El año 1984 comenzó con la presentación de ese disco y continuó con la creación de “Piano bar”, dos registros culturales fundamentales de las tensiones en aquellos tiempos de transición.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Martes 5 de marzo 00:00
Charly García en diciembre de 1983 durante la presentación de Clics modernos en el Luna Park.
Ustedes eran muy chicos, pero hace unos meses la serie sobre Fito Páez dominó cierta agenda de discusión acerca de la cultura rock argentina y su Olimpo. Hubo, incluso, un debate producto de la manija que en su momento generó el contenido y su consumo de plataformas: cuál de todos los músicos nombrados al cabo de ocho capítulos merecía una producción similar. La respuesta es que tan solo Clics modernos amerita una ficción para sí mismo. Con un disco de Charly García alcanza.
Desde “Los dinosaurios” a “Bancate ese defecto”, desde “No soy un extraño” a “Ojos de videotape”: sin Clics modernos jamás hubiesen existido ni Fito Páez tal como lo conocemos, ni tampoco la serie. Es desde ahí donde comienza a escalar y a explotar el personaje de Páez en la trama ficcional del éxito de Netflix: precisamente cuando entra a la banda de García, quien necesitaba recurso humano para llevar al vivo lo que había grabado casi en soledad en Nueva York.
La historia acerca de Clics modernos es bastante conocida: Charly se instala unos meses de 1983 en Nueva York sin plan premeditado, y así y todo fueron apareciendo nuevos instrumentos en las vidrieras, un estudio de grabación a la vuelta de donde paraba y el ingeniero de sonido de Combat Rock de los Clash, uno de sus discos favoritos de aquel momento. Con todo eso y sus canciones, García logra un opus que nada tenía que ver con lo que había hecho hasta ese entonces en Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán; ni siquiera con Yendo de la cama al living, su estreno solista de apenas meses atrás.
Clics modernos terminó siendo un disco en parte bailable, pero sobre todo en tonos oscuros, con tapa en blanco y negro, un grafiti en la pared y Charly fumando, serio, estrenando pelo corto. Todo había nacido en un departamento de Manhattan con dos sintetizadores y la Roland TR-808 que, en la serie, García invoca para amenazar al baterista Willy Iturri con reemplazarlo.
Aunque de costado, la bioserie de Fito Páez también buscó dejar pistas sobre lo que significó Clics modernos en su tiempo y colocarlo en la consideración de las nuevas generaciones, al punto que le concede el único tramo indispensable del guion en el que Páez no es el protagonista central.
Es que, de vuelta a Argentina a fines de 1983, García debió armarse una banda para presentar un disco grabado básicamente por él, Pedro Aznar —que estaba de paseo de Nueva York—, cesionistas yanquis y una caja de ritmo. Y ahí es donde aparecen Fito Páez y el grupo GIT como médula espinal de una alineación más extensa (Fabiana Cantilo, Daniel Melingo, el Gonzo Palacios), pero que poco después García reduciría a ese formato cuarteto para hacer Piano Bar.
Charly García se tomó 1980, 1981, 1982 y 1983 para animarse a dar el salto a la nueva modernidad que imponía la década, hecho que él mismo canoniza con las presentaciones de Clics modernos en el Luna Park durante diciembre del ‘83. En una entrevista contemporánea a la guerra de Malvinas, Federico Moura lo había definido como “el más punk de todos, pero sin poder serlo nunca”. Los dos escorpianos escuchaban The Clash y el punk fue un horizonte de búsqueda a principios de los 80’, aunque no el principal. Charly intentará algo de eso recién en 1984, cuando prohija el desparpajo controlado de la grabación “en vivo” de Piano bar, donde el elemento punk lo da claramente García en la performance, ya que el entorno musical está dominado por las guitarras sintetizadas de Pablo Guyot en una sonoridad más cerca de la new wave, incluso del postpunk.
“Somos una generación de culposos y culpables”, arremetía Charly García en una entrevista sobre Clics modernos con Alfredo Rosso y Luis Albornoz para Radio Rivadavia. Corría diciembre de 1983 y García advertía una democracia de tránsito doloroso, acusatorio. “Señores, me vendí a Fiorucci. ¿Qué pasa?”, teorizaba acerca de lo que él decía de sí mismo, pero en tercera persona en la canción “Dos cero uno (Transas)”, respuesta a cierta crítica por el patrocinio de alguno de sus shows. “No me vendí”, agregaba. “Pero ¿qué tendría de malo? ¿Quién de ustedes no, acaso? Yo nunca me creí un genio. Y muchos de los genios que tenemos acá, no lo son. Crear es tomar decisiones y elegir”.
“Me considero más un artesano que un artista. ¿Qué es arte? ¿La Mona Lisa? No me dice nada”, le decía a Rosso y Albornoz. “Hubo varias canciones a las que tuvimos que cambiarles el nombre. Como ‘Plateado sobre plateado’, que era ‘Huellas en el mar’. ¿Alguna vez viste una huella en el mar? No. Pero existen durante un segundo de tiempo. Lo que quiere decir el tema es que todo pasa muy rápido: ¿por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?”. Charly estaba procesando en público el trip en el bocho que había significado su viaje a Nueva York, leído también como una reclusión de su popularidad ascendente y cierto alejamiento de los bretes domésticos sobre el postMalvinas y la restauración democrática.
Aunque hecho en Estados Unidos, Clics modernos es una de las más profundas postales que la música argentina ofreció sobre ese 1983. “Ahora se viene el destape. Modelos. Poca ropa. Superdeseable. Pero la gente no puede tener eso”, alertaba Charly, un paso más allá del consumismo material y estético que sobrevendría a la década del 80’. “Y, como dice la canción, ‘Desconfío de tu instinto de supervivencia’, porque eso, en este país, implica acomodarse a regímenes extraños a nuestra condición de ser humanos”.