Nos dicen que nos conformemos, que esperemos. Pero nosotros gritamos, exigimos. La realidad nos golpea todos los días y luchamos para transformarla de raíz.
Sábado 5 de septiembre de 2015
El motor de la historia
En 1989, Francis Fukuyama publicaba un famoso artículo titulado “¿El fin de la historia?”. Allí, formulaba las tesis que la propaganda imperialista se encargaría de imponer a lo largo de la siguiente década: la historia, como expresión de la pugna entre las clases, había terminado, y sobrevenía el triunfo definitivo del liberalismo económico y político.
Se hablaba del “fin de la clase obrera” y los “trapos rojos”; de la clausura de los tiempos de rebelión. La burguesía, fortalecida, perseguía uno de sus objetivos primarios. Sobre la base de derrotas previas, fuertes ataques y una embestida a la tradición, pretendía eliminar a la revolución como horizonte y al proletariado como el sujeto capaz de llevarla adelante.
León Trotsky, quien peleó desde los 18 años bajo las banderas del marxismo y supo ser protagonista de aquel momento en que el pueblo tomó su destino en sus propias manos, también atravesó años donde militar parecía ir “contra la corriente”. Ninguna tragedia personal ni social mermó su voluntad de lucha. Analizando la particularidad de cada etapa, fue siempre un férreo opositor al pesimismo. Señalando que era anticientífico y antihistórico –como manifestaban tantos ministros, teóricos, artistas y dirigentes sindicales- creer que la reacción continuaría avanzando gradualmente, demostró una confianza inquebrantable en los trabajadores y el socialismo.
Así, en 1939, cuando eran cada vez más los que, frente al peligro del fascismo, se despojaban de las banderas de la insurrección y aseguraban que era imposible hacer algo más que defender los regímenes democráticos existentes, alertaba que no se puede medir “la marcha de la historia” en base a los defraudados o los intelectuales confundidos. Y escribía a una antigua camarada: “¿Indignación, ira, repugnancia? Sí, y también cansancio momentáneo. Todo esto es humano, muy humano. Pero me niego a creer que usted ha caído en el pesimismo. Eso equivale a ofenderse, pasiva y lastimeramente, con la historia. ¿Cómo es posible? Hay que tomar a la historia tal como se presenta, y cuando ésta se permite ultrajes tan escandalosos y sucios, debemos combatirla con los puños”.
Vengar a Aylan
Cuando el pasado martes por la noche apareció sin vida el cuerpo de Aylan Kurdi, en la playa de un hotel resort de Turquía, el horror y la bronca recorrió todo el mundo. Ese día también fallecieron su hermano de cinco años, su madre y otros cuatro menores. Intentaban escapar de la guerra.
Aylan y las millones de personas que caen cotidianamente, presas de la barbarie capitalista, cuestionan el velo exitista del que se pretendió vestir, una vez más, el capitalismo en la época neoliberal. Como víctimas de los nuevos conflictos imperialistas, del hundimiento de millones de personas en la miseria más cruda y de las crisis económicas que azotan al pueblo, son la demostración de que las contradicciones del sistema, lejos de desaparecer, se han exacerbado, y colocan la lucha de los explotados a la orden del día.
Frente a los discursos pasivizantes, Trotsky replicaba: “Que los decepcionados se caven su propia tumba. La clase obrera no es un cadáver. La sociedad se sigue apoyando en ella”. Durante los últimos años, las respuestas a los embates que dieron los jóvenes en América Latina y los países árabes, los obreros de Brasil, los negros de Ferguson –como algunos casos emblemáticos- y, ahora, las movilizaciones solidarias de decenas de miles de habitantes en Europa con los inmigrantes, comienzan a mostrar aquélla fuerza material viva, que nunca ha dejado de ser el motor de la historia.
Por otro lado, el desarrollo de esos procesos reactualiza el debate sobre la estrategia y dirección necesaria para torcer la balanza. Los que entendemos que sólo alzando nuestra voz y nuestros puños se puede transformar la realidad; los que nos oponemos al conformismo de repartir las migajas y apuntamos a tomar el cielo por asalto, estamos convencidos de que debemos "tomar partido". Y, sobre todo, que no partimos de cero. Cargamos con un enorme legado, encarnado en las grandes revueltas de la humanidad –pasando por la Comuna de París y la gran Revolución Rusa del ’17; el Mayo Francés; las grandes huelgas de los trabajadores norteamericanos de principio del siglo XX; la Semana Trágica y el Cordobazo-, del cual debemos apropiarnos.
El pasado se encuentra permanentemente en disputa. Hay quienes lo pretenden estático cual cuadro de naturaleza muerta; y otros que creen poseer los látigos capaces de domarlo. Frente a todos ellos, como animales salvajes, los ecos pretéritos sueltan sus amarras e irrumpen de las más diversas formas: a veces, sutilmente; en ocasiones, como una estampida capaz de quebrar el suelo.
La experiencia acumulada actúa para los oprimidos un como “arma cargada de futuro” que se enciende al calor de las peleas presentes. La historia no es un cúmulo de pies perfectos que avanzan lineal e incesantemente: éste es el deseo de los derrotados, el anhelo de los tranquilos. Es deber de los jóvenes obreros y estudiantes, poner nuestro grito en el cielo y combatir las injusticias para desnudar lo hermoso de la vida; convertir esta rabia por la muerte de Aylan y de todos nuestros hermanos de clase en un impulso hacia la victoria.