El primer debate presidencial no arrojó demasiada luz sobre los planes de los candidatos. Hillary Clinton y Donald Trump apuntaron uno contra otro intentando capitalizar debilidades ajenas.

Celeste Murillo @rompe_teclas
Martes 27 de septiembre de 2016
El resultado del debate presidencial más esperado podría resumirse en un chiste que circuló en las redes sociales: si hubo un ganador esta noche fue el miedo a que uno de estos dos candidato dirija el país más poderoso del mundo.
Las primeras encuestas después del debate mostraron a Clinton como vencedora, con un 62 por ciento de apoyo (CNN). Aunque la brecha fue pequeña en economía (47-51 por ciento), la ex secretaria de Estado se impuso claramente en temas de política exterior (65-35 por ciento).
La economía fue el tema que inauguró los 90 minutos de debate, y sigue siendo uno de los problemas que más preocupa a la población estadounidense, cuya mayoría todavía sufre las consecuencias de la crisis desatada en 2008. Los candidatos mostraron con respuestas vagas que ninguno de los partidos tiene un programa para responder a los problemas que afectan a la mayoría de la población: desigualdad y empleos precarios. Así lo denunció justamente el movimiento por el salario mínimo que se manifestó en las afueras de la universidad durante el debate.
Los candidatos arrancaron con un mensaje directo a sus votantes. Hillary Clinton eligió dos temas relacionados con las mujeres para abrir y cerrar su participación en el debate: inició con la igualdad salarial y la licencia por maternidad y terminó defendiendo a la ex Miss Universo Alicia Machado, que había sido blanco de las conocidas declaraciones misóginas del candidato republicano. Donald Trump centró su discurso en los acuerdos de libre comercio y las deslocalizaciones. Ninguno se arriesgó a seducir un electorado más amplio, sino que centraron sus discursos en consolidar sus bases electorales.
Dos candidatos impopulares arrojándose piedras
Clinton disparó contra Trump a quien señaló como un privilegiado. De esta forma, intentó responder a los constantes ataques del millonario sobre su “linaje” político y económico. A diferencia de momentos anteriores de la campaña Trump dosificó su populismo y se centró en recordar que Clinton es parte del sistema hace 30 años.
Ambos candidatos intentaron capitalizar las debilidades de su contrincante. Trump arremetió contra Clinton al señalar que no publicaría su declaración de impuestos hasta que la candidata demócrata no publicara el contenido de los miles de correos electrónicos. El escándalo que golpeó a Hillary Clinton desde las primarias parece perseguirla hasta las elecciones generales.
Durante el debate, Trump mantuvo su línea de ataque centrado en la pertenencia de Clinton a la elite política recordando su paso por el Senado y su cargo de Secretaria de Estado. Clinton intentó responder las críticas del millonario subrayando su preparación para ocupar la Casa Blanca y recordaron las peores declaraciones del republicano. La ventaja de la candidata demócrata sigue siendo Trump y esto se confirmó en el debate.
Ya sea sobre política exterior o sobre políticas fiscales, Clinton envió un mensaje claro a los aliados de Estados Unidos y al establishment (demócratas y republicanos): ella es una mujer de Estado, preparada para liderar los intereses del imperialismo en el mundo.
Un “protagonista” inesperado del debate fue el presidente ruso Vladimir Putin, mencionado por Hillary Clinton a propósito de los elogios de su contrincante hacia el mandatario. En un maniobra doble, Clinton subrayó sus cualidades de de halcón estadounidense al mismo tiempo que denigró al magnate: “Me sorprendió cuando Donald invitó públicamente a Putin a hackear a los estadounidenses. Esto es simplemente inaceptable... Donald no puede ser comandante en jefe”.
Trump, que representa “la suma de todos los miedos” para funcionarios y asesores de seguridad de ambos partidos, se dirigió a sus votantes y apeló a la frustración de los sectores que creen que Estados Unidos deben encargarse de sus propios problemas y abandonar el escenario internacional.
Si hubo algo en lo que coincidieron los candidatos fue en el silencio sobre las causas profundas del racismo y la responsabilidad de la Policía en el asesinato de afroamericanos. Ejemplo de esto fueron las respuestas sobre la brutalidad policial racista, cuyo episodio más reciente se dio en la ciudad de Charlotte, en Carolina del Norte donde la Policía asesinó a Keith Lamont Scott y luego mató a un manifestante que participaba de las protestas contra el racismo.
Clinton señaló que lamentablemente el origen étnico de las personas todavía era fuente de diferencias y que era un desafío restaurar la confianza entre la comunidad y la Policía. Con un cinismo que no deja de sorprender y siguiendo los pasos del presidente Obama, apuntó contra una “epidemia de armas” como la responsable de las muertes de jóvenes negros, cuando la Policía es el portador más grande y peligroso de Estados Unidos y ya asesinó más de 820 personas en 2016 (la mayoría de ellas afroamericanas) según Use of Force Project Policy.
Trump aprovechó la oportunidad para volver a definirse como el candidato de “la ley y el orden” e insistir en su retórica derechista. Aseguró que en un “país en guerra” era necesario fortalecer la autoridad de la Policía. Incluso en los días anteriores, el magnate había reivindicado el cuestionado método “stop-and-frisk” (detener y cachear) que otorga poder ilimitado a la Policía para detener sin motivos. Esta medida fue declarada inconstitucional en 2013 después de ser utilizada por el exalcalde republicano de Nueva York Rudolph Giuliani durante años y que resultó en una clara política racista contra las comunidades negra y latina. La candidata demócrata aprovechó la controversia en el debate para subrayar el perfil derechista de Trump alrededor de un punto sensible para sectores clave de su electorado como los latinos y los afroamericanos.
Después del debate qué
Nada indica que el primer debate haya cambiado drásticamente el mapa electoral. Sin embargo, Clinton que llegó con solo 2 puntos de ventaja sobre Trump, consiguió sortear el primer desafío público después de la nominación demócrata.
La exsecretaria de Estado había enfrentado con dificultad los cruces con el senador Bernie Sanders, que disputó la candidatura demócrata, y llegó a la recta final dañada por los escándalos que rodean su desempeño durante el gobierno de Obama, la fundación Clinton y las sospechas sobre su salud. Clinton cumplió pero sigue sin enamorar.
Trump se llevó la peor parte, luego de haber superado todos los debates republicanos, más por falta de mérito de sus contrincantes que otra cosa. Aunque atacó con firmeza a Clinton no consiguió mostrarse como un hombre de Estado. A la salida del debate, Trump solo confirmó que es el vocero de la bronca de la base de derecha del partido, pero eso parece no ser suficiente para alinear a los republicanos detrás de sí.
La crisis que se expresó en las primarias como desprestigio de los candidatos del establishment, que a los republicanos les costó la unidad del partido, se confirma en las elecciones generales con dos candidatos que no generan entusiasmo y solo cosechan votos a costa de la impopularidad del otro.

Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.