La primera ministra de Bangladesh, la hasta ahora poderosa Sheikh Hasina, abandonó el gobierno y escapó en helicóptero hacia la India en medio de multitudinarias y persistentes protestas estudiantiles cruentamente reprimidas.
Santiago Montag @salvadorsoler10
Lunes 5 de agosto 15:17
El siguiente artículo fue publicado originalmente en la revista Nueva Sociedad.
En la bahía de Bengala se produce un poderoso viento conocido como Monzón. Desde tiempos inmemoriales este viento marca una temporada entera de inundaciones y lluvias torrenciales. A pesar del carácter devastador para la población, llegó a ser venerado como un Dios. Ya que tras la catástrofe deja tras de sí importantes cambios ambientales que favorecen a la agricultura y las reservas de agua. En alusión a este fenómeno natural, los estudiantes de Bangladesh bautizaron con el nombre “Monzón de Bengala” al movimiento de protestas a escala nacional que sacudió al régimen político. Hace pocas horas, la primera ministra, Sheik Hasina, dimitió y escapó en helicóptero hacia la India, concluyendo 15 años de gobierno durante el cuál se la había denominado como la “Dama de Hierro”. El jefe de Ejército anunció rápidamente la conformación de un gobierno interino sin muchos más detalles. Los jóvenes viven el momento como un triunfo, pero no van a tolerar un gobierno militar. Si bien el devenir de los cambios que auguran estos acontecimientos se desarrolla con fluctuaciones, podemos comenzar a profundizando en sus raíces para comprenderlo.
Fase 1: contra la Reforma
El detonante de las protestas fue la decisión del Tribunal Supremo de restablecer el sistema de cupos que estaba suspendido desde el 2018. El mismo reservaba el 30% de los trabajos gubernamentales a las familias de los veteranos de la guerra de liberación de 1971 contra Pakistán; la Liga Awami jugó un rol importante en este conflicto, liderada por Sheik Mujbur Rahman, padre de la expulsada primera ministra Sheik Hasina.
Fahim, un estudiante de la Universidad de Dhaka, explica que “la ley tenía sentido en los años tras la independencia como recompensa para quienes dieron su vida en la guerra”, pero para los jóvenes de hoy “en la práctica significa que la Liga Awami se asegure el control del Estado”. Es decir, que el llamado "cupo para los luchadores por la libertad", junto con la corrupción en el examen de la función pública, impide a muchos de los estudiantes acceder a trabajar en el Estado desperdiciando sus capacidades profesionales en un país donde reina la pobreza. El desempleo es un problema estructural del país, pero para para la juventud, en particular, un problema grave puesto que un gran porcentaje se encuentra con severas dificultades para desarrollarse profesionalmente una vez que finalizan sus estudios. Las opciones que se les presentan son: emigrar para trabajar en el extranjero o, en su país, como precarizados vendedores ambulantes en las calles. La investigadora bangladesí Naomi Hossein explica que “muchos de ellos tienen las habilidades necesarias para encontrar trabajo en el extranjero, pero están decididos a quedarse y servir a su país”.
El fondo del reclamo estudiantil apuntaba contra el problema del empleo en Bangladesh, un país pequeño en superficie con 170 millones de habitantes, de los cuales la mitad vive bajo pobreza extrema, sufre los ciclones anuales junto a epidemias como dengue o cólera. El servicio público abre solo 3000 puestos de trabajo anualmente para los más de 400 000 graduados de las universidades.
Julio fue sangriento en Bangladesh. Las protestas, que comenzaron el primero del mes de manera pacífica, y a las que se unieron trabajadores precarios, se masificaron y radicalizaron rápidamente por todo el país. Sheik Hasina, conocida como la “Dama de Hierro de Asia del sur”, respondió con una brutal represión enviando a su milicia paramilitar, la Liga Chhatra, a la Policía y a la Guardia Fronteriza.
Un punto de inflexión fue el 14 de julio, cuando se burló de los manifestantes al llamarlos “razakars”, término peyorativo que se utilizaba para referirse a los a los bangladesíes que colaboraron con el ejército paquistaní durante la guerra de 1971 acusados de crímenes de lesa humanidad contra civiles en el entonces Pakistán Oriental. Este siempre fue un modus operandi de polarización con los opositores usado por Hasina para justificar la violencia desmedida el gobierno vincula cada manifestación en su contra con grupos de la oposición como el Partido Nacionalista de Bangladesh, liderado por su archienemiga Khaleda Zia, o el Jamaat al Islamia, de orientación islámica radical. Ambos partidos son conocidos por sus brutalidades en el pasado, sus vínculos con la opresión pakistaní y las dictaduras militares entre 1975 y 1990. Si bien es cierto que ambos partidos apoyaron las protestas, Kais Mahmood explica que, “los partidos de la oposición no tienen ninguna influencia en el movimiento, son muertos políticos, la los estudiantes están luchando por cambios profundos, por eso los reconocen como miembros de la misma élite que la Liga Awami”.
