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Opinión. Chile: ¿cómo pasamos de la rebelión popular de 2019 al triunfo del Rechazo?

Muchos de quienes hoy votaron Rechazo, se movilizaron y apoyaron la rebelión popular de 2019. Ningún análisis serio de los resultados puede esquivar la pregunta de cómo pasamos de una rebelión popular a un triunfo abrumador del rechazo. ¿Cuál es la explicación de esta derechización?

Fabián Puelma

Fabián Puelma @fabianpuelma

Miércoles 7 de septiembre de 2022 09:16

Esta semana Chile estará marcado por los análisis y balances de un resultado electoral inesperado. El Rechazo se impuso en todas las regiones del país y bordeó el 62% de los votos. Se trató de un verdadero terremoto electoral. Hubo un salto en la participación: votó un 85,6% del padrón (sólo comparable al 86,8% del plebiscito de 1988), es decir, más de 13 millones de personas. Nunca había votado tanta gente en la historia de Chile. La polarización electoral, el voto obligatorio y las modificaciones que permitieron que por primera vez la gente pudiera ir a pie hasta los locales de votación [antes estaban lejos de sus casas], empujaron estas cifras récords.

El voto por el Apruebo superó en número a la cantidad de votos obtenidos por Boric en la segunda vuelta electoral cuando llegó a la presidencia en 2021, pero la mayoría de los millones de nuevos votantes prefirieron el Rechazo. Éste habría ganado en todas las franjas etarias, aunque como preveían las encuestas, la distancia fue menor en los menores de 34 años, según un estudio realizado por Unholster.

Sólo en 8 comunas del país ganó el Apruebo, entre ellas hay que destacar Pedro Aguirre Cerda, San Joaquín, Puente Alto y Maipú. El Apruebo perdió en todos los distritos electorales, aunque en los distritos 12 y 13 (Santiago Sur) la diferencia fue de unos pocos miles de votos.

Fueron las regiones del sur y del norte en donde el triunfo del Rechazo fue más pronunciado. En la Región Metropolitana el rechazo alcanzó el 56% versus el 44% de los votos.

La derecha celebra y el Gobierno pone la otra mejilla

La derecha y el gran empresariado celebra el triunfo. Los festejos se hicieron sentir en las comunas más ricas del país. Los capitalistas celebraron en la bolsa, que alcanzó máximos históricos.

La condena a los extremos, al maximalismo y el “octubrismo” [la rebelión de 2019] fue la tónica de los grandes empresarios. A su vez, fue la pauta obligada de todos los partidos, partiendo por Gabriel Boric en su discurso del domingo a la noche. De hecho, según indicó el presidente del Partido Comunista Guillermo Teillier, ahora su partido no tendría problemas en sentarse a negociar con el Partido Republicano del ultraderechista José Antonio Kast [quién enfrentó a Boric en la segunda vuelta electoral del año pasado].

“Se ve un ánimo de unión, diálogo y acuerdos”, aseguraba Richard Von Appen de la federación empresaria industrial SOFOFA. Por su parte, Juan Sutil, presidente de la Confederación empresaria de la Producción y el Comercio (CPC) afirmó que "hay un cambio de eje político" y que es el momento de "sacar a los extremos y las estridencias”.

Consultados, los grandes empresarios aseguran que el triunfo del Rechazo logrará atenuar las incertidumbres a los capitalistas, pero no por completo. La derrota del Apruebo es sólo el primer paso. Todos coinciden en que hay que negociar un nuevo proceso constituyente más controlado y antidemocrático para cumplir con la promesa de una nueva Constitución. Ahora debe ser redactada íntegramente por sus partidos.

Abundan las exigencias. “Consideramos muy importante que los futuros acuerdos fortalezcan la democracia y sus instituciones, otorgando gobernabilidad, Estado de Derecho, y certezas jurídicas”, era el petitorio de la Cámara Chileno-Norteamericana de Comercio. Ni hablar de plurinacionalidad, derechos a los pueblos originarios, desprivatización del agua, acabar con el Senado, entre otros tópicos.

Pero no se conforman. Van por más: hay que limitar aún más las reformas del Gobierno. “La discusión de las reformas que pretende llevar a cabo debe realistamente incorporar estos elementos, alejándose de cualquier maximalismo”, era la línea que pautaba el derechista diario El Mercurio en su editorial del lunes. A su vez, el Gobierno ya anunció un cambio de gabinete para ponerse a tono con los nuevos vientos.

