Tras la cuarentena los paisajes urbanos más importantes del mundo quedaron desolados, allí donde el capitalismo gobernaba pareciera ser que la “naturaleza avanza”
Jueves 9 de abril de 2020 16:03
Ilustración: Agustina Scliar - Ig: @okscliar
En lo que va de la crisis sanitaria ya es un tercio de la población mundial la que se encuentra en una situación de “aislamiento social obligatorio” y todos los días aumentan las cifras de la cantidad de infectados y fallecidos, llegando al millón de personas en todo el mundo que se encuentran diagnosticados con coronavirus. Esto significó el cierre de fronteras y principalmente llevó a la economía mundial a un “estado de coma” de forma abrupta y sin previo aviso. En este escenario aparecen postales nunca antes vistas de las principales ciudades del mundo vacías, aquellos paisajes urbanos donde rigen las reglas y las rutinas propias del capitalismo, es decir el “metabolismo urbano” (intercambio entre ciudad y naturaleza), son los que ahora se encuentran casi desolados. Curiosamente la naturaleza comenzó a “avanzar” y se hicieron presentes deambulando animales en lugares nunca antes pensados. Al calor de estos acontecimientos se desataron una serie de interpretaciones que parecieran afirmar que nuestra forma de vida es por “naturaleza” enemiga de la naturaleza misma y que esta responde con “venganza”. Sin embargo, es interesante preguntarnos qué tan cierta es esta idea.
El covid-19 dejó al descubierto varios problemas estructurales del capitalismo, entre ellos, uno esencial es la relación que tenemos con nuestro entorno. Por lo tanto, el surgimiento del virus, su propagación y la crisis no son asuntos aislados dentro de la misma dinámica del capital, sino que están estrechamente ligados a la forma en la que nos relacionamos con la naturaleza, la forma en la que nos apropiamos de ella, la transformamos y explotamos para el despliegue y desarrollo de mercancias por todo el mundo.
Una de las hipótesis más fuertes es que el primer contagio del virus se originó en China, más en específico en un mercado de la ciudad de Wuhan que demostró la capacidad del capitalismo de transformar cualquier cosa en mercancía. Este mercado se caracteriza por ofrecer todo tipo de alimentos, desde lo más “tradicional” hasta animales “exóticos”: Ratas, serpientes, salamandras gigantes e incluso murciélagos. Este tipo de consumo está presente en la tradición y cultura del país por varios motivos, entre ellos, la Gran Hambruna que se desarrolló entre 1959 y 1961 e implicó la necesidad de incorporar ciertos animales a su consumo cotidiano. Dicho mercado es un espacio que se posiciona en las “fronteras del capital” que, paradójicamente, está rodeado de edificios y grandes comercios y pareciera que las regulaciones no existen, sin embargo esto último no quiere decir que no sean sectores altamente capitalizados. Los virus zoonóticos no se originan únicamente en los “mercados húmedos” asiáticos, estos pueden surgir en cualquier actividad de ganadería o producción animal de alta concentración de capital y regulación, el ejemplo más cercano es la pandemia de “gripe A” (2009-2010) de origen aviar y porcino que azotó principalmente a América, en particular a Estados Unidos y México, siendo este último el país en donde se detectó el primer contagio.
El virus en sí, es peligroso por sus particularidades, ya que puede sobrevivir varias horas en distintas superficies y posee una gran facilidad de expansión y contagio, siendo todo esto potenciado por las características del capitalismo moderno (globalización) donde predominan grandes flujos de intercambios comerciales y turísticos. Es de esta forma que el COVID-19 se vuelve aún más peligroso en la era del capital trasnacional, además explica en gran medida, lo rápido que el virus llegó a todo el mundo y en particular la agudeza de la situación en la que se encuentra gran parte de Europa.
Los límites del capital y su huella ecológica
El mundo no está siendo azotado únicamente por una pandemia viral, la crisis ecológica no conoce de fronteras nacionales y la destrucción de ambientes se registra a escala planetaria, las consecuencias de la relación sociedad-naturaleza muestra las grandes contradicciones económicas y ecológicas de nuestra época. El capital depende siempre de la continua expansión de las fronteras de la mercancía para poder capitalizar su valor excedente y continuar sus ciclos de acumulación agotando progresivamente la naturaleza y sus recursos, es así que se estima que dos terceras partes de los servicios ambientales generados por los ecosistemas planetarios están deteriorándose producto de prácticas como el fracking, la megaminería, la deforestación, la agroindustria y el permanente abuso irracional de los recursos naturales. Otro elemento importante es la pérdida de la biodiversidad que alcanza tasas mil veces superiores a los niveles preindustriales, por eso no es casualidad que apenas iniciaron las políticas de aislamiento social y paralización de la economía se detectaron algunos efectos colaterales: bajaron abruptamente los niveles de contaminación en los principales centros productivos y de circulación del capital del mundo, por ejemplo, el caso de China y Estados Unidos, como también los canales de Venecia están limpios y ha vuelto la vida que en algún momento supo haber.
Si bien los movimientos sociales que han surgido alrededor del mundo en protesta por la crisis climática han advertido varias de estas cuestiones señalando la posibilidad de establecer legislación y regulación de los gobiernos con la finalidad de mitigar las consecuencias en el medioambiente, que los niveles de emisiones y contaminación bajaran niveles históricos no significa únicamente “un respiro” para el planeta y el medio ambiente, sino que además permite ver a la pandemia y sus consecuencias como indicadores de la radicalización de los límites ecológicos del capitalismo.
¿“Desastre natural” o consecuencia del capitalismo?
