No tenemos una teoría del partido, ni tampoco una teoría del partido comunista formulada completamente en una o más obras particulares de Marx y Engels. Sin embargo, se puede encontrar un desarrollo apreciable de elementos de la teoría de un partido, aunque bastante dispersa y, a menudo, integrado en piezas de polémicas o de análisis político-históricos como el de El 18 de brumario de Luis Bonaparte.
Por otro lado, fue un punto polémico de los críticos positivistas contra Marx, el de estar limitado “a un simple análisis crítico de los datos, en lugar de prescribir recetas (¿comtianas?) para los figones del futuro” [1]. También debe recordarse que, al contrario de la concepción más bien generalizada de un marxismo elevado a sistema, a doctrina cumplida, el propio Engels afirmó que "toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas preconcebidos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación” [2]: un punto de partida epistemológico particularmente esclarecedor, si se tiene en cuenta, por ejemplo, su influencia en el pensamiento de Parvus y el posterior desarrollo de la teoría de la revolución permanente de Trotsky retomando los escritos de Marx [3]
En el Manifiesto Comunista, así como en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 [4], el término "partido" se usa con diferentes claves y amplitudes semánticas: esta ambigüedad (o, debemos decir, riqueza) debe tenerse en cuenta para evitar distorsiones y exagerar la naturaleza contradictoria y fragmentaria de la elaboración de Marx sobre el tema [5].
El marxologo Maximilien Rubel, con respecto a esta ambigüedad en el pensamiento de Marx indica una doble concepción del partido: por un lado, como un fenómeno sociológico, como un fenómeno estructural y fisiológico que surge de la sociedad burguesa; por otro lado, como un fenómeno ético, "una especie de profesión de fe y una ilustración de la misión que los comunistas deben llevar a cabo" [6]. Damiano Palano interpreta esta ambivalencia como la voluntad de Marx de distinguir al partido como fenómeno efímero, “con el que alude a partidos que realmente se mueven en el terreno político, desde un ‘sentido eminentemente histórico’ del término, usado en cambio para referirse a la causa de la afirmación del proletariado” [7], basada en el siguiente pasaje de una carta de Marx a Freiligrath:
Después de que, a petición mía, la Liga se disolvió en noviembre de 1852, ya no pertenecía (ni pertenezco) a ninguna organización pública o secreta: el partido, por lo tanto, en este sentido completamente efímero, dejó de existir para mí. durante ocho años [...] La Liga, así como la Société des Saisons, de París y otras cien sociedades, no son más que un episodio en la historia del partido, que surge espontáneamente (naturwüchsig) del suelo de la sociedad moderna. [...] Hablando del partido, le doy a este término un sentido eminentemente histórico [8].
De hecho, de la producción general de Marx es posible comprender esencialmente dos niveles del discurso sobre el partido comunista. Sin embargo, nos parece que las categorías propuestas por Rubel se derivan de una lectura superficial (el “Moro de Tréveris” habría dicho vulgar) de los pasajes dedicados al partido, con el resultado de la presencia formal de fuerzas políticas, de organizaciones que intervienen en general en la vida política de la sociedad civil en varias formas y con diversos métodos, se reduce a un dato sociológico, que dirige objetivamente el análisis de estas fuerzas hacia un aplanamiento entre el partido-organización politica y la clase social de referencia.
En este sentido, en varios pasajes, Marx y Engels intentan articular un análisis de la relación entre los partidos y las clases sociales basada (más que "influenciada", como escribe Palano) en una dialéctica que es ciertamente más compleja que una mera relación lineal que identifica la perfecta adhesión de cada clase social a su propio partido político, a partir de un rechazo general del determinismo en la lectura de la relación entre el momento económico y las otras esferas sociales, determinismo que arraigó entre los "marxistas" ya en la época de Marx:
Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta - las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas - ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado [9].
Marx y Engels, por lo tanto, rechazan la hipótesis de que la mera situación económica, los meros intereses objetivos de las diferentes clases sociales, dan forma inmediata a la distribución de las teorías y de los partidos políticos sobre la base de un estricto marco socioeconómico. Específicamente, en relación con el uso generalizado de la categoría de "pequeño burgués" que se encuentra en los escritos de los dos alemanes, Marx aclara el sentido y la orientación con la que vincula a ciertos partidos a diferentes clases sociales cuando considera que las teorías y soluciones políticas expresadas por estos partidos reflejan los intereses materiales y los problemas prácticos de clases específicas:
No vaya nadie a formarse la idea limitada de que la pequeña burguesía quiere imponer, por principio, un interés egoísta de clase. Ella cree, por el contrario, que las condiciones especiales de su emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases. Tampoco debe creerse que los representantes democráticos son todos shopkeepers o gentes que se entusiasman con ellos. Pueden estar a un mundo de distancia de ellos, por su cultura y su situación individual [10]. Lo que les hace representantes de la pequeña burguesía es que no van más allá, en cuanto a mentalidad, de donde van los pequeños burgueses en modo de vida; que, por tanto, se ven teóricamente impulsados a los mismos problemas y a las mismas soluciones a que impulsan a aquéllos prácticamente, el interés material y la situación social. Tal es, en general, la relación que existe entre los representantes políticos y literarios de una clase y la clase por ellos representada [11]
Es precisamente la "pequeñez" del horizonte teórico de los partidos demócratas radicales lo que, según Marx y Engels, les hace merecer el apelativo de democracia vulgar, en el sentido de superficialidad, que no va más allá de la apariencia de las cuestiones políticas y del significado mismo de la democracia en la sociedad burguesa moderna; un carácter que se refiere y se vincula con el de la pequeña burguesía precisamente en el campo programático, donde las intenciones de estos partidos se resumen "en el hecho de que las instituciones democráticas republicanas no se requieren como un medio para eliminar ambos extremos, el capital y el trabajo asalariado, sino como un medio para mitigar su contraste y transformarlo en armonía" [12].