Aún siguen abiertos muchos interrogantes y no cabe duda que el resultado del plebiscito implicará una reconfiguración del mapa político, con el gobierno y sus partidos como grandes perdedores, y la derecha y la Concertación del Rechazo [algunos dirigentes de la exConcertación, coalición de centroizquierda que gobernó Chile varios períodos desde el fin de la dictadura, que ahora llamaron a votar por el Rechazo] como grandes ganadores. Pero lo que resulta clarísimo, es que Gabriel Boric y sy coalición de Gobierno, el Frente Amplio y el Partido Comunista, asumieron el mismo balance de la derecha (la Convención Constituyente fue maximalista, “no sintonizó con la ciudadanía”, etc), y actúan en consecuencia.

Se quedaron sin iniciativa política y cumplen una a una las exigencias y el plan de acción trazado por los dirigentes del Rechazo.

¿Por qué caló el discurso de la derecha?

Hay muchas aristas políticas que se pueden abordar para ensayar una explicación. El Rechazo representó para amplios sectores un voto contra la situación económica y social. Como el Gobierno no ha tomado ninguna medida seria para enfrentar los efectos de la crisis económica y la inflación; como ha gobernado respetando celosamente el ajuste fiscal; como dio un IFE (ayuda social) miserable y enterró definitivamente los retiros de los fondos de pensiones; por todo eso y más, no resulta extraño que Gabriel Boric se transformara en el símbolo del deterioro económico que comenzó durante la pandemia, pero que se ha acrecentado durante este año. Y eso se traspasó al Apruebo, que muchos votantes identificaban con el Gobierno. A esto, hay que sumarle que la propia Convención Constitucional se mantuvo totalmente alejada de las urgencias populares.

La derecha aprovechó este escenario para impulsar una campaña demagógica y odiosa. Basta hablar con compañeras y compañeros de trabajo o vecinos para darse cuenta que la campaña de la derecha lamentablemente caló de manera amplia. Los argumentos en defensa de la casa propia, contra los privilegios de inmigrantes y mapuche no eran solo bots. Pero la pregunta es por qué esos argumentos se abrieron paso, algo que hace dos años resultaba impensable.

Fue el Gobierno de Gabriel Boric, junto con Apruebo Dignidad, Socialismo Democrático quienes dirigieron la campaña del apruebo (a lo que hay que sumar a Movimientos Sociales Constituyentes que hicieron una campaña sin ninguna delimitación con el Gobierno. Es más, las últimas semanas hicieron campaña de manera conjunta). La apuesta del Apruebo en su campaña fue clarísima: cederle los principales argumentos a la derecha y apostar al centro. Decían que era para ampliar el arco de apoyo para que ganara el Apruebo, pero sucedió exactamente lo contrario. Ayudó a que el eje discursivo de la derecha tuviese más legitimidad.

El Gobierno terminó validando la campaña anti mapuche de la derecha al mantener la política de militarización y mano dura en el Wallmapu [región reclamada como tierras ancestrales por la comunidad mapuche]. Asimismo, mientras la derecha decía que la Convención era maximalista y poco seria, el Gobierno validaba este discurso firmando un acuerdo a espaldas del pueblo para reformar la nueva constitución, llamando a un nuevo pacto de unidad nacional con la derecha para que no hubiese “vencedores ni vencidos” y convocando a un comité de expertos para arreglar los errores que pudiese haber en el texto. Mientras la derecha instalaba la agenda de orden y seguridad, el Gobierno mantenía en su puesto a Ricardo Yáñez, un general de Carabineros imputado por violaciones de Derechos Humanos. La lista suma y sigue.

Sin embargo, todos estos argumentos son parciales y no explican la victoria aplastante del Rechazo. La suerte del Apruebo estaba echada aún antes de que la Convención terminara sus sesiones. La utopía de acabar con el Chile de la transición de manera pacífica y alegre que muchos abrazaron, se estrelló contra la pared.

No fue un problema comunicacional, es la lucha de clases

Pablo Iglesias, líder de Podemos del Estado Español, sostuvo que la clave de la derrota del apruebo pasó por la falta de un poder mediático propio por parte del progresismo. Sin embargo, el plebiscito fue un hito clave dentro de una gran operación burguesa para encauzar la rebelión popular y buscar una restauración de la gobernabilidad perdida frente a la crisis orgánica del régimen de la transición. Encrucijadas fundamentales como esta no se resuelven con una disputa mediática del relato, sino apelando a fuerzas materiales de clase.

