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Red Internacional
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CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA. China: las claves de la nueva era anunciada por Xi Jinping

El 25 de octubre, y luego de una semana de deliberaciones, concluyó el 19 Congreso del Partido Comunista Chino que consolidó el liderazgo del presidente Xi Jinping para conducir al país en el sinuoso camino de transformase en una superpotencia mundial –económica, diplomática y militar- para el año 2050.

Jueves 26 de octubre de 2017

Su doctrina, conocida como “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era” ha sido incorporada bajo su propio nombre en la constitución partidaria. De esta manera, Xi ingresó en vida al panteón de los líderes chinos, un privilegio del que hasta el momento solo había gozado Mao Tse Tung, “el gran Timonel”. Mientras que Deng Xiaping , “el pequeño Timonel” (pero gran arquitecto de la restauración capitalista) fue incluido luego de su muerte en 1997 por su ingeniosa alquimia del “socialismo de mercado”.

Xi Jinping ha insistido en el “éxito del socialismo con características chinas”, lo que se suma a la confusión general creada por los grandes medios que se refieren a la burocracia restauracionista y su régimen autocrático de partido único como “comunista” o “leninista”.

Está claro que el llamado “modelo chino” no tiene nada que ver con el socialismo. El Partido Comunista Chino es una maquinaria burocrática que gestiona la restauración capitalista, al punto que entre los delegados al 19 congreso estaban varios de los grandes multimillonarios chinos, los llamados “empresarios rojos” cooptados por el PCCh.

En su extenso discurso de 3 horas y media, Xi planteó que la historia reciente de China se dividió en dos eras: la era Mao, iniciada con la revolución de 1949 en la que se estableció la República Popular independiente, poniendo fin a las invasiones extranjeras y las guerras civiles aunque al cabo de tres décadas el país seguía sumergido en la miseria, el atraso y la inestabilidad política. Y la era de Deng Xiaoping iniciada en 1978 con el proceso de restauración capitalista que permitió el crecimiento económico basado en las ventajas del atraso, y en particular de la mano de obra barata y la disciplina férrea impuesta por el Partido Comunista. Pero esa estrategia exportadora agresiva que permitió años de crecimiento extraordinario y elevó a China a segunda economía mundial se ha agotado. Ahora se abriría una nueva era que debería conducir a restaurar la grandeza de China como potencia mundial. Esta estrategia, que tiene objetivos de mediano plazo –una sociedad “modestamente próspera” para 2020- y largo plazo –estatus de gran potencia-, descansa sobre tres pilares: la profundización de las reformas económicas; el desarrollo de la capacidad militar y la consolidación del régimen de partido único.

Claro que el anuncio de los grandes objetivos que llevarían a cumplir el “sueño chino” son a la vez la constatación de las debilidades del gigante asiático para ascender a lo más encumbrado del poder mundial, desilusionando de paso a los que se han apresurado a considerarla como un nuevo imperialismo. Según el presidente, todavía está a 30 años (dos generaciones) de tener un ejército a la altura de una potencia de primer rango, para no mencionar otros aspectos, como el ingreso per cápita, el desarrollo tecnológico y otros indicadores sociales.

Durante las últimas cuatro décadas la política exterior de China (y su ascenso mundial) se rigió por la llamada la “estrategia de 24 caracteres” de Deng Xiaoping, formulada en 1990 luego de los traumáticos sucesos de la plaza Tianamen y en el marco del derrumbe de la Unión Soviética y de los regímenes estalinistas de Europa del este. Era una estrategia de cautela geopolítica sintetizada en consignas como “esconder nuestras capacidades, esperar nuestro tiempo”; “no liderar las reivindicaciones”, “ejercer una oposición moderada”, es decir, no disputarle la hegemonía a los Estados Unidos ni a las potencias establecidas, salvo en aspectos parciales.

Todo indicaría que el 19 congreso del PCCh consideró que casi cuarenta años de restauración capitalista ha sido un tiempo suficiente, que es momento de dejar atrás el período de emergencia a paso de tortuga y que para continuar avanzando hacia el “sueño” de “gran potencia” es necesario adoptar una política más agresiva en la escena mundial. Pero esto pone en un nuevo plano las contradicciones internas y externas que plantea la transformación de China en una superpotencia.

Desde el punto de vista doméstico, el actual presidente del Banco Popular de China, declaró que por el nivel de deuda y la especulación, el sistema financiero podría estar próximo a un “momento Minsky”, expresión del economista norteamericano ampliamente usada durante la crisis de 2008, para alertar sobre potenciales riesgos financieros que pueden llevar a una crisis.

El giro bonapartista que significó el 19 congreso ratificando el régimen de partido único y el liderazgo absoluto de Xi Jinping sobre el Partido Comunista (y también sobre el Ejército de Liberación Popular) es un indicador de que se esperan tiempos tumultuosos. Recordemos que Xi cimentó su liderazgo a través de una intensa campaña anticorrupción que purgó al PCCH de opositores y potenciales rivales, entre ellos el líder regional Bo Xilai con aspiraciones a recrear un “maoísmo senil” frente a la orientación de mayor apertura económica y liquidación gradual pero sostenida de las empresas estatales “zombies”.

Durante la última década China ha dejado de ser además el proveedor de mano de obra baratísima. Hay otros 7 países de la región que ocupan ese lugar y compiten por atraer inversiones (Bangladesh, Vietnam, Pakistán, Camboya, Indonesia, Tailandia y Filipinas). Esto coincide con la actividad huelguística de amplios sectores de la clase obrera china, que tuvo su emblema en la huelga de Honda de 2010, y que abarca desde acciones defensivas contra los despidos hasta acciones ofensivas por aumento de salarios y derecho a la organización. Según el relevamiento de China Labour Bulletin, en 2016 hubo más de 2600 acciones colectivas de trabajadores.
El fortalecimiento del control del PCCh y las fuerzas represivas es una respuesta preventiva a las probables explosiones de descontento social.

Xi usó un tono marcadamente nacionalista para unir a la “gran nación” china detrás del sueño imperial. Reafirmó el control de las islas artificiales del Mar del Sur de China e hizo especial énfasis en la Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda, un megaproyecto de infraestructura económico y geopolítico para conectar Europa y Asia por tierra (trenes de alta velocidad y caminos) y mar, del que de hecho está excluido Estados Unidos. Este proyecto ya está aumentando las tensiones con Washington que bajo Trump ha incrementado sus amenazas de guerras comerciales y otras medidas para limitar la influencia china.

Está claro que esta “nueva era” de ambición china no se desarrollará de manera pacífica. La acumulación de recursos bélicos por parte de Estados Unidos en el noreste de Asia, y la posibilidad de algún incidente militar con Corea del Norte, es un indicador de los conflictos por venir. Esta política agresiva, iniciada por Obama y acelerada por Donald Trump, muestra que el imperialismo norteamericano no se sentará tranquilamente a contemplar el ascenso de su principal competidor.


Claudia Cinatti

Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.