De esta manera de conceptualizar el partido se desprende que, según Marx y Engels, la composición social de un partido, de sus miembros, no es el factor determinante del carácter de ese partido. De este modo, se hace posible que ambos hablen del desarrollo histórico de las distintas organizaciones y, en general, del partido proletario, refiriéndose a actividades políticas y a grupos no animados sólo por proletarios -ni siquiera compuestos, en su mayoría, por proletarios-, dadas las condiciones específicas que justifican tal hibridación de clases. Así, aquellas organizaciones políticas del campo socialista que de hecho se refieren a “recetas” originales para la sociedad, o que en cualquier caso sostienen que el socialismo se afirma como tal en virtud de su bondad como idea, como “expresión de la verdad absoluta, de la razón y de la justicia, y basta con descubrirlo para que por su propia virtud conquiste el mundo [13], independientemente del desarrollo político real del propio proletariado, son llamadas sectas por Marx y Engels, aunque formalmente constituyan partidos reales más o menos densamente poblados por proletarios [14].
El razonamiento de Marx, al desarrollar la vertiente del papel del partido, le permite añadir más elementos a su análisis del reflejo de la composición de las clases sociales sobre la forma específica de los partidos políticos; en particular, estudia no sólo teóricamente, sino también empíricamente (en el caso de los campesinos franceses y Luis Bonaparte), cómo el liderazgo político, la representación de una determinada clase social, no es un producto espontáneo de la clase en sí. En otras palabras, no sólo no es necesario que el personal político que expresa las posiciones programáticas "objetivas" de una clase pertenezca a esa clase, sino que es posible que una clase sea estructuralmente incapaz de darse una representación política, y que deba confiar o, mejor dicho, ir a la cola en la arena política no sólo de los líderes de otras clases, sino incluso de otras clases y sus partidos como tales.
A los efectos de la cuestión del partido comunista, el caso particular de la clase de los pequeños propietarios campesinos (opuestos a los terratenientes y los empresarios agrarios con propiedades medianas y grandes) es de primordial importancia para Marx como clase estructuralmente incapaz de constituirse en un sujeto revolucionario autónomo; una clase que es económicamente débil (y por lo tanto políticamente) por la marginalidad de sus miembros, tanto individualmente como en conjunto, debido a su dispersión y falta de relaciones y vínculos internos.
Bonaparte representa a una clase, que es, además, la clase más numerosa de la sociedad francesa: los campesinos parcelarios. […] Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. Su modo de producción los aísla a unos de otros, en vez de establecer relaciones mutuas entre ellos. Este aislamiento es fomentado por los malos medios de comunicación de Francia y por la pobreza de los campesinos. Su campo de producción, la parcela, no admite en su cultivo división alguna del trabajo, ni aplicación alguna de la ciencia; no admite, por tanto, multiplicidad de desarrollo, ni diversidad de talentos, ni riqueza de relaciones sociales. Cada familia campesina se basta, sobre poco más o menos, a sí misma, produce directamente ella misma la mayor parte de lo que consume y obtiene así sus materiales de existencia más bien en intercambio con la naturaleza que en contacto con la sociedad.
La parcela, el campesino y su familia; y al lado, otra parcela, otro campesino y otra familia. Unas cuantas unidades de éstas forman una aldea, y unas cuantas aldeas, un departamento. Así se forma la gran masa de la nación francesa, por la simple suma de unidades del mismo nombre, al modo como, por ejemplo, las patatas de un saco forman un saco de patatas. En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllos forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos parcelarios una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase. Son, por tanto, incapaces de hacer valer su interés de clase en su propio nombre […]. No pueden representarse, sino que tienen que ser representados [15]
También a nivel económico, en la era de la acumulación de capital y de la progresiva concentración de la riqueza en pocas manos en todas las ramas de la economía, “lo que lleva a la ruina del agricultor hoy [...] es su propio pequeño terreno, la distribución de la tierra” [16]. Por lo tanto, incluso los pequeños agricultores están incluidos en esa enorme porción de la población que está en un papel subordinado y explotado con respecto a la clase capitalista en ascenso, que gradualmente ocupa el lugar de los antiguos terratenientes aristocráticos feudales:
los intereses de los campesinos no se hallan ya, como bajo Napoleón, en consonancia, sin en contraposición con los intereses de la burguesía, con el capital. Por eso los campesinos encuentran su aliado y jefe natural en el proletariado urbano, que tiene por misión derrocar el orden burgués [17].
* Publicado originalmente en La Voce delle Lotte.
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