El cine negro es ideal para un entretenimiento con trasfondo social. Allá en la época de la “caza de brujas” fue el género que más desafío a los códigos vigentes de censura, llegando a mostrar una sociedad corrupta, donde pocos quedaban libres de la quema.
Eduardo Nabal @eduardonabal
Martes 31 de marzo de 2020
Bajo sus sinuosas luces y sombras, sus tipos duros y sus mujeres “fatales” se esconde una mirada poco complaciente a los cambios que se estaban produciendo en la sociedad estadounidense de los cuarenta y cincuenta, tomando casi siempre la ambigüedad como punto de partida para llegar a las tripas de una sociedad enfermiza y reacia a los cambios.
Algunas magistralmente realizadas y otras en la serie B siguen fascinando por su innovación formal respecto al Hollywood “blanco” y también por su desafío a las respetables apariencias.
Durante la guerra las mujeres se habían incorporado al mercado laboral, se ocultaba la corrupción de los grandes magnates y bajo el glamour de los cincuenta se escondían corrientes ocultas. Corrientes de subversión que estallarían en la década siguiente.
El cine negro da un, casi siempre, inquietante testimonio de estos cambios en su icono-grafía y sus personajes.
Películas como “Laura”, “Perdición” o “Cayo largo” son más que clásicos. Son obras maestras a revisitar una y otra vez. A estas se suman una larga lista como las relizadas por Fritz Lang (“La mujer del cuadro”), Robert Siodmak (“El sopechoso”) o Tay Garnett (“El cartero siempre llama dos veces”). Títulos que te atrapan en su contrastada fotografía, sus personajes impredecibles, sus momentos de acción y su comentario sobre la sociedad del momento y sus quebrantos.
Con posterioridad se sumarían más nombres como Robert Wise (“La ciudad cautiva”), Richard Fleischer (“Impulso criminal”), o más adelante gente como Arthur Penn y Sidney Lumet que con sus obras maestras “La jauría humana” y “Tarde de perros” pondrían patas arriba el llamado “american dream” sin dejar de atrapar al espectador/a en las redes de su trama y buen hacer fílmico.
El suspense, la tensión, la ambivalencia, la ironía son algunos de los ingredientes del género negro para mantener la atención del público.
Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.