¿Cómo explicar que días antes del plebiscito hubo un enorme acto de masas a favor del apruebo, mientras que el rechazo no lograba llenar ni sus propios actos ni movilizar apoderados? Esto refleja que hubo un enorme divorcio entre la base social del apruebo, dirigida y hegemonizada por las capas medias con un programa de derechos sociales (pero sujeta a la restauración progresista del Estado capitalista), y los amplios sectores de masas que votaron rechazo.

Este divorcio comenzó con el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución firmado en medio de la rebelión popular de 2019.

Uno de los objetivos declarados de este Acuerdo firmado el 15 de noviembre de 2019 fue dividir la alianza de clase “de hecho” (en las calles) que se forjó durante la rebelión entre sectores precarios, trabajadoras y trabajadores que actuaron de manera diluida en las protestas y las capas medias. El paro nacional del 12 de noviembre de 2019 -el más importante desde la dictadura- fue el momento en donde se mostró la potencialidad de esta alianza y la posibilidad de que la clase trabajadora entrara en escena. Este fue el “punto de inflexión” como dijo el expresidente Sebastián Piñera. Sólo unos días después se firmó el Acuerdo por la Paz para dar pie al proceso constituyente.

El foco fue meter de lleno a los sectores medios al itinerario constitucional con la ilusión de un cambio pacífico del régimen heredado de la dictadura. Y con ese relato, dirigieron a un amplio sector de masas que se expresó en el plebiscito de entrada de 2020.

Este esfuerzo orquestado por todos los partidos (al cual se sumó el Partido Comunista) y apoyado por los poderes económicos, fue exitoso. La clase trabajadora, al no intervenir como sujeto propio en la revuelta y no existir instancias de auto-organización a la altura que pudiesen oponerse al desvío, no tuvo un programa alternativo ni la fuerza material para imponerlo. En este marco, la juventud combativa quedó aislada y la línea de “revuelta permanente” sólo podía aumentar el desgaste y el aislamiento frente a la mayoría de la población.

La pandemia y la crisis económica acrecentó cada vez más ese divorcio y la indiferencia de amplios sectores frente a lo que se jugaba el proceso constituyente. Con una Convención subordinada a los poderes constituidos, hablando el idioma de una “refundación progresista” del Estado alejado de las urgencias populares, con gestos de “octubrismo” totalmente vacíos, con negociaciones de pasillos entre bancadas para alcanzar los dos tercios [el número acordado para aprobar los artículos] ; millones vieron a la Convención como una institución más dentro de un régimen cuestionado. Y en esto tenían razón, la Convención Constitucional lejos de ser un triunfo de la movilización popular y una expresión genuina del pueblo movilizado, fue una institución clave para desviar la lucha de clases y recomponer la gobernabilidad del régimen. Pero esta decepción lamentablemente fue capitalizada por la derecha al no existir una alternativa independiente.

Las principales dirigencias sindicales y de los movimientos sociales sin excepción entraron a ese juego parlamentario en vez de movilizar por demandas urgentes y ligarlas a un programa de conjunto para acabar de raíz con toda la herencia de la dictadura. ¿El resultado? Lejos de darle soporte social al proceso, aumentó la separación entre la clase trabajadora y los sectores populares con la propia Convención.

La conclusión que sacan organizaciones como el MIT de María Rivera es que, ahora sí, “debemos volver a las bases”. Incluso hoy, luego de la abrumadora derrota del Apruebo, siguen sosteniendo que el proceso constituyente fue una victoria de la rebelión. El problema sería que la mayoría de la Convención la tuvo el reformismo. ¿Su balance, entonces, es que debimos haber conquistado la mayoría de la Convención? Un balance totalmente parlamentario y ajeno a la lucha de clases.