La radicalización de las protestas escaló velozmente. El odio hacia el gobierno se canalizó en ataques contra edificios gubernamentales e infraestructuras públicas convirtiendo las calles en zonas de guerra. En esos combates sangrientos la solidaridad de los trabajadores callejeros fue fundamental, como los choferes de Rickshaw (taxis de tres ruedas a tracción humana) que se encargaron de colaborar transportando a los heridos. Una de las postales más escalofriantes es la de del activista Abu Sayed: de pie, desarmado y con los brazos en alto, fusilado a quemarropa por la policía. Este acto fue condenado por Amnistía Internacional, mientras que el organismo expresó su preocupación por la grave situación de los Derechos Humanos en Bangladesh.
Dentro del movimiento, se destacaron las mujeres y jóvenes. Para Shafiqul Alam, director de AFP en Bangladesh, se trata de una “revolución de mujeres”, quienes a pesar de ser cruelmente castigadas por los miembros de la Liga Chhatra, siendo golpeadas con cañas y machetes, no dudaron en volver a las calles.
Para controlar la situación el gobierno impuso un toque de queda en todo el país y cortó internet.durante cinco días, también prohibió el derecho a huelga y de reunión pública, al mismo tiempo que militarizaba las universidades, donde se encontraban los estudiante atrincherados, como mecanismo para sembrar el terror. Por las noches, la policía y otras fuerzas represivas realizaron redadas de “puerta a puerta” para encarcelar líderes y activistas sacándolos de sus casas a golpes. Luego de ser liberados denunciaron torturas en los centros de detención.
Para calmar las aguas, el Tribunal Supremo volvió a abolir el sistema de cupos, dando a entender que retrocedía con la medida; de forma tardía e insuficiente: el movimiento movimiento había comenzado a exigir justicia y rendición de cuentas por los más de 300 muertos hasta ese momento.
Fase 2: por la caída de la Dama de Hierro
Luego de una semana de redadas y encarcelaciones nocturnas, el movimiento se reagrupó. Durante esos días armaron un pliego con nueve demandas entre ellas: un pedido de disculpas, justicia por los muertos y la renuncia de varios ministros. A medida que el movimiento crecía, las demandas decantaron en una sola demanda: la caída de Sheik de Hasina, sintetizada en esa imagen tan potente de los miles de puños alzados con el dedo índice señalando el cielo.
Los coordinadores de las protestas comenzaron a hacer una llamado nacional a un Movimiento de No Cooperación. Es decir, el reclamo principal pasó de ser una reforma limitada a los cupos a apuntar contra todo el régimen político.
El domingo 4 de agosto fue el más mortífero hasta el momento. La juventud en las calles derribó decenas de estatuas de Sheik Mujibur el “héroe nacional” e inundaron las calles de Dhaka y otras ciudades.La Liga Chhatra colmó las redes sociales con amenazas y durante la tarde de ese día las principales esquinas de la ciudad se encontraban tomadas por sus camionetas y sus armas.
El saldo final fue de 94 muertos como consecuencia de los enfrentamientos en todo el país.
A pesar de tanta muerte, Hasina continuó provocando: en una conferencia de prensa llamó a los manifestantes como “terroristas que buscan desestabilizar la nación” y que “hay que tratarlos con mano de hierro”.
En respuesta, el movimiento adelantó la "Marcha a Dhaka" hacia la plaza Shahbag para este lunes con el objetivo de presionar por su única demanda. Mientras convocaron a la construcción de los “Comité Protirodh Sangram” [Comité de Lucha y Resistencia] en cada barrio y aldea. Un método que emula a los comités liderados por estudiantes en distintos momentos históricos para la resistencia, los más significativos fueron aquellos que se formaron para luchar por el uso de la lengua bengalí en 1952 en oposición al urdu impuesto por Pakistán, luego durante guerra de independencia en 1971, y más tarde en la caída de la dictadura en 1990. Esta misma tradición los llevó a resistir las más crueles masacres de la historia del país.
Fahim Mukarrab comenta desde la Universidad de Jahangirnagar en el distrito de Savar “Ahora hemos declarado una larga marcha a Dhaka y para rodear la residencia de la Primera Ministra hoy [5 de agosto]. Puede pasar cualquier cosa, amigo mío. La situación aquí ahora es más mortal que cualquier otra en la historia de nuestro país.” Las acciones de esta semana escalaron a un nivel jamás visto, los periódicos hablan de millones de personas en las calles.
Fase 3: La caída ¿Y ahora?
La Dama de Hierro finalmente se oxidó. Durante la tarde del lunes 5 de agosto Hasina dimitió y abandonó Dhaka en helicóptero volando hacia India. Miles de manifestantes saltaron la cerca de su residencia y tomaron la casa de gobierno. Tras el vacío de poder el Jefe del Ejército Waker-Uz-Zaman formó un gobierno interino entablando diálogo con los líderes de los partidos políticos. Intercambios y diálogos de los que no formó parte ningún miembro de la Liga Awami. El precedente a esta situación fue en enero de 2007 cuando el Ejército declaró el Estado de Emergencia para frenar las protestas generalizadas e instalaron un gobierno provisional respaldado por los militares durante dos años.
