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Internacional. China y EEUU: ¿Sobre quién carga la guerra económica?

La actual guerra comercial entre EE.UU. y China, se arrastra desde marzo de este año con el aumento arancelario, por parte del primero, a las importaciones de aluminio y acero en un 10 y 25 %, respectivamente.

Valentina González

Valentina González Estudiante Castellano. Pedagógico.

Jueves 21 de junio de 2018

El presidente americano a principio de este año, a través de su cuenta de twitter, publicó: “Nuestras industrias de acero y aluminio (y muchas otras) han sido diezmadas durante décadas por el comercio injusto y la mala política con países del mundo. No podemos permitir que se sigan aprovechando de nuestro país o empresas. ¡Queremos libre, justo e INTELIGENTE COMERCIO!”. Lo anterior, provocó crispaciones al interior del Partido Republicano y de distintos sectores de la economía mundial. Frente a esto, China, uno de los principales afectados junto a Canadá, planteó la necesidad de tomar medidas de llegar a concretarse.

En tensión estuvieron ambas potencias económicas, sobre todo tras el ascenso de las medidas proteccionistas a nivel Europeo, discusión que se abordó entre representantes de Washington y Pekín hace un par de semanas, donde se definió la “tregua comercial”, pero esta solo un par de días duró.

No obstante, esto ya se veía venir con Trump, quien durante su campaña presidencial anunció tener una línea prioritaria de la economía nacional, ya que importaban más de lo que vendían, generando un superávit de 375.000 millones frente a la potencia comercial asiática. Esta disputa por la hegemonía económica terminó por romper la bandera blanca entre ambos países con el anuncio de la imposición de tasas del 25% a productos chinos, es decir, la implantación de aranceles por sobre los 200.000 millones de dólares. Esto generó la inmediata respuesta por parte del gobierno Chino, el cual subió el arancel a más de 100 productos que importa desde Estados Unidos por un valor total de 34.000 millones de dólares, donde se encuentran productos como el whisky, granos de soja o automóviles.

La respuesta por parte del presidente Xi Jinping terminó de sentenciar la guerra económica que se proyectaba desde inicio de este año entre ambos países, pues Trump no se hizo esperar y anunció un nuevo aumento, ahora del 10%, a productos importados de China, valorado en un total de 200.000 millones de dólares, donde este último anunció “tomar medidas cuantitativas y cualitativas”, refiriéndose no tan solo a la disputa arancelaria, sino también a las repercusiones en servicios e inversiones, por ejemplo, contra las firmas estadounidenses presentes en el país asiático: Apple, Walmart, llamando a no comprar en aquellas multinacionales, desconsejar el turismo o incluso,“según el economista jefe para Asia, Mark Williams, Beijing podría endurecer el escrutinio regulatorio contra las firmas de EEUU”.


Política proteccionista y guerra económica

Como mencionaba anteriormente, esta guerra económica se enmarca en un estancamiento secular de la economía que no es capaz de cerrar la crisis que se abrió el año 2008, que permite el ascenso de las políticas proteccionistas a nivel internacional en pos de “ganar el quien vive”, escenario al que la Unión Europea no ha hecho caso omiso y, en un intento de cerrar la crisis y evitar mayores repercusiones, desde Macron y Merkel, representantes de Francia y Alemania respectivamente, anunciaron hace un par de días la creación de un presupuesto para la zona euro que potencie la inversión, la competitividad y la innovación en pos de estabilizar la economía del sector. Esto dentro de un contexto de fortalecimiento del euroescepticismo, reflejado en el Brexit y el ascenso de sectores como Liga y 5 estrellas en Italia o el fenómeno de Le pen, candidata ultraderechista que quedó como segunda fuerza en las elecciones presidenciales francesas del año pasado. Disputas económicas que tienen repercusiones directas en la clase obrera.

En ese sentido, las políticas proteccionistas no tan solo tienen cabida en el ámbito económico, sino que van de la mano con discursos profundamente xenófobos y racistas: ejemplo de eso es la política anti inmigratoria, recientemente aplicada por Donald T., donde a quienes eran detenidos atravesando la frontera de manera ilegal se les encarcelaba en “jaulas” comunes y eran separados de sus hijos/as, si es que estos eran mayores de 5 años. Política que se repite en Italia con Matteo Salvini, viceprimer ministro italiano e integrante de la organización nacionalista Liga, quien planea impulsar un censo de la población gitana para expulsar a quienes no hayan nacido en el país, agregando incluso, sobre italianos/as descendientes gitanos que “por desgracia hay que quedárselos”.

Como agregué anteriormente, la guerra comercial actual nace como salida a la crisis abierta el año 2008, que busca fortalecer la economía y capital nacional, medida que empuja a los gobiernos a instalar políticas de austeridad: recortes de presupuestos sociales y un aumento sustancial en la cantidad de desempleados/as, buscando así disminuir las pérdidas de las grandes empresas en desmedro de la calidad de vida de la gran mayoría de la población, pero ¿sobre quién debiese cargar la crisis?

En momentos como este, es donde los desafíos de la izquierda revolucionaria están más latentes que nunca tanto en la disputa de los sectores en los que la derecha más reaccionaria ha hegemonizado tras el cuestionamiento a los antiguos partidos del régimen; como en la elaboración de un proyecto alternativo que ponga en el centro el resguardo de las demandas de los sectores más precarizados en pos de fortalecer la autoorganización de estos con un programa independiente a los empresarios y sus intereses, porque incluso hoy, sectores que han emergido como el neorreformismo: Podemos en españa o Frente Amplio en Chile, no se posicionan con un programa de ruptura con este sistema, sino por el contrario su perfil ”antineoliberal” lo que hace es buscar transformaciones sociales en la medida de los posible que, de fondo, no problematiza ni ataca los intereses empresariales, obviando la división de clases y la propiedad privada, renunciando así a la fuerza de la movilización planteando como única salida viable el parlamentarismo como fin en sí mismo, medida totalmente insuficiente si no va de la mano de la disputa de sectores de la clase obrera que avancen en el cuestionamiento al sistema capitalista y que tome como bandera la organización por la lucha en pos de la transformación total de la actual sociedad de clases, porque debemos tener claro que en la medida que avance la disputa entre las grandes potencias económicas, mayores serán los ataques a las y los trabajadores, la mujeres y la juventud.