Lo que demuestra el fracaso de la Convención Constitucional y el progresismo pequeñoburgués, es que no basta con una rebelión y un proceso constituyente en los marcos del régimen para resolver las cuestiones profundas que están detrás de la lucha por acabar con toda la herencia de la dictadura. No será con un lápiz y un papel que lograremos derrotar la resistencia de los capitalistas que se aferran con uñas y dientes a los pilares del Chile neoliberal heredado de la dictadura. Contra todo facilismo, la conclusión estratégoca de estos tres años es que hace falta pasar de la revuelta a la revolución, para lo cual es necesario levantar un programa socialista y revolucionario y una estrategia basada en la auto-organización de la clase trabajadora que logre conducir a los sectores populares, oprimidos y ganar a las capas medias para la lucha por un gobierno de las y los trabajadores.

Ejemplos así en la historia hay muchos y si queremos vencer debemos aprender de ellos. Por ejemplo, Trotsky frente a los primeros movimientos revolucionarios en la España de 1931, planteaba que el desarrollo semi espontáneo de las luchas constituía muchas veces un momento necesario en el despertar de las masas. Pero que nada substituía los factores subjetivos, partido revolucionario, programa, organizaciones de masas: “lo que en la etapa actual constituye la fuerza del movimiento -su carácter espontáneo- puede convertirse mañana en su debilidad. Admitir que el movimiento siga en lo sucesivo librado a sí mismo, sin un programa claro, sin una dirección propia, significaría admitir una perspectiva sin esperanzas. No hay que olvidar que se trata nada menos que de la conquista del poder. Aun las huelgas más turbulentas, y con tanto mayor motivo esporádicas, no pueden resolver este problema. Si en el proceso de la lucha el proletariado no tuviera la sensación en los meses próximos de la claridad de los objetivos y de los métodos, de que sus filas se cohesionan y robustecen, se iniciaría inevitablemente en él la desmoralización. Los anchos sectores, impulsados por primera vez por el movimiento actual, caerían en la pasividad. En la vanguardia, a medida que se sintiera vacilar el terreno bajo los pies, empezarían a resucitar las tendencias de acción de grupos y de aventurismo en general. En este caso, ni los campesinos ni los elementos pobres de las ciudades hallarían una dirección prestigiosa. Las esperanzas suscitadas se convertirían rápidamente en desengaño y exasperación”.

En el caso nuestro, la debilidad de esos factores subjetivos fueron claves para que se impusiera el desvío institucional orquestado por la clase dominante y la pasivización de la lucha de clases, que permitió a la derecha retomar la iniciativa en un momento en que estaba en el suelo.

Reagruparnos frente a un nuevo proceso constituyente fraudulento de manera independiente al Gobierno

Para ese tipo de tareas debemos preparamos los marxistas revolucionarios. Una preparación que aunque hoy estamos en momento más adverso y defensivo, debe ser activa y partir por las necesidades del presente.

Es muy probable que en Chile se abra un nuevo proceso constituyente fraudulento. Hoy la clase dominante apuesta por una nueva Constitución que reconozca derechos sociales, mantenga los pilares del régimen político y económico de la transición, sin los “excesos” de la Convención Constitucional. Ricardo Lagos incluso habla impunemente de emular al León de Tarapacá y convocar a una comisión de “notables” como hizo Arturo Alessandri para redactar la constitución de 1925.

En este momento será fundamental luchar contra la ofensiva de la derecha que buscará enterrar definitivamente todas las demandas de la rebelión y denunciar fuertemente el nuevo pacto de unidad nacional que impulsa el gobierno con todos los partidos oficialistas y de oposición, y su nuevo proceso constituyente fraudulento y antidemocrático. Es indispensable poner en el centro un programa para que la crisis la paguen los grandes empresarios y no el pueblo trabajador.

Es necesario plantearnos claramente la tarea de preparar las condiciones para retomar las calles y las demandas de octubre, luchando por acabar definitivamente con toda la herencia de la dictadura, en la perspectiva de huelga general hacia una Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Pero para esto es insustituible impulsar la lucha por un programa de emergencia frente a la crisis económica y social en un momento en donde la inflación se come el sueldo, aumentan los arriendos, las cuentas y se precarizan las condiciones de vida. Es fundamental reagrupar a las distintas organizaciones sindicales y sociales para esta perspectiva. Las dirigencias sindicales y sociales deben poner fin a su tregua con el gobierno y dejar de esperar a que se lograrán las demandas con sus maniobras institucionales, para lo cual debemos luchar por la independencia del gobierno y los empresarios.


Fabián Puelma

Abogado. Director de La Izquierda Diario Chile. Dirigente del Partido de Trabajadores Revolucionarios.

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