A casi 40 años del estreno de Rocky, película que popularizó mundialmente al personaje del boxeador interpretado por Sylvester Stallone y que es una de las ficciones más importantes sobre boxeo, se estrenó Creed: corazón de campeón. ¿Vale la pena verla en el cine?
Augusto Dorado @AugustoDorado
Miércoles 10 de febrero de 2016
Foto: sitio del diario Telegraph
La película estrenada en cines el jueves pasado Creed: corazón de campeón puede ser considerada como la séptima entrega de la saga “Rocky”, aunque el personaje de Stallone pasa a un rol de coprotagonista. En esta ocasión es Adonis Johnson, un hijo extramatrimonial de su amigo y rival deportivo Apollo Creed, el protagonista central. ¿Puede tener algún atractivo para amantes del boxeo y de la saga de Rocky?
En 1976, Rocky fue un suceso a nivel mundial al punto tal de que le ganó nada menos que a Taxi Driver -un clásico inoxidable del cine protagonizado por Robert De Niro- en la valoración como mejor película de ese año para los premios Oscar y los Globos de Oro (galardones que representan los intereses de la industria cinematográfica y no necesariamente indican calidad, claro está). Stallone afiló su lápiz y escribió y dirigió otras cinco (¡cinco!) secuelas, algunas más o menos rescatables, otras totalmente olvidables. Pero Rocky, el personaje, se transformó en un icono que trascendió las décadas y hasta influyó en la manera en que se expresó el boxeo profesional como espectáculo. Pasaron 40 años y mucha agua bajo el ring: ¿valdría la pena una especie de Rocky 7? Es la pregunta que inevitablemente nos hacemos a la hora de pensar en sacar una entrada para el cine.
La Rocky original tiene su encanto: nos muestra la dura vida de Balboa, un pugilista italoamericano que oficia de “matón” para un usurero de Filadelfia –aunque es demasiado bonachón para desempeñarse bien en ese rol- y a la vez se sacrifica por demostrar que puede subir a un ring y enfrentarse a las luminarias del boxeo, incluido el campeón mundial Apollo Creed (personaje obviamente inspirado en Mohammed Alí). Aquella de 1976 deja escenas inolvidables como la de Rocky practicando con una res en la carnicería o subiendo las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia. Pero en Rocky II y Rocky III, el foco está más ubicado en lo deportivo y en mostrar a un campeón de ficción y sus peleas espectaculares. Rocky IV sigue esa misma línea pero con una intencionalidad propagandística proimperialista vergonzosa y lamentable: Rocky ya es un ídolo casi en retirada y se enfrenta a un pugilista soviético –Iván Drago- entrenado con la tecnología más desarrollada y que es estandarte de la burocracia del Kremlin; la película de 1985 es parte de la ofensiva ideológica del gobierno de Ronald Reagan contra la URSS y se filma en el marco de la estrategia militar llamada Guerra de las galaxias. De aquel Rocky encantador de 1976 pasamos a otro, símbolo burdo de la “American way of life” (“el estilo de vida americano”). Con el transcurso de esas sagas, Rocky fue perdiendo credibilidad y humanidad. Luego llegaron las olvidables Rocky V y Rocky Balboa que no terminaban de cerrar el telón a la altura de uno de los personajes más importantes de la historia del cine.
Entonces llegó el director Ryan Coogler, proveniente del cine independiente y no de la industria hollywoodense, con una propuesta para reflotar al personaje como se lo merecía: así nació Creed: corazón de campeón. Y así como un boxeador afroamericano, Apollo Creed, hizo brillar a su contraparte en la ficción (Rocky Balboa), un director afroamericano fue quien pensó un guión para que brillen tanto el personaje clásico como su intérprete (Stallone, que ganó un Globo de Oro como mejor actor de reparto y podría ganar el primer Oscar de su carrera), a la vez que creó un nuevo personaje –Adonis Johnson- moldeado por un gran actor como es Michael B. Jordan.
Creed narra la historia de Adonis, el resultado de una aventura amorosa de Apollo -que falleció antes de enterarse de la llegada de otro hijo. El chico tuvo una vida dura y pasó por reformatorios hasta que la viuda de Creed decide adoptarlo. En adelante logra un pasar cómodo en Los Ángeles que no logra satisfacerlo: aunque vive un poco resentido con el padre que no conoció, siente que debe seguir sus pasos y decide transformar a su hobby deportivo, el boxeo, en su principal actividad. Para hacerlo, renuncia a su trabajo e intenta “hacerse desde abajo”, sin utilizar el apellido de su padre para evitar comparaciones y presiones. Se dirige al gimnasio del antiguo campeón pero no es aceptado, por lo que decide ir a Filadelfia en busca del amigo de fierro de su padre, Rocky Balboa.
Aunque es una ficción, el filme logra tocar fibras sensibles de quienes aman al boxeo como deporte: la mística de entrenamientos sacrificados y gimnasios, los afiches de combates legendarios, los choques de egos entre deportistas, los intereses extradeportivos (en un momento recibe la propuesta de pelear con el apellido Creed para generar un negocio al campeón actual, interpretado por el boxeador inglés en la vida real Tony Bellew; este hecho le genera una disyuntiva y una lucha interna al protagonista), pero sobre todo la manera en que están filmadas y narradas las peleas. El director incluso sabe utilizar recursos para recrear al viejo Rocky adaptándolo a lenguajes actuales como el de los videojuegos (cuando aparece un boxeador se despliega su currículum en pantalla) o el de las espectaculares transmisiones de televisión (simula magistralmente una pelea como si fuera emitida en vivo por HBO).
Pero lo más importante: le devuelve la humanidad a Rocky y a su entorno. El viejo campeón, ya sin nada que ganar ni que perder, finalmente se decide a entrenar al chico; en el camino se encuentra con una grave enfermedad contra la que también tiene que decidirse a luchar, lo que lo muestra vulnerable. Adonis conoce a una chica –Bianca, interpretada por Tessa Thompson- que también intenta desarrollar una carrera pero en la música (es cantante) y su figura enriquece al personaje principal porque no está en un rol subordinado sino que se relaciona con el deportista desde su lugar, desde “otro palo”.
Pero el director también logra rescatar algo que estaba perdido desde la Rocky de 1976: el encanto de la ciudad del campeón, de su gente, sus costumbres, sus bares, sus esquinas. Filadelfia se nos muestra familiar en la película, como si fuese Rosario o Córdoba.
Si después del fiasco como espectáculo deportivo que resultó la pelea Mayweather-Pacquiao el año pasado le quedan al público lector pocas esperanzas de volver a emocionarse con el pugilismo, Creed compensa simbólicamente esas ansias de espectáculo. Para fanas de las películas de Rocky, podemos decir que esta es la mejor después de la primera, y ni siquiera es necesario ver alguna de las anteriores para poder disfrutarla.
Vale la entrada, hasta vale el pochoclo (por su valor en las cadenas de cine, una de las mayores estafas comerciales de todos los tiempos). Si quiere disfrutar de un espectáculo que quizá últimamente no se encuentra en ningún ring de la vida real del boxeo hiperprofesional, Creed es una muy buena película para usted.
Trailer oficial subtitulado