tenemos que quedar bien? ¿Dónde está la Fiscalía del Universo? ¿Dónde está la reserva moral de la Humanidad? ¿En Estados Unidos? ¿En Europa?”, se preguntaba Alejandro Dolina en su programa La venganza será terrible, cuando una oyente se quejaba de su defensa a Maradona.
El mejor jugador de todos los tiempos no tuvo cuello blanco ni títulos de nobleza. El diez se metió en las casas y los corazones de una nación que se volvió más futbolera después de sus jugadas. El día de hoy hace dos años que ya no está. Aunque a veces pueda dar señales en estadios del mundo a través de parecidos, perfiles o banderas, el infausto desenlace quiso que su calendario apenas diera la vuelta número sesenta.
Ayer en una pizzería porteña, los televisores mostraban su participación en las copas del mundo. Los comensales frenaron sus charlas y sin proponérselo, forzaron su atención a esas imágenes. Los ojos, los gestos – más allá de que eso ya se vio infinitas veces – devolvían sorpresa como la primera vez. Ahí estaba la esencia de la alegría genuina y las ganas de volver a abrazarse para gritar, las ocasiones que sean necesarias, los dos goles a los ingleses. O vibrar ante el pase a Caniggia en el mundial del ’90. O lamentarse cuando la enfermera lo retiraba del campo de juego en el ’94.
O tan solo para llorar su partida.