El factor clave en la caída de Hasina fueron los trabajadores del sector textil y la presión de los fabricantes. Los bloqueos extendidos en el tiempo, los bloqueos en las principales rutas, la caída de internet y las comunicaciones habían golpeado duramente a la frágil cadena de suministro de la industria textil “just in time”, de la cual depende el 80% de las exportaciones del país. El sector advirtió que en pocos días registraron pérdidas por 58 millones de dólares. Cientos de fábricas cerraron sus puertas por miedo a ser vandalizadas, ya que varias fueron incendiadas. Además reconocen el temor de que sus trabajadoras se unan al movimiento de protesta y se afecte aún más la producción. Desde la Central Sindical de Trabajadores de la Confección de Bangladesh (GWTUC), la activista Ferdewsi Rahman afirmó que se habían comenzado a unir miles de trabajadoras textiles a las protestas, donde ya estaban participan junto a diversos sectores de artistas, intelectuales, profesores. Tal y como se planteó al principio, la llave que destrabó la puerta de salida de Hasina, fue la incorporación del sector textil, que desde el año 2013 protagonizaban protestas y huelgas en reclamo de mejoras salariales. El desgaste del gobierno se transformó en irreversible cuando, una vez finalizada la pandemia, el movimiento huelguístico retomó los reclamos en las calles.
El analista Michael Kugelman explicaba en Foreign Policy que las protestas hicieron añicos la imagen de una Hasina inquebrantable. La ex primera ministra había basado su gobernabilidad en las altas tasas de crecimiento del 6 % anual durante los últimos 15 años. Principalmente por la exportación de productos textiles y la inversión en obra pública. Pero para un país de 170 millones de personas, donde más del 50 % vive bajo pobreza extrema (el equivalente a 2 dólares por día), esto no es suficiente. La polución en las calles, el aire densamente cargado de ollín y los extensos ríos que fluyen desde el Himalaya contaminados son la dificil cotidianeidad de los bangaldesíes. Incluso, su gobierno había logrado una convergencia entre los empresarios textiles, una alianza con partidos de derecha y de izquierda (como el Partido de los Trabajadores de Bangladesh).
La situación macroeconómica en general ya era sombría. El FMI venía exigiendo un programa de restricciones del gasto público junto a reformas de mayor apertura y desregulación. Además, para sostener el crecimiento el gobierno había tomado grandes préstamos de otros países asiáticos, principalmente China e India, dejando la economía vulnerable a la volatilidad de las divisas y los mercados.
Aunque Hasina ya pendía de un hilo, había ganado un cuarto mandato recientemente con una participación del 40%, la más baja en la historia del país. Ante la pérdida de opciones políticas la población frustró sus aspiraciones de cambios a través del sistema electoral actual. En esta línea, Mumu Balaika, una estudiante de la Universidad de Jahangirnagar, explica que “Hasina desde que llegó al gobierno en 2009 fue centralizando el poder en su figura y persiguiendo a la oposición, tanto líderes sindicales como estudiantiles”. Efectivamente, un informe de Human Rights Watch, revela números de terror de “desapariciones forzadas”, “ejecuciones extrajudiciales” y “tortura”. Estas características fueron factores determinantes para el crecimiento del rechazo hacia su gobierno.
Es pertinente la pregunta “¿Y ahora qué sigue?” La caída de Hasina condensó la crisis orgánica que atravesaba el país. Con una oposición débil y rechazada por la población, los estudiantes que lucharon de forma heroica podrían perder todo rápidamente ante la falta de organización y dirección política. Dip Ranjan Sarker, comenta desorientado desde las calles del distrito de Comilla, que “ahora no sabemos que sigue, estamos todos esperando qué pasará”.
Hasan Ashraf Meethu, investigador y profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Jahangirnagar, nos comentaba que “no hay una alternativa clara tras la caída del gobierno por la fuerza de las protestas” - agregaba -“puede que haya algún llamado a nuevas elecciones, pero no existe una estructura política que pueda reemplazar a la élite actual de la Liga Awami ni los otros partidos” – y explicba que - “Es muy probable que esto conduzca a un gobierno militar, pero la población no los va a tolerar”.
La caída de Hasina no es un proceso aislado en el sur de Asia. Durante el 2022 en movimiento Aragalaya volteó a la dinastía de los Rajapaksa en Sri Lanka. En 2021 en Myanmar las obreras textiles encabezaron la resistencia contra el golpe militar. En el 2020 en Tailandia las calles se vieron abarrotadas de jóvenes levantando tres dedos en alusión a las tres demandas contra la monarquía Vajiralongkorn. Aún la situación en Bangladesh es abierta, pero su semejanza con los procesos enumerados nos lleva a la misma pregunta ¿Es una revuelta o una revolución? "El norte no está del todo claro, pero sabemos lo que no queremos", dice desde Manipur, Rab Tanjim, un jóven estudiante tras un día largo en las barricadas, “fueron días y noches terribles, perdí a muchos amigos, pero para nosotros hoy es el día de la victoria.”
Santiago Montag
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.