Resulta difícil pensar la idea de “desastre natural” separada de lo social y por lo tanto del aspecto económico y productivo. La humanidad necesita forzosa y necesariamente de la naturaleza para la propia reproducción por medio del metabolismo social, de esta forma, la constante pero dinámica relación entre lo social y lo natural es inevitable. La relación sociedad-naturaleza abordada desde una perspectiva marxista es planteada en este sentido:
"La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre, es decir, la naturaleza en cuanto no es ella misma el cuerpo humano. El hombre vive de la naturaleza; esto quiere decir que la naturaleza es su cuerpo, con el que debe permanecer en un proceso continuo, a fin de no perecer. El hecho de que la vida física y espiritual del hombre depende de la naturaleza no significa otra cosa sino que la naturaleza se relaciona consigo misma, ya que el hombre es una parte de la naturaleza”. (1)
El problema aquí radica en la relación específica que presenta el capitalismo en su relación con la naturaleza, ya que las mismas formas del capital modifican las condiciones socioambientales en el afán de acumulación que pueden variar a lo largo y ancho del planeta según las distintas legislaciones, sin embargo, la “naturaleza” de la acumulación que opera en detrimento de la vida en el planeta es intrínseca del capitalismo. En esta relación capital-naturaleza a esta última se la define como un objeto de recursos “inagotables” para satisfacer la circulación y las ganancias ilimitadas del capital por medio del intercambio de mercancías. La explotación y luego destrucción de ecosistemas tienen como consecuencia el desplazamiento forzado de cualquier variedad de animales que son posibles portadores de diferentes virus (el coronavirus, la gripe aviar, entre otros) y, por otro lado, las megaciudades aglomeradas de personas son el cóctel perfecto para la proliferación de cualquier virus. Si bien las enfermedades son fenómenos biológicos, todo su desarrollo, diagnóstico y tratamiento implica también tratarlas como un fenómeno social. Es cierto que la naturaleza muta, pero las condiciones en las que nos encontramos cuando esto sucede son condiciones políticas, económicas y sociales.
En distintos momentos de la historia ha habido pandemias de gran magnitud, como el caso de la gripe española en 1918, que hasta el momento fue la mayor de la historia moderna con grandes consecuencias sociales y económicas, ya que encontró un escenario social devastado por la Gran Guerra y precarias condiciones de vida de gran parte de Europa y del mundo. Después de más de cien años, con el avance de la tecnología, la ciencia y la medicina pareciera que estamos mejor preparados, sin embargo, el capitalismo en su era neoliberal impulsa la gran crisis sanitaria que está hoy en día sufriendo el mundo, y adquiere un sentido particular debido a las políticas de desidia y ajuste que se vienen desarrollando hace varios años. La magnitud del peligro del COVID 19 se debe, en gran medida, a que encontró un sistema construido sobre la base de políticas orientadas en el deterioro de salud y seguridad social que dejaron una estructura débil e incapaz de hacer frente a una pandemia: falta de camas e insumos en los hospitales y millones de trabajadores sin seguridad social, solo son algunos de los elementos que dejaron en evidencia un sistema que ya venía colapsado. No es casualidad que los países occidentales que están sufriendo severamente la pandemia como el caso de Italia, España y Estados Unidos son claros indicadores de este tipo de políticas. El problema se encuentra, en última instancia, no en el virus en sí, sino en el desprecio y destrucción de las infraestructuras básicas de salud, tecnología y ciencia, como también la mercantilización de la salud, los cuidados y de los conocimientos médicos que permitió arrojarnos a una situación de mayor vulnerabilidad ante la existencia de una pandemia, mientras que las ganancias de los grandes laboratorios y los sistemas privados de salud prevalecen por encima de la salud de millones de personas.
Si el capitalismo destruye el planeta, ¿qué nos queda?
La crisis ecológica hay que comprenderla como resultado de la acumulación capitalista, es por esto que la clásica tensión entre crecimiento económico y conservación ecológica se vuelve aún más profunda bajo el capitalismo moderno, las “huellas” ecológicas que deja este modelo productivo no tienen precedente alguno, la finitud del planeta no es contemplada por la acumulación del capital. ¿Es nuestra “esencia” la que atenta contra la propia naturaleza o es la lógica de un modelo productivo y de acumulación que bajo determinados aspectos sociales-culturales nos lleva a la objetivación de nuestro entorno? El cambio en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza implica no solo indagar sobre la política y las subjetividades de las prácticas nocivas hacia el medioambiente, sino que también es necesario modificar el aspecto económico y productivo en donde se apoya todo el andamiaje social y cultural.
Producto de la crisis, vuelve a cobrar gran relevancia uno de los debates más calurosos de nuestra época: la dicotomía entre “estado presente y “estado ausente”, siendo esta en realidad falsa ya que oculta el verdadero carácter de clase que posee el Estado en sí. En este mismo sentido es importante preguntarnos sobre las distintas maneras de realizar consciente y racionalmente nuestro metabolismo social que, en nuestro tiempo, no es más que una forma concreta del régimen de propiedad y circulación del capital, histórica y políticamente determinada. ¿La solución a la crisis ambiental puede venir de las entrañas del mismo sistema que la produjo o podremos reconvertir la producción de forma tal que se respeten los ciclos-recursos naturales del planeta? En definitiva, la salida a la crisis es necesariamente anticapitalista para así lograr, por medio de la lucha y la organización, una forma de vida que no esté basada en la explotación irracional de la naturaleza, el consumo y el lucro desmedido.
Notas:
(1) Marx, K. Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Colihue, Buenos Aires, 2004
Tomás Giusti
Licenciado y profesor en Sociología (UBA). Miembro del Comité Editorial del suplemento Armas de la Crítica.